Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Hasta el último momento los dirigentes israelíes intentaron mantener a Hosni Mubarak en el poder.
Ha sido desesperante. Incluso los poderosos Estados Unidos han sido impotentes cuando se han enfrentado con este tsunami de indignación popular.
Al final se conformaron con la segunda mejor opción: una dictadura militar pro occidental. ¿Pero realmente será este el resultado?
Cuando se enfrenta a una nueva situación, generalmente, la primera respuesta de Obama es admirable. Luego viene el segundo juego de pensamientos. Y el tercero. Y el cuarto. El resultado final es un giro de 180 grados. Cuando las masas comenzaron a agruparse en la plaza Tahrir, Obama reaccionó exactamente como la gente más decente de los EE.UU. y, verdaderamente, de todo el mundo. Había una ilimitada admiración por aquellos valientes hombres y mujeres jóvenes que se enfrentaron a la temida policía secreta de Mubarak exigiendo democracia y derechos humanos. ¿Cómo no admirarlos? Eran no-violentos, sus exigencias razonables, sus acciones espontáneas; obviamente expresaban el sentimiento de la inmensa mayoría de la población. Sin ninguna organización para hablar, sin liderazgo, dijeron e hicieron todo correctamente. Esta visión es rara en la historia. Ni sans-culottes clamando sangre, ni bolcheviques merodeando al acecho en las sombras, ni ayatolás que dictan sus acciones en nombre de Dios. Entonces a Obama le gustó. No ocultó sus sentimientos. Prácticamente invitó al dictador a rendirse y marcharse. Si Obama se hubiera quedado en este rumbo, el resultado habría sido histórico. De ser el poder más odiado en el mundo árabe, los EE.UU. habrían electrificado a las masas árabes, a la región musulmana y, ciertamente, a la mayor parte del Tercer Mundo. Habría sido el inicio de una era completamente nueva. Creo que Obama percibió esto. Sus primeros instintos son siempre acertados. En semejante situación, un verdadero líder -el más raro de todos los animales- destaca.
Pero después vinieron los segundos pensamientos. Los personajillos empezaron a trabajar. Políticos, generales, «expertos en seguridad», diplomáticos, lumbreras, cabilderos, líderes de negocios, toda la gente de «experiencia» -expertos en asuntos de rutina- comenzaron a intervenir. Y, por supuesto, el enormemente poderoso lobby de Israel. ¿Está loco?, le amonestaron. ¿Abandonar a un dictador que resulta que es nuestro hijo de puta? ¿Decir a todos nuestros clientes dictadores del mundo entero que los abandonaremos cuando llegue su hora? ¿Cómo puede llegar a ser tan ingenuo? ¿Democracia en un país árabe? ¡No nos haga reír! ¡Conocemos a los árabes! ¡Muéstreles la democracia en una bandeja y no la distinguirían de las alubias cocidas en salsa de tomate! ¡Ellos siempre necesitan un dictador para mantenerse en forma! ¡En especial esos egipcios! ¡Pregunte a los británicos! ¡Todo el asunto es una conspiración de los Hermanos Musulmanes! ¡Búsquelo en Google! Ellos son la única alternativa. Se trata de Mubarak o ellos. Son los talibanes egipcios, peor, la al-Qaida egipcia. Ayude a los demócratas bienintencionados a derrocar el régimen y antes de que se dé cuenta tendrá un segundo Irán, con un Ahmadinejad egipcio en la frontera sur de Israel, conectado con Hizbulá y Hamás. Los dominós comenzarán a caerse, empezando por Jordania y Arabia Saudí. Frente a todos estos expertos Obama se rindió. Una vez más.
Por supuesto todos esos simples argumentos se pueden refutar.
Empecemos por Irán. Los ingenuos estadounidenses, según cuenta la historia, abandonaron al Sha y a su temida policía secreta entrenada por Israel para promover la democracia, pero los ayatolás se apoderaron de la revolución. Una dictadura cruel fue sustituida por otra aún más cruel. Esto es lo que Benjamín Netanyahu dijo esta semana, advirtiendo de que si triunfase la revolución inevitablemente pasaría lo mismo en Egipto. Pero la verdadera historia iraní es bastante diferente.
En 1951 un político patriota llamado Mohammad Mossadegh fue elegido en unas elecciones democráticas; las primeras de este tipo en Irán. Mossadegh, no comunista ni siquiera socialista, instituyó reformas sociales de envergadura, liberó a los campesinos y trabajó vigorosamente para convertir un Irán atrasado en un Estado moderno, democrático y laico. Para hacer posible esto nacionalizó la industria petrolera, que era propiedad de una rapaz empresa británica que pagaba a Irán minúsculas compensaciones. Grandes manifestaciones en Teherán apoyaron a Mossadegh. La reacción británica fue rápida y decisiva. Winston Churchill convenció al presidente Dwight Eisenhower de que el rumbo de Mossadegh conduciría al comunismo. En 1953 la Agencia Central de Información (CIA) tramó un golpe, Mossadegh fue detenido y mantenido en aislamiento hasta su muerte 14 años después; los británicos recuperaron el petróleo. El Sha, que había huido, recuperó su trono. Su reinado de terror duró hasta la revolución de Jomeini, 26 años después. Sin esta intervención estadounidense, Irán probablemente se habría convertido en una democracia laica, liberal. Ni Jomeini. Ni Ahmadinejad. Ni hablar de bombas atómicas.
