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¿Un legado revolucionario árabe?

Fuentes: Al-Jumhuriya English

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

En el décimo aniversario de las revoluciones árabes, Yassin Al-Haj Saleh examina las rígidas tradiciones revolucionarias, identifica la tradición revolucionaria árabe como blanda y poscomunista y requiere que se analice la noción del fin de las revoluciones.

Una tradición son una serie de reglas inmutables que gobiernan la acción humana, una revolución es un evento transformador que no sigue un camino predeterminado. En la medida en que una “tradición revolucionaria” es un término contradictorio, tiende a borrar el acontecimiento revolucionario y a imponerle sus propias reglas. Esto es algo que queda notablemente en evidencia en la “dura tradición” comunista, y reflexionar sobre ello puede arrojar luz sobre las revoluciones de hoy.

La tradición comunista asume tres precondiciones revolucionarias: teórica (marxismo), práctica (lucha de clases) y organizativa (el partido de la clase obrera). Así es como se despoja a la revolución de su subjetividad y se la trata como una “ciencia”, o un esquema preconcebido, más que como una relación dinámica entre ciertos actores y situaciones. La erradicación de los soviets, que demostraron la subjetividad y la creatividad de la revolución rusa, se justificó con la dictadura del proletariado, y la ciencia de la revolución siguió arrojando dudas sobre las revoluciones que no se parecían a la suya, al considerar que el régimen comunista era “el fin de historia”. Esto se tradujo en el aplastamiento con la fuerza de los tanques de las revoluciones que se produjeron en los países comunistas aliados de la URSS, como sucedió en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), dando origen a la palabra “tankies” o militantes antirrevolucionarios de línea dura. La tradición comunista se convirtió en una tradición antirrevolucionaria cuando la revolución se transformó en una tradición dura: doctrina y reglas de acción inmutables, prescindiendo de la necesidad de conocer algo relevante sobre los países afectados.

Las revoluciones árabes son poscomunistas en el sentido de que surgieron después del descrédito de la tradición comunista, aunque no pertenecen a ninguna otra tradición en particular. A decir verdad, apenas tenemos acumulación revolucionaria, y nuestra memoria moderna de las rebeliones gira principalmente en torno a la descolonización, con una breve historia de lucha antiautoritaria que no logró avanzar lo suficiente como para poder formar una tradición. Esto ayuda a explicar por qué flaquearon nuestras revoluciones y, al mismo tiempo, las imbuye de una calidad de novedad y experimentación.

Pero, ¿significa esto que entramos en un evento explosivo y completamente caótico sin ninguna organización o ideas preliminares? No exactamente, a menos que lo que se entiende por “organización” sea un partido de tipo leninista, y por “ideas” una doctrina como el marxismo-leninismo.

Siempre ha habido movimientos de protesta, incluso en un país como Siria, y el cambio democrático fue la idea rectora de un segmento activo de los primeros revolucionarios, todos ellos aplastados con la muerte, la desaparición o el exilio. En sus inicios, la revolución siria apareció como un intercambio fecundo de las experiencias de protesta que siguieron a la Primavera de Damasco, que habían tenido lugar en espacios privados y con autocensura, y el método de protesta que innovó la Primavera Árabe, que se puso de manifiesto en asambleas pacíficas en espacios públicos abiertamente rebeldes. Sin embargo, tanto el método de protesta prerrevolucionario como el adoptado se evaporaron al calor de una guerra impuesta. Más tarde se sintió como si todo hubiera comenzado en la revolución, que parecía cada vez más un comienzo absoluto sin nada anterior.

En interacción con un libro reciente de Asef Bayat, distingo entre revolucionarios por, que tienen una tradición dura e imitan revoluciones exitosas hasta el punto de extinguir potencialmente la subjetividad propia; y rebeldes contra, que no siguen ejemplos anteriores, y que se definen en función de su enemigo, arriesgándose a no dejar rastro si su revolución es conquistada. En Siria, tenemos muchos rebeldes y pocos revolucionarios.

