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Opiniones en torno al tema de Cuba, emitidas por un cubano “de a pie”

Un granito de disputa en la arena

Fuentes: Rebelión

I Acotaciones Preliminares Sobre el Tema Cubano en la Prensa del Siglo XXI Desde el triunfo de la Revolución Cubana, esta isla in-sur-recta ha sido siempre noticia, en el sentido de que todo lo que se publique de ella (sea cierto, falso o tendenciosamente impreciso, esto es, casi falso) provoca el interés de los lectores. […]

I

Acotaciones Preliminares Sobre el Tema Cubano en la Prensa del Siglo XXI

Desde el triunfo de la Revolución Cubana, esta isla in-sur-recta ha sido siempre noticia, en el sentido de que todo lo que se publique de ella (sea cierto, falso o tendenciosamente impreciso, esto es, casi falso) provoca el interés de los lectores. (Para comprobar este aserto, no hay más que ver el caudal de opiniones antagónicas que emite el público -¡y el apasionamiento con que lo hace!- a través de «El País», por ejemplo, referidas a cualquier tema del que, en este diario, se escriba acerca de Cuba, sea cierto, inexacto o tendenciosamente incompleto, esto es, casi falso.)

Esto no debe de extrañar a nadie: Cuba es, más que un estado o una nación, el proyecto de compromiso consensual de un pueblo para diseñar un futuro racional en un mundo cuyo presente histórico es consistente con su pasado, y por lo mismo, completamente arbitrario e irracional, hasta el punto de que la auto-destrucción de la especie humana ya no es un imposible, de que quienes viven en él no se percatan de la absurda irrealidad que les obliga a aceptar la reificación y mercantilización de todo, valores incluidos (o en primer lugar), y de que una parte no desdeñable de la población culta del mundo haya llegado paulatinamente a admitir como «probablemente virtuosa» la aniquilación gradual y silenciosa de este pueblo irreductible por haber osado rebelarse contra el status quo y resistir los ataques que ha recibido para obligarlo a retornar al redil, motivo por el cual esa porción poblacional del mundo calla «comprensiblemente» ante tamaña ignominia, aunque los más bondadosos de entre ellos aspiran, eso sí, a que el procedimiento -diríase- lobotómico de esta nación (el cual -afirman- es un hecho ineluctable) transcurra rápidamente y con los menores daños colaterales posibles. Siendo este el caso, es natural que Cuba despierte las esperanzas de muchos, convoque la admiración de otros, incite incredulidad en algunos, concite el odio de los poderosos y deje apáticos a una exigua minoría, la indiferencia de una parte importante de la cual -si no nace en la ignorancia- es o bien forzada (existen entornos en los que resulta peligroso mencionar la palabra «Cuba», salvo si se hace peyorativamente) o bien auto-impuesta, como actúan los parientes desconsiderados con los personajes «incorrectos» de su propia familia… El asunto llega al punto de que, curiosamente, el tema «Cuba» es noticia incluso en la «gran prensa», vale decir, en aquellos medios totalitarios y omnímodos que silencian aposta toda referencia a ella: como ocurre con los agujeros negros del espacio, su presencia invisible e inmanente en esos media la convierte en motivo de expectación extrema para todos los lectores avezados.

Este escrito no está pues directamente ocasionado por la avalancha de artículos disímiles que aparecen en todo el mundo cuyo contenido central es Cuba. Ni siquiera es un texto nacido del enojo que siente el conocedor vivencial de la realidad cubana al constatar la discrepancia abismal existente entre las lecturas y los hechos, algo que insta justificadamente a calificar las noticias de insensatas e imbéciles. Escriben así los enemigos jurados de los procesos sociales que se desarrollan en este país; también aquellos que se atreven a dar lecciones a los cubanos -incluso si están inspirados por buenas intenciones- de cómo hacer las cosas y vencer todos los problemas, tras haber venido un par de veces a vacacionar a estas tierras y creer que aprendieron mucho luego de haber hablado con un número siempre ínfimo de habitantes de nuestras ciudades (somos 11 millones, de los cuales -calculando grosso modo– al menos 5,5 están en condiciones de emitir juicios propios, los otros son párvulos o enfermos), y luego aquellos que, idiotizados por la manipulación capitalista, no entienden absolutamente nada de cuanto ocurre… Ante ese alud des-informativo, uno -además del mencionado enojo- siente, las más de las veces, sueño: demasiados bostezos en una misma lectura. (Cuando el autor es un personaje -al que se le concede cierto renombre por lenidad intelectual-, como el memo «académico» de la RAE -que se antoja acrónimo de Ruindad de la Abyección y la Estulticia, si se refiere a ese sujeto cuyo artículo lo muestra tan rastrero, servil y necio- que exigió a un presidente serio -de esos pocos que verdaderamente se ocupan de beneficiar a las mayorías, responsabilidad para la cual ha sido reiteradamente elegido-, el esclarecimiento público de sus preferencias sexuales, en satisfacción de alguno de los requisitos de la democracia, tal como este pobre idiota entiende el término, uno -morbo mediante- se lee el libelo hasta el fondo [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55975], para ver cuán bajo puede caer una persona, hasta qué punto está alguien dispuesto a hacer el ridículo con tal de cobrar sus honorarios, cuánto puede obnubilar el juicio de los humanos -vaya usted a saber- si la simple estupidez, o la ignorancia, la soberbia, la demencia senil, el deseo de notoriedad o el vino, o si sencillamente el ridículo personajillo está buscando, con sus denuestos, los arrestos requeridos para él mismo «salir del armario»… Tal vez, mediante la técnica de «correr hacia adelante», estaba simplemente ensayando restituir parte de su crédito periodístico tras el fiasco que constituyó el artículo en el que intentaba hacer pasar por cierta una carta apócrifa entre los mandatarios de España y Cuba [http://www.elmundo.es/papel/2007/04/10/opinion/210849.html]. Dada la suspicacia que muestra en estos temas ano-testiculares, no deja de llamar la atención que, puestos en estas «deflaciones» genitales, semejante adalid de la moralidad, por salvar la democracia y el puritanismo prístino, no haya interpelado en su época con tales bríos a John Edgar Hoover -funcionario que mantuvo en secreto su «homosexualidad social resentida» [http://es.wikipedia.org/wiki/J._Edgar_Hoover], largamente probada tras su muerte, ya que en vida este demócrata era tan temido como odiado-, acerca de si eyaculaba mejor y con mayor placer por frotamiento prepucial o directamente prostático… Adicionalmente, sin considerar el vil metal, cuesta trabajo explicarse cómo una publicación que aspira a ser tomada por seria admita injurias tan agudas y fuera de contexto hacia el presidente cubano -de cuya virilidad no refiere el lerdo articulista haber leído algo en los sitios sustanciosos por los que navega, de donde hay que inferir que las pusilánimes ofensas que profiere han de subrayar su probidad y entrega en aras de un estipendio- y afirmaciones tan estrambóticas como las que hace el libretista de marras acerca de que en Cuba se persiguen las preferencias sexuales de las personas y son hostigados los homosexuales, cuando cualquiera puede comprobar fácilmente que eso es un bulo mayúsculo; falacias fálicas, diríase… ¿Será posible que haya personas y entidades a las que verdaderamente no les sea dado comprender la intrascendencia de las riquezas respecto a su propia mortalidad y se vean obligados por tamaña ceguera cerebral a aceptar desempeñar -y publicar- cualquier papel?… ¡Pobres lectores!)

