Durante la primera guerra del Líbano, visité Jounieh, una ciudad 20 km al norte de Beirut. En aquél momento, ella servía como puerto para las fuerzas cristianas. Fue una noche excitante. A pesar de la guerra haciendo estragos en las cercanías de Beirut, Jounieh estaba llena de vida. La elite cristiana pasaba el día en […]
Durante la primera guerra del Líbano, visité Jounieh, una ciudad 20 km al norte de Beirut. En aquél momento, ella servía como puerto para las fuerzas cristianas. Fue una noche excitante.
A pesar de la guerra haciendo estragos en las cercanías de Beirut, Jounieh estaba llena de vida. La elite cristiana pasaba el día en el asoleado puerto deportivo, las mujeres paseando en sus bikinis, los hombres tomando whisky. Nosotros tres (dos mujeres de mi redacción y yo – un corresponsal y un fotógrafo) éramos los únicos israelíes en la ciudad y como tales éramos homenajeados. Todo el mundo nos invitaba a sus yates y una rica pareja insistió que debíamos ir a sus hogares como invitados a una celebración familiar .
Este evento fue algo realmente especial. Con docenas de miembros de familia pertenecientes a la crema de la elite- ricos comerciantes, un reconocido pintor, varios profesores universitarios. Los tragos fluían como agua, la conversación fluía en varios idiomas.
Alrededor de medianoche, todos estaban un poco ebrios. Los hombres me introdujeron en una conversación «política.» Ellos sabían que yo era un israelí, pero no tenían idea acerca de mis opiniones.
«¿ Porqué no entran ustedes en Beirut Occidental?» me preguntó un corpulento caballero.
Beirut Occidental estaba tomado por las fuerzas de la OLP de Arafat, quienes estuvieron defendiendo a cientos de miles de habitantes sunnitas.
«¿Porqué?¿ ¿Para qué?»pregunté.
«¿Para que supone usted?¡Para matarlos!¡Para matarlos a todos!»
«¿A todos? ¿Mujeres y niños, también?»
«¡Por supuesto!¡A todos ellos!»
Por un instante pensé que estaba bromeando. Pero las caras de los hombres alrededor de él me indicaban que estaban excesivamente serias y que todos estaban de acuerdo con él.
En ese momento comprendí que ese bello país, rico en historia, bendecido con todos los deleites de la vida, estaba enfermo. Muy, muy enfermo.
Al día siguiente, fui realmente a Beirut Occidental, pero con un propósito totalmente distinto. Atravesé las límites para encontrarme con Yasser Arafat.
( De paso, al finalizar la fiesta en Jounieh, mis anfitriones me dieron un presente de despedida: un gran paquete de hachis). Al día siguiente, a mi vuelta a Israel, después que Arafat hubo hecho público nuestro encuentro, escuché por radio que cuatro ministros estuvieron exigiendo que yo debía ser llevado a juicio por traición. Recordé el hachis y éste salió despedido fuera de la ventana del automóvil.)
Yo siempre he tenido presente esa conversación cada vez que algo ocurre en el Líbano. Esta semana, por ejemplo.
Muchas tonterías están siendo dichas y escritas acerca de ese país, como si éste fuera un país como cualquier otro. George W. Bush habla acerca de la «democracia libanesa» como si hubiera tal cosa, otros hablan acerca de la «mayoría parlamentaria» y las «facciones minoritarias»sobre la necesidad de «unidad nacional» para sostener la «independencia nacional» como si estuvieran hablando de los Países Bajos o Finlandia. Todo eso no tiene conexión con la realidad libanesa.
Geográficamente, el Líbano es un país partido, y ahí radica una parte del secreto de su belleza. Cadenas de montañas cubiertas de nieve, valles verdes, aldeas pintorescas, bellas playas marítimas.
Las dos escisiones están interconectadas en el curso de la historia, minorías perseguidas de todas las partes de la región buscaron refugio entre sus montañas, donde pudieran defenderse.
El resultado: un gran número de grandes y pequeñas comunidades, dispuestas a recurrir a las armas en cualquier momento. En el mejor de los casos, el Líbano es una indefinida federación de comunidades que se recelan mutuamente, y en el peor de los casos un campo de batalla de grupos enfrentados que se odian a muerte. Los anales del Líbano están llenos de guerras civiles y masacres horribles. Muchas veces esta u otra comunidad apeló a enemigos foráneos para que la ayuden contra sus vecinos.
Entre las comunidades, no hay alianzas permanentes. A y B se unen para combatir a la comunidad C. Al día siguiente, B y C pelean contra A. Además hay sub-comunidades, que más de una vez se ha sabido que elaboraron una alianza con una comunidad opuesta en contra de la propia.