Es por esa razón que los islamistas, y los salafistas en particular, estaban más preparados para ganar la lucha por la supervivencia en condiciones de guerra total. De hecho, la revolución siria sirvió como entorno de proliferación para la estructura salafista-yihadista, que se esforzaron en reproducir donde pudieran. La tradición salafista-yihadista es el equivalente islámico del marxismo-leninismo, que basa su revolución de manera similar en tres condiciones previas: teórica (salafismo o literalismo), práctica (guerra santa) y organizativa (grupos yihadistas involucrados en la guerra de guerrillas). Aquí, también, la batalla se condensa en una tradición dura y símbolos vivos que despojan por completo al evento revolucionario de su subjetividad en favor de la “ciencia”, es decir, la sharia de “los piadosos predecesores”. Por supuesto, existe una diferencia normativa entre el contenido comunista y el yihadista, y las agencias de inteligencia y la persecución de la esfera religiosa afgana jugaron un papel formativo en el último. Pero lo que nos preocupa aquí son las estructuras organizativas paralelas, creencias y brutalidades, los “métodos” y “tradiciones” y las identidades rígidas protegidas por estrictas reglas de lealtad y rechazo.

Existe una tradición revolucionaria árabe que tomó forma en la última década, y es nuestra pertenencia a ella lo que nos atrae hacia la nueva ola de revoluciones en Líbano, Iraq, Sudán y Argelia, así como a las protestas en Hong Kong, Francia y otros lugares. Sin embargo, es más apropiado hablar de una “tradición blanda” o de un “legado” revolucionario con el que consultar y familiarizarnos. Parece que las revoluciones que logran el éxito renuncian a emular tradiciones duras y modelos estrictos, mientras que las revoluciones fallidas dejan experiencias, historias y debates; lecciones que aprender y advertencias que deben tenerse en cuenta.

En consecuencia, es necesario revisar lo que entendemos por éxito o fracaso en lo que a revoluciones se refiere. Incluso podemos pensar que cada revolución son múltiples revoluciones, algunas triunfan y otras fracasan. Lo que fracasó en particular fue el cambio político, que habría transformado el clima político y psicológico del país y desencadenado diferentes dinámicas sociales y políticas. De hecho, la multiplicidad de la revolución exige el escrutinio de la noción misma del fin de las revoluciones.

Las revoluciones son curvas de aprendizaje, episodios del proceso más amplio que constituyen el legado revolucionario o la tradición revolucionaria blanda. Ya tenemos una memoria revolucionaria y hemos aprendido valiosas lecciones y valores morales que desempeñarán un papel vital en los próximos años. De hecho, lo que tenemos ahora y lo que ya se ha logrado es fundamental y va más allá de las historias y anécdotas:

Hemos recuperado, sobre todo, nuestro derecho a la palabra, rompiendo para siempre el monopolio anterior del régimen y sus aliados.

Además, se ha producido una revolución de subjetividades que ha permitido a un gran número de individuos liberados reclamar sus propios destinos y gestionar sus propios asuntos.

Por otra parte, la violación de los tabúes ha sido expansiva y ampliamente expresada, ya sea en relación con la religión, el sexo o los roles de género, y mucho menos una violación constante y ahora normalizada del poder político, que había sido el más fuerte de los tabúes y una incubadora de todos los demás.

Finalmente, la experiencia del exilio puede ser un importante punto de partida para nuevas ideas y sensibilidades distintas.

Hay cosas en la revolución siria que terminaron hace años, quizás dos años después de la revolución o incluso antes, pero otras cosas continúan. La revolución puede reanudarse hoy o mañana en la medida en que continúen produciéndose otras revoluciones y cambios en nuestras esferas de acción.

Yassin al-Haj Saleh es un escritor sirio, expreso político y cofundador de Al-Jumhuriya. Su último libro es “La revolución imposible” (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo).

Fuente: 

https://www.aljumhuriya.net/en/content/arab-revolutionary-legacy

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