Acabo de encontrar en los archivos de la Biblioteca Nacional de Cuba algunos documentos interesantes sobre la libertad de prensa que existía en Cuba antes de 1959. Son orientaciones muy precisas sobre política editorial. Primero presento a los personajes involucrados: José I. Rivero Hernández era dueño de una empresa que incluía, entre otros medios, a […]
Acabo de encontrar en los archivos de la Biblioteca Nacional de Cuba algunos documentos interesantes sobre la libertad de prensa que existía en Cuba antes de 1959. Son orientaciones muy precisas sobre política editorial. Primero presento a los personajes involucrados: José I. Rivero Hernández era dueño de una empresa que incluía, entre otros medios, a dos importantes diarios de la Cuba neocolonial. Personalmente dirigía uno de esos periódicos, el Diario de la Marina (1844 – 1960), con una trayectoria larga y consecuente. Conducido por su abuelo en época de la colonia se dedicaba entonces a combatir a los independentistas, a ser «órgano de los ideales e intereses de España y de los españoles en Cuba», según las palabras de un indiscutible conocedor, el poeta Gastón Baquero; asumido por su padre en 1919, enfrentaba con pasión -todas las citas son de Baquero–, «el laicismo de la cultura y de la política» y «la ascendente marea del comunismo»; heredado finalmente por él en 1944, continuaría siendo «tribuna para la divulgación y defensa de la doctrina social de la Iglesia católica» y para «la vieja batalla contra el marxismo».
Baquero fue un gran poeta, pero también vivió del periodismo «libre». Fue jefe de redacción del Diario de la Marina durante la dictadura de Batista, y recibía cada mes un misterioso cheque de la Oficina Presidencial por valor de 18 000 pesos, en una época en la que el peso cubano valía tanto como el dólar y el dólar, mucho más que ahora. A favor de Baquero hay que decir que no era el único periodista que recibía dinero de Batista (aunque sí uno de los mejor pagados): sobre la mesa presidencial fue hallada en 1959 una larga lista de nombres. No obstante, José I. Rivero Hernández siempre negó que su periódico apoyara al sargento golpista, devenido general. Wilfredo Cancio Isla, de El Nuevo Herald , lo cataloga como «el último Quijote del periodismo libre frente a la arrolladora oleada revolucionaria de 1959» en Cuba. El otro personaje de estos documentos es el ensayista y periodista cubano Antonio Iraizoz, un intelectual de la generación del veinte del siglo pasado, que terminó siendo embajador de Batista. En el momento al que me referiré, Iraizoz era director de Alerta , otro diario propiedad de Rivero.
La anécdota y el documento.
La anécdota es sencilla y ocurre en 1946: Iraizoz se confunde y cree que dirige un periódico libre. Publica una información sobre unas no muy claras transacciones del gobierno de Grau que el señor Rivero ha ordenado «retener para estudiarla y hablar después contigo del asunto». Iraizoz se hace el bobo y alega que él es tan director de un periódico, como Rivero de otro. Y el segundo, que en realidad es el primero, le dice de forma clara: «aquí estriba precisamente tu error, ya que yo no dicté la orden como director interino del DIARIO DE LA MARINA, sino a nombre de la empresa -y como dueño–, que como tú bien sabes, porque tienes talento y experiencia, está por encima de la dirección, lo mismo en ese periódico que en el DIARIO, que en cualquier otra publicación». La molestia de Rivero tiene otros antecedentes. Por eso escribe: «para eliminar malentendidos y para evitar que se quiebre más la perfecta armonía que debe existir siempre entre la empresa y la dirección de Alerta, adjunto un memorándum para orientarte sobre la política a seguir en ese nuestro periódico y para que coincida así perfectamente con la que sigue el DIARIO DE LA MARINA, cosa que desde hace algún tiempo no se ha podido lograr, hasta el extremo de haberse censurado fuertemente en tus ‘Puntillas’, tan leídas, al Departamento de Estado norteamericano en los momentos en que el DIARIO DE LA MARINA organizaba un homenaje al Gobierno de esa gran nación». A continuación expongo y comento el memorándum de política editorial.
POLITICA A SEGUIR POR «ALERTA»
«PRIMERO: Suprimir cualquier ataque o censura que pueda lastimar al Gobierno y a la nación norteamericana, siguiendo en esto la política que mantiene el DIARIO DE LA MARINA;
SEGUNDO: No inclinarse a ningún Partido político cubano;
TERCERO: Mantener la línea de conducta que siga el DIARIO, con el actual Gobierno: censurarlo respetuosamente en aquellas cosas que vayan en contra de los principios que defiende esta empresa [no se refiere a los principios que sostienen a la nación, sino a los de la empresa. Se trata en este caso de una paradoja inviolable del capitalismo: la empresa privada defiende la censura como acto de libertad – E. U. G.], pero no colocarse en una línea oposicionista;
CUARTO: Suprimir toda noticia que pugne con la religión católica, apostólica y romana [fíjese el lector que no dice suprimir «toda opinión», sino que va más lejos al decir «toda noticia»: si se descubre que hay curas pederastas, por traer un ejemplo que no es gratuito, el periódico debe abstenerse de informarlo. Por otra parte, se censura a las restantes religiones, en un país que practica mayoritariamente cultos afrocubanos], como por ejemplo, las noticias sobre propaganda de la masonería o cualquier otra religión;
QUINTO: Cualquier ataque a Oficinas o funcionarios del Gobierno, debe ser consultado previamente con el Director del DIARIO;
SEXTO: Ordenar que en ausencia del director de «Alerta», cualquier trabajo que se publique o se suprima vaya autorizado por el director del DIARIO.
Firmado: José I. Rivero».
NOTA: Agradezco a la Biblioteca Nacional y muy especialmente a la especialista de la sección de manuscritos, Alicia Flores Ramos, el hallazgo, la reproducción y la autorización para la publicación de estos documentos.