En abril pasado el presidente Bush dijo que la retirada israelí de Gaza permitiría el establecimiento de ‘un Estado democrático en Gaza’ y abriría la puerta a la democracia en Medio Oriente. El columnista Thomas Friedman fue más explícito, argumentando que ‘el tema para los palestinos ya no es cómo resistir a la ocupación israelí […]
En abril pasado el presidente Bush dijo que la retirada israelí de Gaza permitiría el establecimiento de ‘un Estado democrático en Gaza’ y abriría la puerta a la democracia en Medio Oriente. El columnista Thomas Friedman fue más explícito, argumentando que ‘el tema para los palestinos ya no es cómo resistir a la ocupación israelí en Gaza, sino si pueden edificar un mini-Estado decente en el lugar – un Dubai del Mediterráneo. Porque si lo hacen, remodelará fundamentalmente el debate israelí sobre si se puede entregar a los palestinos la mayor parte de Cisjordania’.
Empotrada en estas declaraciones se encuentra la suposición de que los palestinos serán libres para edificar su propia democracia, que Israel terminará por ceder Cisjordania (o por lo menos considerará esa posibilidad), que la ‘retirada’ de Israel fortalecerá la posición palestina en negociaciones sobre Cisjordania, que la ocupación terminará o se hará cada vez más irrelevante, que las brutales asimetrías entre los dos lados se corregirán. Por lo tanto, el Plan de Desconexión de Gaza – si es implementado ‘adecuadamente’ – presenta una real (tal vez la única) oportunidad para resolver el conflicto y crear un Estado palestino. Se concluye que los palestinos serán responsables por el éxito o el fracaso del Plan: si no logran edificar un ‘mini-Estado decente, democrático’ en Gaza, la culpa será exclusivamente suya.
En la actualidad, más de 1,4 millones de palestinos viven en la Franja: en 2010 la cifra se acercará a los dos millones. Gaza tiene la mayor tasa de nacimientos en la región – 5,5 a 6 niños por mujer – y la población crece entre un 3 y un 5 por ciento por año. Un ochenta por ciento de la población tiene menos de 50 años; un 50 por ciento tiene 15 años o menos; y el acceso a la atención sanitaria y a la educación disminuye rápidamente. La mitad del territorio en la que se concentra la población tiene una de las densidades más elevadas del mundo. Sólo en el campo de refugiados Jabalya hay 74.000 personas por kilómetro cuadrado, en comparación con 25.000 en Manhattan.
Según el Banco Mundial, los palestinos sufren actualmente la peor depresión económica de la historia moderna, causada sobre todo por las prolongadas restricciones israelíes que han reducido dramáticamente los niveles de comercio de Gaza y han aislado a su fuerza laboral de sus puestos de trabajo dentro de Israel. Esto ha causado niveles de desempleo sin precedentes de entre un 35 y un 40 por ciento. Entre 65 y 75 por ciento de los gazanos viven en la pobreza (en comparación con un 30 por ciento en 2000) y muchos padecen hambre.
En 2004, un estudio de Harvard concluyó que para 2010 el aumento de la población de Gaza requerirá la ‘creación de unos 250.000 nuevos puestos de trabajo – para mantener las actuales tasas de empleo de un 60 por ciento y el establecimiento de 2.000 salas de clase adicionales y de 100 clínicas de atención sanitaria primaria por año para asegurar un acceso a la educación y a los servicios de salud pública comparable al de Cisjordania’. A pesar de esta situación, el Plan de Desconexión dice que Israel reducirá aún más el número de palestinos que trabajan en Israel y terminará por excluirlos por completo. El mismo estudio de Harvard predijo que dentro de unos pocos años la fuerza laboral de Gaza será ‘enteramente descualificada y habrá cada vez más analfabetos’. Entre 1997 y 2004, la cantidad de maestros por estudiante disminuyó en un 30 por ciento, lo que resulta en 80 estudiantes por clase en las escuelas estatales y en 40 por clase en escuelas de la UNRWA. [Agencia de Naciones Unidas para la Ayuda a los Refugiados Palestinos]. Los resultados escolares de los niños palestinos se hallan bien por debajo del nivel de aprobación, y la mayoría de los de ocho años no pasa al nivel superior.
