El escritor Guillermo Rodríguez Rivera «respondió» algunos de los planteamientos críticos que le hice a su texto, «Un libro equivocado», que había sido publicado en varios blogs cubanos. Solo que me quedé esperando una mayor argumentación. En su reciente réplica, bajo el título Un poco más sobre La conspiración de los iguales, publicada en La […]
El escritor Guillermo Rodríguez Rivera «respondió» algunos de los planteamientos críticos que le hice a su texto, «Un libro equivocado», que había sido publicado en varios blogs cubanos. Solo que me quedé esperando una mayor argumentación.
En su reciente réplica, bajo el título Un poco más sobre La conspiración de los iguales, publicada en La Jiribilla, el filólogo pretende cerrar un debate que el mismo provocó y, por supuesto, diciendo él la última palabra: «Y ya estuvo bien. Espero que si no enteramente satisfechos (¿quién lo está?), mi criticado, mis críticos y yo nos merecemos el beneficio de un descanso reparador. Al menos, hasta el próximo round».i
Pero para mí aún no es suficiente, más si se trata de aportar a un debate o polémica sobre una obra de contenido histórico que aborda un tema tan controvertido y poco conocido más allá de los círculos de los especialistas e investigadores.
Rodríguez Rivera afirma que Rolando Rodríguez delegó en mí la responsabilidad de responderle. Debo aclararle que fue una decisión completamente mía, pues me pareció muy injusta la crítica que se le hacía a su libro y desajustada con relación a lo que hace muy poco había leído. Pero lo que más me preocupaba era que muchos lectores se conformaran con esta crítica y no fueran a la fuente original para hacer sus propias lecturas de la obra. Desde el inicio, el autor de La Conspiración de los Iguales, que tiene como subtítulo La Protesta de los Independientes de Color en 1912, con lo cual aclara que no se trata de la conspiración de Graco Babeauf, decidió que no respondería a las consideraciones de Rodríguez Rivera, pues su libro se respondía por sí solo. En eso, no podía estar de acuerdo con Rolando Rodríguez, pues conozco del mal hábito de muchos de quedarse con la primera versión valorativa de un libro y también que el número de ejemplares impresos es imposible que llegue a todos los lectores interesados. En realidad, pensé que no podía quedarme callado ante crítica tan inconsistente e inmerecida.
Lo del sesgo personal que tanto le inquieta a Rodríguez Rivera, no fue un elemento que observé yo solo en varias expresiones de su texto, sino también el comentario de varios compañeros que habían leído la crítica. Y, por supuesto, que no veo las críticas literarias como ataques personales, de hecho, creo que estamos necesitados de este tipo de ejercicio. Claro, que el que realiza una crítica debe hacerlo con responsabilidad y saber que otros no estarán de acuerdo con él y tendrán derecho a rebatir cualquiera de sus asertos.
Concuerdo con Rodríguez Rivera en que cada uno tiene su propia idea de lo que es una crítica. Y como la mía parece ser diferente a la suya, consideré que su trabajo, que llevaba un título tan categórico como Un libro equivocado, debía haberse concentrado en hacer el análisis crítico tan anunciado desde los primeros párrafos -a lo cual solo dedica cuando más dos cuartillas-; ahorrándose las 17 páginas que consagra a describir -no analizar- los sucesos acaecidos en 1912. Además, aunque un libro sea muy voluminoso, si el crítico tiene un buen entrenamiento y capacidad de síntesis puede llegar realizar una excelente disección crítica en dos o tres cuartillas. Por el contrario, hay críticas que pueden pasar de la docena de páginas y resultar superficiales y omisas.
Al libro de Rolando Rodríguez podrán encontrársele errores o imprecisiones, casi ninguna obra escapa de eso, pero de ahí, a decir que es un libro equivocado, va un buen trecho y quien lo diga debe dar argumentos convincentes. La crítica de Guillermo Rodríguez Rivera además de no cumplir en mi opinión esta expectativa, ofrece una serie de juicios totalmente desacertados y otros que tergiversan lo planteado por Rolando Rodríguez en La Conspiración de los Iguales.
