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Tres apuntes sobre política, internacionalismo y organización

Fuentes: Rebelión

Se va haciendo urgente el debate político estratégico en PODEMOS y apremiante la reflexión sobre cual se pretende que sea la relación entre la esfera institucional (Estado) y la social (Sociedad) a la luz de las modificaciones que se están produciendo en una realidad densa de muy relevantes mutaciones estructurales e institucionales (tanto internas como […]


Se va haciendo urgente el debate político estratégico en PODEMOS y apremiante la reflexión sobre cual se pretende que sea la relación entre la esfera institucional (Estado) y la social (Sociedad) a la luz de las modificaciones que se están produciendo en una realidad densa de muy relevantes mutaciones estructurales e institucionales (tanto internas como internacionales). En los últimos treinta años el rostro del poder se ha ido modificando de forma decisiva, se ha apostado por conseguir que la política no tenga ninguna posibilidad concreta de intervenir en la economía. El poder verdadero, al cual tanto la derecha como la ex izquierda están sometidas y esclavizadas, es el de las finanzas. Y no está en cuestión, no se vota: es el poder que te endeuda para hacerte seguir adelante, que te llena de impuestos en nombre de la solidaridad y luego te chantajea, que te mata el alma arrojándote a vivir desde la mañana hasta la noche de un trabajo precario y alienante en una sociedad alienante donde todo es mercancía, incluso la diversión y el amor. La subsunción real al capital, decía el viejo sabio.

Sería oportuno, en este escenario volver a pensar más allá de los importantes resultados electorales y del terremoto político que han supuesto, también en las próximas relaciones entre Estado y Partido; entre Partido, luchas sociales y conflicto de clases; entre política, soberanía, globalización capitalista e internacionalismo.

Como percepción: no se puede vivir de forma permanente en el momento instituyente. Tiene su fascinación, sin embargo las circunstancias aconsejan encaminarse hacia un programa de acción que vaya más allá del relato exitoso contra el bipartidismo y hacia la superación de ciertas confusiones entre estrategia y táctica; deslindando un poco más lo formal de lo informal, lo «periodístico» de lo político y, de paso, lo importante de lo urgente. En última instancia, en el imperativo de consolidar Organización.

1) Resistir al canto de sirena de la autonomía de lo político.

La actual formación social está dominada por una inaceptable y completa subordinación, una servidumbre podríamos decir, de la política a la economía. Ha sido y es pues indispensable la recuperación del protagonismo y la reinstauración de la Política. En la recuperación de esa primacía la contribución de PODEMOS ha sido en un solo año de existencia, sin lugar a dudas, inmenso.

Ahora bien, aún reconociendo la relativa autonomía de lo específicamente político, del ciclo de la política, sería un gravísimo retroceso (un paso adelante y dos para atrás) y un error fatal empezar a deslizarse de forma pragmática e irreflexiva por la llamada «autonomía de lo político». No dándose cuenta que las raíces del Poder están profundamente hundidas dentro de la sociedad…y en sus relaciones de producción y reproducción, no sólo y únicamente en esa pequeña maceta de la supuesta esfera de «lo político». Si simuláramos no saberlo, entraríamos de modo ineludible en esa previsible deriva de emergencias, requerimientos y «necesidades» de técnicas particulares para conquistar y conservar el poder. Recayendo en esa práctica de «regate corto», separada y escindida del análisis de las acciones e intereses de individuos, grupos sociales y clases. De allí, en nombre de la «ciencia» política, se originaría el rápido e inevitable correlato de la profesionalización, de la eficiencia, de la «emancipación» en definitiva frente a la propia clase social de origen.

Consumando así, en perspectiva, chapuceando en el pragmatismo, también la total identificación entre clase/lucha social y su representación. Dicho filosóficamente: la razón práctica transformada-como en la Contrarreforma- en la «Razón de Estado». Un actuar inaceptable orientado técnicamente (metodológicamente), expresión cada vez más solo de una casta autónoma, formalizada y desvinculada de sus referencias a las necesidades históricas de las mayorías.

