Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
– ¿Te dieron una copia de la foto que mandé por fax?
– ¡No!
– ¿La foto que incluí en la carta? ¿No llegó?
– No, no he recibido nada.
Seguimos hablando. Los interrogantes vagan por nuestras mentes, cuando miramos las manecillas del reloj. Caen sobre nosotros y roban nuestro tiempo. Sin ninguna advertencia nos anuncian el final de nuestros cuarenta y cinco minutos. Nos despedimos. Entonces el teléfono se corta y deja de traerme su voz a través del cristal. Me fuerzo a salir de la habitación para aliviar un poco la dificultad del hecho de que debemos separarnos. Prometemos reunirnos otra vez dentro de dos semanas.
Pasan los cuarenta y cinco minutos. Inmediatamente comienza la cuenta atrás para el siguiente encuentro con todo lo que esto significa, con todo el deseo que esto conlleva. Nuestras vidas ahora giran alrededor del ritmo de nuestros encuentros, cada dos semanas. Ahora hablamos de lo que ocurrió antes del domingo y de lo que viene después.
Pasan las dos semanas. La primera parece larga y aburrida. Pero al final pasa la primera semana y llegamos al domingo del medio, el tiempo empieza a volar. Entonces llega el domingo siguiente.
Comienzo nuestra conversación preguntando:
– ¿Te dieron una copia de la foto que mandé por fax?
– ¡No!
– ¿La foto que incluí en la carta? ¿No llegó?
– Tengo la carta, pero no la foto. También tengo la carta número 60
– ¡Pero envié la foto con la carta número 59! Y también envié por correo la carta 61. Se suponía que la tendrías pronto. ¡Que raro!
Es muy extraño. A pesar de que es 5 veces más caro que el correo ordinario, la envié por correo certificado para asegurarme que llegara intacta.
Ambos nos sorprendemos mucho. Pero pronto estamos muy ocupados con asuntos más importantes. Nuestro amor, nuestra añoranza, las campañas de solidaridad. Todos esos detalles pequeños del día a día que se han vuelto tan importantes, especialmente porque su única conexión con ellos es mediante las cartas que le enviamos y lo poco que le contamos. Con auténtico anhelo e impaciencia se queda absorto en los detalles. Toma cada palabra y cada gesto de modo que más tarde, cuando se queda solo en su celda, pueda acercárselos otra vez. Hacemos lo mismo cuando llegamos a casa.
Antes de que finalice el encuentro y las manecillas del reloj nos arrebaten el resto de nuestros minutos, me acuerdo de decir:
– No olvides preguntarles por la carta. Diles: «Mi esposa envió la carta con la foto de la sandalia por correo certificado. Y también mandó la foto por fax como sugirió el director del departamento. Éste le dijo ‘si quiere, envíe una copia por fax. Tiene el número, siempre puede enviar un fax'».
Aquel día yo no estaba segura de lo que significaban realmente las palabras del director. ¿Se estaba burlando de mí? ¿O sabía que no me doy por vencida y no desistiría hasta que me respondieran? De vez en cuando he enviado cartas a los funcionarios de la prisión y a los representantes de los vigilantes de los presos sobre varias cuestiones relacionadas con mi marido, que está encarcelado en su prisión. Pero he aprendido a no prestar demasiada atención a lo que ellos han hecho y a lo que han dicho.
Cada vez, el encuentro acaba y me fuerzo a mí y a mis hijas a salir de la sala de visitas. Hago esto para aligerar la carga de nuestra separación, para estos momentos en que la prisión lo hace desaparecer y que son los más difíciles para todos nosotros. Desaparece ante nuestros propios ojos durante más dos semanas. Nos reunimos con él durante 45 minutos que se evaporan como si nunca hubieran ocurrido. Estos son los momentos más difíciles para todos los prisioneros. Desde detrás de la barrera de cristal que los separa de nosotros, todos tratan de robar momentos que exceden de los minutos asignados. Tras el cristal que separa a los que están atrapados dentro de la prisión de sus familiares en el exterior.
Obsesivamente pensamos en él durante las dos semanas siguientes. Constantemente nos preguntamos cómo está y cómo se encuentra. ¿Qué siente? ¿En qué piensa? ¿Cómo está? Y sólo cuando llega su carta dos veces a la semana conseguimos algunos detalles de su vida en la cárcel. Leo la carta una, dos, tres veces y vuelvo a leerla hasta que nos encontremos o hasta que llegue la siguiente.
Unos días después de nuestra última reunión, llegó una carta de él. Por lo que dice entiendo que está decidido a llegar hasta el final para averiguar el destino de la sandalia. Al parecer le dijeron lo siguiente:
– Es verdad que llegó por fax una foto de su esposa. Estaba negra y borrosa, la rompimos y la tiramos.
– ¿Qué hay de la foto incluida en la carta?
– ¡Nunca estuvo aquí!
– ¡Pero mi esposa la envió por correo!
– No la vimos.
– Pero ella dice que la envió por carta certificada. Y recibí la siguiente carta que ella envió.