En conjunto, un fascinante mosaico, pero también muy peligroso- tanto es así, desde que cada comunidad mantiene un ejército privado equipados con los mejores armamentos. El ejército oficial libanés, compuesto de hombres procedentes de todas las comunidades, es incapaz de llevar a cabo cualquier misión significativa.
¿Qué es una «comunidad» libanesa? A primera vista podríamos referirnos a enfoques religiosos. Pero no es solamente religión. La comunidad es también una tribu étnica, con algunos atributos nacionales. Un judío entenderá esto fácilmente, dado que los judíos también son una comunidad semejante, aunque desparramada por el mundo. Pero para un europeo o un americano común, le resulta difícil entender esta estructura. Le es más fácil pensar en una»nación libanesa»- una nación que existe solamente en la imaginación, o como una visión de futuro.
La lealtad a la comunidad se antepone a cualquier otra lealtad- y ciertamente a toda lealtad al Líbano. Cuando los derechos de una comunidad o sub-comunidad están amenazados, sus miembros se alzan todos a la vez para destruir a aquéllos que los están amenazando.
Las comunidades principales son la cristiana, la sunnita islámica y la chiíta islámica y la drusa (quienes, por lo que a religión se refiere, son una clase de chiítas extremos). Los cristianos están divididos en varias sub-comunidades, de las cuales la más importante son los maronitas (denominados según un santo que vivió hace alrededor de 1600 años). Los sunnitas fueron traídos al Líbano por los gobernantes otomanos (sunnitas) para reforzar su dominio, y se fueron estableciendo principalmente en las grandes ciudades portuarias. Los drusos encontraron refugio en las montañas. Los chiítas, cuya importancia ha crecido en las pocas últimas décadas, fueron por muchos siglos una comunidad pobre y oprimida, un felpudo para todas las demás.
Como en casi todas las sociedades árabes, la Hamula (familia en el sentido más amplio) juega un rol vital en todas las comunidades. La lealtad a la Hamula precede incluso a la lealtad a la comunidad, de acuerdo al antiguo dicho árabe: » Con mi primo contra el extranjero, con mi hermano contra mi primo.» Casi todos los líderes libaneses son jefes de las grandes familias.
Para dar alguna idea de la maraña libanesa, unos pocos ejemplos recientes: en la guerra civil que estalló en 1975, Pierre Gemayel, el jefe de una familia maronita, pidió la colaboración de los sirios para que lo ayuden a invadir el Líbano contra sus vecinos sunnitas, que estuvieron a punto de atacar su territorio. Su nieto, con el mismo nombre, que fue asesinado esta semana, fue un miembro de una coalición cuyo propósito era liquidar la influencia siria en el Líbano. Los sunnitas, que estuvieron peleando contra los sirios y los cristianos, eran ahora los aliados de los cristianos contra los sirios.
La familia Gemayel fue el principal aliado de Ariel Sharon, cuando éste invadió el Líbano en 1982. El propósito común fue la de expulsar a los palestinos ( principalmente sunnitas). Para tal propósito, la gente de Gemayel llevó a cabo la masacre de Sabra y Shatila, luego del asesinato de Bashir Gemayel, tío del hombre que fue ultimado esta semana. La masacre fue supervisada por Elie Hobeika desde los techos del cuartel general del general israelí Amos Yaron. Luego, Hobeika llegó a ser un ministro bajo los auspicios de Siria. Otro personaje responsable de la matanza fue Samir Geagea, el único que fue llevado a juicio ante un tribunal libanés. Fue condenado a varios períodos de prisión perpetua y más tarde perdonado. Esta semana fue uno de los principales oradores en el funeral del nieto de Pierre Gemayel.
En 1982, los chiítas dieron la bienvenida al invasor ejército israelí con flores, arroz y dulces. Unos pocos meses más tarde iniciaron una guerra de guerrillas contra ellos, que duró 18 años, en el curso del cual el Hezbollah se transformó en la fuerza principal del Líbano.
Uno de los maronitas principales en la lucha contra los sirios fue el general Michel Aoun, que fue elegido por los maronitas y más tarde expulsado. Ahora es un aliado del Hezbollah, el principal defensor de Siria.
Todo esto se parece a Italia en la época del Renacimiento o a Alemania durante la Guerra de los 30 Años. Pero en el Líbano este es el presente y el futuro previsible.
