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Tras un año de exilio, los desplazados de Daraa observan cómo sus ciudades de origen se hunden en el caos

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Las noticias de casa, cuando llegan, son invariablemente sombrías para los sirios del sur del país empujados hacia el norte por los ataques de
Asad de hace doce meses.




 

Una niña descansa en un campo para personas internamente desplazadas cercano a la ciudad de Aqrabat, en la norteña provincia de Idlib (AFP)

Cuando el anciano padre de Huda sufrió un derrame cerebral la semana pasada, ella no pudo hacer gran cosa.

Angustiada de que no pudiera recibir la atención que necesitaba en su ciudad natal, en la provincia rural de Daraa, en Siria, donde quedan muy pocos médicos, ansiaba estar junto a su cama. Sin embargo, los cientos de kilómetros de distancia de su desplazamiento lo hacían imposible.

El padre de Huda se recuperó del ictus, pero la familia sigue separada a través de una red de líneas de frente y zonas de control. La semana pasada fue la última vez que consiguió hablar con él por teléfono.

Hace un año, la ciudad natal de Huda en Daraa fue escenario de una ofensiva militar relámpago por parte de las fuerzas progubernamentales para recuperar del control rebelde de todo el sur del país.

Fue una batalla de una semana de duración en la que la mujer de 43 años tuvo que desplazarse de una ciudad a otra en busca de seguridad junto a su hermano y su familia, para terminar finalmente todo lo lejos que pudo escapando de las fuerzas del gobierno que se aproximaban a lo largo de la montañosa línea fronteriza con los Altos del Golán ocupados por Israel.

El padre de Huda, de 80 años, tuvo que quedarse en la casa familiar con una de sus hijas. Es demasiado frágil y enfermizo para poder viajar, dice Huda.

Huda no tuvo más remedio que dejarle atrás porque ya había sido detenida y encarcelada por las fuerzas de seguridad del gobierno en los primeros años de la guerra, supuestamente por proporcionar «apoyo logístico», dice. Estuvo detenida durante seis meses.

Quedarse atrás bajo el renovado control del gobierno podría significar un nuevo arresto y el riesgo de desaparecer en la temida red de prisiones del gobierno.

Cuando el gobierno organizó convoyes de autobuses en dirección al norte de Daraa para los combatientes y los civiles que decidieran irse, ella y su hermano les acompañaron. El destino: Idlib, un enclave rebelde, un punto final desde hace mucho tiempo para las evacuaciones forzadas de otras zonas de Siria que pertenecían a la insurgencia.

«Sentí que no podía confiar en el régimen», dice Huda, refiriéndose a una serie de acuerdos de reconciliación que el gobierno sirio alcanzó el año pasado en las antiguas ciudades controladas por la oposición en Daraa.

Los nuevos habitantes de los olivares de Idlib  

Ahora, un año después, solo se comunica por teléfono con su padre, por lo general una vez al día o cada dos días. Visitarle es un sueño imposible, dice Huda. «No puedo regresar».

La precaria reconciliación en Daraa  

Daraa es conocida entre los sirios como la «cuna» de la revolución del país. Fue allí donde estallaron las protestas populares en 2011, tras el arresto y la brutal tortura de más de una docena de adolescentes acusados de garabatear grafitis antigubernamentales en un muro escolar.

En los años siguientes, las fuerzas rebeldes se hicieron con el control de Daraa, a la vez que un sector emergente de periodistas, ciudadanos y activistas de los medios documentaban los acontecimientos. Hubo bombardeos aéreos, batallas y oleadas masivas de desplazamientos.

Sin embargo, más de ocho años después, la provincia rural está bajo el renovado control gubernamental, aunque la situación es muy inestable.

Toda una serie de heterogéneos acuerdos de rendición y reconciliación llevaron a miles de combatientes y residentes a abordar los autobuses gubernamentales.

Al igual que los antiguos residentes en los suburbios de Damasco y la zona este de Alepo, quienes tuvieron que marcharse sobreviven a duras penas en el exilio interno al noroeste, a menudo sin empleo y con escasos amigos de casa cerca de ellos.

Pero Daraa fue un caso único. A diferencia de lugares como los suburbios de Damasco en Guta Oriental y Daraya, a muchos excomandantes rebeldes se les permitió quedarse en sus casas en lugar de tener que marcharse en los autobuses de evacuación, negociando acuerdos con el gobierno sirio y sus aliados rusos para mantener una relativa autonomía en algunas ciudades y pueblos.

El resultado es una compleja red de controles políticos en el sur de Siria, con restricción de movimientos y, como en cualquier otra parte retomada por el gobierno, las comunicaciones están estrechamente controladas.

Esa paz incómoda se ha ido desgastando durante meses. Hombres armados han asaltado puestos de control y otras instalaciones gubernamentales y han atacado y asesinado a figuras políticas locales. Antiguos residentes que todavía hablan con familiares en Daraa dicen que los arrestos son algo generalizado. La violencia no ha hecho sino crecer en los últimos meses.

Mirando a casa desde lejos  

Quienes se hallan en el exilio en el noroeste de Siria pueden no pueden hacer otra cosa que mirar desde lejos.

