Recomiendo:
0

Un soldado beduino

Fuentes: La Estrella Digital

Un diario de difusión nacional publicaba el pasado viernes una noticia sobre la represión israelí en Gaza, donde el disparo de un proyectil de dardos causó la muerte de un cámara de Reuter, cuyas últimas imágenes dieron la vuelta al mundo como póstumo homenaje a los que arriesgan su vida para informarnos a los demás. […]

Un diario de difusión nacional publicaba el pasado viernes una noticia sobre la represión israelí en Gaza, donde el disparo de un proyectil de dardos causó la muerte de un cámara de Reuter, cuyas últimas imágenes dieron la vuelta al mundo como póstumo homenaje a los que arriesgan su vida para informarnos a los demás.

Los proyectiles que lanzan una nube de flechas o dardos (también llamados flechettes en argot técnico) no son una invención reciente de la industria bélica. Ya en la Guerra de Vietnam se consideraban munición poco fiable en cuanto a sus resultados sobre el terreno. No se quiere decir con esto que no produjeran las víctimas para las que habían sido cuidadosamente proyectados, sino que su dispersión hacía que éstas estuvieran situadas a veces a gran distancia del objetivo propuesto. Un informe técnico lo precisaba así: «[Un proyectil] contiene 5000 dardos de acero y, disparado a unos 300 m, alcanza de forma indiscriminada objetivos con una dispersión de 100 m».

Pero como toda arma fabricada ha de ser utilizada -para no traicionar los intereses económicos que han participado en su proyecto- los reglamentos militares especifican que su uso está aconsejado cuando se trata de «hacer frente a los ataques masivos de la infantería». El cámara y sus dos acompañantes murieron, pues, con el dudoso honor de ser considerados tropas de infantería atacando en masa al ejército israelí, aunque esto no les hizo acreedores a honores militares fúnebres.

Tan insidiosa munición es disparada por los carros de combate M1 o M60, fabricados en EEUU y de los que Israel dispone en gran número y utiliza libremente en la represión del pueblo palestino en los territorios ocupados, como el lector puede apreciar contemplando cualquier telediario. En numerosas ocasiones se han producido víctimas civiles como consecuencia de su utilización, lo que periódicamente ha suscitado campañas de protesta que, como lamentablemente viene ocurriendo con frecuencia, han resultado incapaces de modificar en un ápice la actuación del ejército de Israel.

Dentro de EEUU, los grupos que defienden los derechos humanos en Palestina suelen recurrir a citar la ley estadounidense de Control de la Exportación de Armas (Public Law 90-829) que condiciona el uso de las armas vendidas por EEUU a la seguridad interna y la legítima defensa del país comprador, a la vez que prohíbe su uso contra personal civil. Pero la habitual e interesada ceguera de las autoridades de EEUU en todo lo que se refiere a la violación israelí de los derechos humanos de los palestinos hace ineficaz cualquier tipo de protesta. En este caso, como en casi todos, los portavoces del ejército israelí se limitan a repetir que las armas y procedimientos utilizados no violan la legislación internacional.

Si todo lo anterior produce en el lector una sensación de horror, a la que, bien a su pesar, uno acaba acostumbrándose -ya que el ingenio humano aplicado a la destrucción de sus semejantes parece no tener límites- eso no debería impedirle leer con calma uno de los últimos párrafos de la noticia con la que se abría este comentario: «Las operaciones del ejército israelí dejaron 20 palestinos muertos el miércoles [16 de abril], entre ellos cinco niños. Fue la respuesta a una emboscada de milicianos de Hamás que abatieron a tres militares israelíes que habían penetrado en Gaza para perseguir a dos de los atacantes».

Haciendo de tripas corazón, podría decirse, en términos deportivos, que el resultado del encuentro fue, por tanto, un rotundo marcador de: Israel, 20 – Palestina, 3. Eso, sin contar la coletilla que cerraba la noticia: «Las Fuerzas Armadas israelíes mataron ayer a dos palestinos, uno de 16 años, que se negaron a bajarse de su coche…». Este sangriento balance de víctimas, tan frecuente, es garantía de que los enfrentamientos armados proseguirán sin fin a la vista, en una infernal espiral de venganzas y represalias.

Conviene ahora constatar que uno de los tres soldados israelíes muertos era un beduino, alistado voluntariamente en el Ejército (como muchos otros, para escapar de unas deprimentes condiciones de vida), residente en una de las poblaciones de Israel no reconocidas como tales -por no albergar ciudadanos judíos- y carente, por tanto, de electricidad, alcantarillado, escuelas o cualquier otro servicio básico, según se lee en Haaretz. Para más inri, su recién construida vivienda tenía orden de demolición porque los residentes en ese tipo de poblaciones -algunas de las cuales son más antiguas que la creación del Estado de Israel- no están autorizados a edificar. La paradoja de arriesgar y entregar su vida por una patria que no les reconoce sus derechos más elementales obedece a su condición de beduinos, es decir, no judíos. En Israel, no ser judío supone una merma radical de las condiciones de vida y un estatus de ciudadano de segunda clase.

¿Es éste el tipo de democracia que se pretende difundir en Oriente Próximo a partir del bastión que Israel representa para EEUU en medio del mundo árabe? Si es así, la sangre seguirá derramándose en Palestina año tras año y los nietos de nuestros nietos desayunarán leyendo las sombrías noticias que les llegarán a diario desde Palestina.


* General de Artillería en la Reserva