Las filas de otro grupo de cubanólogos se han formado y engrosado por personas que han sido injustamente afectadas por medidas que alguna vez han sido tomadas -en el fragor que supone diseñar-construir-rectificar-rediseñar-reconstruir, etc. (en las condiciones de acoso en que lo ha hecho Cuba, sin experiencia mundial valiosa aplicable al contexto cubano y con consejeros bienintencionados, pero limitados)-, al calor de interpretaciones estrechas o equivocadas respecto a la diferencia que existe entre qué es históricamente aceptable (posible) y qué es éticamente correcto, qué enfoque es más propio del pasado que fenece que del futuro apenas avistado, qué aproximación reproduce ladinamente vicios heredados y aleja de fines anhelados… Sin ocultar ni agigantar esos errores, merece ser resaltada la capacidad de rectificación que ha demostrado la Revolución Cubana, sin parangón (ni vanagloria «oficial», por supuesto) en experiencias históricas similares: cuando el afectado ha demostrado sus razones y -sin dejarse arrastrar por la ira momentánea, aun si es aceptadamente justificada- ha comprendido la grandeza de la obra en comparación con los deslices que hayan cometido sus gestores en su caso particular o en otros similares, siempre ha encontrado, más tarde o más temprano, el reconocimiento y la mano amiga de la Revolución. (Aquí, como política, la rehabilitación no se hace post mórtem.) A los hechos remitirse. Algunos, sin embargo, más impacientes, menos magnánimos o más pagados de sí, han elegido desempeñar el papel del «eterno agraviado» entre los enemigos de la Revolución. Es una pena.

Tampoco son estos apuntes hijos de la sorpresa que depara encontrar afirmaciones festinadas que señalan la existencia en Cuba de fenómenos tan ajenos a su historia como «taras estalinistas» (sic), por ejemplo, y de ver magnificadas las adversidades oficinescas que enfrentan las personas para viajar [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53932], como si la naturaleza del problema principal que debe de encarar cualquier viajero no fuera económica, y como si tales desventuras -y no el bloqueo y las agresiones permanentes contra Cuba- constituyeran la raíz de los infortunios que con nuestro empecinamiento colectivo vencemos cada día (dadas las circunstancias, solo mantenernos incólumes es toda una victoria; crecer, por poco que sea, una aplastante derrota al enemigo). Tanto más sorprendentes resultan tamañas aseveraciones si son emitidas por personas que -en virtud de los cargos que han ocupado y que ellas mismas se encargan de difundir, para apuntalar sus pareceres a falta de otras razones- uno suponía deberían de saber qué es en verdad el estalinismo, y no solo no hacer comparaciones virulentas e infundadas, sino defender esta obra imperfecta de quienes las hagan, no por legítima lealtad, ciego arrebato ni vana «incondicionalidad» (la efectividad existencial y -sobre todo- el virtuosismo de semejante «cualidad» es tan dudosa, efímera y volátil como el celibato), mas porque no puede hallarse acertada solución a males ficticios o por caminos errados. (A propósito, solo para que los lectores lleven «de tarea» a sus casas argumentos que les ayuden a pensar por sí mismos durante el tiempo libre: de acuerdo con alguna evidencia histórica publicada, ninguna de las personas que sostenían juicios de semejante talante y vigor vivían lo suficiente, bajo el estalinismo, para hacerlos públicos, mucho menos si habían representado a la URSS en el extranjero. Ese, obviamente, no es el caso que nos ocupa… Por otra parte, es casi seguro que si en Cuba imperara algún tipo de estalinismo descontextualizado, extemporáneo y tropical, esas personas -de probado arribismo, como se infiere de toda esta trama- no se atreverían a hablar irreflexivamente, con tanta petulancia, sin pensar en las consecuencias que ellas traerían para sí… Observaciones sosegadas, objetivas y serenas de la realidad internacional, permiten concluir que, dado el papel que se ha auto-asignado el imperialismo estadounidense como defensor del mundo civilizado ante el terrorismo y otros «desmanes políticos», mucho podría interesarle que algunos personeros nacionales afirmaran ser víctimas del estalinismo, en sus planes por aislar a Cuba. Afortunadamente la Revolución Cubana -salvo en las mentes calenturientas de ignaros y de perseguidores de vacuos protagonismos, escándalos noticiosos y «palos periodísticos»- no ha conocido los fenómenos que, en verdad, distinguen al estalinismo: crueldad extrema ante enemigos de clase y ex compañeros de lucha, campos de concentración para renegados, opositores y descarriados, asesinatos partidistas, desmesura de la violencia política, culto a la personalidad, o sea, la ocupación en vida, mediante la coacción y el terror, de una posición deidificada por un personaje político de carne y hueso en el imaginario de sus subalternos; dicho sea de paso, de tal divinización gozan todos los reyes ahora mismo, por no mencionar al papa, declarado desfachatadamente vicario de Dios en la Tierra.)

Por otra parte, las soluciones mínimas o específicas (esas que provienen de «problemas enanos», como los que se ventilan graciosamente en los artículos análogos al recién mencionado, ante un público que evidentemente carece de medios materiales que le permitan incidir en su solución, con lo cual dichos artículos se convierten en autobombo y lamento meretricio), si no portan un germen que estimule la deducción de generalizaciones aplicables a otras circunstancias, si no apuntan -con la mayor precisión dable al autor o autora- hacia una dirección en que sea posible reconocer problemas estructurales o similares (especialmente cuando se trata del futuro inevitable de la humanidad, o sea, del comunismo), son interesantes, con todo el respeto que merecen, solo en tanto anécdota; ellas sirven muy bien -y son usadas con ese fin- para intercambiar criterios tras una taza de té, y para establecer nuevas relaciones (debidamente jerarquizadas desde su nacimiento, gracias al resalte que ante el oyente hace el ponente de su propia sagacidad, agudeza, perspicacia y otros atributos, a partir del relato de sus vivencias, retos experimentados, mañas desplegadas en su superación, etc.… Si el oyente mismo ha vivido lo suyo, se corre el riesgo de resultar cargante y aburrido.) Ellas son pertinentes, eso sí, en las reuniones de las instituciones apropiadas, en los murales de las empresas interesadas, en las páginas de medios informativos locales, ministeriales, regionales (acaso nacionales) para develar problemas poco iluminados y conminar a los directamente interesados a trabajar en la solución que, siendo coyunturalmente pertinente, tales entuertos merezcan. Si los opinantes no enfocan problemas generales y profundos referidos a la construcción del comunismo, a fin de interesar a la comunidad internacional de la izquierda en la manifestación de su solidaridad con el proyecto cubano y a la participación en debates esclarecedores; si las causas verdaderas de las dificultades que atraviesa el país no se ven valientemente reflejadas en los análisis de los emisores de criterios; si los enjuiciadores no exponen sus hipótesis ante el público directamente interesado, obligado es concluir que menos motiva a los panegiristas la solución de los problemas que el despunte personal. Por eso muchos de quienes accedemos a los medios alternativos de pensamiento contracorriente en busca de ideas fértiles de carácter general, de criterios productivos, de descripciones alentadoras al análisis, de visiones agudas -¡que no de opiniones uniformes, complacientes con los proyectos y experimentos sociales más avanzados de este mundo, ni coincidentes con las propias!-, encontramos vacuos e irritantes, desde una posición puramente utilitaria, ese tipo de «trabajos descriptivos», unilaterales, escritos como si toda la razón del mundo acompañara al redactor (de lo que resulta que quienes instrumentaron las medidas que se denuncian o son tontos redomados o agentes luciferinos del imperialismo y del mal), por mucha pasión y agravio que se oculten entre sus líneas. Forzoso es que esos sentimientos nos conduzcan -eso sí- al cuestionamiento de la rectitud de la política de cuadros que promueve a cargos de cierta relevancia a personas con criterios tan superficiales e incapacidad puntualmente manifiesta para la redacción de artículos periodísticos de naturaleza ensayística (que no efectista) de regular calidad, o -en su defecto- nos detengamos a considerar la fragilidad del psiquismo de las personas si puede revelar tal liviandad de las convicciones humanas y un grado tan elevado de transitoriedad en ellas.

