¿Qué mejor pivote para adentrarse en un análisis siquiera somero del intríngulis del Oriente Medio que la reciente y fallida Conferencia (dizque) de Paz de Annapolis? ¿Por qué? Elemental: se sabe que el meollo de cierta geopolítica en esa parte del mundo es precisamente la cuestión de la ocupación de la Palestina histórica por unos […]
¿Qué mejor pivote para adentrarse en un análisis siquiera somero del intríngulis del Oriente Medio que la reciente y fallida Conferencia (dizque) de Paz de Annapolis? ¿Por qué? Elemental: se sabe que el meollo de cierta geopolítica en esa parte del mundo es precisamente la cuestión de la ocupación de la Palestina histórica por unos sionistas la mar de excluyentes. Al menos así lo estima una miríada de valiosos analistas, tales Azmi Bishara, del Al Ahran Weekly, quien no se inhibe a la hora de juzgar el encuentro entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP), representada por su presidente, Mahmud Abbas, y el Gobierno de Tel Aviv, en voz del premier, Ehud Olmert.
En un contexto signado por la asistencia de la administración gringa -por supuesto-, los «anuentes» israelíes y una caterva de círculos oficiales árabes, según definición de la irreverente fuente, estos últimos acaban de calzar los argumentos de quienes, en el orbe político mesoriental, ponderan la adopción, errada, de términos y conceptos tales como «proceso de paz», «el proceso» (por antonomasia), «la prioridad (alta o baja) de que la administración estadounidense tome decisiones sobre la causa palestina», «el impulso de los esfuerzos diplomáticos» y hasta «la visión de Bush». Del buenazo de Bush.
Bizara y otros observadores aducen la irresponsabilidad histórica -suave calificativo, eufemístico en extremo – de esos gabinetes, que no reparan en una farsa, la de Annapolis, luego de que, en noviembre del ya lejano 1991, la Conferencia de Madrid dispusiera el escenario para la formulación de bandas de negociación, lo cual hace interrogarse a más de uno: ¿para qué hace falta otra inauguración de un proceso de convivencia pacífica, o sea la apertura de otro camino de negociación, después del franqueado, teóricamente, por la cita de la capital española?
Lo peor es que algunos, incluso entre los más dolientes, los árabes, se responden que estas negociaciones serán (¿fueron?) serias, aunque no se cree un Estado palestino; sí, que se está inaugurando una fase seria de las negociaciones; que en los próximos meses todos los tratos efectuados parecerán un juego de niños ante la solidez, la contundencia de los de Maryland. Cosa que «se prometieron a sí mismos los negociadores palestinos, no obstante el que Olmert contrarrestara esta promesa con otra de que no se sometería a ningún calendario ni fecha límite de conclusión para una solución permanente», aclara nuestra fuente, a la que agregamos el pronóstico de que, con Annapolis habrá paz… para las calendas griegas.
Ahora, el fracaso principal, según el articulista tomado como referencia principal, con quien coincidimos en más de un aspecto, está a la vista de quien mira deseando ver. Y podría resumirse de tal guisa: «Los palestinos y los israelíes no han llegado a entendimiento alguno respecto al estatuto de Jerusalén, las fronteras o el desmantelamiento de los asentamientos israelíes. Por otra parte, acerca del derecho al retorno de los refugiados no se ha hecho ningún progreso. Sin embargo, se convirtió un tema que en un principio no lo era -la judeidad del Estado de Israel- en una cuestión de negociación con paridad con todas las demás, como Jerusalén, los refugiados, las fronteras y los asentamientos».
Y claro que la maravillosa visión de Bush, tan ponderada por gente de débiles entendederas, y piernas, no pasa de fórmula para malvender todos los derechos no negociables palestinos, a cambio de una entidad política gobernada por una elite que primero deberá cumplir con la eliminación del «terrorismo interno». O sea, acabar de una vez por todas con agrupaciones como la islamista Hamas, inclaudicable en la defensa de la dignidad de un pueblo que nunca ha arriado sus banderas.
