Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
«La limpieza étnica de Palestina por Israel no fue, como más tarde proclamó el primer presidente de Israel Chaim Weizmann, una consecuencia inesperada o un hecho fortuito o siquiera un «milagro»; fue el resultado de una planificación larga y meticulosa«, Ilan Pappe, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa, en su libro La limpieza étnica de Palestina [1] .
Esta semana el primer ministro israelí saliente, Ehud Olmert, trató de reescribir la historia equiparando el violento desarraigo y dispersión por los cuatro rincones del mundo de la comunidad nativa palestina a manos de los sionistas judíos con el emigración motivada ideológicamente de judíos de Oriente Próximo a Palestina.
Durante una reunión del Comité de Asuntos Exteriores y Defensa del Knesset del 13 de septiembre, Olmert afirmó que compadecía la difícil situación de los refugiados tanto palestinos como judíos: «Me uno en expresar mi pesar por lo que les ocurrió a los palestinos y también a los judíos que fueron expulsados de los Estados Árabes».
La muy inoportuna declaración de Olmert coincide con las muy controvertidas declaraciones del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas acerca del delicado tema del derecho al retorno de los refugiados palestinos desarraigados de su país hace más de sesenta años.
Según se informal, el respaldado por Estados Unidos Abbas afirmó que no iba a presionar a Israel para que permitiera retornar a todos los refugiados palestinos a sus hogares y ciudades iriginarios en el actual Israel y que tendría que negociar con Israel el número de refugiados que a los que se repatriaría [2].
Olmert miente consciente y deliberadamente porque la situación de los refugiados palestinos y la emigración de los judíos del mundo árabe a Israel son dos acontecimientos completamente diferentes.
A fin de cuentas, el objetivo táctico de esta descomunal mentira es minimiza, banalizar y, en última instancia, echar a pique la cuestión primordial del derecho al retorno de millones de personas desarraigadas de su tierra ancestral a manos del movimiento similar al nazismo conocido por sionismo.
Obviamente Olmert y otros dirigentes sionistas creen que se puede derrotar este derecho inalienable divulgando mentiras y haciendo analogías depravadas.
Me temo que tengo malas noticias para el primer ministro israelí. Independientemente de lo que diga gente como Abbas, el pueblo palestino está ahora aún más comprometido que antes con el derecho al retorno.
Hasta el movimiento Fatah, sobre el que Israel y Estados Unidos pueden estar tentados de pensar que ha sido completamente vaciado de su patriotismo y de su dignidad nacional, todavía mantiene un compromiso acorazado con el derecho al retorno.
Sin embargo, es indudable que aquí y allá hay algunos oportunistas de Fatah que estaría deseosos de aceptar cualquier cosa con tal de que sus bolsillos permanezcan repletos de dólares estadounidenses y de euros europeos.
Pero también es verdad que la inmensa mayoría de de los seguidores y partidarios de Fatah condenaría como traidores a sus propios dirigentes si estos adoptaran una actitud laxa respecto al derecho al retorno.
Por no mencionar a los propios refugiados, entre cuatro millones y medio y cinco millones,de palestinos, que consideran el abandono de su derecho al retorno como la traición final.
Por ello, me atrevo a desafiar a Abbas a pronunciar su escandalosa afirmación acerca del derecho al retorno en presencia de los refugiados de uno de sus campos en Gaza, Líbano o Siria o, incluso, en Cisjordania.
Volviendo a la alucinación de Olmert sobre refugiados palestinos versus refugiados judíos, es importante poner las cosas en su lugar, no tanto para que Olmert y sus compañeros sionistas cambien de opinión, sino para dar a las víctimas potenciales de las mentiras sionistas la oportunidad de no ser engañados por los maestros del engaño y la falsedad.
Para empezar, deberíamos recordar que los refugiados palestinos fueron expulsados de su patria ancestral a consecuencia de un genocidio parcial aunque real a manos de bandas sionistas como Irgun, Hagana, Lehi, Palmach, Itsel, etc. Historiadores israelíes, incluyendo a racistas incondicionales como Benny Morris, reconocen sin problemas esta expulsión.
Por ejemplo, Shlomo Ben-Ami, un ex-ministro de Asuntos Exteriores israelí, escribió lo siguiente en un libro publicado en 2006: «La realidad sobre el terreno era la de una comunidad árabe en un estado de terror, que se enfrentaba a un ejército israelí despiadado cuyo camino a la victoria estaba pavimentado no sólo con sus victorias contra los ejércitos regulares árabes, sino también con la intimidación y, a veces, las masacres y atrocidades que perpetró contra la comunidad árabe. Una comunidad árabe presa del pánico fue desarraigada bajo el impacto de las masacres que quedarían esculpidas en el monumento árabe de dolor y odio».
