Hace algunas semanas que una delegación de miembros de distintas ONG’s de Andalucía llegamos de Palestina y aún seguimos bastante impresionados por lo que hemos visto durante la pasada semana y, especialmente, por la única zona que no pudimos visitar, la Franja de Gaza. La situación de pobreza en Nablus, Belén, Jerusalén, Ramallah, Jenín o […]
En la franja de Gaza viven más de un millón y medio de personas hacinadas en un territorio minúsculo. El irracional bloqueo emprendido por Israel y avalado por la comunidad internacional ha dado lugar a una situación de extrema pobreza, hasta tal punto que hace dos semanas algunos medios señalaron que la situación era peor que la de Somalia. Este bloqueo ha conllevado que durante tres meses no hayan entrado apenas mercancías a la franja de Gaza, únicamente algo de combustible, agua y una reducida cantidad de alimentos a través de la Cruz Roja Internacional, sólo aquellos considerados imprescindibles (por Israel). Ni siquiera semillas para posibilitar la agricultura de subsistencia, o cuadernos de papel para que los niños puedan acudir a clase, cualquiera de estos objetos son considerados como innecesarios y «potenciales armas terroristas» por parte de Israel, a pesar de las fuertes críticas de diversos organismos internacionales y ONG’s.
Cuando preparamos nuestro viaje realizamos con antelación todos lo trámites con la oficina técnica de cooperación del consulado español, y preparamos el material que íbamos a aportar a las organizaciones humanitarias con las que trabajamos en Gaza desde hace años: el Instituto Pedagógico Cana’an, que trabaja en el ámbito educativo con los niños de Gaza, intentando alejarlos de la violencia; y el Centro Palestino de Derechos Humanos (una de las organizaciones más valoradas, con numerosos premios y prestigio a nivel internacional, miembro de la Federación Internacional de Derechos Humanos y con estatus consultivo en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas – ECOSOC), que fue noticia recientemente cuando su célebre y premiado presidente Raji Al Sourani, fue convocado en Jerusalén por el enviado de la UE a oriente próximo, Tony Blair, a un encuentro al que nunca pudo acudir, Israel tampoco le permitió salir.
Entre otras cosas, traíamos material escolar, cuadernos, bolígrafos, algunos juguetes, balones e incluso chupetes, pero nada de esto pudo llegar a Gaza a pesar de nuestra paciente espera. Durante las seis horas que estuvimos en aquel inhóspito descampado a pleno sol con una temperatura que rondaba los 30 grados, recibíamos continuamente informaciones contradictorias y absurdas de las autoridades israelíes, como que nuestro consulado no había hecho bien su trabajo.
Pero, sin duda, lo más impactante, fueron las condiciones en las que entraban y salían los escasísimos ciudadanos de Gaza que, a lo largo del día pudieron hacerlo. Una mujer arrastraba como podía una camilla con su hijo con las dos piernas vendadas, mientras los israelíes le hacían esperar y se negaban a abrirle la puerta. Una anciana era obligada a cambiar de silla de ruedas, siendo levantada por su familiar con enormes dificultades y con quejas de dolor. Una madre salía de la franja completamente cargada de bultos y con ocho hijos (uno de ellos con parálisis cerebral) sin que lograse que los soldados israelíes abriesen la puerta principal ante la estrechez de la pequeña entrada habilitada para el paso. La situación estaba acompañada por la presencia continua y amenazante de jovencísimos soldados israelíes generosamente armados que les apuntaban continuamente, mientras sus compañeros/as desde una ventana de cristal blindado ordenaban y gritaban con desprecio y de manera deshumanizada a los ciudadanos palestinos.
Durante nuestra espera, miembros de otras ONG’s internacionales fueron también rechazados, dos de ellos tras entrar en la terminal y tras más de dos horas de interrogatorios. Al volver, hemos sabido también que ese mismo día una mujer murió intentando salir de Gaza, así como Human Right Watch ha denunciado el deleznable acto de chantajear a personas con problemas de salud exigiéndoles «colaboración» para recibir tratamiento médico, que en muchos casos al final tampoco reciben. Recientemente, un hombre con serios problemas de corazón que intentaba salir fue duramente interrogado y acosado durante más de tres horas, exigiéndosele colaboración a pesar de su visible empeoramiento y el riesgo para su salud. Ahora Israel confirma su intención de intensificar este cierre y aislamiento de Gaza, dejándoles sin combustible, luz ni agua, violando una vez más el derecho internacional, desatendiendo a una población de la que es responsable como potencia ocupante y comenzando el genocidio de más de un millón y medio de personas encerradas en algo muy similar a un campo de concentración.
Entre las últimas personas que pudimos ver atravesar el puesto de control antes de su cierre, se encontraba una familia con su hijo con síndrome de Down. Este niño fue probablemente la única persona que mostraba una enorme sonrisa, dirigiéndose a todos los que allí esperábamos para saludarnos cariñosamente. Una compañera de nuestro grupo abrió una de las bolsa de material y le regaló un muñeco, un león de peluche, ante la visible alegría del niño, fue lo único que logramos que entrase en la franja de Gaza. Tras ello, abandonamos el puesto de control hacia Jerusalén, preguntándonos por Naciones Unidas, por la UE, por nuestro gobierno, todos ellos testigos y cómplices de lo que está sucediendo en Gaza. Y una vez más, miran hacia otro lado.
Gabriel Ruiz Enciso es coordinador de Proyectos de Cooperación de la Asociación Al Quds de Solidaridad con los Pueblos del Mundo Árabe de Málaga, participante en la cuatro delegaciones de ONG’s de Andalucía en Palestina organizadas por esta asociación.