Si PODEMOS, consciente o inconscientemente, se deslizara por esa senda, la fundación del necesario Sujeto Político se estaría actuando de modo «formalista», y el probable fruto solo sería una profunda «reducción»: esa política, en cuanto «no economía», explicitaría la renuncia a anclar los principios guías de la actuación política a la modificación de las relaciones de clases.

La autonomía del actor político, si absolutizada, esconde en realidad que se auto castra, auto limitándose a la eventual gestión de un poder cuya arcana realidad se coloca fuera del horizonte en el que esa misma política se había fundamentado; la raíz real del poder asume entonces (arriesga en asumir…) nuevamente una forma mística. Ya el milenario organicismo de la tradición política cristiana concebía el Estado como una suerte de corpus politicum mysticum, en su concepción ontológica y moralista de la autoridad, dispuesta a sacralizar el poder «de cualquier manera» constituido… Cierta interpretación de tradición gramsciana del jacobinismo parece compartir «valencias» parecidas y podría resbalar hacia una versión que concibe la sociedad como organismo unitario técnico moral y al estado como Estado Moral.

En fin, que habría que darle algunas vuelta para evitar que desde la gran crisis teórico-política del marxismo escolástico y del populismo post lacaniano brote una ideología decisionista y tecnocrática que nos vuelva a proponer versiones re barnizadas de la «autonomía de lo político», con, además, todos los riesgos anexos de desembocar en una simple propuesta de «cogestión histórica» del capitalismo senil español y europeo.

PODEMOS necesita no perder la capacidad de crítica de la economía política, de propuesta de instauración de una democracia sustancial y real también en lo económico. Eso lo puede garantizar sobre todo la profunda vinculación de sus cuadros y sus estructuras organizativas a las mareas, a las marchas, a los movimientos sociales y laborales, a todas las formas importantes de lucha y conflicto social existentes en el país. Y, también, una mejor definición y socialización de las estrategias a corto y a mediano plazo.

2) Desarrollar narrativas alternativas sobre el internacionalismo y la europeidad.

PODEMOS, entre otras cosas, es también la convicción de que el dispositivo de imposición del poder oligárquico trasnacional y «globalizado», que se compone de procesos y procedimientos de decisión supranacionales y procesos legislativos nacionales puede bloquearse o, más aún, romperse justo en la conexión entre el momento de la toma de decisión y su instauración normativa. Para PODEMOS se ha vuelto pensable y actuable una acción sociopolítica que insista exactamente en el anillo de conjunción y articulación de proceso de toma de decisión y nivel normo-ejecutivo. En esta fase de crisis se han dado las condiciones capaces de producir contradicciones importantes entre esos dos momentos.

Los dispositivos de la «gobernanza» vigente son cualquier cosa menos mecanismos perfectos y los procesos de legislación no son meros automatismos desprovistos de margines de operatividad político-administrativa. El accionar de los movimientos sociales y las luchas masivas está a veces en condiciones de contrastar útilmente las decisiones tomadas a nivel europeo por los vértices políticos y financieros, y, como se ha demostrado en Grecia y aún demasiado parcialmente en nuestro país, pueden condicionar, plegar o modificar el cuadro político-institucional al interno de cada ordenamiento produciendo una disfunción en el mecanismo prepuesto a su adecuación a los ordenamientos decisionales europeos.

Sin embargo, esto no significa que la relación entre procesos de decisión supranacionales y procesos legislativos nacionales pueda ser derribado (invertido). En el momento en que entre los dos procesos se produce una (llamémosla así) disfunción de carácter general, es decir, relativa a elementos fundamentales en las determinaciones estratégicas, la reacción de la governance europea desplaza inmediatamente la confrontación al plano de los poderes sustanciales, fácticos. La victoria de Syriza en Grecia y su originario plan programático de gobierno han abierto una disfunción potencial frente a la cual Merkel y socios no han jamás intentado de poner en discusión la legitimidad del resultado electoral y de la coalición de gobierno ganadora, como con toda probabilidad se habría verificado hace un siglo en la relación entre intereses de dimensiones internacionales y Estado-nación: simplemente han puesto mano a los «libros contables», a los vínculos financieros y bancarios, a las represalias económicas y a las hipotecas ejecutables en caso de incumplimiento de los compromisos precedentemente impuestos al país.

