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De Afganistán al nuevo rearme pasando por los Presupuestos Generales del Estado en negociación.

Un militarismo hiperactivo que no nos da descanso

Fuentes: Grupo Tortuga [Foto: La ministra de Defensa, Margarita Robles, saluda a los participantes en los ejercicios de rescate (EFE)]

Nos las prometíamos felices con la llegada del verano, por lo común planos de noticias y sobresaltos, pero ya lo ven: el militarismo no descansa y no nos da descanso.

Tenemos una ministra de Defensa que es como un aspersor lanzando chorros de loas al ejército y posverdades, que es tanto como decir trolas cargadas de emociones frú y malintencionadas.

Y así se despacha orgullosa del papel que está jugando el ejército en Afganistán como argumento central para justificar y legitima el intervencionismo militar que forma parte de nuestra política internacional (por cierto, con 90 operaciones en el exterior, más de 120.000 militares involucrados en ellas y más de 16.000 millones de euros de gasto militar de los que no se dice nada) y nuestra acertada pertenencia a la OTAN, gracias a todo lo cual gozamos de paz y prosperidad a mansalva, como todo el mundo puede comprobar a condición de que no se informe mucho y se pregunte poco.

¿No les hace bola al tragar tanta glorificación del ejército «humanitario» y tanta exaltación de este espolón con el que el Estado perpetra la política internacional española?

Manipula, que algo queda

Esta buena mujer se ha debido indigestar con toda la monserga de la «comunicación estratégica» que manejan la OTAN y sus aliados para el mantenimiento de su guerra cultural, con su «estrategia reputacional» a cuestas (y ojo que estos términos no me los invento yo, sino que los saco de la «Nato strategic Communications Policy» que al efecto maneja la OTAN y su oficina de propaganda «StratCom», así como de la correlativa «Directiva de Comunicación Estratégica» del Ministerio de Defensa, que también tenemos por aquí instrucciones de manipulación y adoctrinamiento militarista por el conducto reglamentario). Si no le ponemos cuidado, cualquier día a ministra pierde el alma en el enredo de sus exageraciones y mentiras y rebasa a Vox por la derecha en su encumbramiento del ejército y de sus metodologías de arreglar el mundo.

En el caso de la OTAN, su página webnos deja claro que «NATO must use various channels, including the traditional media, internet-based media and public engagement, to build awareness, understanding, and support for its decisions and operations». Dada mi incompetencia para entender ni una sola palabra de inglés, he puesto en Google el traductor para enterarme del propósito de la Alianza y miren ustedes que crudeza: «La OTAN debe utilizar varios canales, incluidos los medios tradicionales, los medios basados en internet y la participación pública para generar conciencia, comprensión y apoyo para sus decisiones y operaciones».

Recomiendan los manuales de manipulación referidos cuidar lo que hay que comunicar y el cómo, pero también poner cuidado especial en lo que hay que evitar comunicar y también el cómo.

Es el caso que, precisamente, es de esto segundo, de lo que no se comunica, pero se ejecuta de tapadillo, de lo que quiero hablar ahora.

Mira por donde, que nuestra directiva del ramo (casi una copia de la de la OTAN de 2009 pero en español) dice que la estrategia de comunicación de Defensa, con sus posverdades incluidas, es indispensable para « . . . una correcta percepción y comprensión de las políticas, imágenes y acciones desarrolladas por el Ministerio de Defensa para fomentar la cultura de Defensa en España y, en este contexto, el apoyo y la comprensión de la sociedad a las Fuerzas Armadas a medio y largo plazo como parte de la acción exterior del Estado».

Para ello define el concepto de Comunicación estratégica del Ministerio, aplicable de Ministra hacia abajo hasta llegar al bedel (incluyendo a ,la soldado que irrumpe llorosa para abrazara una afgana en la televisión en horario de mayor audiencia) como «La integración de todas las funciones y capacidades de comunicación -civiles y militares- con otras actividades con la finalidad de comprender y determinar el entorno de la información, e informar, influir o persuadir en las audiencias identificadas para lograr los objetivos nacionales de Defensa.» ¡Vaya, en mi criterio un claro ejemplo de lo que deberían haber callado y no comunicado para que no se les viera tanto el plumero.

Es decir, que pueden ustedes agarrarse la cartera cada vez que, como dijo aquel, «hombre blanco hablar con boca de serpiente», porque en cada lágrima vertida, en cada preocupación mostrada y de cada afirmación declamada, se esconde el truco del abejaruco y lo que se busca es persuadir a las audiencias (se les ha olvidado poner que de narcotizados y desinformados oyentes) para lograr vendernos la moto de los intereses militares.

