Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
La semana pasada James Wolfensohn concedió una larga entrevista a Haaretz. Abrió su corazón y resumió, con asombrosa franqueza, sus meses como enviado especial de los EEUU, Rusia, la UE y la ONU (el «Cuarteto») a este país; el mismo trabajo que ahora se le ha confiado a Tony Blair. La entrevista podría titularse «Un aviso para Tony».
Entre otras revelaciones descubrió que prácticamente fue despedido por la banda de los neoconservadores cuyo líder ideológico es Paul Wolfowitz.
Lo que Wolfensohn y Wolfowitz tienen en común es que los dos son judíos y tienen el mismo apellido: «hijo de lobo», uno en la versión alemana y el otro en la rusa. También ambos han sido jefes del Banco Mundial.
Pero ahí es donde acaba la similitud. Estos dos hijos de lobo son antitéticos en casi todos los aspectos. Wolfensohn es una persona atractiva que irradia encanto personal, Wolfowitz, casi automáticamente, suscita aversión. Esto se hizo patente cuando sirvieron, consecutivamente, en el Banco Mundial: Wolfensohn era muy popular, Wolfowitz fue odiado. El primero renovó su mandato, una rara distinción; del segundo se deshicieron a la primera oportunidad debido a un escandaloso asunto de corrupción: había ordenado asignarle un sueldo astronómico a su novia.
Wolfensohn podría ser representado por Peter Ustinov. Es un moderno hombre del Renacimiento: exitoso en los negocios, filántropo, generoso, antiguo deportista olímpico (esgrima) y oficial del ejército del aire (Australia). En la edad madura aprendió a tocar el violonchelo (por influencia de Jacqueline du Pre). El papel de Wolfowitz no exige ninguna sutileza más que la del pistolero vulgar de una película del oeste.
Pero más allá de los rasgos personales hay una profunda brecha ideológica entre ellos. Para mí personifican los dos extremos opuestos de la realidad judía contemporánea. Wolfensohn pertenece a la humanista, universal y optimista tendencia del judaísmo que abraza al mundo, un hombre de paz y compromiso, un heredero de la sabiduría de generaciones. Wolfowitz, en el otro extremo, pertenece al judaísmo fanático que ha crecido en el Estado de Israel y en las comunidades vinculadas a él, un hombre de arrogancia dominadora, lleno de odio y embriagado de poder. Es un nacionalista radical, aun cuando no está lo bastante claro si es nacionalista estadounidense o israelí, o incluso si distingue entre ambos nacionalismos.
Wolfowitz es el prototipo de los neoconservadores, la mayoría judíos, que empujaron a EEUU a la ciénaga iraquí, promueven guerras en Oriente Próximo, aconsejan al Primer Ministro israelí que no renuncie a nada y están listos para luchar hasta el último suspiro del último soldado israelí.
Para evitar malos entendidos: no conozco personalmente a ninguno de los dos. Nunca he visto en persona a Wolfowitz y escuché una sola vez a Wolfensohn en una reunión del Consejo Israelí de Relaciones Exteriores en Jerusalén. Admito que me gustó inmediatamente.
Wolfensohn llegó a este país unos meses antes del «plan de separación» de Ariel Sharon. Ahora dice que la separación habría tenido éxito «si la retirada hubiera sido acompañada de la segunda parte de la separación que, según mi entender, habría creado una entidad independiente que se convertiría en un estado palestino». Cree (erróneamente, pienso yo) que esa era la intención de Sharon a quien, a diferencia de su sucesor como Primer Ministro, respetaba.
Wolfensohn pronosticó una Franja de Gaza de economía floreciente y abierta en todas direcciones, un modelo para Cisjordania y un cimiento para el nuevo estado. A este propósito destinó 8.000 millones dólares. A diferencia de otros idealistas invirtió varios millones de su propio dinero en los invernaderos que dejaron atrás los colonos y que esperaba convertir en la base de la economía palestina.
Estuvo al lado de Condoleezza Rice durante la ceremonia de la firma del documento que iba a preparar el camino a un futuro inteligente: el acuerdo para la apertura de los pasos fronterizos. Los pasos entre la Franja e Israel se abrirían de par en par, Israel se comprometió por fin a cumplir la obligación que asumió en el acuerdo de Oslo (y que ha violado desde entonces): abrir el pasaje vital entre Gaza y Cisjordania. En la frontera entre la Franja y Egipto, una unidad europea ya estaba tomando el control.