La desestatalización del plan estratégico-decisional y su «verticalización» en el espacio europeo, determina una reconfiguración general de los poderes y de sus dinámicas que supera cada uno de los ordenamientos y los subordina. Las contradicciones entre el nivel de toma de decisión y el nivel legislativo pueden producirse y es muy bueno que se produzcan, sin embargo, son fisiológicamente temporales, destinadas a ser reabsorbidas a falta de un proceso social extra-institucional en condiciones de constituir un principio de derecho, y por ende, inevitablemente, de poder, que se coloque fuera de la relación entre el ordenamiento estatal y los procesos de toma de decisión supra-nacionales. Si bien puede ser cierto que la relación entre dimensión política y dimensión económica puede también generar determinaciones dialécticas y contradicciones (última el reciente aplazamiento de la votación sobre el TTIP en el Parlamento Europeo), no parece existir, sin embargo y menos que nunca, la posibilidad de que la dimensión político-institucional pueda emanciparse de la dimensión económica a tal punto como para erigirse en autónoma y traducirse de por sí en un instrumento de transformación general.

La autonomía de lo político no existe, es una ficción. La de la autonomía de lo político (institucional), es decir, la idea de que los equilibrios institucionales puedan constituir no una circunstancia instrumental, sino parte integrante de la misma dimensión organizativa de clase, es una construcción ideológica históricamente jugada (…y reiteradamente derrotada) dentro de los mil riachuelos del reformismo impotente. La única manera de superar una construcción ideológica es negarla, romper la mistificación que porta consigo e imponer otra practica socio-política.

La vicisitudes de Syriza en Grecia y la aparición de PODEMOS en España han, justamente, abierto un amplio y necesario debate político, aunque han facilitado también un no merecido protagonismo para quienes declaran, sobre el papel, cierres de fases, aperturas de ciclos, épocas que tramontan e «iluminaciones»: una suerte de sensacionalismo histórico donde cada cual intenta acreditarse como el precursor de lo nuevo sin darse cuenta de que en esta retórica proclamación de cierres y aperturas de época se anida el vicio más viejo y duro de morir, aquel de la concepción lineal y finalista de la historia.

Lo que sí es innegable, es que se han revitalizado las lecturas y las propuestas que miran a vincular las futuras dinámicas de transformación al incardinamiento de los movimientos sociales dentro (en) la perspectiva también de un eje vertical, que no puede tener otro significado que no sea la búsqueda de un instrumento organizativo dirigido a la conquista electoral del gobierno del País.

Una perspectiva que, por otra parte, en la dimensión material no puede que coincidir con (y ser percibida como) una renovada valorización de la dimensión estatal-nacional. El tema de la conquista del gobierno político-institucional a través de los así llamados «ejes verticales», abre campo a una visión en la cual los pasajes que se determinan en el plano institucional no se configuran como una recaída de la acción expansiva de los movimientos sociales, sino como una finalización de estos.

Vinculado a esto, será fundamental también llegar a una redefinición válida y manejable de Internacionalismo . En nuestra concepción, supone una relación «entre naciones diferentes e iguales» y no ciertamente la negación de la identidad nacional, contrariamente a lo que considera el tópico del estamento semiculto politicamente correcto de «izquierda». Y esto tiene que ser válido a partir de nuestro propio Estado…

Liberación nacional y liberación social, pues. Dos elementos que no tienen porque ser opuestos, sino que deben ser absolutamente complementarios. Sin el elemento social, que prevee el conflicto (externo e interno), en efecto, las instancias emancipadoras de una lucha por la indipendencia y la soberanía nacional se arriesgarían a desembocar en la xenofobia, en el racismo y en el nacionalismo. Así, lo que podría ser un instrumento de liberación de los pueblos de la opresión capitalista y del mercado mundial se trasformaría en un medio utilizado por los dominantes para integrar la nación dentro de los mismos mecanismos de opresión y discriminación.

Es indispensable, pues, integrar y hacer interactuar los dos planos (la cuestión nacional y la cuestión social). Entender esto ha sido uno de los aciertos casi milagrosos de los promotores de PODEMOS. Para conseguirlo es, sin embargo, importante redefinir el concepto de Clase que, gracias a la cuestión nacional, sepa adaptarse a la mutación de las realidades sociales.