Una de esas tergiversaciones es sostenida por el filólogo en su reciente réplica cuando señala que una de las descontextualizaciones de La Conspiración de los Iguales, «es ver el antiimperialismo del pueblo cubano desde la óptica actual o, al menos, muy posterior a 1912«.ii Cualquiera que lea el libro de Rolando Rodríguez podrá percatarse sin dificultad que jamás se da esta visión, lo que el autor le reclama a los máximos líderes del PIC es el antiinjerencismo y antiplattismo que sí había ganado fuerza en la población cubana ante los constantes ofensas y desmanes de las autoridades estadounidenses en la Isla, sobre todo, a partir de la segunda ocupación norteamericana de 1906 a 1909. En mi anterior trabajo puse el ejemplo de la Junta Patriótica creada por Salvador Cisneros Betancourt, el 10 de octubre de 1907, con la intención de agrupar a todas las fuerzas patrióticas en un bloque nacional, con independencia de clases sociales o filiación política, dirigido al logro de la «independencia absoluta», pues se consideraba que la misma había sido frustrada con la Enmienda Platt. La máxima dirección de la Junta Patriótica se entrevistó en 1908 con Estenoz con el objetivo de lograr una alianza estratégica, pero a nada se llegó en concreto. Lo más interesante de dicha Junta, es que pretendía convertirse en el gran Partido Revolucionario Cubano, a semejanza del que había fundado José Martí en 1892, y que uno de sus postulados fundamentales era la derogación de la Enmienda Platt. Formaban parte de la misma, figuras tan destacadas nacionalmente en ese momento como: Manuel Sanguily, Enrique Collazo, Eusebio Hernández, Carlos García Vélez, Fermín Valdés Domínguez, Enrique Loynaz del Castillo, Francisco Arredondo y Miranda, Manuel Piedra Martell y Generoso Campos Marquetti, entre otros.iii
Seguramente le sorprenderá a Guillermo Rodríguez Rivera saber que los diplomas acreditativos de la pertenencia a la Junta Patriótica tenían juicios impresos de José Martí, Antonio Maceo y de otras figuras relevantes de la luchas independentistas contra el colonialismo español y que la Junta había asumido como su programa, en tanto vigente, el Manifiesto de Montecristi.ivComo olvidar entonces que el Manifiesto de Montecristi, redactado por el Apóstol, señalaba entre otras cosas lo siguiente: «Cubanos hay ya en Cuba de uno y otro color, olvidados para siempre, -con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos se gradúan- del odio, en que los pudo dividir la esclavitud. La novedad y aspereza de las relaciones sociales, consiguientes a la mudanza súbita del hombre ajeno en propio, son menores que la sincera estimación del cubano blanco por el alma igual, la afanosa cultura, el fervor del hombre libre, y el amable carácter de su compatriota negro. Y si a la raza le nacieran demagogos inmundos, o alma.; ávidas cuya impaciencia propia azuzase la de su color, o en quien se convirtiera en injusticia con los demás la piedad por los suyos, -con su agradecimiento y su cordura, y su amor a la patria, con su convicción de la necesidad de desautorizar por la prueba patente de la inteligencia y la virtud del cubano negro la opinión que aún reine de su incapacidad para ellas, y con la posesión de todo lo real del derecho humano, y el consuelo y la fuerza de la estimación de cuanto en los cubanos blancos hay de justo y generoso, la misma raza extirparía en Cuba el peligro negro, sin que tuviese que alzarse a él una sola mano blanca. La revolución lo sabe, y lo proclama: la emigración lo proclama también. Allí no tiene el cubano negro escuelas de ira como no tuvo en la guerra una sola culpa de ensoberbecimiento indebido o de insubordinación. En sus hombres anduvo segura la república a que no atentó jamás. Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que con semejante miedo injusto traficasen, para sujetar, con inapetecible oficio, las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante corruptor».v
