Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
No habrá una solución de dos Estados para Israel y los palestinos. Las reiteradas advertencias que se suceden desde hace años sobre su inminente desaparición no han promovido la profunda reflexión que ello requiere.
Durante el último medio siglo las autoridades israelíes han anexionado de facto Cisjordania y de jure Jerusalén Oriental (no reconocida internacionalmente).
Siendo cierto que los hechos sobre el terreno son importantes, el fracaso de que no se haya establecido un Estado palestino soberano y viable en los Territorios Ocupados no se debe fundamentalmente al número de asentamientos israelíes.
Política, no la práctica de los hechos creados
El fin de la solución de dos Estados no se debe a que la población colona haya alcanzado un «punto de no retorno» ni a las acciones de «extremistas de ambos lados» sino al rechazo israelí a la soberanía y a la autodeterminación palestinas. En otras palabras, se trata de política y no de la práctica de los hechos creados.
Los intentos de negociar un acuerdo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) siempre se han quedado cortos por una sencilla razón: lo máximo ofrecido por Israel nunca se acerca al mínimo que los palestinos pueden aceptar. El espacio entre ambos puede variar pero sigue siendo irreconciliable. Antes de su asesinato, el ex primer ministro Yitzhak Rabin declaró que bajo una «solución permanente» los palestinos tendrían «una entidad que es menos que un Estado». Ahora el primer ministro Benjamín Netanyahu ofrece a los palestinos (en el mejor de los casos) «un Estado menor«. Benny Gantz se presentó a las elecciones proponiendo vagamente la «separación» pero no la creación de un Estado palestino.
Entonces, ¿qué cabe esperar? Una posibilidad -una certeza a corto plazo- es que se mantenga el statu quo: un único Estado de apartheid de facto con grados de «autogobierno» palestino.
Otra posibilidad es que Israel se anexione oficialmente parte o la totalidad de Cisjordania ocupada. Muchos sectores de la extrema derecha israelí expresan abiertamente que hay que consolidar la formalización de un Estado único -de apartheid- entre el río Jordán y el mar Mediterráneo y consideran que hay una oportunidad para avanzar en este objetivo.
Preservar las desigualdades
Son varios los escenarios que abarcan las variables de una anexión; algunos, por ejemplo, abogan por la anexión formal del Área C -alrededor del 60% de Cisjordania- dejando las Áreas A y B a cargo de una entidad autónoma palestina (en otras palabras, similar a la que existe hoy en día).
Es poco probable que el «plan de paz» de la administración Trump, que según se acaba de informar se publicará después del Ramadán, en junio, vaya a ofrecer algo sustancialmente diferente del statu quo, es decir, de la «autonomía» palestina en un contexto de control total israelí. El plan podría incluso permitir que Israel se anexionase oficialmente partes de Cisjordania ocupada. Una cosa está clara: los responsables de la Casa Blanca -tanto en las declaraciones que se les atribuyen como en las oficiales- han rechazado el marco de la «solución de dos Estados».
En adelante es importante que seamos conscientes de que otras alternativas aparentemente más «progresistas» que la solución de dos Estados pueden servir igualmente para mantener las desigualdades existentes. El Movimiento de la Federación, por ejemplo, propone la anexión formal israelí de Cisjordania, el establecimiento de un gobierno regional federal, y la división del Estado en 30 cantones, de los cuales unos 20 tendrían mayoría judía.
Los co-presidentes de este movimiento, Emanuel Shahaf, antiguo miembro de la Oficina del primer ministro, y Aryeh Hess, ex funcionario de la Agencia Judía, puede que promuevan en su plan términos de autonomía localizada e igualdad socioeconómica pero en la letra pequeña toma cuerpo la muy conocida «batalla demográfica».
Como argumenta Shahaf en el periódico israelí Haaretz, «Para que cambie el método de gobierno tiene que haber una doble mayoría [judía]. No sólo una mayoría demográfica sino también una mayoría de cantones». La necesidad de una mayoría judía presupone que el plan sencillamente excluye por completo la Franja de Gaza.
Shahaf y Hess sugieren que su plan de federación/cantones ofrece ventajas a los palestinos. Sin embargo, no sólo reconocen «que la propuesta está lejos de ofrecer una solución realmente equitativa», sino que aspiran a que los palestinos la acepten simplemente porque «están tan debilitados que aceptarán cualquier cosa razonable».
La vieja asimetría
La verdad es que están debilitados. Los palestinos están geográficamente dispersos, sin Estado, fragmentados por las restricciones israelíes y asolados por graves divisiones y crisis políticas internas. Estas debilidades, que agravan la vieja asimetría con respecto a Israel, hacen que corresponda en mayor medida a los agentes externos -en particular a los que tienen posibilidades de influir- garantizar que lo que venga después del paradigma de los dos Estados no sea reproducir los mismos privilegios estructurales y la misma discriminación que han caracterizado a la etnocracia israelí hasta la fecha.
Un estudio publicado el año pasado por el Baker Institute for Public Policy de la Universidad de Rice y el Carnegie Endowment for International Peace bajo el título «¿Dos Estados o uno? Revaluar el impasse israelo-palestino«, afirma que «cualquier solución debe abordar adecuadamente las necesidades de ambas partes». En ese contexto, los autores del informe rechazan un único Estado democrático basado en el «modelo de una persona, un voto» aduciendo que «la mayoría de los israelíes probablemente no aceptaría este llamamiento a la igualdad porque en él se vislumbra lo equivalente a la desaparición de su Estado actual».
El problema es que la objeción que oponen la mayoría de los israelíes judíos a un «llamamiento a la igualdad» se trata como un veto pero no se cuestiona si la objeción es legítima o no.
Oportunidad de reiniciar el sistema
Aquí toma relevancia el caso del apartheid en Sudáfrica. Está claro que la oposición de la población blanca a la igualdad se hizo evidente a la hora de trazar un rumbo y elegir estrategias apropiadas para seguir adelante. Pero la «necesidad» de los sudafricanos blancos de conservar sus privilegios estructurales no fue tratada como un veto a la transición hacia la era post-apartheid.
Hacer que las exigencias israelíes se confundan con derechos y permitir que esas exigencias definan los parámetros de lo posible viene siendo característica de las iniciativas de paz -desde la negativa de Israel a tolerar el [derecho al] retorno de los refugiados palestinos, hasta el surgimiento de los llamados bloques de asentamientos en Cisjordania que «todo el mundo sabe» acabarán formando parte de Israel para siempre.
Ahora hay una oportunidad -un imperativo- de situar los valores verdaderamente democráticos en el centro de un acuerdo posterior a la era del marco de dos Estados, de manera que principios como la igualdad ya no se subordinen a la exigencia israelí de un Estado étnico y de mayoría judía.
No será fácil pero uno de los ingredientes clave es una estrategia que rara vez consideran (mucho menos defienden) los analistas y los políticos occidentales: la presión económica y diplomática sustancial sobre Israel.
Es hora coger al toro por los cuernos: no se puede permitir que el rechazo israelí determine los parámetros de un acuerdo político o que lo siga haciendo sin coste alguno.