Aproximadamente un 42 `por ciento de los gazanos está clasificado ahora por el Programa Mundial de Alimentación (WFP, por sus siglas en inglés] como en «riesgo alimentario» – es decir que carece de un acceso asegurado a suficientes cantidades de alimentos seguros y nutritivos para un crecimiento y un desarrollo normales; en cinco áreas de Gaza, la cifra excede un 50 por ciento. Un 30 por ciento adicional de la población es «vulnerable desde el punto de vista alimentario», es decir amenazado de llegar a hallarse en riesgo alimentario o de desnutrición.
Desde 2000, la economía de la Franja de Gaza y de Cisjordania ha perdido un ingreso potencial de unos 6.400 millones de dólares y ha sufrido un daño físico de 3.500 millones de dólares a manos del ejército israelí. Esto significa, según la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, que el ‘territorio palestino ocupado ha perdido por lo menos un quinto de su base económica durante los últimos cuatro años como consecuencia de la guerra y la ocupación’. Sin embargo, los autores del Plan confían en que ‘el proceso de desconexión servirá para disipar las afirmaciones sobre la responsabilidad de Israel por los palestinos en la Franja de Gaza’. Suponen, en otras palabras, que el sufrimiento de Gaza es un fenómeno reciente causado por los últimos cinco años de Intifada, y que la devolución de la tierra ocupada por las instalaciones militares y los asentamientos – entre un 15 y un 30% del territorio – y la remoción de 9.000 colonos israelíes corregirán rápidamente la situación. El papel primordial de Israel en la creación de la miseria y la decadencia de Palestina desde que ocupó Cisjordania y Gaza en 1967 es expurgado de la narrativa.
No cabe duda alguna de que la destrucción causada por Israel durante los últimos cinco años – la demolición de casas (unas 4.600 entre 2000 y 2004), escuelas, carreteras, fábricas, talleres, hospitales, mezquitas e invernaderos, la destrucción de campos agrícolas, el desarraigo de árboles, la confinación de la población y la negativa de acceso a la educación y a los servicios de salud como consecuencia de los bloques de ruta y los puntos de control israelíes – han sido ruinosos para los palestinos, especialmente para los de la Franja de Gaza. Pero basta con considerar la economía de Gaza antes de la insurrección para comprender que la devastación no es reciente. Al estallar la segunda Intifada, la política de cerco de Israel ya existía desde hace siete años, provocando niveles sin precedentes de desempleo y pobreza (que pronto fueron excedidos). Pero la política de cerco sólo tuvo efectos tan destructivos porque los treinta años de integración de la economía de Gaza en la de Israel habían llevado a una profunda dependencia de la economía local. Como resultado, cuando clausuraron la frontera en 1993, la auto-sustentación ya se había hecho imposible – ya no existían los medios necesarios. Décadas de expropiación y de desinstitucionalización habían privado a Palestina de su potencial para el desarrollo, asegurando que no podría emerger una estructura económica (y por lo tanto política) viable.
El daño – el des-desarrollo de Palestina – no puede ser subsanado simplemente mediante la ‘devolución’ de las tierras de Gaza y la posibilidad del libre movimiento de los palestinos y su derecho a construir fábricas y áreas industriales. El aumento de esa minúscula superficie – o el acceso palestino a ella – no solucionará la miríada de problemas de Gaza, si su creciente población es confinada a su territorio. La densidad no es sólo un problema de la cantidad de gente, sino de acceso a los recursos, especialmente a los mercados laborales. Sin fronteras porosas que permitan que los trabajadores tengan acceso a los puestos de trabajo, algo que el Plan de Desconexión no sólo no encara sino que en efecto niega, la Franja seguirá siendo efectivamente una prisión sin ninguna posibilidad de establecer una economía viable. Sin embargo, lo que Israel trata de promover es precisamente la idea opuesta – el que con la desconexión se posibilita el desarrollo, en la esperanza de que así se vea absuelto de toda responsabilidad por la desolación, pasada o presente, de Gaza.
