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Un apunte sobre la atalaya político-cultural de la consultas independentistas del 13-D

Fuentes: Rebelión

Joan Canela Barrull (JCB) publicaba el sábado 12 de diciembre en rebelión un artículo sobre el 13-D y las consultas por la independencia. Lo titulaba «Catalunya ejerce su derecho» [1]. JCB inicia su artículo con una descripción de la situación. Mientras el Tribuna Constitucional continúa enrocado en un eterno debate sobre si el Estaut catalán […]

Joan Canela Barrull (JCB) publicaba el sábado 12 de diciembre en rebelión un artículo sobre el 13-D y las consultas por la independencia. Lo titulaba «Catalunya ejerce su derecho» [1].

JCB inicia su artículo con una descripción de la situación.

    Mientras el Tribuna Constitucional continúa enrocado en un eterno debate sobre si el Estaut catalán está suficientemente rebajado o no y las «dos españas» (sic) discuten si hay que dar más autogobierno o menos a los catalanes, la sociedad catalana ya ha está llegando a la siguiente estación: la autodeterminación.

Para JCB, en coincidencia con Vicent Partal, «la centralidad se ha movido». Recogiendo unas palabras de Joan Laporta, el independentista president del Barça tan próximo a economistas neoliberales de chaquetas chillonas y exigencia de focos permanentes, «lo que parecía imposible ahora es probable». Según JCB, lo que se discute en los cafés y en las colas de los mercados catalanes ya no es el final de la aventura del Estatut, que apenas interesa, sino qué se votará en las consultas sobre la independencia (o que se votaría en los municipios en los que, por ahora, no se hayan convocado votaciones). JCB sostiene que la acción social ha empujado el panorama político catalán mucho más allá de lo que desearían los políticos, presuponiendo con ello que la movilización es disjunta y alejada de la intervención de la «clase política» oficial catalana.

Es difícil seguir al autor en algunas de sus afirmaciones. Dejando para otra ocasión su consideración sobre el «derecho de Catalunya», los caminos que apunta sobre las dos Españas, sobre la masiva y máxima atención ciudadana a la temática y, especialmente, su consideración de que esta acción social va mucho más allá de lo que desearían los políticos (así, sin más matices, sin tener en cuenta el decidido apoyo de ERC a las consultas o el intento de liderazgo de personajes públicos tan políticos como Joan Laporta [2], envuelto, si es necesario, eso sí, con los ropajes institucionales de la más influyente asociación deportiva catalana) no parecen senderos transitables para sosegadas sensibilidades de izquierda. Más, si sumamos a ello, la actitud de muchos de estas «voces representativas de la sociedad civil» ante la nueva y maragalliana Ley de Educación catalana, tan cariñosa y afable con la escuela privada concertada, incluyendo la religiosa y las centros de élite, o su silencio y/o comentarios entusiastas ante la regresión fiscal que representa la nueva ley catalana de sucesiones, que cuenta con el decidido apoyo de ERC (y también del PSC y no es improbable, en su trámite parlamentario, con el de CiU y los gritos, y protestas controladas entre amigos, del mismo PP).

JCB pone el acento en un tema aparentemente marginal pero sin duda de enorme importancia para el futuro de la reivindicación: la actitud de la ciudadanía inmigrante. Señala sobre ello:

    A parte de la cuestión nacional en si mismo, el movimiento de las consultas ya ha conseguido su primer gran logro. Al reconocer el derecho de voto de todos los inmigrantes, sea cual sea su situación legal, se ha convertido en la mayor acción por la plena ciudadanía realizada nunca en Catalunya. Un detalle que no ha pasado desapercibido a las asociaciones de inmigrantes, que ya han organizado una plataforma -Inmigrantes pel Dret a Decidir- para promover la participación entre sus comunidades. «Catalunya nos reconoce la ciudadanía que España nos niega» asegura Diego Arcos, presidente del Casal Argentino y partidario acérrimo de la independencia.

Desconozco si Diego Arcos, y la asociación que preside, es realmente partidario de la independencia de Catalunya (o de la totalidad de los países catalanes), ignoro también si esta posición la sostiene y siente de forma acérrima, y desconozco igualmente si la cita entrecomillada es literal. Sea como sea, para dar cuenta de la cosmovisión política -o cuanto menos de una de ellas, nada marginal por otra parte entre los partidarios- que funda, abona y agita estas consultas vale la pena recordar y comentar la intervención de Miquel Calzada, un periodista, ex presentador estrella de TV3, en el acto de inicio de la campaña el pasado 29 de noviembre [3].

Después de agradecer la invitación, Calzada argumentaba sobre el desfase entre el Estatut y la voluntad ciudadana catalana. Lo hacía del modo siguiente, incluyendo una referencia al Muro de Berlín:

    Viniendo hacia aquí pensaba qué tenía que deciros mientras estaba escuchando «Catalunya Informació». Oía las noticias y, de pronto, cuando he escuchado que «la vicepresidenta del gobierno español confía en una sentencia razonable sobre el Estatut», he sentido vértigo durante un momento: he tenido la sensación que ésta era una noticia superada.