Con tal realidad utilizar el término de «democracia»es, por supuesto, un chiste. Por un acuerdo, el gobierno del país está repartido entre las comunidades. El presidente es siempre un maronita, el primer ministro un sunnita, el presidente del parlamento un chiíta. Lo mismo se aplica a todos los puestos en el país en todos los niveles: un miembro de una comunidad no puede aspirar a un puesto adecuado a su talento, si éste «pertenece» a otra comunidad. Casi todos los ciudadanos votan de acuerdo a su afiliación familiar. Un votante druso, por ejemplo, no tiene chance de desplazar a Walid Jumblat, cuya familia ha gobernado a la comunidad drusa durante por lo menos 500 años (y cuyo padre fue asesinado por los sirios). Él reparte todos los trabajos que «corresponden»a su comunidad.
El parlamento libanés es un senado de jefes comunitarios, que reparten el botín entre ellos. La «coalición democrática» que fue colocada en el poder por los americanos después de la muerte del primer ministro Rafik Hariri, es una alianza temporaria de los jefes maronitas, chiítas y drusos. La «oposición» que goza del patrocinio de los sirios, está compuesta de los chiítas y una facción maronita. La rueda puede girar instantáneamente al anuncio de que otra alianza se ha formado.
Hezbollah, que se muestra a los israelíes como una extensión de Irán y Siria, es ante todo un movimiento chiíta que se esfuerza para conseguir para su comunidad la porción más grande del pastel libanés, como en realidad es su parte de acuerdo a su dimensión. Hassan Nasrallah- que es también el vástago de una importante familia- tiene sus ojos puestos sobre el gobierno en Beirut, y no en las mezquitas en Jerusalén.
¿Qué es lo que realmente se puede inferir de todo esto con respecto a la presente situación?
Por décadas Israel estuvo revolviendo la olla libanesa. En el pasado, apoyó a la familia Gemayel pero resultó amargamente defraudado: la «Falange» de la familia ( nombre tomado de la España fascista que fue muy admirada por su abuelo Pierre) se reveló en la guerra de 1982 como una banda de matones sin valores militares. Pero el involucramiento de Israel en el Líbano continúa hasta estos días. Su objetivo es eliminar al Hezbollah, sacar a los sirios y amenazar las cercanías de Damasco. Todas estas tareas son inútiles.
Algo de Historia: en los años 30, cuando los maronitas eran la fuerza principal en el Líbano, el patriarca maronita expresó abierta simpatía por la empresa sionista. En ese tiempo, mucha gente joven de Tel Aviv y Haifa estudiaba en la Universidad Americana de Beirut, y gente judía rica de Palestina pasaba sus vacaciones en los centros turísticos del Líbano. Una vez, antes de la fundación de Israel, crucé por error la frontera libanesa y un gendarme libanés me indicó amablemente el camino de vuelta. Durante los primeros años de Israel, la libanesa fue nuestra única frontera pacífica. En aquellos días había un dicho: » El Líbano será el segundo país en hacer las paces con Israel. No se atreverá a ser el primero.» Solamente en 1970, cuando el rey Hussein empujó a la OLP de Jordania al Líbano, con la ayuda activa de Israel, hizo que esa frontera se calentara. Ahora incluso Fuad Siniora, el primer ministro designado por los americanos, se siente obligado a declarar que » el Líbano será el último estado árabe en hacer las paces con Israel.»
Todos los esfuerzos para eliminar la influencia siria están destinados a fracasar. Para entender esto es suficiente con mirar el mapa. Históricamente, el Líbano es parte del territorio de Siria («Sham» en árabe). Los sirios nunca se han resignado al hecho que el régimen colonial francés arrancara al Líbano de su territorio.
Las conclusiones: No permitamos quedarnos atascados nuevamente en el enredo libanés. Como la experiencia ha mostrado, siempre hemos salido perdedores. Segundo, para tener paz en nuestra frontera norte, todos los enemigos potenciales, y en primer lugar Siria, deben ser involucrados.
Significado: Las Alturas del Golán deben ser devueltas.
La administración Bush prohíbe a nuestro gobierno a dialogar con los sirios. Quieren hablar con ellos por su cuenta cuando sea oportuno. Muy posiblemente, le venderán el Golán a cambio de la ayuda siria en Irak. Si es así, ¿ no deberíamos apurarnos entonces a «venderles» el Golán (que les pertenece de todos modos) por un mejor precio para nosotros?
Últimamente se han hecho oír voces, incluso de oficiales de alta graduación del ejército, que sugieren esta posibilidad. Debería ser dicho en voz alta y claramente. Debido a unos pocos miles de colonos y de políticos que no se atreven a hacerles frente, estamos obligados a ser arrastrados a más guerras superfluas y a poner en peligro a la población de Israel.
Esta es la tercera conclusión: Hay un solo modo de ganar la guerra en el Líbano – y es evitarla.
Fuente: Gush Shalom – 25/11/2006 – Traducción: Israel Laubstein. (*) Sitio web: www.pazahora.net
http://www.pazahora.net/articulos/Un%20anochecer%20en%20Jounieh.htm