Existen muchas otras encrucijadas en las que pueden constatarse giros que serían calificados con diverso grado de aceptación y comprensión por observadores externos, pero quizás ninguna medida sea tan controversial como las limitaciones vigentes para el acceso de los cubanos residentes en Cuba a hoteles e instalaciones turísticas. Hay quienes aducen -justificadamente- que algunas de esas medidas (entre las que se cuenta incluso el derecho que tienen todos los ciudadanos a ser elegidos para cualquier instancia del Poder Popular, al tiempo que un Código de Ética vigente para cuadros y funcionarios de los organismos del estado impide el ejercicio por parte de estos de trabajos por cuenta propia, lo que en propiedad excluye la elección de cuentapropistas para ciertos puestos electivos) formalmente contravienen la Constitución de la República aprobada en 1976.

Sería ingenuo afirmar que dentro del país no existen voces con señalamientos similares y es muy arriesgado aventurar cifras. Con todo, no caben dudas que una mayoría importante comprende, aún si lamenta, que por razones de fuerza mayor, en circunstancias tan extraordinarias que fueron refrendadas bajo la denominación de «período especial», cuando a Cuba -como consecuencia del bloqueo impuesto a ella y la caída del socialismo irreal euroasiático- se le cerraron prácticamente todas las opciones de ingresos financieros y la industria turística se erigió en una de las pocas ramas de interés para los inversionistas, las principales instalaciones turísticas del país han de ser consideradas «instancias productivas» o recaudadoras de divisas. Como bien se comprende, en ningún país del mundo se permite el acceso ilimitado de particulares a los establecimientos productivos.

Personas sobran para quienes este razonamiento constituye una excusa, puesto que los cubanos que desean acceder a estas instalaciones no están pidiendo gratuidades ni subvenciones para hacerlo. En otras palabras, son individuos con recursos para pagar sus cuentas. Respecto a esta realidad, independientemente de qué aconseje el futuro sea prudente hacer, hasta el momento ha primado el enfoque económico «vectorial» -en el que más que el monto de las riquezas (magnitud escalar) importa su procedencia (dirección) y sus fines (sentido)-, por lo que han sido sacrificadas algunas cantidades gananciales para no dar relevancia social a los haberes (no todos de procedencia probadamente recta), ni prestigiar las riquezas, ni desatar la codicia por el disfrute de facilidades que, en sí mismas, pueden ser frívolas o irrelevantes respecto del aporte que consigan al crecimiento del individuo en cuestión. ¿Se estará por contrario incubando en sociedad la ansiedad de posesión que provoca el «fruto prohibido»? ¿Es todo eso discutible? Sin dudas. (Todo lo es.) Empero, ¿es sensato y coherente respecto a alguna interpretación válida de la ética aceptada para la sociedad que se construye? Sí, si lo es.

Ha de ser reconocido, no obstante, que si un observador extranjero ignorante de la realidad cubana, por muy progre o imparcial que sea, recibe sin otras explicaciones la noticia de que en Cuba los cubanos no pueden acceder a las instalaciones turísticas, aunque tengan dinero para hacerlo, es muy seguro que concluya que la vida de los cubanos es muy triste y aburrida, o que -caso de que no sea un mononeuronal manipuladísimo- se pregunte qué hacen los cubanos para divertirse (porque «algo han de hacer», se dirá).

Por tal razón habría que precisar que a los cubanos, en dependencia de la instalación de que se trate y las regulaciones en ella vigentes, no se les limitan sus derechos de acceso y uso de muchos de los servicios y facilidades que ellas ofrecen, con regularidad y principalmente, a visitantes residentes en el extranjero, en particular tiendas, cafeterías, restaurantes, recibidores de hoteles, paseos, peluquerías, entidades intra-hoteleras de bancos, correos y otras, etc.

Con relación al tema de los centros turísticos, vale la pena puntualizar un par de buenas verdades. En primer lugar, la alarma que suscita el hecho de que en Cuba «el pueblo no tiene acceso a esas instalaciones de recreo, reservadas para extranjeros» es la reacción más demagoga que imaginar alguien pueda, si proviene de críticos extranjeros, por ser ellos mismos conocedores en carne propia de la realidad extranjera: en ningún país de este mundo el pueblo tiene acceso a los lujosos y exclusivistas centros de esparcimiento de la burguesía mundial. En otros países, las burguesías nacionales pueden ciertamente acceder a esos establecimientos con entera libertad (con desparpajo, ostentación, sin pruritos éticos ni remordimientos), así como todas aquellas personas de las clases medias, o simples ahorradores eventuales, que -beneficiadas por la explotación de los despojados- alcanzan a disponer de los recursos suficientes para hacerlo. Esa es la única divergencia que existe entre los centros turísticos de Cuba respecto de los radicados en otros países, pero es una diferencia no desdeñable desde el punto de vista moral.

En segundo lugar, contrariamente a lo que ocurre en Cuba, en el resto del mundo pocos gobiernos, por irracional que esta afirmación pueda parecer, se preocupan y ocupan por el esparcimiento de los ciudadanos que representan, pues el tema «ocio y esparcimiento» está tan mercantilizado como todo lo demás (acaso más). Escudándose en las «libertades individuales», se encuentran alegaciones de que el empleo del tiempo libre es asunto de cada cual, o que con tan poco tiempo que el ciudadano común tiene «libre», no tiene caso para la administración pública pensar y gastar fondos en tales menesteres. El cuadro en Cuba, sin ser perfecto, es bien diferente. A disposición de quien lo desee, en dependencia de los intereses y las posibilidades personales, se ha estructurado una extensa red de competiciones deportivas con acceso libre en las que intervienen deportistas de reconocimiento mundial, de centros culturales (museos, casas de cultura, bibliotecas, teatros, cines, ruedos de baile, salones expositivos), muchos de los cuales no cobran por la entrada. Habitualmente se programan conciertos en glorietas y explanadas, sin restricciones, en todos los rincones del país en los que participan prestigiosos artistas. Mención aparte merecen los centros de esparcimiento que forman parte del plan conocido como «Campismo Popular».

Vale acotar, en evitación de malos entendidos, que esa política de compromiso estatal con la creación de opciones recreativas y culturales no implica en lo absoluto la asistencia obligatoria a esos lugares por parte de la ciudadanía: como en cualquier otro rincón (oscuro o claro) de este mundo, cada quien es dueño de crecer espiritualmente o aburrirse como mejor le plazca, según sus circunstancias.