Sólo de ese modo vendría el milagro de un Estado que, por cierto, negándose la propia naturaleza intrínseca, no estaría definido territorialmente por las fronteras anteriores a junio de 1967; no implicaría el retorno de los refugiados palestinos, que suman millones desde 1948, ni el desmantelamiento de los más importantes asentamientos israelíes. Igualmente, no ejercería jurisdicción sobre la Jerusalén árabe, aunque se le podría otorgar la «prebenda» de extender la ciudadanía israelí a los árabes allí asentados, y, a manera de dádiva, hasta facilitar el acceso a los lugares sagrados clave del islam.
¿Por qué partir de Annapolis?
Porque los gringos se salieron con las suyas, señores míos. Como afirmábamos en artículo anterior, el mayor postor de la Conferencia -el César, Bush- pretendía «salvar la posición en una región que se encuentra a la defensiva en todos los frentes». Una región, decíamos, «en la que la guerrilla chiita de Hizbolá impidió, con la derrota del Tsahal (ejército hebreo), la ocupación del Líbano y quizás hasta la consiguiente embestida contra Siria, como fases de un plan en última instancia dirigido contra la potencia antisionista que representa el incorregible, el incoercible Irán. Una región donde Iraq está deviniendo lo más parecido al infierno que podrían concebir los soldaditos yanquis. Y los mercenarios, que matan tanto como los propios soldaditos yanquis. O más».
Por eso Washington y Tel Aviv siguen incitando a la guerra contra Hamas, partido triunfante en unas elecciones de proverbial democratismo, y al arreglo con Al Fatah, la agrupación perdedora, cuyo líder, Abbas, está siendo criticado por haber aceptado las condiciones israelíes de ruptura con esa representante de una inmensa parte de su pueblo que es Hamas; en segundo lugar, ya aceptadas sus imposiciones, Israel insiste en que, para que las negociaciones sean más expeditas, la ANP tiene que «hacer honor a su compromiso con la Hoja de Ruta, que era combatir el terrorismo y desmantelar la estructura terrorista». Ergo, destruir la resistencia, empezando por Cisjordania, «administrada» por la Autoridad Nacional -en Gaza campea Hamas-, y de cuyas mejores tierras quieren apropiarse los sionistas. Menuda tarea ejecutada por la ANP post Arafat, claman algunos, con reconcomio.
El tercer logro hebreo, aireado en público con buida ironía por el periodista arriba citado, resulta cierto desenganche árabe de la causa palestina, en razón de la debilidad notada en sus representantes en Annapolis.
Peligro
Y ese presunto desenganche constituye una alarma de marca mayor, de sonido más que tronante, porque precisamente para los imperialistas estadounidenses y sus socios de correrías, los sionistas, se trata de un fraccionamiento regional que sirva la mesa a los intereses del cacareado Gran Oriente Medio, la gran gasolinera de USA, y su mayor mercado.
Con respecto al Líbano, recordemos que está virtualmente en estado de acefalía, desde que expiró el mandato del presidente Emile Lahoud sin que, en el momento de redactar estas líneas, se hubiera escogido sucesor. Al decir de BBC Mundo, Lahoud, un general retirado que cuenta con el apoyo de Siria, abandonó el palacio presidencial negándose a entregar sus poderes al gabinete del primer ministro, el prooccidental Fuad Siniora. Por el contrario, subrayó la «ilegalidad» del Gobierno y confió la custodia provisional del Estado al jefe del Ejército, general Michel Suleiman, aduciendo que el país corría el riesgo de entrar en un estado de excepción.
Esta especie de limbo constitucional se producía luego de que el Parlamento fallara por cuarta vez en su intento de elegir al sucesor de Lahoud y postergara la votación (ante la falta de quórum) hasta el día 30 de noviembre, cuando tampoco se cumplió, ante las acerbas diatribas del premier Siniora, para quien esta situación vulnera la Constitución. Aserto rápidamente apoyado por los Estados Unidos y archicriticado por el movimiento revolucionario chiita Hizbulá, para el cual «la interferencia americana intentó dictar condiciones (para el nuevo Presidente), y es el responsable del bloque del consenso (parlamentario) que impidió que la elección se celebrara a tiempo».
