Uno de los hechos más lamentables de los últimos años aconteció el pasado 14 de noviembre en el Senado, la llamada Cámara Alta de las Cortes españolas, cuando se debatía la propuesta de un texto que rehabilitase a uno de los asesinados por los criminales fascistas del régimen dictatorial de Franco. Julián Grimau pagó con […]
Uno de los hechos más lamentables de los últimos años aconteció el pasado 14 de noviembre en el Senado, la llamada Cámara Alta de las Cortes españolas, cuando se debatía la propuesta de un texto que rehabilitase a uno de los asesinados por los criminales fascistas del régimen dictatorial de Franco.
Julián Grimau pagó con la muerte pensar distinto que los asesinos, tener ideas distintas, ser comunista, defender la libertad frente a aquellos que reprimían a todos en este país. Los fascistas le detuvieron, le torturaron, le llevaron a un juicio injusto (como todos los juicios políticos), le condenaron a muerte… y, claro, le mataron.
Como ya es sabido por todos (que ya no queremos mierdecilla bajo las alfombras, pero queda mucha aún), queda todavía bastante gente de entre los asesinos de aquella época, vivitos y coleando, viviendo a cuerpo de rey o de reina, muchas veces a costa de lo que robaron, mataron, esquilmaron, o de las recompensas obtenidas por los servicios prestados.
Uno de ellos se sienta en los sillones del Senado: estas son las paradojas de la sinvergonzonería de nuestro sistema monárquico, que como tenemos un rey que juró servir al mal-llamado Movimiento del régimen, y a los franquistas que le otorgaban el poder, hubo de forzar una situación en que se perdonase a los asesinos: por tanto, los culpables debían ser los asesinados.
Ahí tenemos a Manuel Fraga Iribarne, vamos a llamarle con todos sus nombres, que no con todos sus apelativos, porque las palabras se consumen al cabo del tiempo. Formó parte del gobierno que se sentó entorno a una mesa para condenar a muerte a Grimau, pero, además, se encargó desde su ministerio de difundir falsedades acerca del condenado, para justificar que ellos, los asesinos, tenían las manos limpias.
No contento ni satisfecho con aquello, le gustaría, al parecer, haberle asesinado dos veces. Y decidió hacerlo, porque las mentes perversas nunca cambian si no se tratan, supongo. Ayer, cuando se votaba el texto, este asesino y cómplice del crimen, lejos de arrepentirse y pedir perdón al nombre de la víctima y sus familiares, decidió votar en contra. Pero Fraga, y los suyos.
El Grupo del PP votó en contra, invocando la «concordia». Pues sobre esta «concordia» que le pregunten a los responsables de la misma, porque los demás no la entendemos: nunca concordaré con asesinos, podré convivir en nombre de la paz y contra la violencia, pero en una paz que significa justicia, no olvido ni injusticia (como es ahora el caso).
Y de todo esto, parece que el Jefe del Estado no tiene nada que decir. Mudo, como si fuese el rey de bastos.