Aproximación a la Propuesta de Cuba

A quienes hemos podido ser testigos presenciales, con diverso grado de participación-retracción, seducción-animadversión, protagonismo-antagonismo y atracción-repulsión de ese alucinante y esperanzador esfuerzo social que se llama Revolución Cubana, se nos ha brindado la posibilidad de aprender el enorme valor de la unidad respecto a los fines (no unanimidad en los métodos, vías, plazos, etapas, preponderancia coyuntural de fuerzas sociales y medios), en una lucha incruenta, sostenida día a día, contra el imperialismo estadounidense, el más formidable enemigo que ha tenido -altisonancia incluida- el futuro de la humanidad. Quienes lo han hecho no pueden evitar el dolor al conocer de las luchas fratricidas entre los insurrectos cubanos de la Guerra por la independencia de España de 1868 a 1878, entre los actores de la Revolución Francesa, dentro de las huestes bolcheviques, en las filas de la izquierda española durante su breve pero enaltecedor sueño republicano del siglo pasado. Eso, el respeto a la unidad, y no la falta de argumentos, explica la ecuanimidad y mesura, incluso el silencio, con que son recibidos -y ocasionalmente respondidos- muchos de los escritos que se refieren a Cuba, realizados por personas que no son enemigos declarados del proyecto cubano, bajo el principio de atraer a quien no está en contra, independientemente de cuánta certeza o despiste haya en ellos, ni cuáles sean las motivaciones reales de sus expositores. (Sirva de ejemplo a esta afirmación el artículo los «Superrevolucionarios» en el que el autor alude sin nombrar, para instar a que se comprenda sin desacreditar holísticamente a la persona.)

A la mayoría de los lectores cubanos «de a pie» -valga esta atrevida generalización empírica-, que se interesan en las teorizaciones acerca del futuro, le resultan tediosas, inútiles y -peor aún- dañinas las discusiones bizantinas que sostienen entre sí distintas facciones de la izquierda acerca de si Trotsky tenía razón en este u otro aspecto, de si hay que distinguir entre el Marx joven y el viejo, de si Lenin tenía que haber escuchado a Rosa Luxemburgo, de si el retorno a Mariátegui es «la salvación», de si hay coincidencias zodiacales en el nacimiento y muerte de diversos próceres y cuál puede ser el mensaje sibilítico de tales augurios, y otras disquisiciones de semejante cariz. Esos debates son interesantes y entretenidos o instructivos, especialmente si no se solazan en el detalle contrapuntístico meloso, si abandonan la especulación y el tono intrigante, si describen el contexto discursivo del pasado con la precisión que requiere el caso para poder discurrir en el presente. Pero, urgidos como estamos en Cuba de acción, el regodeo innecesario en tales asuntos no parece una opción muy provechosa. Da la impresión de que muchas veces la izquierda pierde la oportunidad de hacer lo bueno, ocupada en la proyección enteléquica de lo mejor.

Dentro de esa población de eternos inconformes que compone la izquierda (o que debía de hacerlo), se comprende muy bien la importancia de Cuba (o debía de hacerlo), justamente como proyecto. De ese enorme interés provienen no solo las marchas, demostraciones, campañas de apoyo y otros gestos solidarios, todos de inapreciable relevancia, sino gran parte de las visiones que se vierten, particularmente en los medios alternativos de opiniones contracorrientes, con el anhelo reconocible de ayudar, de impedir que el imperio haga desfallecer este sueño, o de que el desfase entre posibilidades de satisfacción de insuficiencias materiales inmediatas e intemperancia humana conduzca a la quiebra de este forzamiento racional del decurso histórico anterior que es la Revolución Cubana. Tales empeños se agradecen, desde luego, aun cuando no es infrecuente que la descripción de «qué debía de ser» o de «cómo debería de hacerse» mejor se corresponden con la perspectiva cultural (indoctrinada y personal) del ponente que con las aspiraciones mejor atinentes al proyecto mismo.

Sin embargo, bien comprenden quienes comprenden bien, el triunfo de Cuba (vale decir, la permanencia, viabilidad y definitiva prevalencia de la vía socialista cubana) no es una opción más para la izquierda del mundo. Aquí está en juego la demostración de la naturaleza falaz de algunos de los sofismas sociales de mayor (aunque interesada, esto es, forzada) presencia en la historia humana. Aceptando el riesgo de omisión, indefinición involuntaria y tautología que implica la enunciación de peculiaridades en cualquier lenguaje revelador directo de praxis, ergo débilmente formalizado (en el caso de Cuba, poco sistematizado y escasamente divulgado además), o de recibir la acusación de plasmar apreciaciones marcadamente subjetivas, vale destacar, sin pretensiones de exhaustividad, los siguientes:

1.- La universalidad del multipartidismo; o sea, la obligatoriedad del enfrentamiento «civilizado» de diversos grupos de poder -representantes de clases a la larga antagónicas-, para conseguir, como resultado de esta lucha tribunicia, la estructuración de sociedades que permitan la mayor armonía, desarrollo equilibrado y justicia social posible en su ciudadanía. Cuba se empeña en demostrar que en una sociedad suficientemente culta, sin clases antagónicas, pueden definirse consensualmente objetivos -como en una gran familia- que convoquen la voluntad de las personas a su consecución, sin aspiraciones de protagonismos, absurdas «luchas» por intrascendentes liderazgos, ni endiosamientos de individuos que paralicen la democracia participativa y entronicen el voluntarismo como gestor social. (A manera de corolario, como confirma la experiencia histórica, resulta pues redundante afirmar que el grado de compromiso personal con una causa poco tiene que ver con la vinculación directa a células partidistas específicas del individuo en cuestión.)

2.- La inevitabilidad del amo (la propiedad privada) para alcanzar la eficiencia económica de las empresas, por efecto del axioma que reza que las jerarquías sociales en que los seres humanos se organizan «espontáneamente» responden a diferencias arquetípicas de sus esencias. Cuba aspira a probar que si, por parte de todos los integrantes de una empresa socialista, hay una comprensión clara de los elementos de los que depende su producción -gracias a una gestión transparente e inclusiva en todos los sentidos-, que permita la transformación de sus participantes en re-creadores activos (conscientes) de su entorno productivo, ellos son capaces de desplegar colectivamente valores éticos desconocidos en cualquiera de las formaciones económico-sociales anteriores, y lograr así, creativamente, resultados productivos desconocidos en ellas, a partir de la aceptación de la identidad esencial de los seres humanos y el uso racional de sus diferencias fenoménicas.

3.- La esencia invariablemente competitiva de los seres humanos socializados y el valor de esta cualidad en la superación de logros anteriores; su egoísmo ingénito, cuya manifestación social inmediata es la diferenciación de la familia y la gens, su generalización suprema, los estrechos sentimientos nacionales, preponderantemente a través de las relaciones mercantiles. A esto Cuba contrapone, como factor decisivo para el vencimiento de los obstáculos enfrentados y las cotas ya alcanzadas por la humanidad, la tesis de la fuerza del amor, de la solidaridad y del internacionalismo, nacida del respeto y la comprensión de la diversidad, y como consecuencia de un patriotismo revelador de la veneración consciente, no simplemente emotiva, de personas cultivadas por la historia de sus antepasados.

