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Los intelectuales liberales de Israel lamentan el malestar que se ha apoderado del país, pero se niegan a enfrentarse al etnocidio que es la cuestión central de aquel

Un proyecto de desposesión nunca puede ser una causa noble

Fuentes: The Guardian

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Antes de que Donald Rumsfeld se apartara del Pentágono, el «Transformation Group» que él dirigía trabajó con un equipo del ejército israelí para desarrollar ideas para controlar a los palestinos tras la retirada de Israel de los territorios ocupados. Eyal Weizman, un profesor israelí que ha escrito sobre esta cooperación, nos dice que decidieron hacerlo por medio de una ocupación invisible: Israel «sellaría los sobres» en torno a las ciudades palestinas y generaría «efectos» dirigidos contra los «elementos humanos de la resistencia». La semana pasada vimos cómo se llevaba a cabo esta idea en Beit Hanoun cuando el ejército israelí mató con un ataque con misil a 19 personas mientras dormían.

El mundo puede esperar más de lo mismo. Según Weizman, el jefe de personal del ejército israelí, Dan Halutz, confirma que el ejército israelí considera que el conflicto es «irresoluble». Él mismo «se ha encaminado a operar en un medio saturado de conflicto y en un futuro de violencia… se considera a sí mismo actuando solamente bajo el límite de las sanciones internacionales…manteniendo el conflicto en una intensidad lo suficientemente baja como para que la sociedad israelí pueda vivir y prosperar con él». Así que aquí tenemos otra función para el muro de separación que está construyendo Israel: proteger a la sociedad israelí de conocer demasiado de cerca los brutales actos que su ejército lleva a cabo en su nombre.

Y los intelectuales israelíes se preguntan por el malestar que atenaza a su país. Recientemente se citó a dos premios Nobel, Yisrael Aumann y Aaron Ciechanover, que se lamentaban de «la enfermedad fatal: el agotamiento de espíritu … [el] cáncer que se ha extendido por toda la sociedad israelí «. Lo atribuyen a una especie de «egoísmo» que, curiosamente, ellos consideran que puede estar bien en Suiza pero no en Israel. No tiene nada que ver con «el enemigo», dicen, porque pueden manejar al enemigo con «sabiduría y tecnología». De nuevo, como vimos en Beit Hanoun.

Einstein, su distinguido predecesor, expresó serias dudas acerca del sionismo político. Una carta firmada por él y publicada por el New York Times en diciembre de 1948 prevenía contra la emergencia en Israel del partido del (futuro primer ministro) Menachem Bejín, el «Partido de la Libertad». Citaba Deir Yassin, donde ocho meses antes Begin y sus amigos habían asesinado a 240 hombres mujeres y niños «estaban orgullosos de esta masacre». «Esto», continúa la carta, «es el inconfundible sello de un partido fascista para el que el terrorismo ….y la distorsión son los medios y un ‘Estado líder’ es el objetivo». Los profesores Aumann y Ciechanover pueden considerar lo que Einstein habría hecho con las escenas de Beit Hanoun y Beit Lahiye en las últimas semanas.

A muchos comentaristas les pareció que David Grossman estaba evocando a Hamlet en su recuerdo de Rabin pronunciado el 4 de noviembre y publicado por The Guardian. Pero cuando, en efecto, Grossman afirmó que algo estaba podrido en el Estado de Dinamarca, se refería únicamente a la falta de un «rey» en Israel – un dirigente «que, por encima de las cabezas de Hamas, convenza a los palestinos» de empezar otro proceso de paz. Pero el proceso de paz al que han estado sometidos los palestinos sólo les ha llevado a una mayor desposesión. El pasado mes de junio los palestinos eligieron Hamas porque dos décadas de relaciones con una variedad de gobiernos israelíes ha arruinado moral y políticamente a los dirigentes laicos palestinos. Así pues, el deseo de emprender nuevas negociaciones, de volver a encarrilar el «proceso de paz» o bien es catastróficamente ciego o expresa mala fe. Siempre viene acompañado de lamentos de que un «noble» proyecto haya salido en cierto modo mal.

