La información que se maneja en relación a los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) a nivel internacional es el resultado de un amplio debate. Sin lugar a dudas, aquellos que defienden los transgénicos -queda demostrado-, responden a la lógica de la dominación sobre los recursos del campo y se amparan bajo el discurso solucionador del hambre […]
La información que se maneja en relación a los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) a nivel internacional es el resultado de un amplio debate. Sin lugar a dudas, aquellos que defienden los transgénicos -queda demostrado-, responden a la lógica de la dominación sobre los recursos del campo y se amparan bajo el discurso solucionador del hambre en el mundo o en determinados países.
Sería extremadamente riesgoso para los países del Sur aceptar esta lógica y continuar cediendo espacios a la agresividad sin límites de los modelos que proponen el uso de transgénicos en la agricultura, lo cual no es otra cosa que la continuidad de la Revolución Verde. Esta nunca fue derrotada. Al contrario, se mantuvo viva, enquistada en muchos lugares que se proclamaron «libres de Revolución Verde». Desde el 2008 en la Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sobre seguridad alimentaria, quedó legitimada y desenmascarada, al acordarse una Alianza por una Revolución Verde en África. Nada más y nada menos que promovida por los billonarios Fundación Bill y Melinda Gates y la Fundación Rockefeler, junto a la FAO, el Fondo Internacional de Desarrollo (FIDA) y el Programa Mundial de Alimento (PMA).
Es desalentador cuando se ven a organismos de Naciones Unidas obedecer a las políticas del poder capital. Al ocurrir cosas como estas, y los gobiernos continuarles el juego al nuevo sistema de dominación y coloniaje; ahora basado en las semillas y los modelos de producción de alimentos, le hacen la boca agua y le abren las puertas a las principales compañías de semillas como Monsanto, DuPont y Syngenta. A las principales procesadoras de alimentos como Nestlé; a los principales distribuidores de alimentos como Wal-Mart, Tesco y Carrefour. Todos sonrientes ante la posición de la ONU encaminada a aceptar la maximización de las exportaciones y eliminar el proteccionismo de los alimentos locales. Por supuesto, que el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial del Comercio (OMC) y algunos países donantes del Norte, aplauden estas posiciones y apoyan sin límites la agroindustria, la comercialización de agrotóxicos y las semillas modificadas genéticamente.
De manera acelerada, las compañías transnacionales y sus influencias se instalan en los países del Sur. Ya son millones de hectáreas de suelo cultivable las que tienen bajo su poder. Su fin es controlar la producción agrícola a escala industrial para agrocarburantes y la obtención de alimentos destinados al mercado internacional. El discurso de «seguridad alimentaria» es sólo una falacia para lograr sus objetivos. Y mucho menos se interesan por la soberanía alimentaria. Esta se ha convertido en un pecado para todos estos organismos internacionales. No quieren que ni se mencione; pues la soberanía alimentaria defiende el derecho de las culturas locales, de los millones de campesinos y campesinas que tienen que abandonar sus actividades agrícolas ancestrales por ser obligados a servirles tributo a los ridículos modelos coloniales de estas organizaciones internacionales, sobre todo el BM, FMI y OMC. Al mismo tiempo, se ven desprotegidos al notarse con tristeza que los organismos de la ONU les dan la espalda a sus reclamos y el frente a los juegos de estas organizaciones internacionales.
Bajo tales circunstancias todo se enfoca a que el hambre en el mundo se recrudezca luego de paliarse. Referido a los modelos que se proponen, tenemos que decir que ese perro nos ha mordido otras veces. Sabemos muy bien hacia donde se dirigen. No quieren que los y las trabajadoras del campo se sienten en las mesas de negociaciones; no saben a quién dirigirse para reclamarle sus derechos, no los quieren escuchar. En la mencionada Cumbre de la FAO celebrada del 3 al 5 de junio del 2008, ya el asunto comenzó a subir de tono; pues se reprimió y expulsó a los delegados de Vía Campesina, obviamente para callarlos. Su delito había sido la decisión expresa de reclamar los derechos de las y los campesinos.
Lo que sí está muy claro es que hay que seguir la lucha por la soberanía alimentaria y ambiental, pues por lo visto, parece que sólo se ocupan de ambas: las comunidades, cuando debería ser una ocupación constante de los gobiernos y los organismos internacionales. De esta manera, la lucha tendrá que hacerse desde las comunidades hasta lograr grandes redes, sólidas y bien organizadas que fortalezcan esta lucha; que por supuesto, es una lucha muy desigual, pues es contra el poder del capital y contra los medios de comunicaciones. De estos, unos porque bombardean a diario mensajes enajenantes al respecto, y otros porque por miedos prefieren guardar silencio, en muchos de nuestros países, y no deja de ser otra manera también de contribuir a crearles espacios a los nuevos flagelos de la dominación.
