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Siria

Tras ocho años de guerra, la imposible reconstrucción

Fuentes: Le Monde

Tras ocho años de un conflicto que ha amputado al país la mitad de su población, Bachar Al-Assad permanece en el poder. En un contexto de desencanto en su propio campo, ahora debe realizar una guerra económica. Fue el momento álgido del desencanto de la oposición siria. En diciembre de 2016, las y los anti-Assad […]

Tras ocho años de un conflicto que ha amputado al país la mitad de su población, Bachar Al-Assad permanece en el poder. En un contexto de desencanto en su propio campo, ahora debe realizar una guerra económica.

Fue el momento álgido del desencanto de la oposición siria. En diciembre de 2016, las y los anti-Assad perdían Alepo y comprendían que su sueño de derrocar al régimen no se realizaría. Un poco más de dos años han pasado desde entonces y la desilusión ha cambiado de campo. La metrópolis plurimilenaria, antiguo pulmón industrial de Siria, es hoy la capital de la amargura lealista.

Rodeada de ruinas, roída por las penurias, aislada del resto del país, Alepo languidece. «Se nos ha dicho que hemos ganado la guerra pero, ¿dónde están los frutos de la victoria? ¿Qué futuro se nos prepara?» masculla un hombre de negocios alepino que viaja entre Líbano y Siria y que, como la mayor parte de las fuentes interrogadas para este artículo, ha insistido en permanecer en el anonimato, por miedo a las represalias de las autoridades.

La reconstrucción de la prestigiosa ciudad levantina, devastada por cuatro años de combates, ha comenzado con pasitos pequeños. La limpieza de los escombros ha permitido restablecer la circulación en el interior del casco viejo y de los barrios orientales en los que los rebeldes se habían hecho fuertes. Con la ayuda de las Naciones Unidas o bien de organizaciones de caridad, ciertos edificios que aguantaban aún en pie han sido arreglados.

En un edificio se ha reemplazado una puerta, en otro se ha estabilizado un balcón o una escalera, arreglado una brecha en la fachada, restaurado el escaparate de una tienda y arreglado las canalizaciones. Pero a falta de fondos para lanzar un amplio plan de reconstrucción, la mayor parte del este de la ciudad, destruida por meses de bombardeos aéreos, sigue siendo un campo de desolación.

«Hemos reencontrado nuestras vidas y en general la situación es buena», asevera una empleada municipal que se esfuerza por guardar las apariencias. «Pero es cierto que la gente está decepcionada. Se carece de trabajo y de estabilidad. La electricidad solo funciona doce horas al día. La reapertura del aeropuerto [anunciada para 2017] se sigue haciendo esperar. Reconciliar nuestros recuerdos con el estado actual de la ciudad es muy difícil».

Un salto hacia atrás de varias decenas de años

La falta de gas, un producto de primera necesidad durante el invierno alepino, a menudo riguroso, cristaliza el descontento de la población. Estas últimas semanas se han multiplicado fotos, acompañadas de un montón de comentarios indignados, de habitantes haciendo colas de varios centenares de metros para obtener una bombona.

«Los lealistas gruñen, no admiten que el gas, el gasóleo o el agua puedan faltar cuando los terroristas se han ido», confíesa un hombre de negocios alauita (la confesión del clan Assad), que vive entre Beirut y Damasco. «No llegan a comprender que, en este guerra, todo el mundo ha perdido».

El balance del conflicto, tanto humano como material, da vértigo. Se cuentan entre 300.000 y 500.000 las muertes, 1,5 millones de personas inválidas, 5,6 millones de refugiadas y 6,6 millones de desplazadas. El país ha perdido las tres cuartas partes de su producto interior bruto (PIB), que ha pasado de 60.000 millones de dólares (53.000 millones de euros) en 2010 a alrededor de 15.000 millones hoy.

Un tercio del parque inmobiliario ha quedado destruido o dañado. La economía ha dado un salto de varias decenas de años hacia atrás, en particular el sector agrícola, que ha conocido en 2018, su peor cosecha en tres decenios.

