Recién pasado el trigésimo aniversario del atentado perpetrado en París contra tres militantes de la guerrilla kurda del PKK, todos los indicios apuntan a la vinculación del presunto autor material con los servicios secretos turcos.
«Yo no vi nada, yo no sé nada». El dueño del economato bengalí contiguo al número 147 de rue La Fayette prefiere no hablar. Tampoco su vecino de la tienda de teléfonos móviles, ni los chinos del restaurante pegado a esta. Conocedores de la historia, todos asienten positivamente sobre la masacre acaecida en ese portal, pero ninguno de ellos desea rememorar lo poco que pudieron percibir aquella tarde del 9 de enero del 2013. Fueron diez detonaciones que según el atestado policial no escuchó nadie. Un portazo y una sombra a paso ligero abandonando la trasera de ese viejo edificio donde sucedió todo. rue La Fayette, situada a escasos metros de la estación Garde du Nord es el paradigma de la nueva Europa multicultural. Aquí, entre una gran diversidad de comunidades árabes, africanas y asiáticas, es fácil perderse y no llamar la atención. Tampoco las militantes kurdas, Sakine Cansiz, Fidan Doğan, y Leyla Söylemez eligieron hacer de ese local su centro logístico por casualidad. En esa misma calle se encuentra el Instituto Kurdo, y doblando la esquina, otro centro para activistas con librería, café, salas de reuniones, y por supuesto, retratos del fundador del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) Abdullah Öcalan junto a otros muchos mártires de esa guerrilla posando con uniforme y kalashnikov.
«La crisis económica ha afectado a estos espacios de activismo político y evocación cultural, pero si antes veníamos como empleados, ahora lo hacemos como voluntarios». Quien dice llamarse Beau trabaja en el Instituto Kurdo, uno de los más emblemáticos espacios donde se preserva la memoria de este pueblo sin Estado. «Aquí seguimos trabajando. No tenemos miedo. Has podido entrar y mira qué fuertes estamos». Sentado junto a él, el conserje, Sharif, no dispone de ningún tipo de armamento. Ni tan siquiera de una cámara de vigilancia o un chaleco antibalas, pero según Beau, «lo que verdaderamente podría hacernos cerrar es más la falta de financiación que la intimidación de los turcos».
Conforme la autopsia, las tres militantes del PKK fallecieron acribilladas, «por alguien conocido», quien tras abrirle la puerta las disparó a la cabeza con una pistola calibre 7,65 mm. Una de las víctimas, Sakine Cansiz, era una figura emblemática dentro del PKK. En 1978, Sakine fue cofundadora de la organización marxista-leninista junto a Abdullah Öcalan, encarcelado en Turquía desde 1999. «Sufrió la tortura en la infame cárcel de Diyarbakir y a sus cincuenta y cinco años entrenaba cada mañana con disciplina militar», recuerdan orgullosos sus camaradas kurdos. Las otras dos mujeres asesinadas en esa fatídica jornada fueron consideradas como víctimas «circunstanciales», aunque ambas, especialmente la portavoz del Congreso Nacional Kurdo en París, Fidan Doğan, eran rostros muy conocidos dentro del activismo pro kurdo que trabaja en Francia. «¿Quiénes fueron los que las asesinaron y qué buscaban con ello?», fueron las dos preguntas lógicas que medios y políticos se hicieron tras la masacre. «Para nosotros estaba muy claro desde el principio». Señala con un café en la mano, Beau. «Fueron los servicios secretos turcos, y su interés en desestabilizarnos».
Al día siguiente de producirse el triple asesinato, aún sin haber amanecido, un pequeño grupo de curiosos se arremolinaba frente al número 147 de rue La Fayette. La camioneta de la morgue ya había llegado, pero los investigadores de la policía judicial continuaban dentro haciendo su trabajo. De entre el tumulto, las cámaras de televisión apostadas en el lugar registraron la presencia de un tipo con cazadora observando el vaivén de policías en primera fila. Tenía 30 años, cobraba una pensión por enfermedad y se le identificó como Ömer Güney. Tras interrogarlo, bastaron menos de dos semanas para que la policía hallase restos de sangre de una de las víctimas en su calzado y pólvora en una bolsa con la que se cree que emprendió su huida. El sospechoso, de nacionalidad turca, llegó a Francia con sus padres en la niñez, y residió en Alemania entre el 2003 y 2011, años en los que trabajó como técnico mecánico en una empresa bávara y estuvo casado con otra ciudadana turca. Abandonado el trabajo y obtenido el divorcio, Güney regresó a París, donde su familia regentaba un restaurante de kebabs. «Todo apunta a que su idea fue, desde un principio, infiltrarse de lleno en los círculos de solidaridad con la liberación kurda», afirman con cautela varios kurdos del centro cultural que dicen haberlo conocido. Y así lo corrobora la policía. En un año escaso, pasó de ser voluntario en el centro kurdo del suburbio de Villiers-le-bel, a realizar labores de asistente para la legendaria Sakine Cansiz. Por lo cual, varias cámaras de seguridad cercanas al lugar de los hechos revelaron como él mismo la llevo en coche hasta el lugar donde minutos más tarde esta histórica dirigente del PKK y sus dos compañeras serían acribilladas una a una.