Aquí entre nosotros, y dado que lo de Afganistán es una operación militar de la OTAN, ¿estarán en este embrollo de Afganistán haciendo precisamente eso, contarnos la película obviando la parte mala y enfatizando la más presentable para «generar conciencia» y obtener nuestro «apoyo» en forma de comunión con ruedas de molino?

Vayamos al ejemplo afgano, que viene al pelo por su actualidad y también porque la intervención en Afganistán fue en gran parte el observatorio in situ donde la OTAN comprobó su concepto de manipulación informativa y el posterior desarrollo de la Oficina Nato Strategic Comommunications (siglas StartCom) y empecemos por lo que se dice.

Afganistán hasta en la sopa.

Como se puede comprobar del regurgitado de noticias enlatadas de los medios españoles (otro día podríamos preguntarnos a qué se debe, amén de la propia falta de formación en la materia de los periodistas, generalmente becarios y excepcionalmente los bien tratados y captados por el propio ministerio, el papelón acrítico y complaciente de los medios de comunicación con el ejército y el discurso de la defensa militar), ahora toca comunicar el abnegado esfuerzo de nuestros servidores militares en Afganistán, donde se dejan la piel para rescatar a españoles y afganos de las garras talibanes y embarcarlos en nuestros estupendos A-400 para traerlos provisionalmente a España (por cierto, el compromiso de España es de acoger sólo a 50 de los más de mil que han traído aquí).

Y de paso, justificar sin preguntarse nada a cambio el modo de estar de España en el mundo: mandar militares a mansalva a cuanto conflicto y operativo se pone a tiro (¿hemos dicho ya que llevamos 90 operaciones militares en conflictos exteriores bajo los gobiernos de PSOE y PP, que hemos gastado en ello más de 16.000 millones de euros y que actualmente estamos embarcados en 16 a cual más absurda?) en esas operaciones en el exterior que tan insistentemente usa nuestra casta política para sus enternecedoras visitas navideñas a la tropa, sus reuniones con los líderes mundiales «al más alto nivel» y para la exhibición de material bélico made in Spain de cara a la venta de armas, de la que somos el 7-8 mayor vendedor mundial.

Vayamos a un repaso:

Una información sesgada, embrollada, complejizada y acrítica.

El Ministerio de Defensa, una vez que desplegó (mayo de 2021) su puesta en escena de la salida de las tropas españolas de Afganistán, coló una nota de prensa, ampliamente difundida casi al pie de la letra por todos los medios a su alcance, en la que nos informaba de la amplitud de la misión española: Las tropas españolas han participado en la zona durante 19 años desde 2002 hasta mayo de 2021 en tres misiones, Libertad Duradera (Enduring Freedom), ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad) y Resolute Support (Apoyo Decisivo), las dos últimas bajo el mando de la OTAN, con 27.000 efectivos, que han llevado a cabo más de 1.400 misiones y en ellas han fallecido hasta 102 soldados españoles. Ni más ni menos.

Como ven, nada de las explicaciones sobre las razones de la retirada; nada sobre la evaluación de la eficacia de las operaciones militares en Afganistán y, por supuesto, nada claro sobre el coste del engendro.

Coste que el 7 de mayo, Miguel González, periodista de El País responsable de la información sobre y a favor de Defensa desde hace varias décadas, informaba que había alcanzado, según sus estimaciones, 3.500 millones de euros. Es curioso, dicho sea de paso, que el propio Miguel González, años antes, en otro artículo del año 2017, decía que era de 3.700 millones (200 millones más que la que afirma en 2021).

Danilo Albán, para Público, usando datos de Delás y tras entrevistar a Alejandro Pozo, afirma el 14 de agosto que el coste de la intervención ha ascendido a 3.821 millones de euros, 400 veces el PIB de Afganistán.

Más adelante el mismo periodista nos informa que no se han rendido cuentas de las más de 19.000 toneladas de armamento que Aznar donó al ejército afgano y que seguro que cuestan otro pastón.

Ante el derrumbe de Kabul el 14 de agosto de 2021, la noticia que vuelve a difundirse desde Defensa y es publicitada por todos los medios es la que el Ministerio ofreció en mayo: España ha participado en Afganistán durante 19 años y 4 meses, con 27.000 militares que han llevado a cabo 1.400 misiones, en la misión más larga de nuestras fuerzas armadas y más costosa, con 102 soldados españoles fallecidos. Ahora se añade que hemos formado a más de 13.000 efectivos del ejército afgano en el arte de la guerra.

