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UM-shumum, UM-bum

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

 ¿No hay ningún límite para las artimañas de esos cobardes antisemitas?

Ahora han decidido difamar a los judíos con otro libelo de sangre. No es la vieja acusación de masacrar niños cristianos para usar su sangre para cocer la matza, el pan de la Pascua Judía, como en el pasado, sino de la matanza masiva de mujeres y niños en Gaza.

¿Y a quién pusieron a la cabeza de la comisión que se encargó de esta tarea? Ni a un negacionista británico del Holocausto, ni a un alemán neonazi, ni siquiera a un fanático iraní, sino a un juez judío que lleva el muy judío nombre de Goldstone (originalmente Goldstein, por supuesto). Y no sólo un judío con un nombre judío, sino un sionista cuya hija, Nicole, es una entusiasta sionista que una vez «hizo la Aliyah» y habla un hebreo fluido. Y además del judío sionista, a un sudafricano que se opuso al apartheid y fue nombrado para el Tribunal Constitucional del país cuando se abolió ese sistema.

¡Todo para difamar al ejército más ético del mundo, que acababa de librar la guerra más justa de la historia!

Richard Goldstone no es el único judío manipulado por la conspiración mundial antisemita. A lo largo de las tres de semanas de la guerra de Gaza, más de diez mil israelíes se manifestaron contra ella una y otra vez. Fueron fotografiados con pancartas que decían «Acabemos con la matanza en Gaza», «Paremos los crímenes de guerra», «Israel comete crímenes de guerra», «Bombardear civiles es un crimen de guerra». Gritaban al unísono: «¡Olmert, Olmert, es verdad. En La Haya te están esperando!»

¿Quien podía pensar que había tantos antisemitas en Israel?

La reacción oficial israelí al informe Goldstone sería divertida, si el asunto no fuera tan grave.

A excepción de los «sospechosos habituales» (Gideon Levy, Amira Hass y sus iguales), la condena del informe fue unánime, total y absoluta, desde Simon Peres, que defiende todas las abominaciones, hasta el último escribiente de los periódicos.

Nadie, absolutamente nadie, se ocupó propiamente del tema. Nadie examinó las detalladas conclusiones. Con semejante calumnia antisemita, no es necesario. Realmente, no hay necesidad, en absoluto, de leer el informe.

El público, en toda su diversidad, se puso en pie como un solo hombre, a fin de reprobar el complot, como ha aprendido a hacer en los miles de años de pogromos, Inquisición Española y Holocausto. Una mentalidad de asedio, la mentalidad del gueto.

La reacción instintiva a tal situación es la negación. Simplemente no es cierto. Eso nunca sucedió. Todo es un montón de mentiras.

En sí misma, es una reacción natural. Cuando un ser humano se encara con una situación que no puede manejar, la negación es el primer refugio. Si las cosas no sucedieron, no hay necesidad arreglarlas. Básicamente, no hay diferencia entre los negacionistas del genocidio armenio, los de la aniquilación de los nativos americanos y los negacionistas de las atrocidades de todas las guerras.

Desde este punto de vista, se puede decir que esa negativa es casi «normal». Pero en nosotros se ha desarrollado como una especie de arte.

Nosotros tenemos un método especial: cuando sucede algo a lo no queremos enfrentarnos, dirigimos el foco al detalle específico, a algo completamente marginal, y empezamos a insistir en ello, a debatirlo, a examinarlo desde todos los ángulos, como si fuera un asunto de vida o muerte.

Tomemos la guerra del Yom Kippur. Estalló porque durante seis años, que empezaron con la guerra de 1967, Israel había navegado como una «Nave de locos», embriagado con canciones de victoria, álbumes de victoria y la creencia en la invencibilidad del ejército Israelí. Golda Meir trató al mundo árabe con un desprecio descarado y rechazó las ofertas de paz de Anuar Sadat. El resultado: más de 2.000 jóvenes israelíes muertos y quién sabe cuántos egipcios y sirios.

¿Y qué se debatió encarnizadamente? La «la omisión»: «¿Por qué no se movilizó a tiempo a los reservistas? ¿Por qué no se movieron los tanques con anticipación?» Menajem Begin vociferó en la Knesset y sobre ello se escribieron libros y artículos en abundancia y deliberó una selecta comisión judicial de investigación.