Incluso si dejamos de lado la responsabilidad fundamental de Israel por el estado en que se encuentra Gaza en la actualidad, el propio Plan obstaculiza todo desarrollo real. Según el Plan, Israel evacuará la Franja de Gaza – con la excepción del corredor (de 1.000 metros de ancho) Philadelphi, en la frontera con Egipto – y se redesplegará afuera. Israel aceptó después el retiro del corredor a cambio del control militar egipcio, pero los términos aún son discutidos, y existe una fuerte oposición dentro del gabinete y del parlamento israelíes. A la espera de la disposición final del corredor, el ejército israelí ha iniciado la erección de un muro a lo largo de sus 12 kilómetros, que consistirá de ‘bloques de hormigón de ocho metros de altura que podrían ser fácilmente removidos… El nuevo muro estará interrumpido por puestos de observación y una nueva carretera para vehículos blindados pesados está siendo asfaltada a su lado sur’.
En última instancia, es irrelevante si Israel termina por retirarse del corredor Philadelphi (u otorga a los palestinos el control sobre su propio puerto marítimo y aeropuerto, lo que también está en discusión). Es así porque el Plan da a Israel ‘autoridad exclusiva» sobre el espacio aéreo de Gaza y sus aguas territoriales, lo que significa el control total sobre el movimiento de personas y bienes hacia y desde la Franja. Israel también «continuará suministrando electricidad, agua, gas y petróleo a los palestinos a precios de mercado, a las condiciones actuales». Israel continuará asimismo cobrando derechos de aduana por cuenta de la Autoridad Palestina y el shekel israelí seguirá siendo la moneda local. Además, el gobierno israelí construye un nuevo terminal en el sitio en el que se encuentran Gaza, Israel y Egipto, lo que exigiría que la mano de obra y los bienes palestinos tengan que pasar por territorio israelí. El Ministerio del Interior de Israel retiene el control total de la entrega de las tarjetas de identidad palestinas y de todos los datos de la población – nacimientos, muertes, matrimonios – y todos los palestinos deberán continuar siendo registrados por el ministerio. No tendría sentido que la Autoridad Palestina actúe unilateralmente e introduzca tarjetas de identidad palestinas porque Israel controla la frontera internacional y los movimientos palestinos dentro de Cisjordania.
En lo que se refiere al perímetro que separa a la Franja de Gaza de Israel, ya están construyendo una segunda cerca. Está siendo erigida al este de la cerca actual en territorio israelí y crea una zona parachoques alrededor de la Franja de 70 kilómetros de largo y de varios cientos de metros de ancho. La cerca será aumentada por sensores ópticos y electrónicos que detectarán todo intento de cruzarla. ‘Nos permitirá impedir mejor los ingresos ilegales de palestinos desde Gaza’ dijo una fuente del ejército israelí. ‘Estamos presenciando un aumento en los intentos de cruzar la cerca existente alrededor de Gaza, aunque se trata sobre todo de trabajadores a la busca de empleo, no de terroristas’.
No hay referencia alguna en el Plan de Desconexión a algún vínculo entre Gaza y Cisjordania, aunque ha habido algunas discusiones sobre una conexión por tren entre los dos territorios. El acuerdo de Oslo especificaba que Cisjordania y la Franja de Gaza son ‘una unidad territorial’, pero parece claro que Israel no tolerará un auténtico vínculo territorial entre ambas. Con la implementación del Plan, la población de Gaza es efectivamente encapsulada y el desmembramiento nacional de los palestinos, que ha sido de largo un hito de la política israelí, ha sido logrado, por lo menos en cuanto a Cisjordania y Gaza.