4.- La manifestación predadora de la naturaleza insaciable de los seres humanos, de resultas de su avaricia congénita, misma que les ha impelido a dominar el entorno e impedido ahora limitar su desarrollo tecnológico (lo cual convendría en frenar sus instintos básicos), y explica que el consumismo, vivir en el exceso, sea el fin individual de la existencia humana, y la acumulación de ganancias, una referencia universal válida desde el punto de vista social. Cuba se niega a aceptar la autenticidad insoslayable, para la sociedad y el individuo, del adagio aristotélico de la inexistencia de riqueza sobrante, pues su admisión condena a todo ser humano y sociedad a una insatisfacción permanente, no racionalizable, pues siempre hay carencia hoy de los recursos que solo se producirán mañana, y enarbola por el contrario la racionalidad asumida, el disfrute de los bienes disponibles mientras se persigue con sensatez la adquisición de lo posible sin lamentar la carencia de lo imposible, para organizar la sociedad de modo que asegure la distribución de las riquezas existentes a fin de que, adecuando permanentemente el desarrollo planificado para no limitar la espontaneidad creativa, cada quien acceda paulatinamente al estado de suficiencia (y puntualmente de abundancia) material y espiritual que le permita la definición del sentido de su propia existencia.

5.- La visión llana de los seres humanos, en la que -tras el inevitable proceso de enajenación que sufre el individuo en las sociedades sesgadas por antagonismos de clases y el despojo correspondiente de sus poderes- el miedo aparece como única fuerza motriz del psiquismo humano y regulador biológico (mediador natural) de las relaciones sociales, por lo que la colectividad se presenta en forma de masa bruta, despersonalizada, indistinguible y fácilmente manipulable, ansiosa de entretenimiento fácil, idiotizante, conducente a la maduración tardía y al comportamiento irresponsable de los individuos. Es natural que en semejantes sociedades a la legalidad se otorguen potestades autovalidadas, ya que se construye en busca del equilibrio artificial entre clases antagónicas, lo que exige su imposición forzosa. El diseño de la sociedad cubana, los esfuerzos ingentes que se hacen cotidianamente en las esferas de la instrucción, la educación y la diseminación de la cultura apuntan a la asunción de la voluntad, debidamente desarrollada en sociedad a través de la razón y el dominio precedente de las artes y las ciencias, en calidad de impulsor primordial del individuo. Este proceder a la larga ha de dotar a los ciudadanos de valores morales inspirados en una ética deducida de los atributos del universo psíquico humano, y serán esos valores los llamados a convertirse en el sostén primero de la legalidad socialista.

Cada uno de esos retos aparece ante el ojo avezado, pero no especialmente informado, no como parte de un cuerpo teórico, sino como revelaciones de las metas de las tendencias fundamentales de acción socio-política, pues se corresponden con (y justifican en) las medidas que le dan sentido, en las disposiciones que se han instrumentado para regir la sociedad, todo lo cual es fácilmente verificable, y en ese tenor se separan de cualquier subjetividad o intencionalidad autoral.

Con todo, no es menos cierto que esos propósitos se enmascaran in situ detrás de un discurso que habitualmente opera con términos tales como «hombre nuevo», «revolución energética», «módulo cultural municipal», «internacionalismo», «universalización de la enseñanza», «desarrollo sustentable», «perfeccionamiento empresarial», «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas», «ampliación y fortalecimiento de la democracia participativa», «atención al hombre», «desafío ético de las nuevas tecnologías», «educación integral», «trabajo de prevención del delito y conductas antisociales», «participación ciudadana», «invulnerabilidad militar», «autosuficiencia alimentaria», «lucha contra rezagos del pasado», «formación de valores», «movimiento de trabajadores sociales», «lucha por la igualdad plena de la mujer», «papel central de la familia», «generalización e individualización de los servicios de salud», «eficiencia energética», «atención al adulto mayor», «llamamiento a la reflexión», «batalla de ideas», «enfrentamiento al delito y a la corrupción», «reincorporación social de transgresores a la ley» y otros.

En relación con Cuba, cuánto se comprenden estos empeños, cuán exitosa es su promoción, cuán atrayentes resultan ellos para sus ciudadanos de hoy, cuánto divergen desiderata y facti, y -sobre todo- qué impedimentos alejan los proyectos de las realidades son todas interrogantes que, en sí mismas, merecen una consideración detallada, tanto más valen los esfuerzos que se entreguen a la consecución de esos anhelos.

Una comprensión clara de las circunstancias actuales evidencia que Cuba, por su parte, la nación que se ha visto incidentalmente obligada a existir (¡y crecer!) al margen de la mitad de las posibilidades económicas del mundo, no puede prescindir de la solidaridad internacional; este apoyo es su justificación moral, la revelación de la indispensabilidad de su existencia. Cuba es la concreción del pensamiento progresista mundial o no es nada, apenas un capricho pasajero del decurso humano: la historia ha convertido esta nación en una forma palpable de realización de La Razón. Cuba resiste, pues, porque ella es necesaria. Sin la esperanza del «sí se puede» que Cuba es, el mundo sería mucho peor hasta para sus enemigos (o principalmente para ellos, porque viven de combatirla)… Habría que inventarla.

En resumen, si no fuera por respeto a los lectores que desean encontrar testimonios -emitidos por individuos comunes, carentes de formalismos vinculantes con el gobierno, el estado o el partido de Cuba-, acerca de algunos de los problemas que enfrenta esta isla-esperanza (en particular, de aquellas dificultades transitorias que, a pesar de su apariencia, no merecen tal calificación), y de algunas de las soluciones que se van formulando -tal como modestamente nos es dable apreciar a los «de a pie»-, que diverjan de los que encuentran a diario en los media planetarios, para poder alzar su voz argumentativamente en defensa de este sueño que la auténtica izquierda siente suyo, uno, como hasta ahora, se abstendría de exponer sus propios criterios. Es legítimo -además- que se vea en este intento el deseo de oponerse a que, ante los ojos de los menos cautos, el silencio asumido desde acá se convierta en exponente de aceptación de ideas menguas, proposiciones vacuas (o francamente indecentes) y teorías indigentes. Aquí todo el mundo (o casi «todo el mundo», que no es lo mismo, pero es igual) entiende y tiene juicios que -por comprender- está en capacidad de sostener. (Es de esperar que los lectores mayoritarios, para quienes este trabajo les resulte una reiteración de lo obvio, sepan disculpar las exigencias informativas de los menos entendidos, a quienes siempre se destinan textos como este.)

II

Pensar Sí Cuesta Mucho

Últimamente, con frecuencia creciente, amparadas en el llamado puntual, que no exclusivo, hecho recientemente por la dirección del país a sus ciudadanos para buscar entre todos -contando con las fuerzas y recursos de sus hijas e hijos-, solución a los desafíos que se alzan ante Cuba, han aparecido voces, particularmente en el extranjero, que -dados los disparatados enfoques y sugerencias que buenamente realiza una parte no insignificante de estos «nadadores de orilla»- obligan a concluir que -si todos esos opinantes están ungidos de igual benevolencia- provienen de incomprensiones raigales acerca del proyecto social cubano y de una ignorancia profunda de la realidad cubana.

Entre las voces mencionadas destacan las de autores que habitualmente analizan diversas realidades en sustanciosos trabajos teóricos, los juicios expuestos en los cuales resulta difícil de calificar a los lectores carentes de otros elementos argumentales. En cambio, como nadie es dueño de la verdad, cuando se trata de generalizaciones teóricas acerca del comunismo o proposiciones referidas a la realidad cubana, algunos pensamientos podemos adelantar los que vivimos de cerca esa misma realidad, con no menos propiedad que quienes se aventuran a hacerlo desde lontananza, porque ideas -ha sido probado- no nos faltan. (A muy pocos cubanos se les ocurriría enseñar a los españoles, con el perdón de los ibéricos por tomarlos de ejemplo cultural, cómo colgar una banderilla a un toro de lidia vivo; de béisbol sabemos algo.) Nos sentimos igualmente con derecho a opinar sobre actitudes personales que se vislumbran tras ciertos textos.