Solo se comunican esporádicamente con los familiares y amigos que se quedaron en Daraa; las fuerzas de seguridad del gobierno podrían arrestarlos si les pillan hablando con las personas de la oposición que se encuentran en el norte, en Idlib, según relatan los exresidentes que viven ahora en esta zona.

Ahmad al-Hiraki trabaja como contable en la Defensa Civil, un grupo de rescate conocido comúnmente como Cascos Blancos, que actúan en las zonas controladas por la oposición en Siria.

Dejó su ciudad natal en la provincia rural de Daraa hace un año, estableciéndose finalmente en Ariha, cerca de la ciudad de Idlib. Ahmad rara vez habla con su hermana, que aún vive en su ciudad natal, por temor a que pueda atraer hacia ella la atención de las fuerzas de seguridad.

Cuando consigue contactar con su hermana para ver cómo está, Ahmad le envía un mensaje desde el teléfono móvil de su esposa en lugar del suyo. Las autoridades del gobierno podrían marcar su número de teléfono debido a su trabajo para la Defensa Civil, dice.

«Hablamos por WhatsApp, pero sin enviar mensajes de voz, solo mensajes de texto», dice Ahmad. «Los mensajes de voz están bajo vigilancia por parte del régimen».

Lo poco que oye de casa resulta inquietante.

Detenciones generalizadas. Redadas en casas en medio de la noche. Asesinatos disparando desde coches en movimiento. Los cadáveres, incluidos los de sus propios familiares, arrojados frente a sus hogares. A fines del mes pasado, desconocidos hicieron volar por los aires un edificio del gobierno en las afueras de su ciudad natal.

En otra zona de Ariha, el padre, Marwan, de 43 años de edad, dice que se frena de preguntar por la creciente agitación en su hogar en Daraa. Aunque el año pasado vino al norte con su esposa y sus cuatro hijos, todavía tiene parientes cercanos en el sur y se preocupa por su seguridad.

«Nunca hablamos de política [con los familiares de casa]», dice Marwan, que solicitó aparecer bajo seudónimo por razones de seguridad.

«Hace una semana, hablé con mi sobrino. Y todo se redujo a: ‘¿cómo estáis?’ y ‘¿cómo va tu salud?», comenta Marwan a Middle East Eye.

«Eso fue todo».

Bajo nuevas bombas  

La provincia de Idlib, donde ha dado con sus huesos la mayoría de los residentes exiliados de Daraa, sigue siendo ahora la última gran bolsa que los rebeldes controlan después de varios años de avances militares a favor del gobierno.

Hoy están viviendo en la línea del frente de otra batalla.

Idlib es el hogar de aproximadamente tres millones de sirios, casi la mitad de ellos desplazados internamente de áreas del país que estuvieron bajo control de los rebeldes.

Pero ahora la provincia noroccidental y partes de las zonas rurales vecinas de Aleppo, Hama y Latakia se enfrentan a la perspectiva de ser el núcleo del próximo enfrentamiento militar importante entre la oposición y las fuerzas progubernamentales.

Un acuerdo negociado por Rusia y Turquía a fines del año pasado en la ciudad turística rusa de Sochi retrasó el asalto masivo del gobierno y sus aliados en el noroeste de Siria por un tiempo, acuerdo en gran medida irrelevante ya en que el gobierno sirio y las fuerzas rusas están machacando la región con sus bombardeos.

La ofensiva ha paralizado la vida en Idlib, dicen los antiguos residentes de Daraa. Ahmad recuerda cómo en su ciudad se vivía formando parte de la comunidad, entre vecinos que se cuidaban y pasaban tiempo juntos. Todos los comerciantes locales le conocían por su nombre.

«Aquí no conocemos a nadie», dice. El peligro de los ataques aéreos, así como su exigente horario de trabajo como contable, le impiden conocer a sus vecinos. Las únicas personas con las que ahora pasa tiempo fuera del trabajo y el hogar son una hermana, que también vive en Ariha, y su familia.

Pero, incluso cuando se reúnen, es raro que hablen de otra cosa que no sea la guerra y el bombardeo que ahora les amenaza de nuevo en el exilio.

Más recientemente, dice, las conversaciones se han vuelto más sombrías. A principios de este mes, dos personas de la ciudad natal de la familia en las zonas rurales de Daraa murieron bajo las bombas en Idlib, dice Ahmad. La noticia les dejó consternados.

Sin embargo, «prefiero vivir bajo las bombas [en Idlib] que correr el riesgo de ser arrestado en Daraa», dice Ahmad. Se pregunta si alguna vez podrá volver a vivir en casa, en su pueblo, enclavado en lo que alguna vez fue una pacífica tierra de cultivos en el suroeste de Siria.

«Siento que no voy a poder volver nunca».

Madeline Edwards es una periodista independiente que vive actualmente en Amán y dedica sus trabajos a las comunidades desplazadas sirias y la literatura árabe. Anteriormente trabajó como editora asistente de Syria Direct y como reportera para el periódico libanés The Daily Star, en Beirut.

Fuente: https://www.middleeasteye.net/news/year-exile-daraas-displaced-watch-hometowns-descend-disorder

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a   Rebelión.org   como fuente de la misma.