Nos recordaban   Balibar y Wallenstein ya en el lejano 1991, que «Por una suerte de lógica interna impecable, todos los   particularismos , del tipo que sean, se consideran incompatibles con la lógica del sistema capitalista, o como mínimo un obstaculo para su funcionamiento óptimo. Por consiguiente, en el seno del sistema capitalista es imperativo proclamar una ideología universalista   [bien diferente dal concetto filosofico de «universalismo» – n.d.r.] e introducirla en la realidad como   un elemento fundamental en la incesante persecución de la acumulación de capital.   Así, decimos que las relaciones sociales capitalistas son una forma de «disolvente universal» que lo reduce todo a una forma de mercancía homogénea cuyo único criterio de valoración es el dinero».

La tarea es también construir una nueva política internacional, y, dentro de ella, es un deber la reconstrucción de la Solidaridad Internacionalista. Con Grecia y Syriza in primis , y con todos los países de Sur de Europa, África mediterránea, Oriente Próximo y América Latina despúes.

3) No infravalorar la estructuración y la consolidación organizativa

 

Una parte de la dirigencia estatal de Podemos, con mucha probabilidad, no se está tomando suficientemente en serio este desafío. Da una impresión de estar demasiado confiada en que «eso» lo puede substituir un buen trabajo de gabinete de prensa y redes. Nuestro muy lúcido y tempestivo Secretario General declara correctamente que «a la presencia institucional sumamos la experiencia del combate», pero eso que puede ser verdad para gran parte del núcleo promotor inicial de PODEMOS, deja de ser del todo cierto a la hora de valorar nuestra realidad interna presente. Abundan jóvenes (y menos jóvenes), «formados», de buenas intenciones y de dedillos muy rápidos en los teclados y en los Telegram, aguerridos y sin complejos, pero escasean los cuadros con poso socio-político y habilidades «empáticas» y reina cierta confusión en los procesos de definición de línea política (a no confundir con elaboración de argumentarios electorales) y de toma de decisión.

Hay que ser audaces, hay que aprovechar las ventanas de oportunidades, mantener la tensión porque «ahora es el momento», pero para no profundizar aún más, sin quererlo, el desarme político e ideológico de las clases subalternas españolas (los de abajo-abajo) y no contribuir al estancamiento de las luchas sociales generado por nuestro avance electoral y el de las candidaturas de Unidad Popular, es fundamental que PODEMOS no desprecie la importancia de estar en y potenciar las movilizaciones ciudadanas y populares, amén de respetar la autonomía de éstas y sus procesos específicos. A ellas nos debemos, nunca se olvide.

Hay que tener la capacidad de reapropiarnos hasta el fondo del significado más auténtico del «hacer política» con una gran potencial de articulación, fuera de los tabús ideológicos y de la linealidad que no pertenecen a las condiciones materiales en las que nos encontramos actuando. Es cierto, hoy más que nunca, que toda contradicción, cada obstáculo, cada desequilibrio que es posible producir en el campo adversario constituye un recurso valioso en el difícil recorrido de construcción de una alternativa. Sin embargo, al mismo tiempo, esperarse que el Estado imperialista español, que la Unión Europea pueda entrar en cortocircuito por la mera difusión de la insubordinación, de la trasgresión social o de la alusión al «común» (como hacen algún alevín casero de Toni Negri o ultraizquierdista) refleja no saber apreciar el alcance histórico y»revolucionario» que se está delineando a nivel sud europeo. La vitalidad, la inventiva, el aprovechar las oportunidades es clave, el «movimiento» es importante, pero, por favor, a despecho de las nuevas retahílas neo-bernesteinianas según las cuales» la finalidad no es nada, el movimiento lo es todo», nada es tan importante en una fase socio-política- cultural tan decisiva como saber hacia dónde se quiere ir, con qué medios, y, sobre todo, en interés de qué fuerzas o sectores sociales.