Y entonces el edificio entero se derrumbó. El pasaje entre la Franja y Cisjordania permanecía sellado herméticamente. Los otros cruces fronterizos estaban cerrados cada vez más a menudo. Los productos de los invernaderos (junto con la inversión de Wolfensohn) se iban por el desagüe. La frágil economía de la Franja se desintegró totalmente, la mayoría de los 1,4 millones de habitantes cayó en la miseria, con más del 50% de desempleo. El resultado inevitable fue la ascensión de Hamás.
La queja de Wolfensohn enfatiza la inmensa importancia de los cruces fronterizos. Su cierre -aparentemente por razones de seguridad- significó la muerte de la economía de Gaza y, por extensión, de la esperanza de las relaciones pacíficas entre Israel y los palestinos. Antes de la victoria de Hamás, Wolfensohn vio con sus propios ojos la horrible corrupción que reinaba en los cruces. Las relaciones entre israelíes y palestinos se habían basado abiertamente en el soborno. Los productos palestinos no podían cruzar sin efectuar pagos a las personas al mando en ambos lados.
Wolfensohn señala que hay, al menos, cierta responsabilidad de la ascensión de Hamás de la Autoridad Palestina -lo que significa Fatah- que se infectó con el cáncer de la corrupción. La victoria de Hamás en las elecciones democráticas, tanto en Cisjordania como en la Franja de Gaza, no le sorprendió en absoluto.
¿Que originó que esta persona idealista dimitiera?
Wolfensohn echa la culpa principal a una persona que pertenece a la pandilla de Wolfowiz: Elliott Abrams. Como Wolfowitz, Abrams es judío, neoconservador, un sionista radical querido por la derecha israelí. Fue nombrado por el presidente Bush viceconsejero de seguridad nacional responsable para Oriente Próximo. Con este nombramiento, dice Wolfensohn, «todos los elementos del acuerdo que logró Condoleezza Rice se destruyeron». Los pasajes estaban cerrados, Hamás tomó el poder.
Wolfensohn acusa abiertamente a Abrams de minarlo para que se fuera. Realmente el Cuarteto no está bajo la autoridad de Abrams, pero una persona en esa posición no puede funcionar sin el sólido apoyo estadounidense. Abrams lo empujó fuera en cooperación con Ehud Olmert y Dov Weisglass, amigo íntimo de Sharon cuyos planes estaban amenazados por la actividad de Wolfensohn. Fue Weisglass, se recordará, quién prometió «poner el problema palestino en formol».
A los ojos de Wolfensohn ambos lados son culpables de la situación actual, pero culpa claramente más a Israel puesto que es la parte más fuerte y activa. Sin ninguna duda Israel es muy importante para él. Tiene mucha simpatía por este país (en la Primera Guerra Mundial su padre fue soldado de los batallones judíos dispuestos por el ejército británico y enviados a Palestina). Wolfensohn concedió la entrevista al periódico israelí para expresar un serio aviso: el tiempo no está a nuestro favor. El reloj demográfico está haciendo tictac. Hoy Israel está rodeado por unos 350 millones de árabes y dentro de 15 años serán 700 millones. «No veo argumento alguno que apoye la idea de que la situación de Israel mejorará».
Como experto en economía global con una perspectiva mundial, Wolfensohn podría señalar también que la importancia de EEUU en la economía mundial está retrocediendo gradualmente frente a la ascensión de los nuevos gigantes China e India.
A nosotros, los israelíes, nos gusta pensar que somos el ombligo del mundo. Wolfensoh, una persona de alcance mundial, pincha este globo egocéntrico. Ahora, dice, sólo occidente considera el problema israelo-palestino tan importante. A la mayoría del mundo le es indiferente. «He visitado más de 140 países: en la mayoría este asunto no tiene tanta importancia».
Incluso este limitado interés también se evaporará. Wolfensohn echa sal en la herida: «Llegará un momento en que israelíes y palestinos se verán obligados a entender que son una representación… ambos deben librarse de la idea de que son una actuación de Broadway. Sólo son una obra pueblerina lejos, muy lejos de Broadway». Sabiendo que esto es lo peor que se le puede decir a un israelí agrega: «Espero no estar entrando en el problema al decir esto pero, ¡qué diablos!, eso es lo que creo; y ya tengo 73 años».