Es cierto, como sostiene Guillermo Rodríguez Rivera, que la obra Martiana y el pensamiento de Maceo no eran de conocimiento de la inmensa mayoría en nuestro país, pero no se puede negar que algunas de las ideas de estos hombres habían calado profundamente en no pocos cubanos, aunque al crítico de La Conspiración de los Iguales le parezca eso otra gran descontextualización de esta reciente obra de Rolando Rodríguez. Le remito a que lea los excelente trabajos, sustentados en profundas investigaciones, que viene publicando mi colega, Yoel Cordoví Nuñez, sobre la educación pública en los primeros años de la República neocolonial burguesa. En uno de ellos, titulado José Martí en las escuelas públicas de Cuba, 1899-1920, se afirma: «José Martí no fue redescubierto en la década del veinte, ni el espíritu independentista se retomó después de un supuesto vacío emocional en el alma de los cubanos provocando por la intervención de Estados Unidos en el conflicto colonial y la posterior ocupación. La memoria de las gestas de liberación y sus héroes perduraron a través de múltiples vías. Los pedagogos cubanos y muchos maestros por certificado que empezaron a formarse a inicios del siglo XX, encaminaron sus esfuerzos, con mayor o menor acierto, a no dejar morir la leyenda; a que perduran los ecos del pasado, infiltrándolos en las mentes y los corazones de las generaciones más jóvenes».vi
El Doctor en Ciencias Históricas, Yoel Cordoví Núñez, expone también en otro trabajo relacionado con la enseñanza de la Historia de Cuba en los inicios de la República, un dato muy interesante. A solo dos años de los funestos acontecimientos de 1912, el maestro cubano Arturo Montori, elaboró una encuesta para niños de primaria, donde la primera pregunta que debían responder era la siguiente: «Entre las personas que Vds. conocen por el estudio, por sus lecturas o por su referencia ¿por cuál sienten más admiración de modo que quisieran parecerse a ella?». Señala Cordoví Nuñez en este trabajo, que el número mayor de votos lo obtuvo José Martí, mientras que en el segundo puesto se ubicaron los nombres de los maestros de los alumnos encuestados, y que del tercer al quinto lugar aparecían por orden, José de la Luz y Caballero, Antonio Maceo y Carlos Manuel de Céspedes. Montori había encuestado a 1 212 niños (584 niños y 628 niñas) de distintas partes de la Isla.vii
Rodríguez Rivera comete una pifia histórica al plantear que «Martí empieza a ser verdaderamente conocido después de la primera edición de sus obras completas en 1919».viii La verdad es que Gonzalo de Quesada y Aróstegui ya había publicado entre 1900 y 1915 catorce tomos: dos dedicados a Cuba, dos a los Estados Unidos, La Edad de Oro, otro sobre «Hombres», dos sobre Nuestra América, dos de Norteamericanos, Amistad Funesta, dos de poesía y teatro, y el último con la traducción de Ramona. De publicación póstuma, en 1919, fue el tomo XV, con parte del epistolario; años más tarde, 1933, apareció, al cuidado de su hijo, Gonzalo de Quesada y Miranda, el último de esta serie, Flores del destierro.