La parte del Plan que tiene que ver con Cisjordania especifica la evacuación de cuatro de los 120 asentamientos judíos en ‘un área’ al norte de Nablus, permitiendo allí la contigüidad de los palestinos locales. Sin embargo, en julio el gabinete de seguridad israelí decidió que Israel ‘retendrá el control de la seguridad del territorio alrededor de los cuatro asentamientos en Cisjordania y mantendrá las bases militares existentes en el área’. En otras regiones de Cisjordania, Israel ‘ayudará… en la mejora de la infraestructura del transporte a fin de facilitar la contigüidad del transporte palestino’. Esta ‘contigüidad del transporte’ tendrá que asegurar las siguientes condiciones:
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Un muro planificado de 620 kilómetros (de los cuales han sido construidos 205 kilómetros) hecho de bloques de hormigón de nueve metros de alto y de cercas impenetrables, construidas en tierra cisjordana confiscada; en la actualidad un 10 por ciento de todos los palestinos – 242.000 personas – está aislado en la zona militar cerrada entre la frontera de Israel y el lado occidental del muro, y un 12 por ciento está separado de su tierra por las carreteras y bloques de viviendas para colonos. En el mejor de los casos los palestinos tendrán acceso a un 54 por ciento de Cisjordania, una vez que sea terminado el muro.
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Veintinueve carreteras o circunvalaciones para colonos que cubren 400 kilómetros de Cisjordania, diseñadas explícitamente para asegurar la libertad de movimiento de 400.000 colonos judíos, mientras aprisionan a tres millones de palestinos en sus enclaves rodeados y aislados.
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Cuarenta túneles planificados en Cisjordania (de los cuales 28 han sido terminados, en comparación con siete hace un año) que conectarán a los asentamientos judíos entre sí y con Israel.
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La construcción planificada de 6.400 nuevas casas de asentamientos en Cisjordania. Por lo menos 42 asentamientos están siendo expandidos y se construyen colegios, hoteles, áreas comerciales y parques.
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El aislamiento de Jerusalén Este – el corazón comercial y cultural de Cisjordania – de Ramala y Belén y el resto de Cisjordania.
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La separación de Cisjordania septentrional y meridional; y la separación de Gaza, Hebrón, Belén, Ramala, Jericó, Tulkarem, Qalqilya, Salfit, Nablus y Jenín.
El Plan pone fin a toda esperanza de unidad y contigüidad territorial y nacional palestina, y sólo puede acelerar la despoblación gradual de Palestina, continuando lo que inició el proceso de Oslo. Sin embargo, como Oslo, Camp David y Taba antes, el Plan es raramente analizado. Es envuelto en silencio.
No importa lo que pretenda ser, el Plan de Desconexión de Gaza es, esencialmente, un instrumento para la continua anexión israelí de la tierra de Cisjordania y su integración física a Israel. Todo esto es prácticamente mencionado en el propio Plan, que señala que ‘en cualquier futuro sistema de estatus permanente, no habrá ciudades y aldeas israelíes en la Franja de Gaza. Por otra parte’ – y aquí, Israel es inusualmente transparente – ‘es evidente que en Cisjordania hay áreas que formarán parte del Estado de Israel, incluyendo importantes centros de población israelí, ciudades, pueblos y aldeas, áreas de seguridad y otros sitios de especial interés para Israel’. Que yo sepa, es la primera vez que se ha declarado explícita y oficialmente la anexión formal de tierra cisjordana. En todos los sitios excepto en el área evacuada en el norte de Cisjordania, los asentamientos israelíes pueden continuar sin obstáculos. Sea bajo el Partido Laborista o bajo el Likud, Israel siempre se ha empeñado en una lucha implacable por el control de tierra palestina en Cisjordania, y con el Plan de Desconexión de Gaza cree claramente que esa lucha puede ser ganada. Lejos de preparar el camino para más concesiones y retiradas, la desconexión unilateral sólo puede consolidar el control israelí, trayendo a los palestinos más represión, aislamiento y guetización. Ahora bien, considerando todo esto, ¿puede el actual plan ser visto como un punto de partida político, o un acto de magnanimidad israelí, como muchos arguyen? ¿Por qué debe considerarse la desconexión como una apertura u oportunidad, para no hablar de algo crucial?