La factura de la reconstrucción está estimada en entre 200.000 y 400.000 millones de dólares. «Hay que acabar por comprender que la Siria de 2011 ya no existe», dice la geógrafa francesa Leila Vignal. «Estamos ante un país que ya nada tiene que ver con lo que se ha conocido».

Responder a las expectativas de la población

Los combates no han terminado completamente en Siria pero, desde un punto de vista político, la posguerra ha comenzado. La rebelión, desalojada en 2018 de los extrarradios de la capital y de la región meridional de Deraa, solo controla ya una pequeña región, alrededor de Idlib, en el noroeste del país. Este territorio sin gran valor, controlado por yihadistas de Tahrir Al-Cham, una emanación de Al Qaeda, está condenado a ser reconquistado, tarde o temprano, por el régimen y sus soportes ruso e iraní. Desde la caída de Alepo-Este, los padrinos árabes y occidentales de la oposición se han resignado al mantenimiento en el poder de Bachar Al-Assad.

El noreste de Siria escapa también a las fuerzas lealistas. La situación allí está en calma. Una parte de ese territorio, en la margen derecha del Eúfrates, está bajo el protectorado de hecho de Ankara, que lo gobierna a través de ex-rebeldes que han pasado a estar a sus órdenes.

Ligado a Moscú en el marco del proceso de Astana (un mecanismo de desescalada militar), y comprometido en un acercamiento silencioso con el poder sirio, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan no tiene ningún interés en relanzar las hostilidades.

La margen izquierda del río es dominio de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la alianza kurdo-árabe que acosa a los últimos irreductibles de la organización Estado Islámico (EI). Dado que su protector americano parece querer abandonar su implicación en Siria, es probable que una vez aniquilados los residuos del califato, las FDS, dominadas por las y los kurdos del PYD (Partido de la Unión Democrática), encontrarán un terreno de entente con Damasco.

En este contexto, el asunto número uno para el poder no es ya militar, sino económico. No se trata ya de resistir a los asaltos de la insurrección, sino de responder a las expectativas de la población, ávida de estabilidad, y, en primer lugar, de la gente pro-Assad que reclama recompensas por sus sacrificios. Comienza una segunda batalla, que promete ser tan dantesca como la primera.

El gobierno, evidentemente, no sale ganador. Salvo la reparación de las carreteras, que progresa, el país está detenido. La mayor parte de los concursos públicos son retrasados de mes en mes porque las cajas del Estado están vacías. Y no por casualidad. El petróleo, el turismo y los fosfatos, que compensaban antes de 2011 la debilidad estructural de los ingresos fiscales, no ingresan ya casi nada.

Los pozos de hidrocarburos están situados en zonas actualmente controladas por las y los kurdos y se necesitarán largos años antes de que encuentren su nivel de producción de antes de la guerra. El mercado turístico, floreciente en los años 2000, está en punto muerto. Y el 70% de los ingresos generados por las minas de fosfatos han sido cedidos a la compañía Stroytransgaz, gigante de la industria rusa. Un regalo para el jefe del Kremlin, Vladimir Putin, en contrapartida al salvamento de Bachar Al-Assad.

«El gobierno está en situación de cuasi-quiebra», asegura un experto damasceno. «Solo le quedan uno o dos mil millones de dólares de reservas».

Damas denuncia la injerencia

La salvación no vendrá de los Estados Unidos, ni de la Unión Europea (UE). Patrocinadores habituales de los planes de reconstrucción por todo el mundo condicionan su ayuda a una transición política, que suponga el apartamiento progresivo de Bachar Al-Assad. Aunque algunos miembros de los 28 parezcan dispuestos a prescindir de esta regla , como Italia, los países del Viejo Continente que disponen de las capacidades financieras más importantes, como Alemania, Francia y el Reino Unido, se niegan por el momento a transigir.

