Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Según un proverbio chino, si alguien en la calle te dice que estás borracho, puedes reírte. Si una segunda persona te dice que estás borracho, comienza a pensar en ello. Si un tercero te dice lo mismo, ve a casa y duerme la mona.
Nuestro liderazgo político y militar ya ha encontrado a la tercera, cuarta y quinta personas. Todas dicen que deben investigar qué sucedió en la operación «Plomo Fundido».
Tienen tres opciones:
– Llevar a cabo una auténtica investigación.
– Ignorar la exigencia y proceder como si nada hubiera sucedido.
– Realizar un simulacro de investigación.
Es fácil descartar la primera opción: no tiene la más mínima oportunidad de que se adopte. A excepción de los sospechosos habituales (incluyéndome a mí) que exigieron una investigación mucho antes de que alguien en Israel hubiera oído algo sobre un juez llamado Goldstone, nadie la apoya.
Entre todos los miembros de nuestra clase dirigente política, militar y de los medios de comunicación que ahora sugieren una «investigación», no hay ni uno, literalmente ni uno, que piense en una verdadera investigación. La finalidad es engañar a los gentiles y conseguir que se callen.
Realmente, la ley israelí determina claras directrices para tales investigaciones. El gobierno decide establecer una comisión de investigación. Entonces el presidente del Tribunal Supremo nombra los miembros de la comisión. La comisión puede obligar a testificar a los testigos. Cualquiera que pueda ser perjudicado por sus conclusiones debe ser advertido y hay que darle la oportunidad de defenderse. Sus conclusiones son vinculantes.
Esta ley tiene una historia interesante. En algún momento, en los años cincuenta, David Ben-Gurion exigió el nombramiento de un «comité judicial de investigación» para determinar quién dio las órdenes del «infortunio de seguridad» de 1954, conocido también como el Asunto Lavon. (Una operación de «falsa bandera» en la que una red de espionaje compuesta por judíos locales fue activada para bombardear las oficinas británicas y estadounidenses en Egipto, con el fin de originar fricción entre las potencias occidentales y Egipto. Los autores fueron capturados).
La demanda de Ben-Gurion se rechazó bajo el pretexto de que no había ley para tal procedimiento. Furioso, Ben-Gurion dimitió del gobierno y dejó su partido. En una de las tormentosas sesiones del partido, el ministro de Justicia, Yaakov Shimshon Shapira, llamó a Ben-Gurion «fascista». Pero Shapira, un viejo judío ruso, lamentó después su exabrupto. Redactó una ley especial para el nombramiento de comisiones de investigación en el futuro. Después de largas deliberaciones en la Knesset (en las que tomé parte activa) la ley se adoptó y se ha aplicado desde entonces, notablemente en el caso de la matanza de Sabra y Chatila.
Ahora apoyo incondicionalmente el establecimiento de una comisión de investigación según esta ley.
La segunda opción es la que han propuesto el Jefe de Estado Mayor y el ministro de Defensa. En Estados Unidos se llama «táctica del cerrojo». Lo que significa: al infierno con ello.
Los comandantes de ejército objetan cualquier investigación y cualquier examen absolutamente. Probablemente ellos saben por qué. Después de todo, conocen los hechos. Saben que una sombra oscura se proyecta sobre la propia decisión de declarar la guerra, sobre la planificación de la operación, sobre las instrucciones dadas a las tropas y sobre muchas docenas de actos grandes y pequeños cometidos durante la operación.
En su opinión, aun cuando su rechazo tiene repercusiones internacionales graves, las consecuencias de cualquier investigación, incluso una falsa, serían mucho peores.
Mientras el Jefe del Estado mayor se aferre a esta posición, no habrá ninguna investigación fuera del ejército, cualquiera que sea la actitud de los ministros. El jefe del ejército, quien asiste a cada reunión del gabinete, es la mayor figura en la sala. Cuando anuncia que la «posición del ejército» es así y así, ningún mero político presente osa objetar.
En la «única democracia de Oriente Próximo», la ley (propuesta en aquel tiempo por Menajem Begin) estipula que el gobierno como tal es el Comandante en Jefe del ejército israelí. Esa es la teoría. En la práctica, ninguna decisión que esté en desacuerdo con la «posición del ejército» ha sido ni será adoptada nunca.
El ejército afirma que se investiga a sí mismo. Ehud Barak -de buena o mala gana- representa esta posición. El gabinete ha aplazado tratar el asunto, y así es cómo están las cosas hoy.
En esta ocasión, el foco de luz debería dirigirse a la persona menos visible de Israel: el Jefe del Estado Mayor, Teniente General Gabi Ashkenazi, el último hombre de teflón. Nada se le pega. En este debate, como en todos los demás, simplemente no está allí.
Todos saben que Ashkenazi es un hombre tímido y modesto. Apenas habla, escribe o especifica nunca. En televisión, se confunde con el fondo.
Así es como lo ve el público: un soldado honrado, sin trucos o ardides, que cumple su deber sosegadamente, recibe sus órdenes del gobierno y las cumple lealmente. En esto se diferencia de casi todos sus predecesores, que eran fanfarrones, propagandistas alocados y locuaces. Aunque la mayoría de ellos procedía de famosas unidades de élite o de la arrogante Fuerza Aérea, Ashkenazi es un hombre gris de infantería. El Duque de Wellington, viendo la enorme cantidad de trabajo de papeleo en su ejército, una vez exclamó: «¡Los soldados deberían pelear, no escribir!». Habría estado con Ashkenazi
Pero la realidad no es siempre lo que parece. Ashkenazi juega un papel central en el proceso de toma de decisiones. Fue nombrado después de que su predecesor, Dan Halutz, dimitiera tras el fracaso de la II Guerra de Líbano. Bajo el liderazgo de Ashkenazi, se formularon y pusieron en acción nuevas doctrinas en la operación «Plomo Fundido». Yo las definí (bajo mi propia responsabilidad) como «cero pérdidas» y «mejor matar unos cientos de civiles del enemigo que perder uno de nuestros soldados». Desde la guerra de Gaza ni un solo soldado ha sido procesado, Ashkenazi debe cargar con la responsabilidad por todo lo que sucedió allí.