La comunidad internacional, dirigida por Estados Unidos, quisiera entrelazar el Plan de Desconexión con el Mapa de Ruta, creyendo que es un primer paso hacia la creación de un Estado palestino viable, junto a Israel. Pero bajo los términos de la desconexión, se asegura la ocupación israelí. Los gazanos serán contenidos y sellados dentro de las fronteras electrificadas de la Franja, mientras que los cisjordanos, sus tierras desmembradas por implacables asentamientos israelíes, estarán cercados en espacios fragmentados, aislados detrás y entre muros y barreras. A pesar de esta terrible realidad, la palabra ‘ocupación’ ha sido eliminada del léxico político. Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, uno de los arquitectos de Oslo, nunca utilizó la palabra ‘ocupación’ en ninguno de los acuerdos que ayudó a preparar. Y sin embargo, fue la brecha entre la implicación en los Acuerdos de Oslo de que la ocupación terminaría y la realidad que emergió en su lugar, lo que llevó a la segunda insurrección palestina. En la cumbre de Sharm el-Sheikh entre Abbas, Sharon y Bush en febrero de 2005, la palabra ‘ocupación’ no fue, una vez más, mencionada.
La versión final del Plan de Desconexión de Gaza tampoco se refiere a ella, pero la versión original del 18 de abril de 2004 es explícita en cuanto a lo que es claramente uno de sus objetivos principales: al completar la evacuación, señala el Plan, ‘no habrá una base para afirmar que la Franja de Gaza es territorio ocupado’. La omisión de la cláusula del plan revisado del 6 de junio de 2004, no es señal de una cambio en las prioridades israelíes. Por cierto, uno de los elementos más impactantes del revelador estudio tecnocrático del plan de Geoffrey Aronson, encargado por un donante internacional y basado en una serie de entrevistas con funcionarios israelíes, es el obsesivo enfoque de Israel en librarse legalmente del estatus de ocupante en la Franja de Gaza.* Parecería que de lo que se trata en realidad es de obtener la aceptación internacional (por tácita que sea) del pleno control de Israel sobre Cisjordania – y en última instancia Jerusalén – mientras retiene de otro modo el control sobre la Franja.
Es posible que con el plan de Gaza Israel pueda, por primera vez y con la presión de la comunidad donante internacional, lograr el endoso palestino para lo que está creando. A este respecto, el Plan de Desconexión puede ser considerado como uno más en una larga lista de intentos israelíes de extraer de los palestinos lo que siempre ha tratado de imponer, pero no ha podido obtener: la capitulación total a las condiciones de Israel, combinadas con un reconocimiento de la legitimidad de las acciones israelíes. Es lo que Ehud Barak exigió de Yasir Arafat en Camp David en julio de 2000 cuando insistió en una cláusula de fin-del-conflicto/fin-de-las-demandas, y es lo en lo que Sharon insiste ahora de su propia manera: una rendición palestina casi total ante los decretos de Israel y la sofocante realidad que ha creado, formalizada en un plan que reconocería esos decretos como justificados. Trágicamente, la dirección palestina continúa considerando la desconexión de Gaza como un primer paso en un proceso político hacia la reanudación de negociaciones para conversaciones sobre el estatus final, y se niega a aceptar que la desconexión de Gaza es el estatus final y que la ocupación no terminará.
En cuanto a la comunidad internacional – en particular los donantes extranjeros – casi toda su atención se concentra en el ‘desarrollo’ de la Franja de Gaza, un enfoque que recuerda dolorosamente algunos de los errores del período de Oslo. Las mismas tres suposiciones equivocadas son, primero: que las estructuras previamente existentes de la ocupación – control israelí y dependencia palestina – serán mitigadas, tal vez incluso desmanteladas; segundo, que la retirada de Israel de la Franja de Gaza tendrá el efecto de cambiar las prioridades de israelíes y palestinos desde los temas de territorio y seguridad a los intereses económicos de empresarios y naciones; y tercero: que formas innovadoras de pensamiento sobre la cooperación económica llevarán a la estabilidad política y a la coexistencia pacífica en Medio Oriente.