Aunque conocemos el exagerado número de soldados participes de la operación afgana, y el número de soldados fallecidos, seguimos sin conocer «oficialmente» cuánto ha costado la operación militar, para qué ha valido ésta o cuáles han sido los daños colaterales causados por nuestra acción bélica.

Seguimos sin contar en la mayoría de la prensa con preguntas esenciales y sin análisis sobre la intervención de España en Afganistán en estos 19 años y 4 meses y sin que nadie cuestione la opacidad o pida la necesaria evaluación y fiscalización de este modo de intervencionismo.

Eso sí, bien de lugares comunes sobre lo que sufren los afganos (principalmente las afganas, que hasta ahora vivían en el reino de jauja de los derechos humanos bajo el paraguas de la OTAN) y los desvelos de nuestros militares destacados en Afganistán para salvarlos del despiadado régimen talibán.

Por lo general, la prensa obvia lo relativo al coste de la operación militar (con las salvedades ya mencionadas) hasta que, el 18 de Agosto, Marta Caxais y Uxía Carral afirman que es de 3.500 millones de operación militar más otros 500 de ayuda al desarrollo.

Para fijar esta estimación usan de nuevo estimaciones de Delás, llegando a la conclusión de que lo gastado es 4.000 millones hasta la fecha, cantidad que no cuadra con los datos ofrecidos por Miguel González de 2017 (3.700 sólo hasta 2015) y que, por si algo nos faltara, está tan calculada a ojo que refieren el gasto en cooperación en 500 millones de euros, mondos y lirondos, cuando, como es sabido, la cooperación española consignó la contribución de España de 2001 a 2014 en Afganistán en 526,28 millones de euros y el coste de la operación Libertad Duradera, la invasión previa de Afganistán en la que también participamos, costó 197,8 millones de euros, lo que al menos nos pone en 4.223,8 millones si damos por bueno, que es dar mucho por bueno, que las cantidades aportadas por España a los fondos fiduciarios acordados en las conferencias de donantes de Londres de 2006 (150 millones de euros), La haya de 2009 (60 millones de euros) y Londres 2010 (10 millones de euros) estén incluídos en los 3.500 millones de euros que se afirma que se han gastado en la intervención en Afganistán. ABC, nada proclive a exagerar por arriba con el gasto militar, desvela un gasto de los 20 años en Afganistán en un informe de 22 de agosto de 4.164,28 millones de euros, de los cuales 3.638 millones de operación pura y dura y 526,28 millones de cooperación internacional hasta 2014. A ellos, dice ABC, hay que sumar los 590.793 euros que se han gastado desde mayo a la fecha, más lo que vaya a costar todo el traslado de gente desde Kabul a España, incluyendo el despliegue de otros 110 militares más que operan en aquella tierra actualmente.

Total: sabemos poco. Lo poco que sabemos es puro sentimentalismo de exaltación de nuestros soldados, que no aclara ni lo que pasa ni lo que ha pasado, y encima todo lo referido al norme coste económico es poco transparente e inseguro.
Mala información equivale a buena oportunidad de confundir al personal y privarle de criterios par pensar por sí mismo.

Un contenido sensiblero y de exaltación de lo militar pero ausente de análisis sobre las operaciones militares y su eficacia.

Desde el inicio del repliegue español, el énfasis se ha puesto en lo anecdótico, obviando preguntas incómodas.

iI vemos la información desplegada en el mes de mayo, su principal argumentario es la vuelta de los últimos soldados presentes en Afganistán, el relato de sus recuerdos y sufrimientos, el honor rendido a las víctimas españolas en Afganistán (de las que noventa y tantas personas murieron no tanto por el ejercicio de acción alguna, sino por la incompetencia de nuestros gobernantes que los metieron en un avión inseguro para horrarse el gasto de traerlos a España en condiciones dignas) y todo el relato emotivo que rodea el discurso del Ministerio de Defensa.

Tras el derrumbe de Kabul, la información ha destacado los mismos argumentos: exaltación de los militares y sus «valores» de abnegación, sacrificio y servicio a España, manipulación de los españoles muertos en estos 19 años y 4 meses de operaciones militares y una amplia retórica en torno al papel ejemplar de España en el traslado de afganos desde Afganistán.

El uso de estos rescates como elemento propagandístico ha sido un motivo principal de estos días, con constantes informaciones sobre los aviones españoles que iban a recoger afganos para rescatarlos del caos y de los peligros de Kabul y traerlos al remanso de paz y amor de Torrejón de Ardoz. No nos han contado que de toda esta población rescatada, España se ha comprometido a acoger a cincuenta y mandará no sabemos dónde al resto, ni de la hambruna que, fruto de las malas políticas de los años de ocupación, se van a desencadenar en verano y de los que la ONU ya ha advertido, o de lo que ha ocurrido en realidad durante estos años en Afganistán para propiciar que con la salida de los ejércitos de la OTAN el desmoronamiento del estado afgano haya sido tan fulgurante.