Si la Corte Penal Internacional de la Haya emitiera una acusación contra Ashkenazi, probablemente se le otorgaría el lugar de honor como «Demandado número 1». No sorprende que objete cualquier investigación externa, como hace Ehud Barak, quien ocuparía probablemente el puesto número 2.
Los políticos que se oponen (siempre tan sosegadamente) a las posiciones del Jefe de Estado Mayor, creen que es imposible resistir completamente la presión internacional, y que algún tipo de un investigación tendrá que llevarse a cabo. Puesto que ni uno de ellos tiene la intención de apoyar una verdadera investigación, proponen que se siga un ensayado y confiado método israelí que ha funcionado maravillosamente cientos de veces en el pasado: el método del simulacro.
Un simulacro de investigación. Simula conclusiones. Simula adhesión a la ley internacional. Simula un control civil sobre lo militar.
Nada más simple que eso. Se establecerá un «comité de investigación» (pero no una Comisión de Investigación según la ley), presidido por un juez convenientemente patriótico y compuesto por ciudadanos honrados cuidadosamente elegidos y que cada uno sea «uno de los nuestros». Los testimonios se oirán a puerta cerrada (por consideraciones de seguridad, por supuesto), los abogados del ejército probarán que todo fue perfectamente legal, el Blanqueador Nacional, profesor Asa Kasher, elogiará la ética del «ejército más moral del mundo». Los generales hablarán de nuestro derecho inalienable de autodefensa. Al final, dos o tres funcionarios menores o soldados rasos pueden ser hallados culpables de «irregularidades».
Los amigos de Israel por todas partes romperán en un coro extático: ¡Vaya Estado lícito! ¡Vaya una democracia! ¡Qué moralidad! Los gobiernos occidentales declararán que se ha hecho justicia y caso cerrado. Estados Unidos vetará el resto.
Así, ¿por qué no aceptan los jefes del ejército esta propuesta? Porque tienen miedo de que las cosas puedan no salir bien del todo. La comunidad internacional exigirá que por lo menos parte de las audiencias se lleven a cabo en un tribunal abierto. Habrá una exigencia de presencia de observadores internacionales. Y lo más importante: no habrá ninguna justificación para excluir los testimonios de los propios gazatíes. Las cosas se pondrán complicadas. El mundo no aceptará conclusiones fabricadas. Al final, estaremos exactamente en la misma situación. Mejor quedarse en el sitio y hacer frente al exterior a cualquier precio.
Entretanto, la presión internacional sobre Israel aumenta. Ahora incluso ha alcanzado proporciones inauditas.
Rusia y China han votado a favor de la refrendación del informe Goldstone por la ONU. El Reino Unido y Francia «no tomaron parte en el voto», pero exigieron que Israel llevara a cabo una verdadera investigación. Hemos reñido con Turquía, hasta ahora un aliado militar importante. Tenemos disputas con Suecia, Noruega y un buen número de otros países amigos. Al ministro de Exteriores francés se le impidió pasar a la Franja de Gaza y está furioso. La paz, ya fría, con Egipto y Jordania, ha llegado a ser varios grados más fría. Se boicotea a Israel en muchos foros. Veteranos oficiales del ejército temen viajar al extranjero por miedo a que los detengan.
Esto suscita, una vez más, la pregunta: ¿puede tener la presión exterior un impacto sobre Israel?
Seguramente puede. La pregunta es: ¿qué tipo de presión, qué tipo de impacto?
La presión tiene verdaderamente convencidos a varios ministros de que hay que establecer un comité de investigación para el informe Goldstone. Pero nadie en la clase dirigente israelí -¡nadie en absoluto!- ha planteado la verdadera pregunta: ¿Quizás Goldstone tiene razón? A excepción de los sospechosos habituales, nadie en los medios de comunicación, en la Knesset o en el gobierno ha preguntado: ¿Quizás se hayan cometido realmente crímenes de guerra? La presión exterior no ha forzado a que tales preguntas se planteen. Éstas deben venir de dentro, del público propio.
El tipo de presión también debe ser considerado. El informe Goldstone tiene un impacto en el mundo porque es preciso y objetivo: una operación específica de la que personas específicas son responsables, y suscita una demanda específica: una investigación. Ataca un claro y bien definido objetivo: los crímenes de guerra.
Si nosotros aplicamos esto a la discusión sobre boicotear a Israel: el informe Goldstone puede compararse al boicot dirigido a los asentamientos y sus colaboradores, no un boicot ilimitado al Estado de Israel. Un boicot objetivo puede tener un impacto positivo. Un boicot global e ilimitado, en mi opinión, lograría lo contrario. Empujaría al público israelí todavía más a los brazos de la extrema derecha.
La pugna sobre el informe Goldstone está ahora en su apogeo. En Jerusalén, la energía ascendente de las olas se puede sentir claramente. ¿Es el presagio de un tsunami?
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/
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