El secreto que se corroe en el corazón del Estado de Israel es su negativa a admitir que el proyecto sionista en Palestina – crear un Estado basado en la desposesión de los habitantes no-judíos de la tierra- nunca fue noble: la tierra que el Estado de Israel codiciaba era el hogar de otro pueblo, y los padres de la nación israelí los asesinaron, aterrorizaron y desplazaron para hacer realidad su proyecto. Pero la nación palestina sigue existiendo -visible y ruidosamente, y en todas partes. Para lograr que cuele su propia negación, Israel tiene que negar y suprimir la historia palestina. Para imponer sus propios designios a Palestina, tiene que hacer desaparecer a los palestinos de alguna manera. «Lo que empieza con el mal, en el mal se fortalece«[1]; y así continúa el etnocidio. El nuevo vice-primer ministro, Avigdor Lieberman, conspira contra Palestina dentro de Israel . El ejército israelí asesina y aterroriza a los palestinos en Cisjordania e Israel. Los sionistas y sus amigos están desesperados por silenciar las voces de y por Palestina. Mientras tanto, Israel insiste en que es civilizado, decente, pacifico -una luz entre las naciones. ¿Cómo puede prosperar una sociedad atrapada en semejante engaño? ¿Y cómo gente que vive en el proyecto sionista como privilegiados ciudadanos puede lamentarse de su difícil suerte o estar desconcertado por ello? Los israelíes liberales de izquierda deberían prestar atención a otro par de líneas del bardo : «Glamis ha asesinado al sueño y, por lo tanto Cawdor nunca más dormirá; Macbeth nunca más dormirá» [2].

Israel no estará bien hasta que reconozca su pasado y repare el daño que ha hecho. El proceso tiene un nombre: verdad y reconciliación. Los israelíes no pueden permanecer dentro del marco sionista, aprovecharse de él y considerarse a sí mismos buenos ciudadanos del mundo. Muchos israelíes reflexivos y valientes han elegido. Algunos han abandonado Israel, otros permanecen. Prácticamente la mayoría de ellos han convertido en misión de sus vidas el exponer cómo funciona realmente el sionismo -y lo que cuesta.

Desde 1988, iniciativas, conversaciones de paz y mapas de ruta han tenido por objetivo el establecimiento de un Estado palestino en Cisjordania y Gaza con su capital en Jerusalén, y hacer justicia con los refugiados palestinos. Durante 12 años nada de esto ha ocurrido e informes de primera mano de las conversaciones de Camp Davis en 2000 muestran que Israel no tenía entonces el deseo político de hacer la necesaria oferta mínima. Es de suponer que siguen sin tenerlo, de ahí los «sobres sellados».Pero quizá porque las apuestas están ahora tan altas, la gente vuelve a hablar otra vez de una solución visionaria: el Estado democrático laico, una tierra tanto para israelíes como para palestinos.

Los últimos libros del científico social palestino Ali Abunimah y del historiador israelí Ilan Pappé exponen los argumentos a favor de ello. Su esperanza está, como lo expresa Pappé, «en aquellas secciones de la sociedad judía en Israel que han elegido permitirse a sí mismos desarrollarse según consideraciones humanas en vez de según la ingeniería social sionista» y en «la mayoría de los palestinos que se han negado a permitirse deshumanizarse por décadas de brutal ocupación israelí y que, a pesar de la expulsión y la opresión, todavía tienen esperanzas en la reconciliación».

[1] La cita es de un pasaje de Macbeth [N de la t.].

[2] De nuevo un pasaje de Macbeth. En él establece un simil entre los tres personajes que son uno (Macbeth) e Israel, que también es tres personajes: el pueblo, la nación y los gobiernos.

Macbeth es baron de Glamis. Como premio a su ayuda contra los nórdicos que invaden Escocia, el rey le premia con el título de conde o duque de Cawdor. Así Macbeth es el mismo personaje que se desdobla en tres y viene a decir, en este contexto, que todos son culpables: Macbeth (el individuo), Glamis (lo que le viene por nacimiento) y Cawdor (lo que Macbeth ha conseguido con sus obras). En Israel todos son culpables: los individuos (Macbeth, es el individio, sin títulos), el propio Estado (su creación, que sería encarnado por Glamis, lo que a Macbeth le viene por nacimiento) y los gobiernos (Cawdor, título que Macbeth gana por sus obras). (N. de la t.)

http://www.guardian.co.uk/comment/story/0,,1950034,00.html