Damasco denuncia la injerencia en sus asuntos internos. Tanto más cuanto que el país es ya objetivo de sanciones europeas y americanas. Un arsenal de medidas punitivas, que apunta a 349 individuos y entidades asociadas el régimen, pero también a sectores clave de la economía, como los bancos y el petróleo, y que disuaden a las empresas extranjeras de invertir en el país. La denuncia de una nueva guerra, destinada a obtener, en el terreno económico, lo que no ha sido ganado en el terreno militar, gana adeptos más allá de los círculos lealistas.

«Es escandaloso, la presencia en el poder de Bachar Al-Assad no justifica tomar como rehén a la población», se indigna un consultor económico sirio que hace el puente entre Beirut y Damasco. «La infancia no tiene que pagar por sus crímenes de guerra». «Es inconcebible financiar un régimen que no tiene ninguna intención de hacer volver a las personas refugiadas o de liberar a las y los presos y que no ofrece ninguna garantía sobre el uso de los fondos», responde Leila Vignal.

En una entrevista con una cadena de televisión rusa, en junio de 2018, el presidente sirio ha cerrado el debate. Respaldado por su milagroso restablecimiento, ha excluido, por principio, todo papel de los occidentales en la reconstrucción. «No les permitiremos participar en él, vengan o no con dinero, con o sin préstamos, con donaciones, subvenciones, o cualquier otra cosa. No tenemos necesidad de Occidente», ha zanjado Bachar Al-Assad, más bravucón que nunca.

Deseo piadoso

Las autoridades sirias aseguran que el dinero de la reconstrucción vendrá de las asociaciones público-privadas (APP), de bancos locales y de sus indefectibles amigos rusos e iranís.

Pero es un deseo piadoso, un «tranquilizante para la población», juzga un jefe de empresa de Damasco. Tres años después de la promulgación de la ley sobre las APP, ninguna se ha creado. Y ni Moscú ni Teherán tienen los medios para invertir de forma masiva en trabajos tan poco remuneradores como la construcción de escuelas, de hospitales y de viviendas sociales.

En el otoño de 2018, según The Syria Report, una página de informaciones económicas muy detalladas, Rusia se ha desentendido incluso de la reparación de la principal central eléctrica de Alepo. No habrá ni Plan Marshall ni plan Putin para Rusia.

La presión económica sobre el país incluso se ha reforzado en invierno. El Tesoro americano ha puesto bajo amenaza de sanción a quienes participen en el transporte de petróleo por vía marítima entre Irán y Siria. Era una línea vital que permitía al régimen ser abastecido en carburantes sin tener que abrir su cartera, al consistir las entregas en un préstamo a largo plazo.

La amenaza americana ha roto en seco este sector, privando al poder de importantes rentas, y contribuyendo a las penurias de gas, que han golpeado a Alepo de forma especial. La urgencia de encontrar un circuito de aprovisionamiento alternativo es probablemente la razón por la que Bachar Al-Assad ha acudido a finales de febrero a Teherán, su primer desplazamiento a Irán desde 2011.

«Estamos en situación de asedio económico»

«Estamos en situación de asedio económico», sostiene un patrón de Damasco, que se define como «ni a favor ni en contra del régimen». «Los Estados Unidos y la UE», plantea, «no han asumido todavía el hecho de que Bachar ha ganado la guerra». «La situación no tiene nada que ver con el embargo contra Irak de los años 1990», objeta Jihad Yazigi, redactor en jefe del Syria Report. «Siria continúa comerciando con decenas de países de todo el mundo».

Este experto económico cercano a la oposición, demanda a Washington un levantamiento del bloqueo petrolero y una flexibilización gradual de las demás sanciones, a cambio de concesiones de Damasco sobre la cuestión de las personas refugiadas y presas.

