«Soy una pieza de muchas que juntas componen todo el espectáculo». Buena Fe Es una paradoja: no hay percepción más apresada que la existente sobre «la democracia». Hay muchas pugnas que parecen -aunque no son- dicotómicas: entre la tradición y la ruptura, entre el ideal y la realidad, entre lo que define la academia y […]
Buena Fe
Es una paradoja: no hay percepción más apresada que la existente sobre «la democracia». Hay muchas pugnas que parecen -aunque no son- dicotómicas: entre la tradición y la ruptura, entre el ideal y la realidad, entre lo que define la academia y la percepción de la gente… Y es quizás el terreno de «la democracia», el más asaltado por las interrogantes, el más vilipendiado por respuestas breves y diarias, como estas.
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El primer cortapisas a la democracia se encuentra en «instrumentalizarla» desde la academia. Para ello, existen al menos dos líneas principales.
Una se aprecia en la sucesiva -aunque a veces petrificada- construcción de indicadores en los que esta se manifiesta. «Libertad de expresión», «pluripartidismo», «libertad de prensa», «separación de poderes»… Si bien una parte de ellos son resultado de las luchas populares, parece en ocasiones que estos conceptos -a partir de su reconocimiento tácito en discursos, programas políticos, documentos legales y otros- se dan por sentado y practicados automáticamente. En rigor, si para Cuba tiene que hablarse de revolucionar la Revolución como una necesidad de sobrevivencia, y a contrapelo de quienes no se dan cuenta de ello -en un tipo de colaboracionismo con el dominio del capital a escala internacional-; tendría que hablarse también de democratizar las Democracias. En resumidas cuentas, y a ritmo de trabalenguas, ¿cuán efectiva es una Democracia que deriva en fascismos del tipo Bolsonaro, Netanyahu o Trump? Súmenle el hecho de que la aplicación de esos indicadores depende de una geopolítica de las ciencias: Cuba o Venezuela -con sus diferencias- son más visibilizadas como «casos» que Arabia Saudita, Honduras y hasta Corea del Norte.
El otro camino se encuentra en la construcción del paradigma/argumento democrático basado en la comparación. Puede ser desde el plano geográfico del tipo «Cuba es el país más democrático del mundo porque…», «en Cuba no hay democracia como en… porque», «Cuba es más democrática que los Estados Unidos porque…»; o con fundamento cronológico: «Antes de 1959…», «lo de Bolsonaro y Trump es solo un interregno que puede darse en países democráticos. El sistema «democrático» rectificará en un plazo de cuatro u ocho años»… En este último ejemplo, debía atenderse a los efectos posteriores de estos interregnos.
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Otro cortapisas está ligado estrechamente al anterior, y responde a la dinámica entre lo nacional y lo internacional.
En mi criterio, después de 1959 se han producido tres grandes momentos de pugna democratizadora en Cuba -con el aderezo no menor de que se trata de «democratizar» una Revolución cuyos primeros pasos fueron esencialmente populares-. Hay que perderle el miedo a la palabra, porque en un país que se proclame socialista a los cuatro vientos esto debía ser una tarea cotidiana o, como dirían los «principistas» (los guardianes de los «principios de la Revolución»), uno de sus objetivos centrales. Esos tres momentos serían el que siguió al propio 1959, la década de los noventa (con sus conexiones desde 1985-1986) y el inaugurado el 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana por Fidel Castro. Si bien no han sido procesos lineales, han marcado determinadas diferencias, más allá de identificarlos exclusiva y básicamente con el lugar que ha tenido la propiedad privada en la economía durante esos períodos.
Resulta llamativo, aunque tiene toda lógica histórica, que en esos momentos se produzcan «picos» de la agresividad de los Estados Unidos. Ello nos demuestra, al menos, dos cosas: 1. La clave no está solamente en «jugar» al paradigma democrático dominante (reconocimiento constitucional de la propiedad privada, mayor autonomía a los municipios, limitación de períodos de cinco años para cargos principales -en un país donde, por las razones que fueran, estuvo una figura al frente del Estado por treinta años-, separación del Estado y el Gobierno)… sino de potenciar otras formas democráticas propias y verdaderamente socialistas. El problema es que estas últimas son más difíciles y rupturistas que ajustarnos a las establecidas por el capitalismo e implicarían un acto de crítica y negación: hasta el momento, es la democratización socialista de la sociedad cubana una tarea pendiente; 2. Ni antes, ni ahora, debemos esperar nada del gobierno de los Estados Unidos en lo que concierne a cuestiones fundamentales: legitimación del proceso que triunfó en enero de 1959 visto en relación con la proclama del 16 de abril de 1961, respeto a la soberanía y la diversidad de posiciones en la arena internacional, entre otras. Y esto, que se repite en la Historia que se enseña desde la primaria, se evalúa en las Pruebas de Ingreso codificado a la manera de «las históricas aspiraciones de Estados Unidos de apoderarse de Cuba» y «la histórica respuesta del pueblo cubano», no acaba de liberarnos de ataduras discursivas.
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Un tercer apunte, en este rápido inventario, tendría que ver con las permanentes tensiones entre forma y contenido.
En los últimos años -monopolio de ETECSA por medio- se ha vivido un creciente proceso de «informatización». En el gobierno de Díaz-Canel -con las consabidas y permanentes acotaciones de «continuidad»- se ha apostado como nunca a que la gente en Cuba se conecte.1 Ahora bien, está claro que «informatizar» e informar no es lo mismo, sobre todo si se pierde la oportunidad de transformar la «matriz informativa» que venimos arrastrando hace tanto tiempo. Hay mucha gente –La Tizza es un ejemplo- que se ha montado en esos canales y, me permito la digresión, desde posiciones muy diversas que son visibilizadas de manera desbalanceada, utilitaria y sectaria por los canales de información y círculos académicos dominantes sobre el «tema» Cuba fuera de Cuba.
Ahora bien, en medio de este escenario -para ilustrar esas distancias entre informatizar e informar- ¿cómo «machean» los ministros y otras autoridades con cuenta de twett y el silencio o la rémora ante problemáticas en las redes (que no expresan necesariamente las opiniones de la mayoría de los cubanos, pero si presentamos como ganancia la presencia de estos dirigentes en ellas no tiene sentido negar lo que otros cubanos ubican en las mismas)? ¿Cómo juega esta interacción twitera con los silencios sobre la intervención de Guillermo García, el vulgar y ofensivo post en FB de Raúl Torres -que no lo borran las sucesivas canciones «alegóricas»-, la falta de seguimiento a la situación de los médicos secuestrados en Kenya, la oscura nota que prohibía la ya tradicional -y ganada- conga contra la Homofobia y los precios del pescado «por la libreta»?
El pitcheo está bajito y pega’o. En Cuba y el mundo. Hay muchos asalariados del pensamiento oficial, de un lado u otro, porque hay mucha oficialidad y mucha oferta. Hay gente yéndose de esta isla a militar en izquierdas de otras latitudes que no cambiarán el sistema. ¿Cuándo nos pondremos a batear las bolas difíciles? ¿O nos tocará emular al equipo Cuba de las últimas competencias?
Nota:
1 Recientemente Directorio Cubano publicó que Cuba tiene el cuarto lugar entre los países de Latinoamérica (82 entre las 200 naciones que se enlistaron) en la velocidad de la banda ancha. Aunque el texto refiere a un ranking creado por cable.co.uk y publicado por The Guardian hace ya diez meses -en los que se ha continuado el avance- sirve como muestra.
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