Eso sí, sirvió para que Pedro Sánchez se apuntara un tanto mediático y ante la despistada oposición cuando se reunió el 20 de agosto en Torrejón de Ardoz con la Presidente a de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el Presidente del Consejo Europeo, para enfatizar el papel de España, líder en respuesta humanitaria.
Aprovechó Sánchez para explicarnos (difunde EFE) que los veinte años de misión en Afganistán «no han sido en balde», a pesar del aparente fracaso militar de la OTAN y vuelta a la casilla de inicio del poder de los talibán, porque «se ha sembrado una semilla» y espera que en el futuro germine.

Al margen de lo manido de la metáfora entre hortelana y evangélica, lo cierto es que nada sabemos de la naturaleza o las cualidades de la semilla que se ha sembrado (¿ha sido el ejemplo, o la paz, o la democracia, palabras tan manidas y desprestigiadas por el mal uso que los políticos hacen de ellas? ¿no habremos sembrado la violencia, la corrupción, la polarización de los conflictos o el caos en que queda Afganistán? y de los frutos a esperar de todo ello). De hecho, seguimos sin evaluar lo sucedido. Sin preguntarnos por todo. Sin que nadie asuma ninguna responsabilidad.

Son palabras vacías, verborrea. Nada de nada sobre lo concreto.

Parece que, aunque todo se ha hecho impecablemente bien, . . . ha salido rematadamente mal sin que sepamos por qué. No importa. Ya lo dice Sánchez: «estamos a las duras y las maduras» (yo diría que también a por uvas).

El 22 de agosto, tras el subidón del apoyo de la UE al compromiso de España en evacuar afganos, la Ministra de Defensa, en la base de Torrejón, dando un giro de tuerca a su estrategia de alabanza de lo militar, vuelve a ensalzar a los militares que están poniendo su granito de arena en la evacuación, como puede verse en la nota de prensa elaborada por el Ministerio de Defensa «España entera -ha dicho la ministra- se puede sentir muy orgullosa de la labor que están haciendo. El mejor homenaje que podemos hacer a los que murieron en esta misión es tratar de sacar del país a los que colaboraron con nosotros y a sus familias».

Y

«Quiero manifestar mi agradecimiento máximo al Ejército español y a la labor que están haciendo . . . poner en valor el sacrificio, la abnegación y la eficacia de los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas que llevan más de una semana haciendo vuelos de evacuación entre Dubái y Kabul, sin descansar, más que con los turnos necesarios

También enfatiza el tremendo compromiso por los derechos humanos del ejército con las personas que colaboraron con España en Afganistán «. . . es muy dramática la situación, pero tenemos un deber con aquellas personas que colaboraron con España y lo vamos a seguir haciendo. (. . .) Estas personas dejan su país, dejan su vida, se vienen con lo puesto, pero este afán de buscar la libertad les compensa y nosotros estamos tratando de darles el apoyo humano, cariñoso y emotivo posible.»
Ya lo ven: de nuevo emociones blandas, explicaciones sesgadas, distracción de lo importante, evitar la reflexión y centrarse en lo emocional, tratarnos como menores de edad con lenguajes y consignas infantilizadas, mantenernos en la ignorancia y la mediocridad, . . . , todo el repertorio al uso del manual de manipulación que el Comandante Baños (que fue un destacado jefe de la inteligencia militar española antes de pasar a la reserva) explica en sus libros sobre el dominio militar del mundo.

¿Para qué ha servido la guerra?

Ya lo ha dicho Sánchez: para plantar una semilla que algún día germinará y nos dejará patidifusos.

Pero al margen de las promesas vacías de contenido, la prensa más promilitar nos ha dado la clave, igualmente en términos emotivos y ombliguistas.

Ya sabemos que nos ha supuesto un alto coste en vidas humanas de soldados españoles. Es la principal crítica que se hace a todo esto desde la inmensa mayoría de los medios de comunicación españoles, porque preguntarse en serio no parece tener interés informativo.

eL 17 de agosto en El Español, por ejemplo, aparece la valoración de la guerra hecha por uno de sus protagonistas, unos soldados españoes que no quieren identificarse para no meterse en líos «sacrificamos nuestra juventud para nada» y «siento que he estado la vida entera ahí, sacrificando mi juventud para nada»

Poca cosa y, a decir verdad, nada de nada en cuanto a aportación de análisis sobre el por qué, el para qué, el cómo y demás preguntas ineludibles sobre este modo de intervención en la geopolítica.

