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Un «nosotros» con «los que faltan»

Fuentes: Rebelión

El resultado del pasado domingo no es satisfactorio. No caben medias tintas. Nacimos para ganar, para construir una mayoría popular nueva que recuperara el país para su gente y pusiera las instituciones a trabajar al servicio de la mayoría. Y, por primera vez en este acelerado ciclo electoral, las fuerzas del cambio no hemos conseguido […]

El resultado del pasado domingo no es satisfactorio. No caben medias tintas. Nacimos para ganar, para construir una mayoría popular nueva que recuperara el país para su gente y pusiera las instituciones a trabajar al servicio de la mayoría. Y, por primera vez en este acelerado ciclo electoral, las fuerzas del cambio no hemos conseguido situarnos más cerca de ese objetivo.

Leo y escucho a algunos compañeros lanzar mensajes apelando a la ignorancia de la gente para explicar lo sucedido en la jornada electoral de ayer. Desde mi punto de vista, quienes recurren a esto, solo están tratando de esconder su incapacidad para comprender a los pueblos y las gentes de nuestro país y, por consiguiente, para poder transformarlo.

Es muy pronto y la decepción de la noche del domingo está aún por digerir y por reposar. Pero parece claro que, tras los resultados, la ruta trazada tras el 20 de diciembre prueba que necesitamos aún estudiar, reflexionar en común y trabajar más para comprender mejor nuestro país con el objetivo de dibujar el mejor camino para cambiarlo en un sentido democrático.

Partiendo de esta premisa, debemos analizar las razones por las que no hemos sido capaces de hacer más grande la ola del cambio político en esta ocasión. Por qué no hemos podido lograr que más gente se sumara a la nueva identidad política en construcción. Una identidad articulada en torno a las demandas de «democracia real», soberanía popular y justicia social que la gente en las plazas puso en la centralidad política hace 5 años. Desde mi punto de vista, más por el cambio cultural en el subsuelo que se produjo a partir de las movilizaciones, que por las movilizaciones mismas.

En Podemos nacimos con una apuesta clara: en 1 año y medio (que al final han sido dos) iba a tener lugar un ciclo electoral corto y acelerado que permitía apostar por la articulación política de las demandas mencionadas anteriormente para construir una mayoría política que lograra evitar una salida a la crisis de Régimen en favor de la minoría. Tanto si esta se producía por una vía autoritaria, liberticida y de aún más recortes en derechos sociales básicos, como si lo hacía por el camino de la absorción y transformación de las demandas de los sectores subalternos por parte de actores políticos viejos, con el objetivo de integrarlas en el nuevo orden vaciándoles de parte de su contenido democratizador.

Para ello, entendimos que la principal ventana de oportunidad que el 15M había abierto era la de reordenar el tablero político en nuestro país de forma que la mayoría estuviera en condiciones de poder ganar a la minoría que hasta entonces había estado cómoda diseñando la geografía política en la que todos debíamos movernos. Y, eso, pasaba por dividir el campo de juego en dos y construir un nosotros entendido como una identidad amplia en la que cupiera una mayoría de nuestra gente en base a sus demandas, pasiones, emociones, símbolos, miedos y esperanzas de hoy.

Sin embargo, creo que las decisiones que hemos tomado desde el 20 de diciembre hasta el 26 de junio nos han desviado de esta hoja de ruta. No quiero decir con esto que se trate de dejar atrás dogmas inservibles para convertir las hipótesis sobre las que nos construimos en nuevos credos que seguir a rajatabla, pues en todo proceso político -y más en uno que se da a un ritmo de cambios tan acelerado como el actual- la flexibilidad es imprescindible. No obstante, sí considero que durante este tiempo nuestros adversarios han querido trasladarnos a un lugar que nos introdujera en un escenario que se pareciera más al tablero político pre 15M y, en parte, lo han conseguido.

Este proceso ha acabado traduciéndose en unos meses llenos de vaivenes desde la noche del 20 de diciembre hasta hoy. Mensajes y comportamientos que hacían complicada la seducción del electorado del PSOE, mezclados con manos tendidas. Apelaciones a la socialdemocracia y a referentes del socialismo como Allende o Mujica, además de a otras referencias identitarias de la izquierda, combinados con la intención de seguir construyendo la voluntad popular nueva en base al resignificación del patriotismo como la «comunidad de gente que se cuida», interpelando a quienes aún confiaban en partidos viejos y no se sentían identificados con las apelaciones anteriores. En definitiva, pareció que en unos pocos meses y en un mismo proyecto político, se mezclaron dos apuestas que, por ahora, han demostraron tener más capacidad de crecimiento yendo por separado: una que apelaba a seguir construyendo pueblo y otra que trataba de reconstruir la izquierda. Esto nos restó la capacidad de seguir ampliando la construcción de una mayoría transversal en base a las demandas compartidas por millones de personas.

En base a este análisis, considero que debemos hacer un esfuerzo por reconsiderar qué tipo de nosotros queremos y podemos construir en la España de hoy. En un país en el que, la crisis de Régimen, no va acompañada de una crisis de Estado. Es decir, en donde desde las instituciones sigue existiendo la capacidad de producir normalidad y cotidianidad en la vida de la gente. Esto es algo que genera lealtades hacia el orden existente y recelos y temores ante lo nuevo que esté por venir.

En este escenario, creo que ese «nosotros» debe ser es una identidad permeable, amplia y heterogénea. Que represente un cambio que vaya dirigido hacia la postulación de un nuevo horizonte de país capaz de seducir a los que faltan, vengan de donde vengan. Que aspire a no dejar fuera más que a la minoría privilegiada que ha roto el pacto social logrado por el esfuerzo de quienes nos precedieron y respetado por la mayoría social. Que sea capaz de seguir disputando la idea de patria -hoy aún asociada mayoritariamente al significado otorgado por las élites- para poder encarnar el interés general del país y llegar a poder hablar en nombre del desarrollo, el progreso y la defensa de la nación.

Para ello será fundamental ponernos a trabajar en la producción simbólica de nuevas formas de emocionarnos en común que, a día de hoy y lógicamente por los tiempos acelerados que nos marcó el ciclo electoral, sumado a lo complejo de nuestra historia, es lo que tenemos más atrasado y lo que resulta más complicado . Si no, tendremos que seguir recurriendo a canciones de otros continentes o referencias de nuestro propio país que solo evocan derrota y nostalgia.

Por último, decir que, pese a la necesaria reflexión y autocrítica, debemos ser capaces de mirar estos resultados con perspectiva amplia y con la suficiente honestidad y responsabilidad para evitar que el necesario debate se convierta en alimento para los adversarios que nos quieren romper.

Hoy tenemos 71 diputados al servicio de la gente que hace poco más de dos años hubiéramos sido incapaces de imaginar. Una de ellas representando el corazón de nuestra tierra. Los cambios políticos no avanzan siempre al ritmo que nos gustaría. Sin embargo, las transformaciones realmente cruciales en un país se producen primero en el subsuelo para después llegar a la superficie y hacerse carne. Hoy estamos ya marcando el ritmo en el subsuelo. Aún no hemos sido capaces de llegar a la superficie con la fuerza necesaria, pero lo conseguiremos. El país ya hoy habla sobre nosotras y en nuestros términos. Vamos a heredarlo.

Marcos Martínez es miembro del Consejo Ciudadano Estatal de Podemos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.