Pero lo que me parece más inconsistente en los más recientes planteamientos de Guillermo Rodríguez Rivera publicados en La Jiribilla, es decir que los independientes de Color no tenían otra solución que encabezar una protesta armada. Olvida el crítico que ante cada situación política, las alternativas son tan disímiles como las que los líderes son capaces de recrear, tal como ocurre en las partidas de ajedrez, y que realmente el PIC no se encontraba totalmente en una situación de jaque mate. Lamentablemente los máximos líderes del PIC, entre su premura y enfado por la existencia de la ley Morúa -contra la cual erróneamente centraron en un momento toda su lucha-, se dejaron provocar y no supieron prever lo que se les vendría encima, escogiendo la variante más arriesgada y valiente, pero también la más desacertada políticamente. Era prácticamente un suicidio, pues como se vio inmediatamente, casi todos los sectores de la sociedad cubana; la prensa; la Asociación Nacional de Veteranos; el gobierno cubano; los más reconocidos líderes negros de la época y el gobierno estadounidense -al que ingenuamente pedían mediara a su favor-, no solo no los apoyaron, sino que los condenaron y en la peor variante participaron directamente en la masacre. Lo peor de todo es que su protesta contra la enmienda Morúa terminó en una masacre brutal del gobierno de José Miguel Gómez contra el alzamiento, en la que perdieron la vida -una buena parte de ellos asesinados salvajemente- miles de valiosos hombres que integraban y simpatizaban con el PIC, y que la propia causa que defendían: la igualdad racial, lejos de avanzar, se retrasó; con efectos nocivos para la sociedad cubana en su conjunto. El propio Rodríguez Rivera reconoce que «en Cuba quedó un espíritu racista dominando en la política y en la cultura»,ix pero no hace alusión alguna a lo que muy bien ha destacado Esteban Morales: «Al ser desacertados en sus métodos, en la práctica, casi sin percatarse de ello, actuaron en contra de la causa que debían defender». x
Estos son algunos de los criterios que con sus palabras defiende Rolando Rodríguez en La Conspiración de los Iguales, ¿puede entonces sostenerse la tesis de Rodríguez Rivera, de que la obra constituye de por sí un libro equivocado?
Aunque Rodríguez Rivera no lo quiera ver, La Conspiración de los Iguales refuerza lo ya planteado por Serafín Portando Linares -hijo de uno de los integrantes del PIC sobreviviente de aquella masacre-en su profunda investigación Los independientes de color: «Si su objetivo principal era la integración de un partido en el que estuviesen garantizados la lucha contra la discriminación racial, y por la plenitud de derechos para la población negra, así como los derechos electorales, una vez aprobada la Enmienda Morúa, y declarado el Partido fuera de la ley, debieron no de centrar la lucha por la derogación de la Enmienda, sino juntar sus fuerzas políticas y electorales con otros núcleos progresistas de la población cubana, sin tener en cuenta su raza o color; y haber creado un partido popular con otro nombre y un programa más ampliado. Esto le hubiera permitido lograr sus objetivos programáticos y electorales, así como enfrentarse ventajosamente a sus enemigos y a los partidos Liberal y Conservador. Se aferraron al nombre de su partido y al derecho electoral inmediato, que les concedía el código regulador de esa materia vigente«.xi
También en su reciente réplica Guillermo Rodríguez Rivera establece un paralelismo entre la masacre de los independientes de color y la ocurrida casi un siglo antes a raíz de lo que se conoció como la Conspiración de la Escalera. «La Nueva Escalera, acaso sería un mejor título para un libro sobre la masacre de 1912»,xii destaca Rodríguez Rivera. Pero al contrario de lo que piensa este crítico, el destacado intelectual cubano Fernando Martínez Heredia, refiriéndose a la masacre de 1912, ha sostenido con juicio docto: «…aquella bárbara represión que asesinó a miles de personas, atropelló y tomó presos en tantos lugares del país, y que nunca brindó excusas o reparaciones por sus desmanes, no puede igualarse en su significación y sus secuelas a la que sucedió en 1844, el famoso «año del cuero». Esta última tuvo un contexto, unas motivaciones y unos objetivos completamente diferentes».xiii
Rodríguez Rivera dice que me sustento en lo expresado por Rolando Rodríguez en sus libros para señalar los errores tácticos y estratégicos cometidos por los Independientes de Color, pero tengo que responderle que además de los libros de este autor me sirvieron mucho los análisis de Serafín Portuondo Linares,xiv Esteban Moralesxv y otros autores, sobre esta temática. Pero sobre todo, me apoyé en mi propia capacidad de pensar con cabeza propia y de manera desprejuiciada, sin evitar el tan necesario diálogo pasado, presente y futuro. Quede claro que, a pesar de todos los errores cometidos por los independientes de color, nada quita, como bien señaló Portuondo Linares, «su lealtad a los principios que defendieron» y «la honradez que rigió su afán justiciero a favor del negro cubano».xvi Pero la historia hay que contarla en su multiplicidad de matices.
Ahora sí puedo cogerme el descanso reparador que recomienda Guillermo Rodríguez Rivera.