Por supuesto, no se puede esperar que Ben Ami diga toda la verdad pero, con todo, estas palabras son muy elocuentes.
Es más, a diferencia de los emigrantes judíos procedentes del mundo árabe, cuya aliya (o emigración a Israel) era el objetivo estratégico más importante del sionismo y del recién establecido Estado judío, los refugiados palestinos fueron coaccionados y masacrados para que huyeran, de forma muy parecida a las víctimas del nazismo en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Pero a diferencia de la situación más complicada en la Europa de la guerra, en Palestina el movimiento sionista llevó a cabo la guerra en 1948 principalmente para expulsar y limpiar étnicamente a la mayoría de los palestinos.
En otras palabras, la limpieza étnica de Palestina, como afirma Illan Pappe, ha sido planificada meticulosamente e implementada sistemáticamente.
De hecho, el movimiento sionista no sólo expulsó al 90% de los palestinos nativos (porque no eran judíos), sino que también se aseguraró de que sus casas y pueblos eran destruidos y borrados. Las casas que no fueron destruidas fueron simplemente entregadas a los emigrantes judíos como patrimonio eterno mientras que sus dueños legítimos agonizaban en miserables campos de refugiados repartidos por todo Oriente Próximo.
Pues bien, me gustaría plantear a los sionistas cara a cara las siguientes preguntas:
¿Cuántos pueblos y ciudades judíos destruyeron y borraron los árabes?
¿Cuántas masacres de judíos perpetraron los árabes que podrían haber obligado a huir a los judíos árabes?
Seamos honestos y no nos dejemos engañar por la propaganda sionista. Los judíos del mundo árabe vinieron a Israel para hacer realidad el sionismo. Su huida a Israel, que Israel llama aliya con el significado de pasar de una posición inferior a otra superior, fue «querida, deseada y buscada agresivamente».
En algunos países árabes, como Marruecos, la emigración de judíos se produjo como resultado de acuerdos secretos entre Israel y el respectivo gobierno árabe.
Para estar seguros, algunos judíos árabes, como en Iraq, fueron acosados realmente, aterrorizados incluso por los agentes sionistas para que dejaran su tierra nativa, tal como han atestiguado algunos inmigrantes judíos iraquíes en los últimos años.
En el contexto de los virulentos esfuerzos de los sionistas para conseguir que los judíos emigraran quisieran o no a Israel se bombardearon sinagogas, se atacaron centros culturales y figuras judías fueron amenazadas por agentes sionistas disfrazados de «árabes».
En algunos casos agentes sionistas organizaron secretamente disturbios anti-judíos para crear una atmósfera de miedo entre los judíos que, finalmente, les incitara a partir (recientemente agentes sionistas han ocasionado varios incidentes anti-semitas en Francia y Estados Unidos para inducir a los judíos a huir a Israel).
Sí, la consternación pública por los judíos sionistas en algunos países árabes se extendió tras la Nakba, la casi destrucción y expulsión del pueblo palestino de su tierra ancestral.
Pero nunca hubo un Dir Yasin judío en Iraq o un Tantura judío en Túnez o un Dawaymeh judíos en Argelia o un Kafr Qassem judío en Yemen.
La verdad es lo contrario. Durante la Segunda Guerra Mundial en realidad los gobiernos árabes hicieron enormes esfuerzos para proteger a sus comunidades judías del inquietante espectro de la aniquilación por parte de los nazis. Pregunten a cualquier anciano marroquí o egipcio y él o ella les contará cómo los judíos disfrutaban de sus derechos como ciudadanos. De hecho, en muchos casos se concedió a los judíos derechos preferenciales y se les concedieron pasaportes extranjeros, especialmente franceses, que les permitieron prosperar en comparación a otros ciudadanos.
No obstante, si los judíos árabes o los judíos originarios del mundo árabe insisten en que son auténticos «refugiados», lo correcto es exigir el derecho a retornar a sus países nativos originarios.
Se tiene que hacer justicia tanto a los refugiados palestinos como a los emigrantes judíos procedentes del mundo árabe concediendo a ambas partes la oportunidad de retornar a sus patrias originarias de las que fueron desarraigados, como en el caso de los palestinos, o engañados para que se fueran, como en el caso de los judíos árabes.
Sin lugar a dudas esto es mejor y más justo que permitirse analogías depravadas con el objetivo de trivializar la dura situación de los refugiados palestinos que representa el corazón y el alma del conflicto árabe-israelí.
[1] Existe una traducción al castellano de este libro imprescindible, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica (Memoria Crítica), Barcelona, 2006 (N. de la t.)
[2] Véase del mismo autor «Abu Mazen, ¡ni se le ocurra tocar el derecho al retorno!», http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72764 (N de la t.)
Enlace con el original: www.uruknet.info?p=47279