¡Cuidado! Cuando se define una situación como revolucionaria no se quiere vender a nadie cándido y barato optimismo. No está para nada escrito que una situación definible como revolucionaria produzca necesariamente una revolución… Se trata de una lucha que no tiene para nada un resultado seguro. Lo que sin ninguna duda nos ha enseñado el siglo XX es que los malos pueden también ganar, que la imbecilidad malvada ha prevalecido a menudo sobre la honestidad y la sabiduría y que lo peor no acaba nunca.

Sin embargo, sí es importante recordar los tres elementos claves que describen históricamente una situación revolucionaria y nos permiten formular la hipótesis que la actual y nuestra puede serlo:

  1. Existe la imposibilidad por parte del bloque de clase dominante de conservar de forma integral su propio dominio. Con el correlato de la crisis en los círculos dirigentes, la crisis política, se crean fallas por donde puede penetrar el descontento y la indignación de «los de abajo». Para una posible trasformación revolucionaria no es suficiente, en general, que ya no se acepte «bajar más abajo», más bien lo que tiene que manifestarse de forma clara es que no se puede ni se podrá vivir más como en el reciente pasado.

  2. Se da un empeoramiento enorme de las privaciones y del sufrimiento de las clases oprimidas o marginadas.

  3. Se da un sensible incremento, vinculado al cuadro que acabamos de describir, de las actividades de las masas y de las luchas sociales. En tiempos de paz y de bonanza económica el pueblo se dejaba robar tranquila e impunemente, pero en el momento de crisis es incitado por la situación en sí, por los conflictos sociales y por los oportunos dirigentes populares a tomar la iniciativa en una acción que se empieza a vislumbrar como histórica.

Ya no se puede entonces obviar una visión de cambio general de las relaciones de producción y de las relaciones sociales. En esto, a causa de décadas de triunfo de la ideología dominantes, por las profundas derrotas de las que venimos, por la cooptación o la incapacidad de nuestros dirigentes, todavía estamos bastante atrasados, no atreviéndonos a veces ni siquiera a soñar. La gran fragmentación y el regodearse en identidades parciales y diferencias, contribuyó al resquebrajarse del igualitarismo en su significado potente de valor progresivo y liberatorio. Socavando el «caldo común» que había hecho posibles e inmediatamente políticos los conflictos sociales.

Sin embargo, en semejante escenario PODEMOS mantiene justamente que el uso del instrumento institucional o de la ley misma puede, en determinados contextos y en determinadas condiciones, instaurar una dinámica progresiva que abre oportunidades políticas generales, espacios de practicabilidad para los movimientos o mareas y que consiente amurallar algunos derechos, estabilizar algunas conquistas producidas por las luchas sociales. Esto, evidentemente, no tiene nada que ver ni con la autonomía de lo político ni con conceptos de retaguardia, sino más bien con la obsolescencia de la forma jurídica del Estado burgués y del mismo Estado de bienestar como se expresaba tradicionalmente en la fórmula jurídica «Estado de Derecho», «Separación de los poderes» y «Principio de legalidad». De la tremenda regresión que eso en el auge de la crisis comporta. Casi que de Estado democrático ya ni hablamos… ¿Cómo «se puede llamar democracia a un sistema en el que tienes derecho a presentarte a las elecciones, pero no a ganarlas (porque, si las ganas, te tragas, por ejemplo, una guerra civil y cuarenta años de dictadura)»? Esta consideración de Luís Alegre y C. Fernández Liria parece siempre muy pertinente.

Las protestas sociales manifiestan dinámica reales, producto y expresión de las relaciones de producción y del conflicto de clases, que inevitablemente en su modificarse modifican las dinámicas y los instrumentos mediante los que lo social expresa, organiza y afirma su propia autonomía. Son necesarias, imprescindibles, pero no son suficientes para ganar.

La misma mentalidad aparentemente ultra revolucionaria del «contrapoder» ha resultado a todas luces inoperante por asumir periodos transitorios de dualismo de poder demasiado dilatados (…ya vamos por décadas) y por la extremada miniaturización de alguno de esos pseudo contrapoderes. No puede, en realidad, haber dos poderes políticos reales en una sociedad consumista, en un estado moderno y en el entorno europeo. Lo han vivido en su propia piel los intentos fracasados de lucha armada. Uno de los dos poderes está abocado a desaparecer…La fabula del contrapoder sin partido político revolucionario está condenada o a ser mera pantomima, simulación, alusión y ritualismo impotente o una contracultura encapsulada, alternativismo de gueto en un centro social.

