1.- La revuelta popular sigue en ascenso en Siria desde hace más de 11 semanas. Se ha extendido, hoy, al conjunto del país. Las divisiones confesionales y/o comunitarias, destiladas por la política del régimen desde hace decenios, son ampliamente superadas por un sentimiento de solidaridad nacional (un eslogan afirma: «el pueblo sirio es uno»); por […]
1.- La revuelta popular sigue en ascenso en Siria desde hace más de 11 semanas. Se ha extendido, hoy, al conjunto del país. Las divisiones confesionales y/o comunitarias, destiladas por la política del régimen desde hace decenios, son ampliamente superadas por un sentimiento de solidaridad nacional (un eslogan afirma: «el pueblo sirio es uno»); por un rechazo de la dictadura hereditaria del clan Assad y su desmedida corrupción; por el resentimiento, el dolor y la rebelión frente a una represión sin límites; por una determinación fundada en la voluntad de conquistar su dignidad, así como sus derechos democráticos y sociales.
Al comienzo del movimiento, los manifestantes exigían el levantamiento del estado de emergencia (impuesto hace 48 años) y el fin del monopolio del partido Baaz, el del dictador Bachar al-Assad. Ahora, ya reclaman la caída de un régimen de asesinos que esperaban cometer sus crímenes a puerta cerrada.
Sin embargo, todos los días, relatos y vídeos desvelan la bestialidad de la opresión del poder y de los aparatos represivos, que no son sino lo mismo. En enero de 2011, Bachar al-Assad todavía le confiaaba al periódico financiero, The Wall Street Journal, que se sentía «inquebrantable», a diferencia de los regímenes vecinos.
La revuelta popular siria, con su amplitud, ha pillado desprevenida a la dictadura. La opción calificada eufemísticamente como «segura» es su única respuesta. El precio de la confrontación y de la libertad es y será exorbitante. A partir de ahí, una solidaridad internacional más activa y permanente con ese pueblo que lucha por su liberación constituye una exigencia, un imperativo.
2.- Todos los días los medios muestran la represión, de forma más o menos sucinta. La imagen sigue siendo, por tanto, borrosa. Un dossier de la página web de Al Jazeera del 24 de mayo de 2011 -página que ha rectificado su orientación inical, más dudosa, bajo la influencia de Qatar- la presenta de una forma más concreta y, por tanto, más espantosa. Dar algunos ejemplos es absolutamente necesario.
En Homs, el 22 de abril, Fawaz al Hariaki es herido por bala. Una hemorragia pone en peligro su vida. El coche que le lleva al hospital es detenido por la policía. Muere. Impedir a los coches y a las ambulancias conducir heridos hacia los hospitales se generaliza en todo el país: se han instalado controles con ese objetivo. La policía o los milicianos entran en los hospitales para detener a los heridos a fin de «curarlos en hospitales militares». Allí son torturados y desaparecen. El 5 de mayo, en Homs, una cadena humana rodea el hospital para que los heridos no puedan ser secuestrados por los matones del régimen.
Francotiradores disparan desde los techos sobre la gente que va a las farmacias. Los médicos están amenazados para que no den cuidados a los heridos en sus consultas privadas.
Las familias deben firmar papeles oficiales que afirman que sus familiares han muertos a manos de «bandas armadas», si es posible «extranjeras», tema de la propaganda oficial. Adolescentes torturados -dientes y uñas arrancadas- son dejados en libertad a fin de «difundir el terror».
Los tanques bombardean, indistintamente, casas en el centro de ciertas ciudades o en la periferia, a fin de aterrorizar a la población. Los milicianos «alauitas» (chabihas), al mismo tiempo, disparan contra los habitantes. Algunas escuelas son transformadas en centros de detención. Las manifestaciones de mujeres se multiplican y son reprimidas.
La ciudad de Deraa, al sur del país, foco de la revuelta, estuvo rodeada por el ejército del 25 de abril al 5 de mayo: sin electricidad, ni agua, ni alimentación, ni medicamentos… Cuando se descubrió una fosa común en el centro de la ciudad, el ejército levantó un «perímetro de seguridad» para impedir que las familias pudieran buscar los cuerpos de los mártires. Y no es el único ejemplo. La cifra de 1.000 personas muertas es, seguramente, ampliamente inferior a la realidad; sin mencionar los miles de desaparecidos y de personas encarceladas y torturadas, de las que sus familias no tienen noticias.
Es con este rasero represivo con el que hay que medir la valentía y la profundidad de una revuelta en la que, masivamente, la población de numerosas ciudades y pueblos se atreva a organizar funerales y a enterrar a sus muertos en cementerios bautizados como «cementerios de los mártires», haciendo frente a la policía (uniformada o no) y al ejército.
3.- El padre de Bachar al-Assad, Hafez, se apoderó del poder en 1970 y reforzó la dimensión represiva de un régimen que ya lo era. En 2000, en el marco de una «República hereditaria», su hijo Bachar le sucedió. Desde los años 1970 a finales de los años 1980, el poder combinó una política de represión, de vigilancia estrecha de la población, de colonización policial de la sociedad -el temor a hablar era revelador sobre este tema- con una política de subvenciones de productos básico para las capas más desfavorecidas, acceso a la educación superior de las capas urbanas y un cierto desarrollo del sector de la salud. Esto a la vez que se cultivaban las divisiones comunitarias y regionales, a las que se añadia una red clientelar bien seleccionada. Así, se aseguraba relativamente la estabilidad sociopolítica, jugando también con una política exterior demagógica llamada «anti-imperialista».