Hasta el mismo día de su arresto, Güney vivía en una torre de apartamentos con otro ciudadano turco que declaró a la policía haber visto en poder de su compañero de piso, «una pistola y muchos teléfonos con diferentes tarjetas». El peritaje policial probó que el sospechoso había fotografiado con uno de sus teléfonos 300 identificaciones de simpatizantes y activistas inscritos en el centro kurdo de Villers-le-Bel, información que borró el 8 de enero, horas antes del atentado en rue La fayette. A pesar de que contaba con una pensión por padecer epilepsia y un posible tumor cerebral, el sospechoso disfrutaba de un ritmo de vida insostenible para los 800 euros que la seguridad social francesa le ingresaba mensualmente. Realizando frecuentes viajes a Turquía, y disfrutando de docenas de trajes y estancias en hoteles caros, la versión de un sencillo activista pro kurdo esgrimida por su abogado durante el juicio iniciado en julio del año pasado, no se sostiene en muchos flancos.
El día 12 de enero, apenas tres días después de producirse el atentado, una grabación sonora de unos diez minutos salió a la luz pública. Colgada en Internet por alguien en Alemania, en ella se escucha a una persona que parece ser Güney planeando el asesinato de Sakine Cansiz con los que serían sus dos superiores del MIT (Servicio de Inteligencia Turco). Aunque esta información fue descartada como prueba de cargo en el juicio, la sección forense de la policía gala afirmó que la grabación podría ser real y no un burdo montaje. Inmediatamente después de salir a la luz pública, y como si de una cortina de humo se tratase, varios portavoces del gobierno turco, incluyendo al presidente, Recep Tayyip Erdoğan, se apresuraron a insinuar que tras el triple crimen se ocultarían luchas de poder entre diferentes facciones de la guerrilla kurda. El mosaico de la realidad kurda, con Siria, Iraq, Irán y Turquía como escenarios donde sus cincuenta millones de almas se encuentran diseminados, hacen de su realidad (amén de la diáspora en Europa) un contexto grande y complejo con multitud de gobiernos, corrientes y actores armados de por medio. Pero lejos de toda duda, para la resistencia kurda la autoría de un atentado de estas características sólo podría venir de un actor armado con respaldo estatal. Tal y como ha declarado el ex líder del PKK, Murat Karayilan, Turquía y el resto de sus aliados en la OTAN, «siempre han buscado una solución de violencia para resolver la cuestión kurda». Esa urgencia de la alianza atlántica por debilitar el movimiento de liberación kurdo en el exilio ya venía siendo advertida por una filtración que Wikileaks realizó tres años antes del atentado. Gracias a un cable con fecha del 7 de diciembre del 2007, el mundo pudo saber que Ross Wilson (embajador de Estados Unidos en la capital turca, Ankara) se dirigió a la delegación diplomática de los norteamericanos en la Unión Europea señalando a Sakine Cansiz como responsable financiera del PKK (junto a Riza Altun) y como una conocida «estratega en táctica y armamento» de la organización calificada como «terrorista» por Estados Unidos, la Unión Europea, y por supuesto, Turquía. La intención de este diplomático enviado a Ankara por George Bush tras un largo recorrido en la órbita soviética era solicitar, «presión judicial e inteligencia efectiva», contra Sakine y aquellos que presuntamente envían fondos desde Francia a las montañas Qandil del Kurdistán Sur (Norte de Iraq) donde el PKK tiene su retaguardia.