Mas adelante (Servimedia 22 de agosto) nos informa que, además de adiestrar a 13.000 militares afganos, España también se implicó activamente en la reconstrucción del país a través de diferentes agencias y departamentos, construyendo todo tipo de infraestructuras (carreteras, hospitales, escuelas o aeropuertos) y colaboraron en infinidad de iniciativas para el desarrollo de Afganistán.

¿Se hizo todo esto? ¿Por qué nadie lo evalúa? ¿Dónde están los resultados? Y, lo que es más relevante, ¿para hacer esto hacía falta un ejército?, ¿se hizo gracias a éste o a su pesar?

Lo que no se ha contado.

No es por nada, pero deberíamos analizar este intervencionismo militar en otros términos para preguntarnos por las luces y sombras de todo ello, por la eficacia desde el punto de vista de los valores que se proclamaron como justificación de cada operación, o de su aportación a la paz, al desarrollo o a la seguridad mundial, o por el propio rigor y fiscalización de lo actuado.

Pero, claro, esto forma parte de la política aburrida y, dado que hasta ahora no se ha hecho el más mínimo intento de someter a análisis crítico el modelo, por qué nos vamos a detener en menudencias cuando lo importante es destacar la abnegación y el sacrificio militar, no el por qué y el para qué de su presencia en guerras y conflictos alimentados por una geopolítica desquiciada, de la que somos más bien cola (mamporrera) de león, trazada desde un objetivo de dominación-violencia en el que el «occidente» lleva embarcado desde el final de la segunda guerra mundial.

Que España haya intervenido en 90 escenarios de guerra con tropas y con las más dispares justificaciones no es una buena noticia y define una orientación de nuestra política exterior altamente tóxica. A eso se le llamaba antes intervencionismo. Un intervencionismo que sigue la estela (en pequeñito) de la política imperialista de EE.UU, el gran ejemplo de injerencia militar internacional. Por supuesto que hay otros ejemplos de estados intervencionistas y con vocación de imponer un cierto poder o dominación, como es el caso ruso, o chino, o francés, o . . .) Pero eso ¿es un argumento a favor del intervencionismo?

¿Con qué contamos? Un fracaso en toda regla de los fines de la injerencia militar en Afganistán, un país al que se ha contribuido eficazmente con la solución militar de la que hemos sido parte a polarizar sus conflictos, empeorar la situación general y llegar a una situación de caos con un futuro incierto, un situación grave de hambruna heredada de veinte años de desastre y que amenaza con diezmar a la población afgana y una retirada que hace dudar de la «seguridad» que es capaz de proporcionar a sus socios la OTAN y la más absoluta falta de transparencia sobre estos 20 años de injerencia militar.

Que con estos mimbres quieran ahora convencernos de la necesidad de reforzar la respuesta militar y de aumentar los mecanismos militares y la injerencia militar en otros escenarios resulta un salto lógico en el vacío.

Hemos fracasado luego persistamos en el error. No parece muy cuerda la receta que el poder con sus mentiras nos ofrece para saciar nuestras pulsiones de inseguridad, alimentadas por el miedo al miedo. Tal vez usar la cabeza para pensar con eso que lleva dentro sería mejor receta que utilizarla para remachar clavos a cabezazos.

La arrogancia bufa de nuestros líderes

Pero ellos tienen su punto de vista y su ego que alimentar.
¿Se han fijado de que nuestros próceres, que con su mediocridad de sainete habitualmente no pintan nada en el panorama internacional, sólo tienen notoriedad en el «concierto de las naciones» cada vez que se apuntan a algún carro bélico?, ¿que sólo se digna hablarlos por más de veinte segundos el gran mandarín de occidente, o que sólo los dejan poner los pies encima de su mesa y hablar imitando el acento tejano, cuando prometemos combustible para la guerra, fidelidad a los fines militares del imperio o el uso de las bases americanas en España para agredir a cualquier otro país?

¡Qué pena! ¿no sería mejor que el reconocimiento de nuestros capitostes tuviera más que ver con la investigación o la ciencia, con el progreso de la cultura o de la sanidad, con la promoción de los derechos humanos o de la paz en serio y no como mero eslogan de plexiglás?

Pero, para nuestra casta política es el ejército la expresión más genuina y de la que se sienten más orgullosos de la presencia española en el exterior. Somos en la medida en que el sargento Arensibia hace alardes de su disparatado anecdotario al servicio del poder tonto y de intereses ajenos.