La primera guerra de Líbano fue un error político y un fracaso militar. Duró 18 años, dio a luz a Hezbolá y lo estableció como una fuerza regional. ¿Y qué es lo que se discutió? Si Ariel Sharon había engañado a Begin y si era responsable de su enfermedad y, finalmente, su muerte.

La segunda guerra de Líbano fue una vergüenza de cabo a rabo, una guerra inútil que ocasionó una destrucción masiva, masacres al por mayor y la huída de cientos de miles de civiles inocentes de sus hogares, sin que Israel lograra la victoria. ¿Y cuál fue nuestro debate? ¿Para qué se nombró una comisión de investigación? Sobre la forma en la que se tomó la decisión de empezar la guerra. ¿Hubo un proceso adecuado de toma de decisión? ¿Funcionó la ordenanza de la plana mayor?

Sobre la guerra de Gaza no hubo ninguna discusión en absoluto, porque todo era perfectamente correcto. Una campaña brillante. Un maravilloso liderazgo político y militar. Es verdad, no convencimos a la población de la Franja de Gaza para que derrocara a sus líderes; es cierto que no conseguimos liberar al soldado Gilad Shalit; verdaderamente, el mundo entero nos condenó, pero nosotros matamos a muchos árabes, destruimos su medio ambiente y les dimos una lección que no olvidarán.

Ahora viene la profunda discusión sobre el informe Goldstone. No sobre su contenido, Dios no lo quiera. ¿Qué hay que discutir? Simplemente sobre el único punto importante: ¿estuvo acertado nuestro gobierno al boicotear la comisión? ¿Quizás habría sido mejor haber tomado parte en las deliberaciones? ¿Actuó nuestra Oficina de Exteriores tan tontamente como lo hace normalmente? (Nuestro ministerio de Defensa, por supuesto, nunca se comporta tontamente). Decenas de miles de palabras sobre esta cuestión que sacude al mundo se han vertido desde los periódicos, la radio y la televisión, con el beneplácito de todos los que se autoproclaman comentaristas.

Así pues, ¿por qué boicoteó el gobierno Israelí la comisión? La auténtica respuesta es bastante simple: porque sabía perfectamente que la comisión, cualquier comisión, tendría que llegar a las conclusiones que llegó.

En realidad, la comisión no dijo nada nuevo. Casi todos los hechos ya se conocían: el bombardeo de barrios civiles, el uso de bombas dardo y de fósforo blanco contra objetivos civiles, el bombardeo de mezquitas y escuelas, el bloqueo de los equipos de rescate de heridos, la matanza de civiles que huían llevando banderas blancas, el uso de escudos humanos, y más. El ejército israelí no permitió que los periodistas se acercasen a la acción, pero los medios internacionales documentaron ampliamente la guerra con todos sus detalles, el mundo entero la vio en tiempo real en las pantallas de televisión. Los testimonios son tantos y tan uniformes, que cualquier persona razonable puede sacar sus propias conclusiones.

Si funcionarios y soldados del ejército israelí hubieran dado testimonio ante la comisión, también se habrían conocido sus puntos de vista, el miedo, la confusión, la falta de orientación, y las conclusiones podrían haber sido algo menos severas. Pero el objetivo principal no habría cambiado. Después de todo, la operación entera estaba basada en la suposición de que era posible derrocar al gobierno de Hamás en Gaza al causar un sufrimiento insoportable a la población civil. El daño a los civiles no fue «colateral», ya fuera evitable o inevitable, sino un aspecto central de la propia operación.

Además, las reglas del combate se diseñaron para lograr «cero pérdidas» a nuestras fuerzas evitando daños a cualquier precio. Esta fue la conclusión de nuestro ejército, dirigido por Gabi Ashkenazi, bosquejada desde la segunda guerra de Líbano. Los resultados hablan por sí mismos: 200 Palestinos muertos por cada soldado israelí muerto por el otro lado: 1.400-6.

Cualquier investigación real tenía que conducir inevitablemente a las mismas conclusiones que las de la comisión Goldstone. Por lo tanto, Israel no tenía ningún deseo de que se llevara a cabo una auténtica investigación. Las «investigaciones» que se efectuaron eran una farsa. La persona responsable, el Procurador General Militar, brigadier Avichai Mendelblit, tocado con un kipá, se encargó de esta tarea. Esta semana se le ha ascendido a general. El ascenso y su oportunidad hablan un lenguaje claro.