En una esquina del local de la asociación kurda, Nursel Kilic, quien compartió muchas horas de trabajo con las víctimas en el Movimiento de Mujeres Kurdas, está preparando un gran envío de folletos con propaganda política del HDP (Partido Democrático de los Pueblos). La noche anterior hubo un concierto de Siwan Perwer, «la mayor estrella musical de los kurdos», dice una de sus compañeras de campaña, y casi todas las activistas presentes muestran signos de cansancio. Preguntada por la situación en la que se encuentran las activistas kurdas en Europa, Nursel responde con prudencia que siguen trabajando «haga lo que haga el estado profundo turco». La simpatía que los kurdos reciben de la sociedad en Europa occidental es cada vez mayor, sin embargo Turquía, miembro de la OTAN desde 1952, mantiene una férrea alianza estratégica con la práctica totalidad de aquellos países que hacen parte de la Unión Europea. Esta contradicción entre sociedad y estado genera cierta ansiedad. «Un día crees que estás a salvo, y otro ves que todo se mueve bajo tus pies», confiesa una de las activistas.
Según el pliego acusatorio que el diario francés Le Monde filtró en exclusiva en julio del pasado año, Güney tendría relación directa con un responsable del MIT al cual se identifica por las iniciales K.T. El documento también afirmaría que este organismo de la inteligencia turca, «estaba involucrado en la instigación y preparación de los asesinatos», así como que el acusado, «hacia parte de una red de espionaje», extremo parcialmente corroborado por las autoridades alemanas, las cuales han reconocido a periodistas de la revista Der Spiegel conocer bien a uno de los agentes del MIT que se mueve por Europa y es citado en la investigación. Por su parte, Turquía, ante los tímidos requerimientos lanzados por el Ministerio de Justicia francés, ha negado cualquier implicación en el crimen, y no ha tenido a bien facilitar información sobre los titulares de los trece números de teléfono fijos y móviles con los que Güney mantuvo contacto hasta el momento de producirse el atentado.
En Turquía, el diario Sol, con una línea editorial de firme oposición al Gobierno conservador de Erdogan, ha publicado un documento atribuido al MIT el cual contiene información sobre los servicios que les serían prestados por un tal «Legionnaire» a partir de noviembre del 2012. En dicho texto, para hablar de la operación contra Sakine (todo en clave, según el periódico) utilizan la frase, «dejar inoperante al miembro de la organización». «Dejar inoperante» es un término habitual que las fuerzas armadas turcas emplean cuando matan a un militante del PKK. Además, la marca de agua que contiene el papel y el hecho de que quien supuestamente lo firma es un agente del que se tiene constancia su existencia real, hacen de esta nueva pista otro elemento de debate para un caso que aún plagado de sombras e intrigas, no ha despertado demasiado interés en la prensa europea. Así las cosas, la fiscalía francesa ha acusado a Güney de «asesinato en conexión a una organización terrorista» y el proceso judicial sigue en marcha, vinculando de forma imparable al acusado con el MIT turco.
Sin embargo, tal y como sugiere la investigación judicial, esto no querría decir necesariamente que el presidente de Turquía o el MIT como institución ordenaran el atentado, sino que existe la posibilidad de que algunas concentraciones de poder en el celebre «Estado profundo» (como en su día fue el asunto Susurluk y la red Ergenekon) habrían podido actuar por su cuenta, bien para tratar de bloquear las malogradas negociaciones con la guerrilla kurda (que fueron anunciadas diez días antes del crimen) o bien por simples luchas de poder dentro del MIT, las cuales son bien conocidas e incluyen experiencias recientes como la publicación de grabaciones en las que el ex director del MIT, Fidan Hakan, idearía atentados de falsa bandera en Siria. Asimismo, otras indagaciones periodísticas siguen la pista del poderoso clérigo Fethullah Gülen, ex colaborador del presidente Erdogan que tras entrar en disputa con él, permanece autoexiliado en Estados Unidos, moviendo desde allí a su legión de seguidores, casi todos enemigos de la paz con los rebeldes kurdos. Por su parte, muchos de los inmigrantes kurdos de París se refieren al autor del triple asesinato como un enviado de los «lobos grises», milicia de ultraderecha famosa por emplear al lobo como símbolo del pueblo turco. Casualidad o no el pliego de la investigación judicial dice que Güney tiene como único ornamento de su celda, «un recorte de revista con la fotografía de un animal en el que se describen sus cualidades» y en una carta que hizo llegar a su madre firmaba la misiva como «tu lobo herido».
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