El pasado viernes la capital turca, Ankara, fue el foco de un intento de golpe de Estado por parte de las Fuerzas Armadas del país. ¿El objetivo?, terminar con el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, quien conduce el país desde el año 2003. El Premier turco, Binali Yildirim, anunció el intento de golpe de Estado […]
El pasado viernes la capital turca, Ankara, fue el foco de un intento de golpe de Estado por parte de las Fuerzas Armadas del país. ¿El objetivo?, terminar con el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, quien conduce el país desde el año 2003.
El Premier turco, Binali Yildirim, anunció el intento de golpe de Estado por parte de las fuerzas militares acusándolo de ilegal. Mientras tanto, aviones y helicópteros sobrevolaron las dos ciudades más importantes del país, Ankara y Estambul, a la vez que el ejército había declarado la toma del poder de la Nación y el toque de queda en todo el territorio nacional. En base a lo sucedido, el presidente Erdogan, a través de videollamada, convocaba al pueblo a desafiar la medida tomada e irrumpir en las calles del país en favor de la democracia.
Pocas horas duró la empresa llevada a cabo por las Fuerzas Armadas. Prontamente la gente se mostró en las calles y con el correr de los minutos el intento de golpe de Estado se iba desvaneciendo, hasta que Erdogan aterrizó nuevamente en suelo turco para reivindicar su figura al frente del gobierno nacional.
La oposición turca, como así también mandatarios internacionales, inclusive Barack Obama, llamaron a respetar al gobierno democrático presidido por Erdogan. Inclusive el partido kurdo se expresó en contra del intento golpista.
Pero intentemos entender mejor el contexto en el que sucedieron estos acontecimientos.
Erdogan fue Primer Ministro en períodos consecutivos para luego lograr el cargo de Presidente de la Nación, y es el máximo líder del Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP). Históricamente, el AKP tuvo su aparición en la vida política turca en el año 2001, dejando ver que se trataba de un partido islámico y de la denominada derecha política. El AKP es un espacio político donde se reivindica la imagen del Imperio Turco-otomano y se sitúa al islam, nuevamente, en el centro de la escena social de Turquía.
El sofocamiento del intento militar por la toma del poder no debe entenderse como un triunfo de la democracia. Una cosa es el rechazo al golpe de Estado pero otra es ubicar al gobierno turco como defensor de los derechos democráticos. Lejos se encuentra Erdogan de estos valores. De hecho se puede analizar a los sucesos del viernes pasado como un resultado de la falta de democracia y derechos políticos que tiene la sociedad turca hoy en día. Esto es la muestra de una fuerza autoritaria yendo contra otra potencia del mismo calibre.
Desde su consolidación en el poder las persecuciones a las minorías kurdas son constantes, como así también el arresto y censura de periodistas, y los constantes despidos en el área de la educación como muestra de la no tolerancia a formas de pensamiento distintas a la del gobierno.
Recordemos que el gobierno turco carga con las infinitas críticas de apoyar al Estado Islámico (ISIS), ya sea financieramente (al igual que Qatar y Arabia Saudita) o «permitiendo» su accionar en la frontera sirio-turca con el único objetivo de que ataquen a los kurdos allí ubicados. Por otro lado, participa en la compra de petróleo del mercado negro, llevada a cabo por el Estado Islámico.
Sumado a esto, el descontento de parte de la población por la política fuertemente religiosa que presenta el gobierno se hace sentir. Pero mientras suceden estos sucesos, hay un factor clave que le da mayor estabilidad a Erdogan: la economía. La última década ha mostrado tiempos de prosperidad económica para Turquía, y esto es una dimensión importante para el sostenimiento de cualquier tipo de gobierno.
En junio se cumplió un año de la ronda de elecciones parlamentarias, donde los resultados mostraron el descenso del apoyo popular al oficialismo, quien necesitó otro llamado a los comicios para lograr coalición y poder gobernar. A la vez se vio un ascenso en la popularidad de la izquierda kurda, representada por el Partido Demócrata de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco). En las vísperas de los comicios Erdogan mostró constantemente la peor cara de su gobierno, con distintas persecuciones a los kurdos y hasta un estallido en un mitin del HDP.
Ya en el 2013 aparecieron signos de descontento popular, como la revuelta del Gezi, surgida contra el sesgo autoritario del gobierno. A la problemática social también se sumaron las leyes antiterroristas llevadas a cabo, la intención de un cambio constitucional y, por último, la constante islamización del país. Ante esta impronta gubernamental es que surge el espíritu de Gezi, quitándole adherentes al oficialismo.
Pero Erdogan encuentra continuamente formas de hacerse fuerte, ya sea con el ascenso económico que presenta el país, acusando a kurdos de atentados terroristas o adhiriéndose a la lucha contra el ISIS. Ahora, tras el intento fallido golpista, el gobierno turco y su imagen englobada en la figura de Erdogan, es quien sale beneficiado sobre estos hechos.
La pronta respuesta de los manifestantes, la reivindicación de los partidos opositores y el apoyo internacional, muestran a un Erdogan fortalecido en su cargo al interior del país como en la escena política internacional. También, recordemos, el presidente utiliza a las fuerzas policiales como su defensa principal, y no así al ejército. Turquía cuenta una larga historia en intentos de golpes militares y es por esto mismo que Erdogan pretende debilitar a esta institución. En los últimos años, el gobierno ha enjuiciado a distintos líderes de golpes de Estados de años anteriores (1960, 1971, 1980, 1997).
Por estas horas las represalias por el intento golpista se están haciendo sentir. Miles de enjuiciados y presos, entre militares, policías y funcionarios, y el pedido de extradición para Fethullah Gülen, principal acusado de promover el intento golpista.
Podemos concluir pensando que Erdogan saldrá, o ya está saliendo, bien parado de la situación vivida. Su poder se refuerza a la vez que se legitima tanto puertas adentro como afuera.
El último factor, pero no menos importante, a tener en cuenta es el rol de los Estados Unidos. Sabemos que Turquía es parte de la OTAN y es un país geográficamente estratégico para el conflicto sirio. Tanto Washington como Moscú se encuentran inmersos en la guerra de Medio Oriente y, por esta misma razón, debemos suponer que desde la Casa Blanca no deben querer perder la «amistad» de Erdogan.
Habrá que esperar para ver cómo el presidente turco utiliza lo sucedido para seguir implementando sus medidas tan represivas en el país y su profundización de la islamización.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.