Algunos analistas políticos, como es el caso de Michael Young, afirman que la situación podría prolongarse semanas, ya que el Líbano estaba políticamente paralizado desde hacía más de un año, con unas instituciones que no funcionaban correctamente, si funcionaban. Otros expertos consideran que el País de los Cedros vuelve a convertirse en víctima de las tensiones regionales e interpretan esta crisis como una prolongación de la mano dura que Washington emplea contra Siria e Irán. «Líbano es, de nuevo, rehén de la evolución de la situación en el Oriente Medio, en Siria y Palestina, y de la evolución del programa nuclear iraní», ha afirmado el profesor de Derecho Samir Salva, entre otros.
Se trataría en primer orden de que, con un Presidente escorado hacia Occidente, Beirut andaría a la gresca con Siria, uno de los pilares de la dignidad antiimperialista en la región, por lo que, en contraposición, los dirigentes de Damasco no cejan en el empeño de convencer a todos los que puedan de que desean un Líbano estable, independiente y con «buenas relaciones con Siria». Y que, en ese sentido, deviene fundamental que la elección del Presidente se haga de forma consensuada, en tiempo, y sin interferencias contrarias al espíritu y la letra de la Constitución, básicamente concordativa, algo que, en el criterio de articulistas como Manuel García Fonseca, constituye casi un agravio para los EE.UU., obstinados en el cambio de la Carta Magna y en que el mandatario de un país tan complejo, tan plural, sea elegido por simple mayoría.
¿A quién beneficiaría esto último?
Obviamente a aquellos que están maniobrando para mantener una prolongada presencia militar en Iraq, a cambio de la cual, vox populi, recibiría del régimen de Bagdad tratamiento preferencial para inversiones… norteamericanas (sobre todo en petróleo), además de una garantía de seguridad de Washington, incluyendo la protección contra golpes de Estado. O sea: se promueve nada más y nada menos que la conversión de la vetusta Mesopotamia en una neocolonia, con todas sus características.
Esto, que han dejado filtrar altos funcionarios de la administración del tartajoso George Walker Bush, se ha visto constatado por la rúbrica, por el mandatario gringo y el cipayo primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, de un documento que establece la agenda de «negociaciones» para la presencia permanente del Ejército estadounidense en Iraq.
En una espiral de concesiones y medias tintas, Al Maliki aseguró posteriormente que 2008 será el último año de presencia de los soldados gringos en esos lares, pero -no pequemos de incautos- «bajo mandato de la ONU». De lo que se trata, conforme a las famosas filtraciones a la prensa -modo característico de medir a priori las reacciones de la opinión pública- es de reducir el próximo año los efectivos de ocupación, sí mas, mientras el régimen de Bagdad se dedica a atender la seguridad interna -ya era hora, ¿no?-, los soldados yanquis estarían acantonados en bases militares, situadas a mejor recaudo, en las afueras de las ciudades.
Porque en las ciudades, Dios, los habitantes cuentan una extraña visión, diferente a la oficial, a la que asegura la disminución de la violencia en el país. Solo que esa parte de la violencia dirigida contra los ocupantes se ha hecho más selectiva, al parecer después de los enfrentamientos entre los terroristas de Al Qaeda y la resistencia nacionalista, islámica, patriótica, parte de la cual está integrada por militantes del Baass, otrora partido en el Gobierno, y que se ha centrado con mayor énfasis en las hileras de aterrorizados militares gringos y británicos.