– Nunca la vimos.
De pronto, después de que pasaran dos horas, llegó la foto de la sandalia. «Increíble», dice. Yo me digo lo mismo.
Tras un mes y medio de espera, puede preguntar por una sandalia cuya foto le envié. El verano es abrasador. No llega: ataca. Y en la prisión Gilboa, en el valle del Jordán, el calor alcanza temperaturas más allá de lo que puede imaginarse. El mana de los cuerpos de los presos políticos allí. Apoyarse contra las paredes es inútil, puesto que sólo se propaga el calor.
Hay una historia detrás de la sandalia de la misma forma que hay una historia detrás de la petición de un análisis de sangre. También hay una historia de la postal que le envió nuestra hija Hind envió desde España que, aún después de que ella regresara, nunca llegó. Y una historia de la forma en que se organizan las visitas quincenales de las familias.
En su prisión cada asunto simple, cada sencilla cuestión que no debería ocupar la atención de nadie para nada, se desarrollo con un detalle espeluznante y se despliega durante días y semanas. Cada asunto simple se convierte en una historia, una causa que podría desarrollarse a lo largo de días y semanas. Se debe a que la burocracia de la prisión se convierte en el punto de apoyo por medio del cual interactúan con los presos y sus familias. Nos mantienen ocupados con los detalles. En la prisión los detalles normalmente insignificantes se vuelven importantes y urgentes. Pasamos mucho tiempo desgastando nuestros nervios mientras perseguimos asuntos burocráticos de las prisiones. Es lo que pretenden de nosotros, distraernos de la tarea esencia, nuestras exigencias políticas. A pesar de que somos conscientes de este hecho, cedemos ante el sistema burocrático porque el sistema afecta directamente la vida cotidiana de los presos.
¿La historia de la sandalia? Aquí está la versión corta. Mi marido me pidió en su última carta que le llevara un catálogo de sandalias de una de las tiendas de Haifa a nuestra siguiente reunión. La tienda de la prisión no tenía su talla; era grande. Le dijeron que tenía que pedirme el catálogo de modo que el proveedor autorizado de la prisión pudiera pedirlas. Esto es así porque nosotros, como familias, tenemos prohibido llevar sandalias o zapatos a los prisioneros políticos. Tienen que comprar las cosas ellos mismos a través de la comisaría usando las transferencias mensuales de dinero que cada familia hace a una cuenta del preso controlada por la prisión. Y de la cual la prisión, por supuesto, deduce comisiones de las que se benefician la propia prisión y la compañía de correos a través de la que se realizan las transferencias de dinero.
Para conseguir el catálogo, fui expresamente a la tienda en la que a Ameer le gusta comprar sus sandalias. El propietario de la tienda no tenía un catálogo de los zapatos del escaparate. Después de pensarlo se me ocurrió la idea de fotografiar la sandalia con mi teléfono móvil. Y fue lo que hice. Fotografié la sandalia desde el talón y desde la puntera, y me fui a casa.
Me llevó horas descargar el programa adecuado para conectar el móvil con mi ordenador. Finalmente, cuando estaba a punto de rendirme, conseguí descargar con éxito las imágenes al ordenador. El siguiente paso fue transferirlas a un disco, después a la tienda de fotografías de Harem para imprimirlas. Luego a la oficina de correos a esperar en fila y enviárselas a mi marido. Para asegurarme que le llegarían rápidamente envié la foto por fax e incluí una copia en la carta que le había escrito. Fui a la imprenta Elías y lo envié por fax desde allí. Un sentimiento de éxito me inundaba. Había vencido los obstáculos y eso me animó. No tenía ni idea de que pasó con la foto ni de si Ameer había logrado comprar las sandalias hasta el día que me encontré con él y le pregunté:
– ¿Te dieron una copia de la foto que mandé por fax?
– ¡No!
– ¿La foto que incluí en la carta? ¿No llegó?
– No, no he recibido nada.
(Traducido al inglés por Sherene Seikaly. Original en árabe aquí).
Janan Abdu es una activista e investigadora palestina que vive en Haifa. Ha contribuido al establecimiento y dirección de varios marcos civiles y feministas. Sus artículos han aparecido en el Diario de Estudios de Palestina; el trimestral del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad de Birzeit; Al–Ra’ida (AUB); Otro Frente (Centro de Información Alternativo); Jadal (Mada Al-Carmel). Sus publicaciones incluyen Palestinian Women and Feminist Organizations in 1948 Areas [Mujeres palestinas y organizaciones feministas en áreas de 1948] (Mada Al-Carmel, 2008). Desde que las fuerzas de seguridad israelíes detuvieron a su marido, el activista y líder político Ameer Makhoul, el 6 de mayo de 2010, Abdu ha estado estrechamente implicada en la formación del Comité Público para defender su caso. Está activa en el incremento de la concienciación respecto a los presos de libertad y en la movilización de la solidaridad local e internacional con los prisioneros políticos en cárceles israelíes así como en arrojar luz a la política de Israel hacia los palestinos.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/