Una delgada capa ligada al clan Assad, a militares y demás responsables de la «seguridad», que era la dueña del aparato del estado, se fue deshaciendo lentamente de un pesado «intervencionismo económico», «planificado» a su imagen. Las reformas iniciadas, modestamente, en 1987, debían estimular la inversión privada, pero el resultado no fue concluyente. En 2002, la constatación del fracaso se tradujo en una tasa de crecimiento cercana a cero.
En 2006 se lanzó la segunda ola de «reformas neoliberales» y se dejó de controlar el precio de los productos básicos. La subida de esos precios así como el de la gasolina fue rápida y los salarios quedaron, por tanto, aplastados. El precio de la vivienda se dispararó, lo que afectó a las llamadas «clases medias». El paro subió rápidamente. Se permitió el acceso a la tierra con la expulsión y el empobrecimiento de los modestos campesinos, que conforman alrededor del 23% de la población activa.
Estas «reformas» fueron efectuadas bajo la dirección y en favor de una clase, delgada, que disponía de un poder absoluto que le servía para extraer el máximo de riqueza, en todos los segmentos del circuito del capital. El Banco central estabilizaba la moneda local a fin de que las rentas captadas pudieran ser convertidas en dólares y enviados al exterior o también permitir un consumo suntuario. La «contrarreforma» que supuestamente iba a favorecer las exportaciones no podía tener éxito en el seno de tal configuración política-estatal de clase.
La descripción que hizo en la prensa un ciudadano, que se dice poco politizado, ilustra el resultado de estas contrarreformas neoliberales: «Arriba están los corruptos, que se enriquecen cada vez más, y abajo la inmensa mayoría de los sirios que deben acumular dos o tres empleos para poder sobrevivir. No podemos más». En el punto de mira se encuentra el primo hermano, por parte de madre, del presidente Bachar: Rami Makhlouf. Posee una fortuna colosal y ha invertido en la hostelería, el sector bancario, la industria pesada y las telecomunicaciones. Es la personificación de la corrupción del régimen, igual que Mubarak en Egipto.
Mientras tanto, el paro efectivo supera el 25%. El «mercado de trabajo» debería ser apto para absorber 380.000 nuevos trabajadores cada año. Está muy lejos de ello. Siria se encuentra en una configuración cercana a Túnez en este punto: una juventud numerosa, una parte importante de la cual tiene estudios y cuyo empleo es incierto o inexistente. El 11 de mayo de 2011, los 2.000 estudiantes que se manifestaban en el campus de la ciudad de Alepo fueron atacados por la policía. En cuanto a la pauperización extrema o media, afecta respectivamente al 14% y 34% de la población.
Esta es la base social de la presente revuelta. La mezcla del poder dictatorial, una represión de una rara brutalidad, una crisis social que golpea a capas cada vez más amplias proporciona el humus de un levantamiento que reúne diferentes sectores de la sociedad, así como a regiones y ciudades con diferencias tales que los observadores pensaban que jamás serían superadas. Por el momento, la revuelta supera estas «separaciones», pues las mutaciones de la sociedad desde finales de los años 1990 son profundas.
4.- El régimen de Hafez al-Assad ha jugado durante mucho tiempo la carta del «antiimperialismo» y del «antisionismo», a fin de suscitar una «adhesión nacional». Sin embargo, desde 1974, este régimen no ha franqueado jamás la menor línea roja en el conflicto con Israel. La demagogia sobre la cuestión palestina ha dado lugar en Siria a una expresión. Resume bien el fondo de la política del clan Assad-Makhlouf: «El poder adora Palestina, pero aborrece a los palestinos», algo que el régimen del padre demostró en 1976 en Líbano. El temor del gobierno de Netanyahou frente a la «desestabilización» en Siria confirma esta opinión.
Algunos olvidan que Siria participó militarmente en la guerra «Tempestad del desierto» en 1991, bajo la dirección de los Estados Unidos. En contrapartida, recibió fondos de los estados petroleros del Golfo y envió allí a trabajadores, lo que reducía el paro y le permitía recibir divisas. Las relaciones con la dictadura iraní -que algunos ciegos caracterizan de antiimperialista- reposan en intereses financieros. Por el contrario, algunos ignorantes que, como consecuencia de un viaje de solidaridad al Líbano, clasificaban a Hezbolá entre las fuerzas «antiimperialistas», harían bien en leer el mensaje del poeta egipcio Ahmad fouad Nagm, favorable a Hezbolá. Denuncia el silencio de Hassan Nasrallah frente a las masacres en Siria (Jadaliyya, 15 mayo 2011).
5.- Los análisis dominantes e imperialistas de esta región han fracasado gracias al levantamiento en Siria. Una enumeración basta. Primero, los regímenes «autoritarios» serían duraderos. Segundo, la «democratización» no corresponde a las «características culturales del mundo árabe». Tercero, la población es pasiva y está anestesiada por el miedo o por los efectos de la renta petrolera. Cuarto, el único actor político alternativo sería «el fundamentalismo islámico». Quinto, la dimensión «árabe» es inexistente, aunque se hable de «contagio» (lo que no implica diferencias entre países y regímenes, eso va de sí). Todo esto se hunde.
Hoy, la insurrección popular en Siria -frente a un poder asesino- es decisiva para toda la región. Lo esencial es que la población ha rechazado «el diálogo nacional». La dictadura de Bachar al-Achad debe caer. El movimiento de solidaridad en Egipto, Líbano y Túnez es muy importante. El de los países imperialistas debe, en fin, estar a la altura de la valentía de un pueblo, de forma duradera.
Siria ha esperado al 11 de mayo de 2011 para retirar su candidatura al Consejo de los Derechos Humanos que tiene su sede en Ginebra. Su expulsión debe ser confirmada hasta la caída de Bachar al-Assad.
Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR
http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=3969
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