Si bien las estadísticas del Pentágono «reconocen» como poco más de 850 la cifra de sus bajas en el año, y más de tres mil 800 desde el inicio de la invasión, en marzo de 2003, entidades como la Unidad de Investigación de la cadena CBS juran y perjuran que «si sumamos las seis mil 256 víctimas de suicidio de 2005 a las tres mil 865 víctimas oficiales de los combates obtenemos una cifra de 10 mil 121. Incluso un cálculo exageradamente bajo de cifras similares de suicidios para 2004 y 2006 significaría que la cantidad total de víctimas estadounidenses de la guerra en Iraq excede ahora las 15 mil». A pesar de «conjuros» como la empresa de mercenarios Blackwater, especialista en el fuego indiscriminado contra civiles y contratada para la protección de la embajada de los EE.UU. y de altos funcionarios que, no obstante, siguen muriendo bajo la dinamita furtiva. Así, con ese signo trágico que los persigue en Iraq, y los detiene y aterra en Afganistán, donde los talibanes no han creído ni en el secretario de Defensa, Robert Gates, para sus acostumbrados atentados, los neoconservadores y los más raigales halcones desean extender su manto bélico sobre… nada menos que Irán.
Ay, ay, ay, Irán
Confusa, la cosa. La inteligencia de USA emitió un informe de acuerdo con el cual Irán había suspendido su programa de armas nucleares en 2003, contradiciendo lo que había afirmado hasta ese momento el Gobierno de George Walker Bush y que algunos han utilizado en el perímetro de Washington para hacer sonar los tambores de la guerra contra el país persa.
Analistas de fuste tales Nazanin Amiriam adelantan al respecto hipótesis como que, por el hecho de que Israel y los sectores projudíos de EE.UU son quienes presionan el ataque a Irán, el reporte podría ser un intento de los sectores «nacionalistas» del stablishment de que Tel Aviv se las vea un poco en solitario, menos acompañado, en eso de determinar la agenda política para el Oriente Medio. Y que asoman discrepancias entre los sectores que consideran, de momento, no conveniente la embestida. Y que ha habido algún importante acuerdo entre Irán y los Estados Unidos: digamos que, por garantías de no agresión, Teherán ayudaría en pacificar a Iraq y Afganistán. Y que es una forma de ganar tiempo, hasta convencer a China y Rusia, así como a la opinión pública internacional, de la necesidad del ataque. Y que es una artimaña del equipo de Bush y Cheney, el vicepresidente, para relajar esa opinión pública y coartar la formación de movimientos antibelicistas, para luego lanzarse a fondo. Y que la CIA pretende «curarse en salud», por si una vez atacado Irán no se encontrase indicio alguno de las armas de destrucción masiva…
Pero, en definitiva, aquí lo importante es que Bush sigue empeñado en que el peligro que representa el régimen de los ayatolas es el mismo, ya que aún podría construir una bomba nuclear en el futuro, y que, por lo tanto, no transformará para nada su política. Aserto digno de tomar en cuenta dadas sus acciones anteriores: cuando los hechos y la inteligencia no han coincidido con sus líneas, el señor Presidente de los Estados Unidos y algunos de sus más importantes asesores han buscado otra justificación para hacer lo que desean.
En parte por ello, quizás, y por la verdad en sus manos, los ayatolas se han apresurado a calificar de mentiroso el Informe, en el sentido de que ellos, aseguran, nunca han dirigido sus esfuerzos a la creación de armas nucleares. Lo cual ha recibido un tácito espaldarazo de Mohamed el Baradei, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), al destacar la cooperación de las autoridades iraníes con quienes quieren corroborar el carácter civil, pacífico, del desarrollo endógeno del combustible anatematizado por quienes siempre buscarán un pretexto. Un pretexto por el petróleo, un pretexto por pura geopolítica, un pretexto porque, ¡ah pecado de pecados!, los facinerosos iraníes están realizando todas las transacciones económicas exteriores en euros o yenes, echando a un lado al dólar, causa también de la arremetida contra el Iraq de Saddam Hussein.
¿Qué espera a los pueblos del Oriente Medio en este nuevo año?, sería una buena pregunta. Y la respuesta apuntaría a poner énfasis en que cualquier factor emergente podría cambiar un panorama previsto hasta el detalle. De manera que la cuestión se daría solo en términos probabilísticos. En honor a la verdad, solo los pueblos podrán lograr, con unión y resistencia mediante, que el banquete romano, sibarítico, pantagruélico, que pretenden los yanquis en su ansiado Gran Oriente Medio quede en una entelequia, en un banquete platónico. Solo visible en el difuso campo de las ideas. Y de los sueños.