Por ejemplo, acá a los lectores promedios nos parece que el único (al menos el principal) asesor que tiene el presidente Chávez es el general Bolívar (Martí podría ser otro), en contra de lo que presuntuosamente anuncia una y otra vez Heinz Dieterich [1] , más o menos veladamente, para referirse a su importancia personal y al valor de su mensaje en los procesos que tienen lugar en América Latina. Respecto a Cuba, su relación ha ido pasando de la aproximación constructiva, respetuosa y objetiva de principio de los años ’90 del siglo precedente hasta la publicación en su descargo del aporte personal crematístico (adjetivo que gusta utilizar por económico, monetario, pecuniario, comercial, financiero, etc., este autor que, según la información disponible, es profesor de la UNAM), que él alega haber hecho para la celebración, en el pasado, de alguna reunión sostenida en La Habana sobre temas políticos, ¡propuesta por él mismo! [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=54033]. Da pena semejante mezquindad.

Amén de lo expuesto, a juzgar por la estrecha comunicación que ha existido entre los presidentes cubano y venezolano durante los últimos lustros (es un hecho público), y las amplias lecturas de que hace gala habitualmente este último, parece evidente que el carismático presidente bolivariano podría contar con una asesoría desinteresada, considerablemente más discreta y de mucho mayor calibre y resultados que la consejería que el relativamente anodino Heinz Dieterich -quien gusta esconder la sensatez ocasional de algunos de los criterios que ha proferido tras una amalgama pedante de conocimientos de salón, erudición folletinesca, sapiencia manualesca y soberbia- está en capacidad de producir (verbo utilizado aposta). Aun si hubiera habido alguna aproximación entre el presidente Chávez y el comparativamente insignificante Heinz Dieterich que le haya permitido a este último considerarse ocupante de semejante «cargo», sigue siendo una jactancia de su parte presentarse bajo luces que insinúen a los lectores que es portador de esa denominación, especialmente si tenemos en cuenta cuán dañino es el culto a la personalidad en simples mortales que promueven el llamado «socialismo del siglo XXI». En cualquier caso, por acá entendemos ingenuamente el vocablo «asesor» no como «consejero eventual», «experto consultor ocasional» o «interlocutor versado fortuito» sino como el puesto laboral o plantilla que ocupa un especialista experimentado y recibe un salario para asesorar, en la esfera de su competencia, al funcionario público, la amplitud de cuya actividad recomienda la presencia de aquel entre los miembros de su equipo de trabajo. En caso de que Heinz Dieterich no cumpliera con esos requisitos, ante los humildes ojos de muchos cubanos, estaría transgrediendo la ley vigente en Cuba por el delito de usurpación de identidad [2]

Tanto más vanidosa parece esta actitud si se consideran las limitaciones del mensaje dieterichiano mismo, más preñado de auto-promoción formal que de profundo ensayismo: afortunadamente la complejidad de los seres humanos sobrepasa la capacidad cibernética de las matemáticas para resolver todos sus problemas con solo calcular el valor de su trabajo mediante su conversión en «trabajo abstracto», gracias a la simple asunción del tiempo como sistema referencial, con el grado de detalle que permite la informática en la actualidad (capacidades tecnológicas cronológicamente limitadas, faltaba más, lo cual invita a deducir en buena lid que quizás debamos de esperar al 2101 para construir «el socialismo del siglo XXII» con fuerza de trabajo robótica)… Sus escritos más semejan la «heurística» de Edward De Bono que la rigurosidad científica de Karl Marx, pues definitivamente -tras varios milenios de producción, distribución y acumulación de riquezas por parte de los seres humanos-, no parece que la bonanza económica per se, alcanzada mediante cálculos computacionales del valor del trabajo abstracto en tiempo real en el mercado socialista (tema que -dicho muy sucintamente- acapara las investigaciones de Dieterich, según se infiere de la lectura de su texto «Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI», y expone directamente su prologuista, el general (r) Raúl Isaías Baudel [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=55395]) pueda conducir a una sociedad al comunismo, esto es, a una estructura de la misma que posibilite a cada uno de sus ciudadanos realizar sus potencialidades con la mayor plenitud posible, o sea, a dar individualmente sentido a su existencia. Uno tercamente se pregunta, una y otra vez, por qué si la nueva referencia para determinar el valor de la propuesta dieterichiana está atribuida de racionalidad auto-sustentada, las personas no la han usado desde siempre, puesto que si su validez referencial requiere aceptación consensual, es más fácil aceptar que ella ocurra en un sistema ya instaurado que como medio para derrocar uno existente. Muy bien dijo K. Marx que si los postuladas geométricos, no obstante su evidencia, se opusieran a los intereses humanos, se verían convenientemente modificados. Con todo y su importancia, la economía no es, respecto a ese fin, sino la herramienta que garantizaría la abundancia material requerida para el caso.

La frase «socialismo del siglo XXI» merece algunas observaciones independientes. Es difícil afirmar -acaso imposible- cuándo exactamente esta suerte de categoría naciente encontró albergue primicial en los textos especializados cubanos, pero es bastante seguro que su difusión en Cuba se debió al uso que hizo de ella públicamente el presidente Chávez en un discurso a mediados de 2006. Allí expresó «Hemos asumido el compromiso de dirigir la Revolución Bolivariana hacia el socialismo y contribuir a la senda del socialismo, un socialismo del siglo XXI que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad«. Es curioso que -en contra de lo que cabría inferirse si el presidente bolivariano fuera un discípulo de las ideas de Heinz Dieterich, como obscenamente sugiere este último-, el líder venezolano subrayó entonces la indefinición de estos términos, al aseverar que «debemos transformar el modo de capital y avanzar hacia un nuevo socialismo que se debe construir (sic) cada día«.

Así, en los discursos del presidente Chávez, a los cubanos se nos antojaba esta conjunción de vocablos una referencia al socialismo perfeccionado y al proceso mismo de perfeccionamiento; una adecuación de los atributos de esta formación económico-social a las peculiaridades de la nación venezolana; un vestimento político de una opción insoslayable para el continente americano -dadas las condiciones de explotación a que ha sido sometido y las deformes estructuras socio-económicas que la precariedad por siglos sostenida ha generado en él-, tras los infaustos y nefandos acontecimientos históricos asociados al socialismo irreal euroasiático; una aproximación de ese régimen social -mitad sueño, mitad salvación- a la América india, al humano universal (mestizo, africano, asiático, europeo), que ha trascendido esquemas y roto enmarcaciones rígidas, pero que, como antaño durante la formulación científica del término «socialismo», se rebela contra su estado de servidumbre no solo -y no principalmente- en busca de prebendas materiales inmediatas, como en persecución de trascendencia, sea consciente o no de ello, toda vez que los humanos necesitamos existir, esto es, hacer valer la esencia de cada quien ante la propia consciencia, y para eso requerimos condiciones materiales y espirituales de suficiencia. En fin, escuchábamos decir «socialismo del siglo XXI» y entendíamos claramente «socialismo en el siglo XXI».