Que los partidos del régimen, que predican la inalterabilidad de la política de defensa pactada bajo la mesa camilla y a oscuras entre las élites de la transición, apuesten por mantener esta política de injerencia militar, no es de extrañar. En definitiva, cuando eluden cualquier investigación o evaluación sobre las operaciones militares no hacen otra cosa que encubrir su responsabilidad compartida en las mismas, pero . . . ¿ qué decimos de los que aspiran a un cambio real? ¿también les vale en su imaginario la idea del intervencionismo militar en política exterior y de defensa?, ¿también aceptan que el ejército español realice ingentes compras de armas (que nos han endeudado en más de 40.000 millones de euros) basadas en la idea de proyección (es decir, de ser empleadas a miles de kilómetros de las fronteras) ?, ¿también acatan la subordinación a los dos engendros militares de la política imperialista de los que formamos parte, la OTAN y las misiones de la UE?, ¿también están cómodos con la estrategia militar de «fronteras de seguridad avanzada» y con la creciente militarización de todos los aspectos de la seguridad?, ¿también creen que el proceso de creciente securitización de todos los espacios de la vida cotidiana es una solución para el desarrollo de la convivencia pacífica?

Parece que sí. Hay silencios que delatan y, por si fuera poco, hay hechos que desenmascaran y el hecho más rotundo es que entre junio a Agosto el Gobierno ha autorizado gasto militar más que de sobra para avalar la idea de que se ha optado por el incremento del militarismo y de las actividades e inversiones militares.

Mientras Afganistán alcanza notoriedad como señuelo, ocurren otras cosas en silencio

Por debajo del sobreabundante cúmulo de noticias sin sustancia sobre las evacuaciones en Afganistán, que como vemos se han presentado confundiendo el culo con las témporas y con la intención de desinformarnos sobre la verdad de lo sucedido, han ocurrido otros hechos que consolidan el creciente militarismo que padecemos.

a) Pacto presupuestario. ¿Crecerá el gasto militar?.

Ahora se nos viene lo peor. El pacto que se está fraguando sobre los presupuestos del estado. Aunque lo ponemos en interrogante, me atrevo a firmar que el gasto militar, de nuevo, crecerá en los presupuestos.

Primero, porque han creado un caldo de cultivo, conducido estratégicamente por Defensa con mecanismos de manipulación que hemos referido antes, para intentar justificar el pelotazo que van a dar en los presupuestos.

Si no me equivoco, van a aumentarse las partidas en operaciones militares en el exterior (sin que previamente se haya analizado con rigor qué sentido y eficacia para la seguridad humana tienen) y en inversiones en programas de armamento y ayudas de tapadillo a la industria militar.

También crecerá el gasto en las restantes políticas secritizadoras que se desarrollan desde el Ministerio del Interior y en las operaciones militres bao bandera ONU que paga el ministerio de Asuntos Exteriores. Probeblemente también se dispare la deuda necesaria para soportar todo esto.

Que yo sepa nadie plantea en el juego de representaciones parlamentarias un recorte del gasto militar. ¿Por qué? Sobre todo, ¿por qué, cuando las necesidades sociales y de seguridad humana, desvinculadas de cualquier enfoque militar, son tan crecientes y urgentes y la justificación del gasto militar tan frágil?, ¿por qué cuando, si repasamos las encuestas del CIS sobre preferencias de los españoles, el gasto militar es uno de los más preferidos para recortar?

A mi me parece que en gran parte ocurre porque la complicidad con el militarismo de los partidos que apoyan al gobierno es palmaria y porque tanto el PP como el PSOE han sido indistintamente los ejecutores de la política de defensa que tenemos y de sostenerla contra viento y marea.

¿Por qué creen que en esto no piden una comisión de investigación? Pues porque no podrían reprocharse nada los «Hunos» a los «Hotros» sin pisarse la manguera ni descubrir sus desvergüenzas mutuas.

La propia comisión de Defensa y un repaso a su actividad no hace otra cosa que avalar esta conclusión. Nada de preguntas incómodas. Nada de alterar lo esencial del consenso militarista. Nada de cuestionar el intervencionismo militar como eje de nuestra política de defensa. Nada de apostar por la reducción del gasto militar o del sobredimensionamiento de nuestra estructura militar, nada de nada.

La propia Comisión de Defensa tiene más bien una función de seguidismo sin sobresaltos de la política que desarrolla el ministerio de Defensa. Ni siquiera define dicha política, que se decide sin pasar por el parlamento (de hecho no se votan ni debaten las principales líneas de la misma, las que definen qué hay que defender, cuáles so los ejes de la defensa, etc.).