Era, proseguía Calzada, como si un alemán oriental se hubiese imaginado la caída del muro de Berlín mucho antes del mes de noviembre de 1989. Ni que decir tiene que el muro, en este caso, es la rancia política española. El comentario de la vicepresidenta del gobierno lo sentía Calzada tan lejano en el tiempo, tan superado, tan trasnochado, que incluso le hacía reir.

    Me hacía gracia porque llegará un día que nos parecerá mentira comprobar cuanto tiempo hemos perdido dando vueltas sobre la misma noria sin encontrar la salida correcta. La única posible

Que no es otra, claro está, que la independencia de Catalunya, la formación de un Estado propio separado de España. La dignidad de Catalunya, remarca Calzada, no viene dada por el Estatuto, recortado o no, que ya es pasado histórico. La dignidad del país sólo tiene un nombre, un nombre que es escuchado con temor: independencia. En ese camino, en la conquista de esa finalidad, señalaba Calzada, el 13 de diciembre era una fecha trascendente.

    Lo importante es que ese día, en los 161 municipios donde se desarrolle la consulta popular, todo funcione como esta previsto. Que todo el mundo ocupe el lugar señalado y sea consciente de la transcendencia de su tarea, porque aquella será una data trascendente.

A Calzada no se le escapa que la consulta no tiene validez jurídica, que no es vinculante, pero, apunta con énfasis, su validez simbólica es infinita y el objetivo político inmediato, la toma del gobierno, un claro programa para las próximas elecciones autonómicas, no conviene ocultarlo: sus palabras agitan desde ya esa finalidad, al igual que el movimiento social que ha irrumpido.

A pesar de que este camino lo haya iniciado la sociedad civil, y a pesar de sea esta misma sociedad civil es la que está impulsando todo el procesos, para Calzada, se estará trabajando para que un día, muy pronto, haya un President de la Generalitat con ambición y sentido nacional que grite «¡Adelante!».

Cuando lo haga, cuando este nuevo president nacionalista con vocación independentista, señale que es el momento, tendrá que encontrar toda la sociedad catalana cohesionada detrás suyo («detrás» es posición señalada por Calzada) y dándole apoyo. Una sociedad ideológicamente diversa pero cohesionada, sin divergencias en su seno, en torno a la cuestión nacional.

La guinda nacional-patriótica tampoco faltó desde luego. Estaba prevista para finalizar la intervención:

    Catalunya fue una gran nación. Ahora somos solamente una comunidad autónoma de régimen común. No tengáis ninguna duda ni ningún miedo. El día 13 conseguiréis un hito muy importante. Este camino que lleva a la independencia es recto, directo, y no pide dudas ni miradas hacia atrás una vez decidido. Así, pues, el día 13 será un gran hito para conseguir que Catalunya vuelva a ser un gran país

Nacionalismo patriótico con luz, taquígrafos y aplausos; deseo, no de ser un piel roja, sino de ser esa gran nación que reside siempre en el imaginario de todo nacionalismo que se precie (como en el español, por ejemplo); adiós, no al proletariado, que también, sino a la rancia España, etc. Por lo demás, no estaría mal preguntarse si en algunas de las intervenciones de estos últimos días se ha hecho referencia a la lucha y situación de la señora Haidar y al derecho de autodeterminación del pueblo saharaui (Parece asunto muy de la hora, ¿no? ¿Por qué entonces no aparece este punto, nada marginal, en la lucha política emprendida por estos sectores del independentismo nacionalista catalán?).

Joan Tafalla [4], como es habitual en él, ha recogido magníficamente el sentir de muchos de nosotros:

    Me niego a aceptar que el hecho de no ser independentista, ni nacionalista, quiera decir que de alguna manera estoy enajenado políticamente y que no comprenda el «fet nacional». Desde el respeto más profundo a los camaradas comunistas independentistas, no admito lecciones de catalanidad. Soy catalán, soy comunista. Simplemente: entiendo el hecho nacional de una forma diferente que los independentistas. No es, absoluto, que me cueste entender la cuestión. No. Lo que sucede es que mi perspectiva es otra muy diferente.

La misma, probablemente, que defendían muchos luchadores antifranquistas, la mayoría comunistas, muchos de ellos nacidos en diversas tierras de Sefarad y recién llegados o no al país de Salvat Papasseit y Espriu, cuando se manifestaban, jugándosela por cierto, sin excesiva compañía los 11 de septiembre, mientras algunos sectores neoliberales independentistas, muy amantes de negocios y de la «buena y cómoda vida», acumulan capital monetario, capital social e influencia política y, desde luego, no se mezclaban con el proletariado empobrecido y con estudiantes revolucionarios que se apellidaban Tafalla, Martí, Fernández, Miras o Porta. No importaba, no importaba nada.

Notas:

[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=96892. El artículo de Joan Canela Barrull había sido publicado en Directa. La traducción castellana es del propio el autor.

[2] Antiguo líder del PI, del Partido por la Independencia de Pilar Rahola y Àngel Colom, un partido que, como es sabido, fue subvencionado por el señor encausado Félix Millet con fondos del Palau de la Música.

[3] Las traducciones son mías.

[4] Comunicación personal, 12 de diciembre de 2009.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.