Estas suposiciones resultaron ser totalmente infundadas después de Oslo (cuando, por lo menos al principio, hubo un mínimo de bilateralismo y cooperación); ¿por qué se iba a esperar algo mejor ahora, con un plan unilateral de desconexión que no oculta el hecho de se trata de un decreto, en una época en la que las estructuras de la ocupación y del control están afianzadas mucho más profundamente? En vista de todo esto y del objetivo del plan de ‘reducir el número de trabajadores palestinos que ingresan a Israel hasta que cese por completo’, hay todos los motivos para esperar que las autoridades israelíes utilizarán la presión económica no sólo para asegurar el control sino para imponer concesiones políticas, de un modo muy similar al que utilizaron en el período de Oslo. A pesar de esto – posiblemente precisamente por ello – los donantes internacionales muestran de nuevo su falta de voluntad para confrontar la ocupación, prefiriendo mitigar el daño con la ayuda a los palestinos a encarar esta solución injusta, sean cuales sean sus reservas en privado. En un entorno tan perverso y ante la ausencia de todo desafío a la estructura de control de Israel, la ayuda internacional no erradicará la pobreza sino que simplemente la modernizará. Al hacerlo, la ayuda de los donantes, a pesar de su crítica importancia – solidificará las estructuras de la ocupación, por el simple hecho de que las ignora. ¿Cómo, ante este panorama, puede Palestina llegar jamás a convertirse en una sociedad productiva?
Como la comunidad internacional ansía librarse el conflicto israelí-palestino, considera la continua desposesión de los palestinos como el precio de la paz, no como un motivo para un conflicto. Si es definida de esta manera, la legitimidad palestina, por lo menos para algunos miembros de la comunidad internacional, ya no se deriva de la justicia y moralidad de su causa, sino de la disposición palestina a aceptar condiciones que son en su mayor parte, sino en su totalidad, impuestas por Israel. Por lo tanto, con el Plan de Desconexión de Gaza, la búsqueda palestina de un mínimo de justicia en la forma de un Estado en un 22 por ciento de su territorio, que fuera descartada como utópica, es ridiculizada ahora como miope y egoísta. Las asimetrías entre ocupante y ocupado no sólo son confirmadas, sino que su institucionalización es considerada un progreso. Como en el caso de sus predecesores, saludan el Plan de Desconexión como un acto de coraje, como otro ejemplo del deseo de paz de Israel, de su disposición a hacer concesiones y sacrificios sin exigir concesiones equivalentes de los palestinos, que son los verdaderos agresores ya que rechazan repetidamente la generosidad israelí.
Lo que explicita la iniciativa de desconexión, de un modo como no lo hizo Oslo, es el hecho de que Israel realmente negocia con Estados Unidos, no con los palestinos, sobre hasta dónde puede ir en la desposesión de estos últimos. A pesar de las promesas de Bush a Abbas sobre el contorno del Estado palestino y cómo será establecido, EE.UU., terminará por aceptar, como siempre lo ha hecho, lo que desee y haga Israel. Según Aaron Miller, ex funcionario del Departamento de Estado, que estuvo considerablemente involucrado en el proceso de paz de Medio Oriente durante sus 25 años en el gobierno, nunca hubo ‘una conversación honesta sobre lo que los israelíes estaban realmente haciendo en el terreno. Tampoco estuvimos dispuestos a imponer, por lo menos durante los últimos siete u ocho años, un coste a los israelíes por sus acciones’.
Finalmente, el unilateralismo israelí es evidente de otra manera más sutil, que tiene que ver con el punto de partida de las negociaciones. La historia, a la que Israel y el pueblo judío se agarran de modo tan tenaz, es denegada a los palestinos, cuya simple invocación del pasado es condenada abiertamente como obstruccionista. El compromiso palestino de 1988 – cuando concedieron un 78 por ciento del país, en el que formaban en su tiempo dos tercios de la población y en el que poseían toda la tierra, con la excepción de un 7 por ciento, para conseguir un Estado en Cisjordania y Gaza – es rechazado (cuando es recordado de algún modo) como un punto legítimo de partida. En lugar de hacerlo, se supone que los palestinos inicien negociaciones desde cualquier punto que imponga Israel (respaldado por EE.UU.), un punto que cambia ajustándose a las realidades disminuidas que Israel les ha impuesto. El resultado de las ‘ofertas’ cada vez más reducidas de Israel es que un compromiso se hace cada vez más difícil, si no imposible, y la violencia palestina se vuelve más probable. Con el Plan de Desconexión de Gaza, la generosa oferta de Israel ha pasado de basarse en una entidad débil, cantonizada en Cisjordania y Gaza a un enclave cercado y desesperadamente empobrecido en la Franja de Gaza – un 1 por ciento de la Palestina histórica. La desconexión de Gaza (mientras rodean y absorben Cisjordania) es la ilustración más extrema hasta la fecha del poder de Israel de determinar y reducir lo que queda por discutir.