Un diputado de cuyo nombre no quiero acordarme comentaba hace varias legislaturas que a los miembros de la comisión de Defensa los llevaban y traían a acuartelamientos e instituciones militares (comidas opíparas incluidas) para que «conocieran» la realidad de las fuerzas armadas y se identificaran con sus valores. El citado, nominalmente de lo más izquierdoso del parlamento, se impresionaba cuando llegaban y altos mandos con la manga de la chaqueta llena de estrellas se cuadraban delante de ellos con el saludito ese que hacen con la mano. Imagínense la escena. Reconocía el diputado aquel que de todo esto no sabían nada (tenía como asesor a un sindicalista de uno de los sindicatos militares empeñados en convencerle que el problema militar era que les pagaran más a los soldados) y que todo lo que conocían era lo que les aportaban desde defensa, principalmente cuadros llenos de colorines y presentaciones PowerPoint.

¿Les parece serio?

¿Y creen que estos diputados, tan muellemente tratados, hacían el esfuerzo de conocer la realidad del militarismo acercándose a las organizaciones y movimientos críticos? Ya les digo yo que nada o casi nada.

Pero volvamos al verano del 2021.

En julio de 2021, con el fin de que los diputados y senadores de las comisiones de defensa del parlamento conozcan mejor las preocupaciones militares, el Centro Superior de Estudios de Defensa Nacional (CSEDEN) realizó unas jornadas informativas de seguridad y Defensa para miembros de las Comisiones de Defensa de las Cortes Generales, que fueron clausuradas por la ministra del ramo «con el deseo de que sirva para mejorar el trabajo y la productividad de las Fuerzas armada . . . que son de todos y cada uno de los ciudadanos

¿A qué les suena? Algo huele mal en Dinamarca.

b) ¿Nos están preparando para una mayor implicación militar de la UE?

¿Se han fijado del argumento que también ha circulado en este verano sobre la necesidad de incrementar la mayor independencia de Europa en materia de defensa respecto de EEUU?

El argumento lo ha señalado uno de los halcones de la UE, el español Josep Borell, Vicepresidente de la Comisión europea y Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.

Borrell desde que estuvo como secretario de Estado de Hacienda en el gobierno de Felipe González, siempre se ha mostrado proclive a privilegiar a la industria militar.
«Ya quisiéramos ahora tener la capacidad de actuar por nuestra cuenta, tener una fuerza militar capaz de movilizarse como los americanos movilizan la suya», afirmó Borell en declaraciones recogidas por la prensa el 23 de agosto.

Borrell aspira a la autonomía estratégica de la UE, para no depender de los EE.UU: «es lo que plantea la ’strategic compass’, la ’brújula estratégica’, una ’first entry force’, una fuerza para actuar de emergencia. No solo para misiones de entrenamiento, sino también para cosas más complicadas, como en este escenario»
¿Está abogando por un ejército europeo? Puede ser la antesala, pero más bien parece que la pretensión es la de un mayor intervencionismo militar de la UE, sin acabar de desprenderse ni de los ejércitos nacionales, ni de la vinculación con la OTAN, ni de la vocación de dominación-violencia que preside todo el paradigma de la defensa militar.

Me voy a remitir a un texto de Utopía Contagiosa cuyo análisis no ha perdido vigencia (quizás pueda completare actualizándolo con los pasos dados en la línea que se insinuaba en el mismo) respecto a este proyecto de incremento del poder militar de Europa: «Ejército europeo

Dicho sea de paso, Europa ya cuenta con un alto intervencionismo militar, con misiones estrictamente militares vigentes en Mali (vigente desde 2013), Libia (desde 2020), Bosnia-Herzegovina (desde 2004), República Centroafricana (desde 2016) y dos en Somalia desde 2008 y 2010 respectivamente) y otras de predominantemente civiles en Niger (desde 2012), Kosovo (desde 2008), Palestina (desde 2006), Irak (desde 2016), Georgia (desde 2008), Ucrania (desde 2014) y Rafah (desde 2005).
A su vez, la UE cuenta con toda la estructura militar, desde cuartel general hasta escuelas de formación militar e inteligencia y una agencia de armamentos, para el desarrollo de su creciente intervencionismo.

¿Cómo interpretar, entonces, las palabras de Borrell? Creo que no se trata tanto de la apuesta por un ejército europeo autónomo (que en su caso no vendría a sustituir a los ejércitos nacionales como algún ingenuo piensa, sino a sumarse a ellos) sino por una mayor participación de las estructuras militares de la UE en el pastel del presupuesto comunitario y una mayor capacidad de esta estructura para ejercer esa capacidad militar con la que Borell sueña.