No se puede pensar que la solución del hambre se base en la ayuda económica o alimentaria, ni en la llamada «seguridad alimentaria» que ya se mencionó, y en síntesis se planteó la lógica a la que responden. La tabla de salvación está en la soberanía alimentaria y ambiental. Sería demasiado ingenuo creer en las promesas -que nunca se cumplen- hechas por todos los organismos ya referidos. Por ejemplo, en la Cumbre de Roma 2008, de los 24 mil millones de dólares prometidos para contribuir a la producción de alimentos, según algunas fuentes, sólo se ha vertido una pequeña parte. Incluso, se tiene la percepción de que una buena suma de ese dinero puede ir o ha ido a la generación de semillas transgénicas, agrotóxicos y otras tecnologías que ya han mostrado su fracaso en el pasado, y que en el presente lo que pueden es acelerar más el deterioro de los recursos naturales, deslegitimar el verdadero sentido del trabajo rural y acrecentar el hambre, sobre todo en los países del Sur.
A las grandes compañías transnacionales no les interesa resolver el hambre y enarbolan soluciones, de forma manipuladora, para incrementar su capital. Siempre van a responder a su lógica; es su esencia. Si hacen algo diferente, dejarían de ser lo que siempre han sido, para lo que surgieron, para lo que existen: incrementar su poder económico a costa de manipular los seres humanos aunque se destruya el planeta.
Todavía se puede resolver el hambre en el mundo, pero no hay voluntad por quienes tienen que jugar su papel y su responsabilidad. La solución no puede complejizarse demasiado, pues en esa complejidad es donde penetra la mano injerencista de los dominantes. Hay que escuchar a quienes trabajan en el campo, hay que legitimarlos, hay que darles los derechos que verdaderamente tienen, hay que contar con ellos para negociar decisiones. Ellos son los que le sacan los frutos a la tierra, son los que más la conocen, son los que más la quieren y preservan. Lo menos que se puede hacer es respetarlos, escucharlos y actuar en consecuencia. La idea de las diferentes políticas, ha sido moldearles la vida, asumiendo que ellos no son capaces de hacerlo. Someterlos a planes, a estructuras, a programas con intereses de otros. Sin contar con estos humildes aliados, no será posible reconstruir las economías nacionales, devolver el control de alimento a las familias campesinas y garantizarles el libre acceso a la tierra, a las semillas y al agua. No se puede seguir especulando con el hambre.
Nuestros países tienen que ser muy cuidadosos, pues el nuevo coloniaje nos asecha, se afila los dientes para continuar su perverso propósito de ejercer el poder sobre los alimentos. En Cuba, los que defendemos la agricultura ecológica, los que abogamos por la soberanía alimentaria, estamos seriamente preocupados por la creciente injerencia de los transgénicos en nuestra agricultura; básicamente por la presencia de maíz BT FR-Bt. De manera informal, se ha suscitado algún debate, absolutamente insuficiente para evitar la avalancha de miles de hectáreas que nos asecha. Tiene que lograrse el diálogo, suministrarse la información debida, y garantizarse la participación del gremio de productores y técnicos del país; así como de los consumidores, en el asunto de la liberación de transgénicos. Cuba es un país que muestra sus mayores producciones en las tierras que están en manos de campesinos y campesinas. Desde siempre, y con solo el 25% de la superficie cultivable, han llevado el mayor peso de la alimentación nacional y es el sector vanguardia en la aplicación de prácticas agroecológicas, y han puesto en alto el nombre de Cuba en torno a este modelo de producción.
Sin embargo, no descansaremos hasta que se oficialice y se logre un diálogo armónico, donde los medios de comunicación nacionales -hasta ahora en silencio sobre el asunto-, contribuyan a la reflexión de todas y de todos. Sobre este tema, continuaremos próximamente meditando y compartiendo algunos puntos de vista. No obstante, lo que si hay que dejar claro es que no se le puede abrir la brecha a la lógica transnacional antes criticada, ni crear la pista a los modelos anti-emancipadores de la ruralidad, pues ellos pueden aterrizar una vez que se le creen las condiciones. Nos están calculando, y sería imperdonable sólo escuchar a la o las pocas instituciones nacionales que abogan por implantar transversalmente el modelo transgénico, y no escuchar a los miles de productores y productoras nacionales que abogan por una agricultura ecológica. El discurso que algunos manejan: «que hay que resolver el problema de la carencia de alimentos a todo costo y a toda costa», es demasiado miope, egoísta, antropocentrista y fracasado. Es inaceptable e irrespetuoso, por lo que merece que se fortalezca el diálogo al respecto.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.