Las semanas desde que el último soldado israelí salió de la Franja de Gaza han sido estropeadas por la violencia. Hay casi a diario batallas entre la Autoridad Palestina y Hamas, Fatah y Hamas, y los numerosos clanes, milicias y fuerzas de seguridad de Gaza. En ningún momento desde el terrible período de un año antes de la firma de los acuerdos de Oslo en 1993, cuando los controles interiores se habían debilitado dramáticamente, han conocido los gazanos una inseguridad tan aterradora.
Aunque la desconexión no causó una ruptura de la comunidad palestina o la desintegración de la política palestina, ciertamente ha llevado a un empeoramiento de la situación, ante la decisión de Israel de remodelar la ocupación sin terminar con ella – es decir, mantener el control externo de Gaza mientras cede el control interno, [creando con ello un vacío que ahora es colmado por fuerzas internas en competencia. Como escribe Darryl Li de Harvard: «el ‘dilema’… es como aumentar al máximo el control del territorio de la Franja de Gaza, mientras minimizan la responsabilidad ante los ojos del mundo por el bienestar de sus habitantes. El resultado final es una situación en la que Israel ejerce menos control directo que antes, mientras impide que cualquier otro se haga plenamente cargo.»
Existen dos imperativos a corto plazo: resolver los problemas entre la Autoridad Palestina y Hamas, y asegurar el control oficial de facciones políticas beligerantes y los servicios de seguridad. Las dos cosas parecen ser poco probables ante la continua consolidación del poder de Israel en Cisjordania (y la incapacidad de la AP de detenerla) mediante la expansión de asentamientos, el muro, las continuas confiscaciones de tierras y la des-arabización de Jerusalén – y, podría agregar, por el hecho de que un 39 por ciento de los miembros del Partido Laborista de Israel quieren que Sharon dirija su partido, mientras un 46 por ciento están a favor de adherirse a una nueva lista para el Knesset [parlamento] dirigida por él.
La AP, con su poder y su credibilidad extremadamente debilitados por la destrucción por parte de Israel de su infraestructura y de su aparato de seguridad desde 2000, así como por su propia mala administración, corrupción e incapacidad de articular una visión de la construcción del Estado o de la sociedad, no puede y no quiere asumir una verdadera responsabilidad por su propia población, para no hablar del enfrentamiento con facciones políticas que tratan de preservar su propio poder a través de un mayor debilitamiento de la AP y del vigencia del derecho – o de articular un programa política con el cual pueda confrontar a Israel y a EE.UU.
Israel y Estados Unidos se preocupan de que los islamistas puedan hacerse cargo. Pero la verdadera amenaza es más profunda, con la ausencia de decisión, la desintegración de familias y comunidades, y la caída de la moral. ¿Puede corregir algo de esto, el Plan de Desconexión de Gaza, con su promesa de autonomía restringida y controlada desde el exterior? Para los palestinos, la toma de sus tierras ha sido siempre el tema primordial, que distingue la ocupación de Israel de otras anteriores. Al arrebatar tanto más a los palestinos, que cualquier otro acuerdo desde que comenzó la ocupación, el Plan de Desconexión resultará ser más desastroso para todos, incluyendo a Israel.
NOTA:
* Vea: www.fmep.org/analysis/articles/issues_arising.html
Sara Roy, autora de «The Gaza Strip: The Political Economy of De-development», es investigadora adjunta en el Centro de Estudios Medio-orientales en Harvard. Escribió sobre la retirada israelí de Gaza en la edición de verano del Journal of Palestine Studies.
Título Original: ‘A Dubai on the Mediterranean’
by Sara Roy; London Review of Books; October 29, 2005
Link: http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=107&ItemID=9013
Traducido por Germán Leyens