El aviso de Netanyahu de la inevitable toma del poder en Egipto por los fanáticos Hermanos Musulmanes si se celebraran elecciones democráticas, suena lógica, pero igualmente está fundamentada en una ignorancia deliberada. ¿Tomarán el poder los Hermanos Musulmanes? ¿Son como fanáticos talibanes?
Los Hermanos Musulmanes se fundaron hace 80 años. Mucho antes de que Obama y Netanyahu nacieran. Se han instalado y han madurado con un ala fuerte moderada, tanto como el moderado partido democrático Islámico que tan bien gobierna Turquía y que tratan de emular. En un Egipto democrático constituirían un partido legítimo que juega su parte en el proceso democrático. (Esto, a propósito, habría pasado también en Palestina cuando fue elegido Hamás si los estadounidenses, bajo la dirección israelí, no hubieran derribado el gobierno de unidad poniendo a Hamás en un rumbo diferente). La mayoría de los egipcios son religiosos, pero su Islam está lejos de ser de corte radical. No existe ningún indicio de que la mayor parte de la población, representada por los jóvenes en la Plaza Tahrir, toleraría un régimen radical. El coco islámico es solamente esto: un coco.
Así, ¿qué ha hecho Obama? Sus movimientos fueron como poco patéticos. Después de volverse contra Mubarak, de repente opinó que debía quedarse en el poder para realizar reformas democráticas. Como representante suyo envió a Egipto a un diplomático jubilado que debe su actual empleo a un despacho de abogados que representa a la familia Mubarak (del mismo modo que Bill Clinton solía enviar a comprometidos sionistas judíos para «mediar» entre Israel y los palestinos). Así que el detestado dictador se suponía que instituiría la democracia, promulgaría una nueva constitución liberal trabajando con la misma gente a la que había metido en prisión y torturado sistemáticamente. El patético discurso de Mubarak del jueves fue la gota que colmó el vaso egipcio. Demostró que había perdido el contacto con la realidad, o peor, que está mentalmente perturbado. Pero incluso un desequilibrado dictador no habría pronunciado un semejante y atroz discurso si no hubiera creído que los Estados Unidos estaban todavía de su lado. El rugido de indignación de la plaza mientras todavía estaba en el aire el discurso grabado de Mubarak fue la respuesta de Egipto. Ésta no necesitó ningún intérprete.
Pero Estados Unidos ya se había movido. Su instrumento principal en Egipto es el ejército. El ejército que tiene la llave del futuro inmediato. Cuando «el Consejo Supremo Militar» se reunió el jueves, justo antes de aquel escandaloso discurso, y emitió «el comunicado número uno», la esperanza se mezcló con la aprensión. «El comunicado número uno» es un término conocido en la historia. Esto generalmente quiere decir que una junta militar ha asumido el poder, promete democracia, prontas elecciones, prosperidad y el paraíso en la tierra. En casos muy raros los oficiales realmente cumplen estas promesas. Generalmente lo que sigue es una dictadura militar de la peor clase. Esta vez el comunicado no dijo nada en absoluto. Lo que justamente mostró en directo por televisión es que estaban allí todos los principales generales, menos Mubarak y su títere Omar Suleimán. Ahora han asumido el poder. Completamente sin derramamiento de sangre. Por segunda vez en 60 años.
Vale la pena recordar la primera vez: tras un período de confusión contra los ocupantes británicos, un grupo de jóvenes oficiales, veteranos de la guerra árabe-israelí de 1948, ocultándose tras un anciano general, llevaron a cabo un golpe. El gobernante depuesto, el Rey Faruk, literalmente fue enviado en un embalaje. Se hizo a la mar en su yate desde Alejandría. No se derramó ni una gota de sangre. La gente estaba jubilosa. Amaba al ejército y el golpe. Pero ésta fue una revolución desde arriba. Ninguna muchedumbre en la plaza Tahrir. El ejército trató primero de gobernar con políticos civiles. Pronto perdieron la paciencia con esto. Un carismático y joven teniente coronel, Gamal Abd-al-Nasser, emergió como líder, instituyó amplias reformas, restauró el honor de Egipto y de todo el mundo árabe y fundó la dictadura que expiró ayer. ¿Va a seguir este ejemplo el ejército, o va a hacer lo que el ejército turco ha hecho varias veces, asumir el poder y traspasarlo a un gobierno civil elegido? Mucho dependerá de Obama. ¿Apoyará éste el movimiento a la democracia, como su inclinación indudablemente sugerirá, o escuchará «a los expertos», israelíes incluidos, que le impulsarán a confiar en una dictadura militar, como han hecho los presidentes estadounidenses durante tanto tiempo?
Sin embargo la oportunidad de los Estados Unidos, y personalmente de Barack Obama, de liderar el mundo a través de la diplomacia brillante en un momento histórico hace 19 días se ha desperdiciado. Las palabras hermosas se han evaporado. Para Israel hay otra lección. Cuando los Oficiales Libres hicieron su revolución en 1952, en todo Israel sólo una voz (la de Haolam Hazeh, la revista de noticias de la que yo era editor) se alzó llamando al gobierno israelí a salir en su apoyo. El gobierno hizo lo contrario y se perdió una oportunidad para mostrar la solidaridad con los egipcios. Ahora, me temo, este error se va a repetir. El tsunami se ve en Israel como una aterradora catástrofe, no como la maravillosa oportunidad que es.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1297507641/