En el marco de la próxima cumbre mundial del clima, COP 21 a finales de noviembre en parís, aportamos una reflexión sobre el agronegocio ‘verde’.
Tuve la oportunidad de asistir al IX Congreso Brasileño de Agroecología, celebrado en Belén del 28 de septiembre al 1 de octubre. Cerca de 4.000 personas intercambiaron miradas y propuestas desde diferentes expresiones de la agroecología -política-. Cada debate y cada mesa de trabajo se apoyaba en una fuerte crítica del paradigma insostenible -social y ambientalmente hablando- que representa el sistema agroalimentario globalizado: territorios enteros en los que los cultivos tradicionales son sustituidos por las ‘necesidades’ de soja por parte una creciente dieta cárnica de las élites más acomodadas del mundo; pérdida de conocimientos locales, que han mantenido el aprovechamiento y la sostenibilidad de nuestros ecosistemas más biodiversos; industria con la mayor responsabilidad en emisiones de gases invernadero; hambrunas que se mantienen, a la par que la salud de las personas se ve afectada por los agrotóxicos; concentración de todo el poder de la cadena alimentaria en 10 empresas, ya hablemos de semillas o de distribución, etc. Hablamos, pues, de nuevas formas de imperialismo -de base colonial y capitalista- que amenazan la dignidad humana y la sostenible biodiversidad de nuestro planeta.
De forma ilustrativa y elocuente, la presencia del Ministro de Desarrollo Agrario en una de las mesas, aunque fuera considerado como a favor de formas de desarrollo endógeno, hizo entrar en la sala a jóvenes indígenas y sindicalistas rurales -MST principalmente- al grito de «la agroecología no es un agro-negocio» y «somos hijos e hijas de la esperanza».
En la Unión Europea no estamos lejos de esos debates, y sin duda se agudizarán las tensiones entre movimientos emancipatorios y apuestas por un ‘agronegocio’ con sello ecológico y controlado por grandes multinacionales. A finales de 2012, para sorpresa de muchos pero con poca inquietud por parte de la gran industria agroalimentaria, el Gobierno francés anunciaba su intención de cambiar el modelo productivo para caminar hacia una producción ‘agroecológica’. De acuerdo a programas como el Ambition Bio 2017, se entiende por tal reconversión el desarrollo de una «seguridad alimentaria» para la población, de la mano de una extensión de tecnologías que apenas utilizarían insumos químicos. Sin embargo, en dicho programa queda explícita la despreocupación por el incremento global de la huella ecológica en su afán de promover «la conquista de mercados», como se indica textualmente. Tampoco se expresa si es una agricultura intensiva favorable a la creación de grandes empresas en el sector que desplacen aún más la producción local -más propensa a respetar variedades locales, ritmos de naturaleza y limitaciones de bienes como el agua-. Claro que el Gobierno de Francia no es Francia y aquí las redes agroecológicas han puesto el grito en el cielo y mantienen su producción en la tierra cercana, al servicio de sistemas agroalimentarios locales que cultivan la biodiversidad. De igual manera, la Asociación Brasileña de Agroecología constataba en las conclusiones del congreso que el gobierno inclina la balanza productiva de Brasil hacia el sector agroexportador, ya que existen propuestas -leyes sobre patentes, decretos sobre usos de territorios, extensión convencionalizada, apoyo a los transgénicos, políticas que no favorecen la relocalización de sistemas agroalimentarios, etc.- que caminan en dirección opuesta a la «democratización de los medios de producción y de las formas de conocimiento».
Desde la agroecología -política- se advierte que no sólo disputamos sistemas agroalimentarios, sino también las propias respuestas que el sistema se apresta a ofrecer como recambio. Toman auge las resistencias con fuerte memoria de luchas con tradición cooperativa entendida como solidaridad, apoyo mutuo y reciprocidad social: comunidades indígenas, sindicatos campesinos que apuestan por sus territorios, organizaciones fundamentalmente dinamizadas por mujeres para reclamar el derecho a la alimentación -las madres de Ituzaingó en Argentina son un ejemplo entre muchos-, grupos de consumo y mercados sociales, etc. En otros casos, sin embargo, las ‘respuestas’ son elementos introducidos desde las élites o sus redes clientelares . Son intentos de cooptar esta emergente crítica. En esta línea situamos la proliferación de propuestas ‘agroecológicas’ donde se propone la inserción subordinada a un sistema agroalimentario ‘reverdecido’, pero en el que no se tocan intereses globalizadores, apenas se modifica la huella ecológica y siguen sin aparecer los apoyos a prácticas cooperativistas ‘desde abajo’ y destinadas a la construcción de sistemas agroalimentarios relocalizados. Esta ‘agroecología industrial’ sería un nicho de mercado ‘verde’ que sacaría del atolladero a las grandes corporaciones agroalimentarias, pero sólo en el muy corto plazo: ya sabemos de la insustentabilidad del modelo. Insiste, sin embargo, en reproducirse a través de una extensión tecnológica forzada por políticas públicas y grandes inversores que, lógicamente, no tiene en cuenta los saberes ni las condiciones sociales y ambientales que se dan en los diferentes territorios. No olvidemos que Monsanto es ya el referente mundial en la producción de insumos ecológicos. Y que al calor de estos incipientes mercados surgen llamadas desde la Unión Europea para la promoción de ‘economías verdes’. O, como vemos en países distantes como Francia o Brasil, los gobiernos parecen abrir las puertas a la retórica de la agroecología. Gobierno, que, como en el caso brasileño , se enfrentan ya al posicionamiento de redes agroecológicas firmemente consolidadas en la formación de sistemas agroalimentarios entrelazados de forma sostenible a sus territorios.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/28282-agroecologia-dispute-la-vida.html
Ángel Calle, Integrante del ISEC -Universidad de Córdoba