En cualquier caso, apoyado e «informado» por las tesis más variadas (que van desde las teorizaciones de las comunidades separadas, el modelo guerrillero, hasta las propuestas «autónomas) la opción del contrapoder siempre ha sido acompañada por las derrotas más clamorosas o por la indiferencia de las grandes masas. Con esto se pretende afirmar que el gran cambio no acontecerá por ninguna imposible generalización subjetivista de formas radicales de trasgresión social, de estilos de vida a imponer o de revanchas existenciales radicales.

PODEMOS no e, ni puede ser, el organizador de la vida popular, sino que puede y debe intentar llevar la dirección política para transformar, en las condiciones que aquí históricamente se nos han dado, las propuestas, la movilización y la indignación social en posibilidad revolucionaria. En verdadera gran transformación.

Es tiempo de volver a plantearse el problema del poder, de intentar romper la «jaula de acero»: el viejo régimen, incluso en el ápice de la crisis, «no cae si no se le hace caer». Hablar de cooperación social, de reconquista de la esfera pública y comunitaria, proponer procesos constituyentes no puede que implicar tomarnos en serio el tema del poder y de su redistribución social. El poder, como la propiedad privada, es el producto de una expropiación. Tenemos entonces, de forma simultánea, enfrentarnos a la situación del aquí y ahora, pero al mismo tiempo volver a hablar de revolución.

El terreno en el que hoy se expresan las luchas es muy concreto e implica a millones de personas, unidas por intereses comunes que pueden llegar a superar las estratificaciones productivas, las vallas corporativas y la marginación. El enfrentamiento se va a hacer más agudo aunque no se hayan manifestado hasta ahora formas explosivas de lucha, porque lo que está en juego implica de modo directo los intereses, las necesidades y los derechos globales de millones y millones de españoles. Sin embargo, el combate no es entre dos grupos ya preexistentes (grandes y pequeños, explotadores y explotados, detentadores y víctimas del poder), sino que los antagonismos, las contradicciones y los conflictos atraviesan los modos de vida, los modelos de actividad y de consumo, los intereses y las formas de conciencia de los grupos sociales. El bloque social antagonista se construye, no es un todavía un dato, no confundamos el ser con el deber ser…ni, por favor, alimentemos más el cuento timorato y clintoniano de la «clase media».

Lo que debemos de ir construyendo colectivamente es el sujeto político «orgánico» (en el sentido de su vinculación con las grandes mayorías) de la posible revolución española, el verdadero actor de trasformación del país. Con toda probabilidad, si nuestra tarea tiene éxito, su característica fundamental será la pluralidad: en el confluirán sectores más próximos a lo que tradicionalmente ha sido la socialdemocracia; comunistas de diversos recorridos e historias; libertarios y, sobre todo, los nuevos/as militantes (muchos proveniente del sector técnico-científico), forjados en las luchas sociales que se están combatiendo en estos mismos días. Y eso significa reconfigurar esquemas conceptuales y operativos, inteligencia colectiva, formación y construcción de la capacidad militante.

Nadie es tan fuerte como para sostener a base de pura voluntad y puro entusiasmo, años o décadas de revolución. No lo va a hacer la multitud…Sin embargo, tampoco ninguna legitimidad institucional aguantará la embestida y las represalias económicas de la contrarrevolución que se desatará en cuanto «toquemos poder». El poder no lo conquista y mantiene el partido revolucionario, sino las masas, la gente con el partido revolucionario. Ahora es el momento histórico de abrir una nueva etapa en el país y desde PODEMOS vamos a demostrar que estamos capacitados para ello.

Nuestra acción en los próximos meses definirá si estamos en condiciones de   hilvanar entre todos y todas esa   diferencia decisiva que hay entre una reacción a una creación.

Marco Rizzardini es militante internacionalista y miembro del Consejo Ciudadano de CyL.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.