Notas
i Guillermo Rodríguez Rivera, Un poco más sobre La conspiración de los iguales, La Jiribilla , no 557, enero de 2012.
ii Ibídem.
iii Elda Cento Muñoz y Ricardo Muñoz Gutiérrez, Salvador Cisneros Betancourt: Entre la controversia y la fe, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009, pp.123-124.
iv Ibídem, p.130.
v Véase José Martí, «Manifiesto de Montecristi. El Partido Revolucionario Cubano a Cuba», en: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 4, pp. 96-97.
vi Yoel Cordoví Núñez, José Martí en las escuelas públicas de Cuba, 1899-1920, en: Internet: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/opinion/jose-marti-en-las-escuelas-publicas-de-cuba-1899-1920/18087.html.
vii Yoel Cordoví Núñez, La enseñanza de la Historia de Cuba en las escuelas primarias a inicios de la república, 1899-1920, en: Internet, http://pensarhistoricamente.net/ideher10/sites/default/files/Cordovi_Nuñez.doc
viii Guillermo Rodríguez Rivera, Ob.Cit.
ix Guillermo Rodríguez Rivera, Un libro equivocado, La Jiribilla, no 557, enero 2012.
x Véase Esteban Morales, «Partido Independiente de Color: en la trampa de la fraternidad racial», La Jiribilla , no 557, enero de 2012
xi Serafín Portuondo Linares, Los independientes de color», Ed.Caminos, La Habana, 2002, p.213.
xii Guillermo Rodríguez Rivera, Mas sobre La Conspiración de los Iguales, La Jiribilla, no 557, enero 2012.
xiii Fernando Martínez Heredia, «Portuondo Linares y Los independientes de color», en: Andando en la Historia, Ruth Casa Editorial e Instituto Cubano de Investigación Juan Marinello, La Habana, 2009, pp.291-292.
xiv Véase sobre todo «Méritos y errores de los independientes», último capítulo del libro de Serafín Portuondo Linares, Los independientes de color, Ed.Caminos, La Habana, 2002, pp.214-215.
xv Esteban Morales señala como errores cometidos por los independientes de color los siguientes: olvidar que la batalla del PIC no podía ser solo contra la Enmienda Morúa, sino una lucha político-social por ganarse a la masa de negros y mestizos, y hasta de blancos, pobres sobre todo, que podían encontrar reflejadas muchas de sus aspiraciones en el Programa del Partido; no haber prestado más atención al aspecto organizativo del Partido, para evitar lo que de hecho se produjo en algunas ocasiones, la emergencia de iniciativas regionales, que no pocas veces pusieron en peligro las intenciones pacificas y no racistas del partido; haber confiado de manera muy idealista, apoyados en la estrategia de 1906 contra Estrada Palma, en que el gobierno norteamericano defendería en Cuba reivindicaciones políticas de negros, cuando dentro de su propio país practicaban el racismo más despiadado. Además, que la diferencia con 1906, era que fueron blancos los que lideraron entonces el movimiento; creer que José Miguel Gómez se vería obligado en algún momento a derogar la Enmienda Morúa; no tomar suficientemente en cuenta, los factores de peligro presentes en el ambiente político de la época, tales como: el interés de algunos sectores por provocar la intervención norteamericana, el racismo presente en la vida nacional, el peso de la propaganda racista, que magnificaba, tergiversaba y manipulaba toda actividad del partido, como una acción dirigida contra los blancos y sus familias; además de la actitud paranoica del gobierno norteamericano contra toda actividad que pudiese afectar sus propiedades en Cuba; y confiar en que conversar con José Miguel Gómez les serviría para adelantar algo en sus aspiraciones de abolir la Enmienda Morúa. Véase Estaban Morales, «Partido Independiente de Color: en la trampa de la fraternidad racial», La Jiribilla , no 557, enero de 2012. Tenía en mi posesión una copia de este excelente trabajo antes de que saliera publicado en La Jiribilla.
xvi Serafín Portuondo Linares, Ob.Cit, p.214.