Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Nuestra vecina Haniya se encogió de hombros mientras hablaba de un modo desanimado: «todo esto es normal para nosotros ahora, ¿qué podemos hacer de todos modos?». Sin embargo, cuando veo a los soldados israelíes armados en los tejados y a los palestinos sometidos a inspecciones en los puestos de control militar cuando van a la mezquita, veo esta ocupación como una tragedia humana que está ocurriendo
Ya hace más de cuarenta años que la ocupación israelí gobierna una enorme parte de Cisjordania. Aquí la ley marcial gobierna miles de vidas de la gente en casi todos los aspectos de su vida: viajes familiares, a la escuela, a los centros de salud, a sus granjas o a sus tiendas.
Mi amiga Fátima vivía en un pequeño pueblo de la periferia, pero debido a la falta de dinero, se mudó a H2, en Hebrón, donde pudo trabajar en una pequeña tienda propiedad de su hermana. Los siete hijos de Fátima ahora son adolescentes y una hija está casada. Los dos hijos, aunque son bastante brillantes, han dejado el instituto. La posibilidad de encontrar un buen trabajo después de la educación es casi inexistente, razonan. Como no hay educación obligatoria para los niños palestinos, éstos vagan por las calles, fuman o ayudan a su familia. Hace poco, en dos ocasiones, los militares secuestraron a dos de estos jóvenes trabajadores. Uno de estos muchachos usaba una cuchilla para ayudar a su padre a desempaquetar las cajas de mercancías de la tienda. Otro muchacho fue enviado por su padre a un recado, pero el abrigo del niño se parecía al abrigo de un policía. Los militares se lo llevaron y le interrogaron durante horas mientras su padre razonaba con los soldados.
Fátima, como muchos otros tenderos, abre su tienda cada mañana muy temprano, esperando que ese día los turistas compren un vestido, una funda de almohada bordada, un pequeño monedero o un chal.
Ella y su hermana tienen muchas mujeres que quieren bordar para ellas, pero Fátima apenas gana suficiente dinero para su propia familia. Puesto que su marido está incapacitado para trabajar, la familia depende completamente de los escasos ingresos de Fátima. Ella y los visitantes internacionales aseguran constantemente a los turistas que no hay peligro por entrar en el casco viejo de la ciudad. Los turistas ven armas y soldados por todo H2, pero pronto aprenden que solamente los palestinos son el blanco de los M-16.
Fátima, como muchos padres, trata de vivir el día a día todo lo «normalmente» que pueden y con buen humor. Uno de sus dos hijos, de 15 años, ya ha sido acusado de lanzar una piedra a un soldado y pese a toda su insistencia y la de testigos presenciales que dijeron que él no la arrojó, cumplió dos meses y medio en una cárcel israelí. Como muchas otras familias, ésta también pidió un préstamo y pagó 1.200 shekels por la liberación de su hijo. Israel hace una fortuna gracias a las acusaciones de «arrojar piedras» repartidas entre los jóvenes palestinos.
Para esas personas el día no acaba cuando llega la hora. Los padres con hijos adolescentes es raro que duerman profundamente. Como una madre con un bebé recién nacido, les preocupa que la noche traiga soldados que irrumpan en su casa, que despierten a todo el mundo, encierren a todo la familia en un cuarto y luego se lleven al hijo adolescente a una prisión. Un amigo de Christian Peacemaker Team, de primero de la universidad, fue arrebatado de su casa a la una y media de la madrugada y cumplió seis meses de prisión sin ninguna acusación oficial. Me pregunto: ¿Cómo es posible que nadie, ningún país, oiga los gritos de esta gente pidiendo compasión y justicia? ¿No merecen ellos también una vida normal?
Paulette recibirá comentarios o preguntas de los lectores en: [email protected]
Vínculo a un ejemplo de un niño palestino amenazado por los soldados: http://www.imemc.org/article/60538
Fuente: http://www.zajel.org/article_view.asp?newsID=11431&cat=1