«El impacto de las sanciones es negativo», reconoce, «pero su papel en la catástrofe económica actual es relativamente débil. Los principales responsables de la destrucción del país siguen siendo la aviación siria y su homóloga rusa, que han aniquilado la mitad de Homs, Alepo, y Deir ez-Zor, así como decenas de ciudades más pequeñas. Los Estados Unidos, con la destrucción de Rakka, y Turquía, que ha facilitado el saqueo de la zona industrial de Alepo, tienen también una parte de responsabilidad. Y luego otros factores continúan jugando un papel, como la depreciación de la libra siria y la omnipresencia de las redes de corrupción del régimen».

La revisión en 2014 de la licencia de explotación de las dos compañías de telefonía móvil sirias, Syriatiel y MTN, en un sentido que les resultaba extremadamente favorable, es emblemática de los chanchullos. Según The Syria Report, la medida, desprovista de justificación legal, ha suprimido 200.000 millones de libras sirias (345 millones de euros) de las cajas del Estado. A finales de febrero, consecuencia directa de este favor, Syriatel, propiedad del riquísimo primo del presidente, Rami Makkhluf, ha anunciado una subida de sus ganancias del 39%.

¿Dónde encontrar los brazos necesarios para realizar un trabajo tan monumental?

La reconstrucción de Siria no solo encuentra obstáculos contables y políticos. Suponiendo que el dinero llegue súbitamente, ¿dónde encontrar los brazos necesarios para realizar un trabajo tan monumental? Entre las personas muertas (entre 300.000 y 500.000), las inválidas (1,5 millones), las exiliadas (5,5 millones), las presas (80.000) y las refractarias al servicio militar que se esconden, una gran parte de la mano de obra siria ha desaparecido.

[Un país privado de la mitad de la población. Si a los 21 millones de habitantes de antes del conflicto le quitamos entre 300.000 y 500.000 personas muertas, alrededor de 7.000.000 de refugiadas (5,6 millones censadas por la UNHCR), unas 1,5 millones inválidas y 80.000 presas, el resultado es que quedan 12,92 millones de personas, incluyendo mujeres y niños y niñas, para la reconstrucción].

«Tenía dos puestos de obrero cualificado que cubrir», cuenta el propietario de una fábrica de aluminio de extrarradio de Damasco. «El primer candidato que se presentó era demasiado joven. El segundo estaba en silla de ruedas. El tercero tenía piernas artificiales. De todas formas, le hemos contratado. Llegó un cuarto que parecía que podía cumplir con los requisitos. Pero nos dimos cuenta de que ocho años en el ejército le habían hecho perder todas sus facultades profesionales. Le hemos asignado a un puesto subalterno. Encontrar mano de obra adaptada es un rompecabezas».

El déficit de competencia de las autoridades y su falta de capacidad institucional constituyen otra dificultad. «En lo más fuerte del crecimiento de antes de la guerra, el gobierno tenía un presupuesto anual de alrededor de 18.000 millones de dólares, que tenía dificultades para gastar en su totalidad», observa este empresario. ¿Cómo imaginar que gestione 200.000 millones de dólares?.

El primer ministro Imad Khamis lanzaba, en febrero de 2017, un grupo de trabajo bautizado «programa nacional de desarrollo para la posguerra», encargado de producir un plan para diez años. Dos años después de su formación, ese comité de reflexión no ha dado a luz aún ningún documento. «El régimen no tiene ningún plan para el futuro pues, sencillamente, no lo quiere» estima un antiguo tecnócrata gubernamental. «Eso implicaría una apertura, compromisos y concesiones que le repugnan».

La única reconstrucción factible, al menos a corto plazo, es un proceso informal por abajo, al ralentí, como lo que ocurre en Alepo. En las ciudades mártires de Siria, hay habitantes que parchean como pueden su domicilio, a menudo con la ayuda financiera de un hijo, una hija u otro pariente, instalado en el extranjero.

«Mucha gente siria refugiada en Europa o en Turquía ha encontrado un empleo», explica un consultor de la ONU. «Tienen ya los medios para enviar a su familia 50 o 60 dólares al mes, lo que no es poca cosa en Siria». Según el Banco Mundial, estas transferencias de fondos se cifrarían en 1.600 millones de dólares en 2016, una suma que representa cerca de 4 millones al día, es decir, aproximadamente el equivalente al 10% del PIB sirio.