Poco después la propuesta unificadora conocida como ALBA -proyecto que se hace literalmente al andar, sin previsiones burocráticas embrolladoras-, bastante más humana y solidaria que crematística, venía a confirmar esta visión. Luego, dentro de esa comprensión, el término «socialismo del siglo XXI» diríase inobjetable, y su empleo, completamente opcional, una singularización del socialismo perfectible ad æternum (precisamente en su esencia dialéctica radica su racionalidad, su justificación ante la razón humana), por lo que -lejos de sentirnos los cubanos ajenos a (y alejados de) las corrientes libertarias recientes de esta parte del mundo- nos sabíamos en modo cierto precursores de ellas, sin chovinismos fútiles ni aires de superioridad: como siempre, nuestra experiencia entera y nuestras gentes al servicio de todos los pueblos e interesados. Sin embargo, de pronto los escritos de Dieterich comenzaron paulatinamente a traslucir una suerte de contraposición entre el socialismo y el «socialismo del siglo XXI», tendencia que se acrecentaba en la medida en que este autor asumía públicamente la paternidad mundial del sincategoremático y lo convertía en una suerte de «nueva concepción histórica», hasta tal punto extraña a la anterior que se atribuía el derecho -sin pudor- de decidir qué experiencia social mundial puede reputarse de socialista y cuál no [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=44104], en qué se deben de enfocar los esfuerzos de los intelectuales de izquierda [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=2434] y cuáles son las alternativas de Cuba [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=28402], qué líderes están en condiciones de asumir las tareas emanadas del «nuevo reto» y cuáles no se encuentran a la altura de las expectaciones que plantea esta etapa y deben de ceder su puesto a sus sucesores generacionales [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=35618], cómo avanza pujante la flama iluminadora de este nuevo renacer urbi et orbi y quiénes son sus apóstoles (el Bloque Regional de Poder Popular, el Presidente Rafael Correa, el mencionado presidente Hugo Chávez, Zubair Hasan en Malaysia, el Polo Izquierdo de la Memoria de Chile, Pedro Campos en Cuba, etc.) [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=56648], lo sepan ellos o no. Sentado desde su poltrona olímpica, este tenaz luchador antifascista nacido en el 1943, que como feliz wunderkind ayudó decididamente al triunfo del socialismo en Europa oriental (el desplome que sufriera bien puede deberse a la desatención que prestaron las autoridades responsables a sus oportunas proposiciones), con vasta experiencia en luchas libertarias, insurgencia citadina, batallas guerrilleras, emboscadas en las selvas, actividad clandestina, toma del poder político por métodos revolucionarios, ejercicio de la autoridad emanada del ejemplo en condiciones de acoso constante, proselitismo ideológico, labor de unificación de voluntades en torno a ideas avanzadas y la solución de problemas concretos planteados por la praxis social en la cotidianeidad (como es alimentar igualitariamente a toda una nación, resolver sus problemas de salud, garantizar el acceso irrestricto de sus ciudadanos a todos los niveles de enseñanza, etc.), quien siempre ha permanecido al margen de intrigas académicas, ha mostrado generosamente su preocupación por la falta de adeptos que encuentra en Cuba a sus ilustradoras y avanzadas tesis, como se desprende buenamente de los escritos aquí mencionados y de otros similares. Teme el augusto oráculo que los cubanos, entretenidos como estamos en crecer colectivamente -a partir del crecimiento individual-, mientras evitamos ser literalmente aplastados por la intrascendente fuerza del imperialismo estadounidense, perdamos el tiempo que nos sobra y no nos dediquemos con ahínco a estudiar sus fructuosas teorías, lo que nos condenaría al basurero de la historia como un ejemplo fallido más de inútiles empeños [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53240].

Nadie duda de que en toda obra humana haya valores positivos o referentes de negación. Los procedimientos economicistas que promueve en esencia Dieterich no son una excepción: ellos, como muchos otros trabajos más agudos y profundos de autores más modestos, invitan a la investigación sobre «sistemas [computacionales] expertos» para el cálculo de variables económicas, instan a la búsqueda de diversos caminos de evaluación de enfoques en la esfera de la planificación de la producción, en el campo de la distribución de bienes y la justicia social, y definitivamente despiertan la curiosidad de los lectores hacia diversos temas de la sociología actual, las obras de Marx, la historia humana y la de las luchas de las fuerzas progresistas por hacer valer la racionalidad en ella (o podrían conseguir todo eso, que no es poco). En ese marco, no cabe menos que aplaudir todo esfuerzo de difusión que realice cualquier persona de este mundo, independientemente de cuáles sean sus grados académicos, sus saberes reales, su posición social, sus experiencias mundanas, sus simpatías y su personal sencillez. No obstante, quienes aspiran a expandir conocimientos y cultura, especialmente dentro de las filas de la izquierda, cuyos componentes se caracterizan justamente por su difidencia intelectiva y la liberalidad de su pensamiento, deberían de hacerlo -en contra de su ego sí, pero en favor de la causa– mostrando la mayor cantidad de puntos débiles, insuficiencias, dubitaciones, asperezas, inconsistencias y preguntas no respondidas que ellos mismos han percibido en sus trabajos (en esas alusiones, anfibologías e insuficiencias mejor se revela y anida el valor último de los ensayos, voz proveniente del término exagiare, formado en el latín vulgar de ex y agere, o sea sopesar) durante el aciago viaje que significa la estructuración de todo conocimiento, evitando mostrar signos del repulsivo mesianismo intelectual y convocando -por el contrario- a la ayuda de la colectividad. Como acertadamente afirmara Linus Torvalds, conocido «padre» del núcleo (kernel) del Linux, a manera de justificación del software libre, «Dados muchos ojos, todos los errores serán obvios».

Acá, donde todos los ciudadanos disfrutamos, con equidad suficiente (no la ideal, ni siquiera la mínima deseada, pero cercana a esta última), de condiciones incomparablemente mejores -desde todo punto de vista- de las que tienen los pensadores que viven tras la «cortina de pacotilla», comprendemos con claridad que, muy probablemente, gran parte de las murumacas publicistas que realizan quienes ocupan posiciones dentro de la intelectualidad, en resalte desmedido de los méritos propios, responden a la necesidad de situar sus obras dentro del mercado de las ideas allá imperante, so pena de tener que renunciar a ciertos privilegios. Valdría la pena solo apuntar que, ante el inevitable incremento informativo-cultural que han experimentado los habitantes de nuestra época, en el campo del mercadeo se está imponiendo con fuerza creciente el apotegma que conduce al rechazo, por parte de los consumidores, de las panaceas y de los productos que anuncien poseer bondades universales, en favor de aquellos que se muestran como soluciones parciales pero probadas, o coyunturalmente necesarias. Por otra parte, luego de encontrarse el autor dentro del área de la venta de ideas, resta suponer cuál ha de ser la magnitud de los esfuerzos que requiere él desplegar frente a su propia consciencia para evitar seducciones respecto a la permisividad personal y a la ubicación y firmeza de las fronteras no transgredibles, porque siempre hay buena paga para quien dice lo que desea escuchar el dueño de la crematística mundial… No hay que ver intención de argumentación ad hominem en esta diatriba, puesto que la personalidad de los creadores y los actos por ellos cometidos carecen, naturalmente, de importancia en las disquisiciones teóricas que provoquen sus investigaciones, pero es inevitable que quienes más se pavoneen de sus resultados, tanto más si estos ni de lejos satisfacen las expectativas que crea el anunciante a su favor -como es el caso-, conciten un acendramiento de la criticidad con que doctos y legos se aproximen a ellos.

