Recomiendo:
0

El Asedio de Nahr el Bared

Una butaca en primera fila para el baño de sangre en Líbano

Fuentes: CounterPunch

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Hay algo de obsceno en mirar el asedio de Nahr el Bared. El viejo campo de refugiados palestino -hogar de 30.000 almas perdidos que nunca volverán «a casa»- disfruta de la luz del sol mediterráneo más allá de un grupo de huertos de naranjos. Los soldados del ejército libanés, que han recuperado sus posiciones en la carretera principal, al norte, holgazanean a bordo de sus viejos vehículos de transporte de personal. Y nosotros -los representantes de la prensa mundial- nos sentamos con la misma indolencia en la azotea de un bloque de apartamentos a medio construir, gozando del calor en el pequeño jardín soleado o sorbiendo tazas de té hirviendo al lado de las antenas parabólicas donde los titanes de la televisión dan zancadas con sus trajes espaciales azules y sus cascos.

Y entonces llega el traqueteo -el chisporroteo del fuego de un movimiento de balas que viene del campo-. En respuesta un tanque del ejército libanés dispara un obús y sentimos débilmente la onda expansiva que viene del campo. ¿Cuántos habrán muerto? No lo sabemos. ¿Cuántos estarán heridos? La Cruz Roja todavía no puede entrar para averiguarlo. De nuevo somos espectadores de otro trágico espectáculo: los libaneses asediando a los palestinos.

Sólo que esta vez, por supuesto, hay combatientes musulmanes suníes en el campo, en muchos casos que disparan a soldados musulmanes suníes que permanecen en una aldea musulmana suní. Fue un colega libanés quien pareció poner el dedo en la llaga. «Siria está demostrando que en Líbano no tiene porqué tratarse de cristianos contra musulmanes o chiíes contra suníes», dijo. «Pueden ser suníes contra suníes. Y el ejército libanés no puede invadir Nahr el Bared, sería el mayor disparate que este gobierno puede hacer».

Y sigue la refriega. Para atacar a la suní Fatah al-Islam, el ejército tiene que entrar en el campo. Así el grupo permanece, tan potente como el domingo cuando escenificó su mini revolución en Trípoli y acabó con sus combatientes muertos y quemados en apartamentos en llamas y 23 policías y soldados muertos en las calles.

Y sí, es difícil no ver la mano de Siria estos días. El gobierno de Fouad Siniora, encerrado en su pequeña » zona verde» del centro de Beirut, está siendo achicado en su poder. El ejército cada vez gobierna más en Líbano, nunca estuvo más claro, porque también, por supuesto, alberga suníes y chiíes de Líbano, maronitas y drusos. ¿Puede darse más tensión en este pequeño país donde Siniora todavía sigue clamando por un tribunal de la ONU para procesar a los asesinos del ex Primer Ministro Rafik Hariri en 2005?

Leemos la lista de los militares muertos. La mayoría de los nombres parecen suníes. Volvemos la mirada hacia las nubes lanosas y, a través de la cadena de montañas, hacia la frontera siria, a menos de 10 millas de distancia. No es difícil llegar a Nahr el Bared desde la frontera. No es difícil reabastecerse. La geografía tiene un sentido de tipo político desde aquí arriba. Y justo arriba, al final de la carretera, está el puesto de la frontera siria.

Los soldados son comedidos y corteses con los periodistas. Este debe de ser uno de los pocos países del mundo donde los soldados tratan a los periodistas como a viejos amigos, donde despreocupadamente les permiten emitir delante de sus posiciones, les prestan sus periódicos, comparten cigarrillos y charlan, porque piensa que tenemos que hacer nuestro trabajo. Pero cada vez nos preguntamos más si no estamos simplemente haciendo inventario del triste desmoronamiento de este país. El ejército libanés está en las calles de Beirut para defender a Siniora, en las calles de Sidón para impedir disturbios sectarios, en las carreteras del sur de Líbano vigilando la frontera israelí y ahora, aquí arriba en el norte lejano, sitiando a los pobres y aporreados palestinos de Nahr el Bared y a los peligrosos y pequeños grupúsculos que pueden -o no- recibir órdenes de Damasco.

El viaje de regreso a Beirut se complica ahora con nuevos puestos de control militar e incluso la capital se ha vuelto peligrosa una vez más. En Ashrafieh a una hora temprana, la explosión de una bomba -la pudimos oír en toda la ciudad- mató a una mujer cristiana. Ningún sospechoso, por supuesto. Allí nunca hay. Los carteles todavía piden el esclarecimiento del asesinato de Hariri. Otros carteles exigen la verdad del asesinato de un anterior primer ministro, Rashid Karami. Algunos en la calle que está debajo de nuestra pequeña azotea portan con orgullo el retrato de Sadam Husein. «El mártir de Al Adha,» proclaman, señalando la fecha de su ejecución. Así, incluso el desplome de Iraq ahora nos afecta a todos aquí, en nuestra aldea suní donde el suní dictador de Iraq es más honrado que detestado.

Una ráfaga de cohetes ruge sobre el campo antes del anochecer. Los soldados apenas se molestan en mirar. Y a través de los huertos de naranjos y las calles desiertas de Nhar el Bared, el mar hace espuma y brilla como si estuviéramos todos de vacaciones mientras esta nación tiembla bajo nuestros pies.

http://www.counterpunch.org/fisk05222007.html

Robert Fisk es escritor, periodista de The Independent y autor de Pity the Nation. También escribe artículos en CounterPunch, The Politics of Anti-Semitism. Su último libro se titula The Conquest of Middle East.

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.