En todo caso, se vislumbra un crecimiento del militarismo en la construcción europea, pero ¿han preguntado a la ciudadanía europea si quiere potenciar esta militarización con la que la élite cada vez más retrógrada sueña?. Si lo hicieron, yo me debí perder el día en que tal suceso tuvo lugar.

Prosigue a paso firme el rearme español.

Desde junio a agosto también se ha consolidado el compromiso de España en su política de rearme español, principalmente con el compromiso de gasto de 2.600 millones de euros, para programas de armamento, esta vez destinados fundamentalmente a vehículos blindados (2.100 millones de euros); munición y misiles (1,5 millones), torretas de vigilancia (0,2 millones) para la armada; radares (100,8 millones), paracaídas (15,4 millones) sostenimiento de aviones 91,4 millones en junio y 250 en agosto) y helicópteros (39 Millones) y armamento y drones (261 millones) para el ejército del aire.

Otras partidas (291,7 millones en mayo y 32 en junio) se han destinado a incrementar el presupuesto de intervenciones militares en el exterior.

Tampoco se nos escapa el encuentro del Director General de armamento y Material, al frente de una delegación del Ministerio de Defensa, a la base militar de Arlington (Virginia) para ver el Programa del Caza de combate F-35 Lightning, el nuevo caza de combate de despegue vertical que la armada ansía para sus fragatas y, probablemente, futuro portaviones.

Llama la atención, porque hasta hace poco os habían dicho que el ejército del Aire, que tienen que renovar parte de sus aviones de combate, había descartado los F-35 americanos en favor de los nuevos aviones de combate europeos (en cuyo diseño España además ha participado con varios miles de euros), e incluso ha comprometido su compra.

Ahora sabemos que además de los aviones de combate europeos, tendremos también F-35 muy probablemente, lo que supone un descomunal gasto añadido.
No es la única mala noticia al respecto, porque España ha comprometido también en mayo de este mismo año, según ABC a invertir 1.160 millones de euros más para el diseño del nuevo prototipo de avión de combate europeo NGWS/FCAS
Podemos incluir además la adenda al convenio firmado por el Estado con Navantia, conforme a la cual habrá que incrementar el gasto comprometido por el programa de los submarinos S-80 para hacer los tres que falta por fabricarse y poder entregar el que actualmente están acabando para entregar. No sabemos la cantidad total que supondrá el nuevo gasto, dado que la adenda omite este pequeño dato.

En resumen, España se rearma.

¿ A costa de qué? De deuda pública.

¿Quién pagará esta deuda? La gente de a pie a la que no se ha consultado para tal gasto.

¿Para qué necesitamos este armamento? Se trata de armamento de «proyección» destinado a usarlo a miles de kilómetros, pero si, como dice la directiva de defensa, no tenemos enemigos, innecesario para la teórica defensa y sólo útil para el caso de que queramos hacer uso del mismo a miles de kilómetros, lo que equivale a sospechar que el enemigo real somos nosotros allá donde lo llevemos.

¿Y quién ha construido esa deuda? Hay un consenso en ese rearme del que hasta hace poco participaban a partes iguales el PSOE y el PP (que por cierto han mantenido y mantienen puertas giratorias entre el ministerio de defensa y la industria militar, con varios ex ministros y es secretarios de estado incluidos). Ahora también cuentan con el consentimiento (no sabemos con cuanto entusiasmo) de los socios del gobierno, que no cuestionan esta política «de estado».

¿Es una deuda inmoral? Si atendemos a la definición clásica de deuda odiosa, «aquellas contraídas sin la aprobación de la sociedad, contra los intereses de la población de un país y con el completo conocimiento del acreedor» la respuesta es evidente.

Ahora falta saber si habrá quien le ponga el cascabel al gato.

Fin

Veremos este mes de septiembre que comienza cómo arrecia la tormenta del gasto militar, cómo crece el intervencionismo como estrategia principal de la «política de defensa», cómo nos imponen más securitización en el plano interno y por nuestro bien, cómo nos seguirán tratando como niños, manejando una información sesgada, manipulada, lleva de apelaciones sentimentales y emotivas la mar de las veces casposas a más no poder, y cómo toman decisiones en nuestro nombre y perjuicio, como quien se fuma un puro encima de un bidón de gasolina.

Con una sociedad pasiva y desmotivada como la que somos, lo tienen tirado.

Fuente: https://www.grupotortuga.com/Un-militarismo-hiperactivo-que-no