Lo mismo que está claro que no hay posibilidad de que el gobierno israelí abra tardíamente una auténtica investigación, como exigen los activistas israelíes por la paz.

Para ser creíble, esa investigación tendría que tener la condición de Comisión de Investigación del Estado, como la define la ley israelí, y dirigida por un juez del Tribunal Supremo. Tendría que llevar a cabo sus investigaciones públicamente, a plena vista de los medios de comunicación israelíes e internacionales. Tendría que invitar a las víctimas, los habitantes de Gaza, a testificar junto con los soldados que tomaron parte en la guerra. Tendría que investigar de forma detallada cada una de las acusaciones que aparecen en el informe Goldstone. Tendría que revisar las órdenes emitidas y las decisiones tomadas, desde el Jefe de Estado Mayor hasta el nivel de escuadra. Tendría que estudiar las sesiones informativas de los pilotos de la Fuerza Aérea y de los operadores de vuelos no tripulados.

Esta lista basta para dejar claro que semejante investigación no tendrá ni puede tener lugar. En su lugar, la máquina global de propaganda israelí continuará difamando al juez judío y a las personas que lo nombraron.

No todas las acusaciones israelíes contra la ONU son infundadas. Por ejemplo: ¿por qué investiga la organización los crímenes de guerra en Gaza (y en la antigua Yugoslavia y en Darfur, investigaciones en las que Goldstone tomó parte como fiscal principal) y no las acciones de EEUU en Iraq y Afganistán, y de los rusos en Chechenia?

Pero el argumento principal del gobierno Israelí es que la ONU es una organización antisemita, y su Comisión de Derechos Humanos doblemente antisemita.

Las relaciones de Israel con la ONU son muy complejas. El Estado se fundó en base a una resolución de la ONU, y es dudoso que hubiera conseguido hacerlo en aquel tiempo y en aquella circunstancia si no se hubiera dado esa resolución. Nuestra Declaración de Independencia está en su mayor parte basada en dicha resolución. Un año después, Israel fue aceptado como miembro de la ONU a pesar de que no permitió a los (entonces) 750.000 mil refugiados palestinos que volvieran.

Pero esa luna de miel se agrió rápidamente. David Ben Gurion habló con desdén de la UM-shmum («Um», en hebreo es la ONU, el prefijo «shmum» significa desprecio). Desde ese mismo día, Israel ha infringido sistemáticamente casi todas las resoluciones de la ONU que le conciernen, quejándose de que había una «mayoría automática» de los países árabes y comunistas apilados en su contra. Esta actitud se reforzó cuando, en vísperas de la guerra de 1967, las tropas de la ONU en el Sinaí fueron rápidamente retiradas a demanda de Gamal Abd-al-Nasser. Y, por supuesto, por la resolución la ONU (luego invalidada) que asimilaba el sionismo con el racismo.

Ahora este argumento emerge de nuevo. La ONU, se dice, es antiisraelí, que significa (por supuesto) antisemita. Todo el que actúe en nombre de la ONU es alguien que repudia a Israel. Al infierno con la ONU. Al infierno con el informe Goldstone.

Sin embargo, ésta es una política tristemente cegata. El público general de todo el mundo oye hablar del informe y recuerda las imágenes que se vieron en las pantallas de televisión durante la guerra de Gaza. La ONU goza de mucho respeto. Como resultado de la operación «Plomo fundido», la posición de Israel en el mundo ha caído sin parar y este informe le enviará todavía más abajo. Esto tendrá consecuencias prácticas: políticas, militares, económicas y culturales. Únicamente un tonto -o un Avigdor Lieberman- puede ignorarlo.

Si no hay una investigación israelí creíble, habrá demandas para que el Consejo de Seguridad de la ONU remita el asunto a la Corte Penal Internacional en La Haya. Barack Obama tendría que decidir si veta tal resolución, una maniobra que causaría mucho daño a EEUU y por el que exigiría un precio muy alto a Israel.

Como se ha dicho antes: el UM-shmum puede convertirse en UM-bum.

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1253361627/