También yo lo creo y, ¡que diablos!, ya tengo 83.
La metáfora del mundo del teatro me parece todavía más adecuada de lo que el propio Wolfensohn se imagina.
Lo que está sucediendo ahora en el conflicto israelo- palestino es principalmente teatro, y no el mejor de la ciudad.
Los actores beben de vasos vacíos, recitan textos que nadie cree, exhiben sonrisas falsas y se abrazan cordialmente al tiempo que se detestan unos a otros.
La mejor escena hasta el momento ha sido la «separación» de Gaza. Contrariamente a la creencia de Wolfensohn, fue una mera actuación; en el mejor de los casos un melodrama dirigido por Sharon, los jefes de los colonos, el ejército y la policía. Muchas lágrimas, muchos abrazos, muchas batallas fingidas. Esta semana la actuación aparecía de nuevo en los medios de comunicación con un gran aparato de propaganda que trataba de mostrar cuán inmenso fue el dolor, cómo los pobres evacuados se han quedado sin sus chalés, cuántos miles de millones más son necesarios todavía. La conclusión que pretenden: es imposible desmantelar los asentamientos de Cisjordania.
El nuevo actor que entra en la escena, Tony Blair, exuda encanto y jovialidad, abraza y besa. Nosotros, el público, sabemos que su destino será exactamente el mismo que el de su predecesor. Como él, es «el enviado especial del Cuarteto». Su límite de autoridad es exactamente igual que el de Wolfensohn antes que él: mucho de nada. Se supone que ayudará a los palestinos a construir «instituciones democráticas» después de que EEUU e Israel han destruido sistemáticamente las instituciones democráticas que se establecieron tras las últimas elecciones palestinas.
Blair ha abrazado a Olmert, ha besado a Tzipi Livni, ha sonreído a Ehud Barak y sabemos que los tres harán todo lo posible para desbaratar su misión antes de que alcance una posición que le permita realizar su sueño real: dirigir las negociaciones de paz, como hizo con éxito en Irlanda del Norte.
Todo lo que está pasando ahora es teatro. Olmert finge que lo que realmente quiere es «salvar a Abu Mazen» mientras hace lo contrario. A petición de Bush permitió el traslado de mil rifles, con mucha fanfarria, desde Jordania a Abbas para que pueda combatir a Hamás, lo que para cualquier palestino corriente es colaboración con el ocupante contra la resistencia. Expande los asentamientos, mantiene los «fortines ilegales» y cierra los ojos mientras el ejército ayuda a que los colonos levanten más fortines. Esta es una receta infalible para que Hamás también tome el poder en Cisjordania.
Todos sabemos que sólo hay una manera de fortalecer a Abu Mazen: empezar, inmediata y rápidamente, negociaciones prácticas para el establecimiento del Estado de Palestina en todos los territorios ocupados con su capital en Jerusalén Este. No más discusiones sobre ideas abstractas como las propuestas por Olmert, no otro plan (no 1001), no un «proceso de paz» que llevará a «nuevos horizontes políticos» y por supuesto, no otra fantasía vacía de ese gran maestro de la hipocresía santurrona, el presidente Simon Peres.
La próxima escena de la obra para la que todos los actores están aprendiendo ahora sus versos es la «reunión internacional» de este otoño, según el guión del presidente Bush. Condoleezza la presidirá y se duda de si a Tony, el nuevo actor, se le permitirá tomar parte. Los dramaturgos todavía están reflexionando.
Si el mundo es un gran teatro, como escribió Shakespeare, y todos los hombres y mujeres son simplemente actores que tienen sus salidas y entradas, eso todavía es más verdadero para Israel y Palestina. Sharon salió y entró Olmert, Wolfensohn salió y apareció Blair; y todo son, como Shakespeare escribió en otra obra, «palabras, palabras, palabras».
Wolfensohn puede ver los próximos actos de la obra con un distanciamiento filosófico. Nosotros, que estamos implicados, no nos podemos permitir ese lujo porque nuestra comedia realmente es una tragedia.
Original en inglés: http://zope.gush-shalom.org
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.