A medio plazo, los medios de negocios pro-Assad esperan una inyección de capitales del Golfo. A finales de diciembre de 2018, los Emiratos Árabes Unidos han reabierto su embajada en Damasco, cerrada desde hace seis años, seguidos por Bahrein. Un primer paso hacia una nueva estrategia, destinada a contrapesar la influencia en Siria de Irán y de Turquía, dos países aborrecidos por Abu Dhabi. Este movimiento de acercamiento con Damasco, cuyo principio es muy probablemente aprobado por Arabia Saudita y cuya etapa siguiente podría ser la reintegración de Siria en la Liga Árabe, ha sido frenado al comienzo de este año por la administración Trump.

«El dinero del Golfo»

Todo lleva a pensar sin embargo que acabará por rehacerse. Después de todo, el modelo autocrático sirio no está tan alejado del sistema despótico en vigor en la península.

«El dinero del Golfo llegará tarde o temprano», asegura Rabi Nasser, director de un gabinete de estudios de desarrollo. «Los hombres de negocios de las petromonarquías tienen el ojo puesto en los proyectos especulativos». Como Marota, un barrio de muy alta gama situado en el sur de Damasco, cuya construcción tiene dificultades para despegar.

«Lo que buscan», explica M. Nasser, «son grandes plusvalías inmobiliarias, que el régimen les puede garantizar, mediando algunas corruptelas. Financiar el realojamiento de las clases populares desplazadas por la guerra no forma parte de su plan».

El calvario de la población, por tanto, va a proseguir. Al abrigo de los bombardeos aéreos que han cesado, con la excepción de la región de Idlib, pero en una indigencia absoluta. Y sin esperanza de vuelta para las personas refugiadas. Para un Estado normal, la situación no sería viable, pero el régimen de Assad no forma parte de esa categoría.

«Este sistema no conoce el dolor», dice el antiguo tecnócrata. «No quiere nuevo contrato social. No quiere siquiera una vuelta a la situación de antes de 2011. Todo lo que le interesa, es controlar el terreno y bloquear la aplicación de la resolución 2254 de la ONU [que llama a una transición política y a la organización de elecciones bajo la supervisión de la ONU]. Su objetivo único, es aguantar, ahora y siempre, hasta 2021, fecha de las próximas elecciones presidenciales. Y ese día, Bachar Al-Assad, como por milagro, será reelegido».

«La nueva amenaza para el régimen es el propio régimen»

Antes de esto, el régimen debe vigilar a los miembros de su propio campo. Las familias de la costa, cuyos hijos han servido de carne de cañón y que se han callado en nombre de «la lucha contra el terrorismo», se consideran a menudo mal pagadas por su lealtad.

Los milicianos, ascendidos durante la batalla, juzgan a veces que la parte del pastel que se les ha prometido es demasiado pequeña. «La nueva amenaza para el régimen», plantea un patrón damasceno, «es el propio régimen».

Es, por ejemplo, el caso de Wissam Al-Teir. Este periodista de la página Damascus Now, rostro muy conocido de los medios pro-Assad, fue detenido en diciembre de 2018 por los servicios de seguridad. Seguido en Facebook por 2,6 millones de personas, el joven, del que se dice que es cercano a Asma Al-Assad, la esposa del presidente, había publicado fotos de sirios encadenados y enrolados a la fuerza en el ejército. La prensa pro-oposición afirma que Wissam Al-Teir estaba investigando también sobre la corrupción en el seno del gobierno.

Hay fuentes que afirman que ha sido torturado hasta morir; otras que ha sido inculpado por espionaje. Imposible de confirmar. El periodista ha desaparecido en las mazmorras del régimen.

 https://www.lemonde.fr/

Traducción de Faustino Eguberri

https://www.vientosur.info/