Quienes se interesan en la temática de la Cuba de hoy deben de considerar dos aspectos que merecerían alguna reflexión preliminar o preparatoria, antes de sumergirse en asuntos más sustanciales. El primero de ellos es la alharaca que ha desatado la mencionada convocatoria -hecha con entera discreción y seriedad, esto es, sin inútil y agobiante algarabía- a que los cubanos busquemos, entre todos, solución a nuestros problemas… Uno tiene la sensación de que muchos de los habitantes del mundo irracional exclaman «¡Al fin!», y la cosa careciera de significación si entre quienes tal profieren no se encontraran voces cuyos dueños dicen apoyar a Cuba… Y uno se pregunta, acaso ingenuamente, cuándo llegará el momento de que esos militantes de izquierda, tan preocupados por el destino de los cubanos, comiencen a ocuparse para que un estudio a fondo de las absurdas sociedades en que viven apele cuanto antes a la cordura de sus conciudadanos… La verdad es que -con perdón de quienes piensan diferente y se tienen por izquierdistas, y en particular de quienes han renunciado a todo en su lucha denodada por tener un día la dicha de pensar en los conflictos de su país, a partir del punto en que lo hacemos los cubanos- donde hay obstáculos muy serios, de muy difícil vencimiento, no es en Cuba, sino fuera de sus fronteras… Semejante cuestionamiento profundo de esas sociedades sí ayudaría sustancialmente a este país, porque -verdad de suyo evidente- los problemas principales de Cuba tienen su génesis en la vigencia moribunda del capitalismo y en el dogal económico que desde el exterior le ha impuesto a ella el imperio estadounidense y, por extensión, en las dóciles políticas nacionales y de bloques que se subordinan a esos designios imperiales. Desde su frustrado nacimiento como república en 1902 -a la historia remitirse-, Cuba ha sido muchas veces usada desvergonzadamente por las potencias mundiales como moneda de cambio, algo que se ha puesto de moda entre algunas sub-potencias regionales. (Para mayor información respecto a este último señalamiento, preguntar a Vicente Fox, José María Aznar, y asociados posteriores. Ver también los documentos que recogen la escasa actividad de Borís Yeltsin en estado de sobriedad y la profusa que revela su talla de estadista ebrio, especialmente el acápite en que se testimonian los encuentros Yeltsin-Más Canosa.)

El segundo aspecto que llama la atención es que las noticias acerca del citado llamamiento al análisis interno se ofrecen de tal modo sesgadas que en quienes viven allende las fronteras de Cuba se genera fácilmente la impresión de que: a) aquí nadie piensa, hay que dar la orden para que eso ocurra; b) aquí nunca nada se discute… La modestia impide explayarse en dilucidar la invalidez de semejantes absurdas deducciones; baste decir que quien arribe a una conclusión parecida a esa no conoce a los cubanos… pero, ¿qué digo? ¡No conoce a los humanos!

Es muy cierto que tanta mayor información porta una noticia, cuanto menor sea la probabilidad de su ocurrencia (Ley de Shannon), regularidad que sumada a la tendencia ingénita de las personas hacia la duda -misma que explica la naturaleza eminentemente cognitiva de las actividades de los seres humanos socializados- explican casi con seguridad la preferencia de noticias rimbombantes por parte del público. En el caso de Cuba, en particular, esta «avidez por la chismografía» se ve acrecentada por al menos tres factores subjetivos. Primero, ella es un efecto directo de la campaña mediática hostil que contra esta nación el imperialismo ha desplegado e impuesto en todo el mundo por casi 5 décadas. (Personas en el vasto mundo habrá en espera de que sean encontrados algún día los huesos de los niños cubanos que enlataron los soviéticos.) En segundo lugar, hay tal disonancia entre la descripción (siempre epidérmica) del «escenario» que se muestra en los grandes medios capitalistas y la realidad subyacente, esa que necesariamente ha de explicar los éxitos del país y las posibilidades de desarrollo de sus ciudadanos, que cualquier nota referida a Cuba se desmenuza hasta el detalle, en aras de dilucidar dónde está el misterio (cómo es posible que tanta hambre, represión y miseria provoque niveles tan altos de longevidad y sobrevivencia, tasas tan bajas de mortalidad infantil, límites tan elevados de educación y cultura, grados de excelencia en el deporte de elites comparable al de las naciones ricas, cotas inimaginables en otros países «democráticos» y «libres» de seguridad y solidaridad ciudadanas, márgenes tan amplios de estabilidad social, números relativos al desarrollo ecológicamente sostenible inalcanzable para otras economías extorsionadoras, cifras relativamente ínfimas de accidentalidad, violencia doméstica, crímenes pasionales, drogadicción, delitos mayores, con «cero» desaparecidos, indigentes desatendidos, hambruna, fuerza de trabajo infantil, desnutrición generalizada, crímenes políticos, terrorismo policial y similares lastres tan comunes en otros contextos). Por último, los lectores extranjeros están tan acostumbrados a las intrigas palaciegas (en ellas desgastan a diario sus energías los políticos allende el telón de la «cortina de pacotilla», a la vida remitirse), los escándalos de corrupción, los desfalcos fiscales, el blanqueo de dinero, las trampas partidistas y profusos «delitos de cuello blanco» (los jacarandosos white-collar crimes), que esperan cada día una reseña mediática proveniente de Cuba que demuestre la «normalidad» de los cubanos, en especial, después de los oscuros y tan parca -y parcialmente- iluminados sucesos que explican la caída del socialismo devenido a la postre irreal de Eurasia central.

Opiniones discrepantes serán muy bien recibidas.



[1] «Heinz Dieterich Steffan [1943, Wümme] es un sociólogo y analista político alemán, residente en México. Conocido por sus posiciones izquierdistas, colabora con varias publicaciones y es asesor del presidente de Venezuela Hugo Chávez;[ [http://es.wikipedia.org/wiki/Heinz_Dieterich_Steffan

[2] No queda menos que aplaudir, en aras de la verdad, que una necesaria aclaración acerca de esta anómala situación fuera realizada por el propio Heinz Dieterich en la entrevista que le hiciera al periodista Mirko Macari del diario La Nación de Chile, aparecida en la edición de Rebelion del 26 de septiembre del 2007, bajo el título «La reelección indefinida es una forma democrática» [http://www.rebelion.org/noticia.php?id=56748]. Es curioso que las dos primeras preguntas del periodista (1.- ¿Qué implicancias prácticas tiene ser asesor de Chávez?; 2.- ¿Chávez no le paga?) versaran sobre esta cuestión, y que la respuesta que diera el entrevistado a la segunda de ellas («No, alguna vez estuvimos a punto de concretar una relación más institucional, pero no quise comprometer mi libertad de pensamiento con una asesoría pagada.») sirve más a la petulancia que a la dilucidación de confusiones. Ante los ojos de las personas comunes. esa tardía y timorata aclaración no exonera a Dieterich, desde luego, de ser reputado de arrogante por haber permitido que hasta ese momento se le presentara con frecuencia en tal calidad, sin que hiciera un mentís público… En este sentido, hasta el propio título de su libro (Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI) resulta desacertado, pues más parece convocado a dar realce a la idea a través del personaje que a resaltar coincidencias realmente existentes entre los postulados del segundo y la ejecutoria del primero.

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