Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Si el Departamento de Estado hubiera emitido advertencias contra viajes a funcionarios gubernamentales de EE.UU. próximos a viajar a Israel, no cabe duda de que el vicepresidente Joe Biden las hubiera ignorado. No se puede encontrar un mejor amigo de Israel en los 36 años en los que Biden representó a Delaware en el Senado de EE.UU. y se ha especulado que su popularidad entre los votantes judíos e importantes donantes judíos fue la razón primordial por la que fue incluido en la candidatura demócrata. Según todas las informaciones, el viaje de Biden debía limar asperezas con los funcionarios israelíes y con el público judío israelí que estaban tan desilusionados con el gobierno de Obama que su popularidad se medía en cifras de un solo dígito.
Por cierto, incluso un día después de que el anuncio de que Israel construiría 1.600 viviendas nuevas y exclusivamente judías en Jerusalén Este lo tomara desprevenido, Biden seguía haciendo todo lo posible. En un discurso preparado, alardeó una vez más, esta vez ante una audiencia en la universidad de Tel Aviv, de que era sionista y que: «Durante toda mi carrera, Israel no sólo ha significado mucho para mí, sino ha sido el centro de mi trabajo como senador de EE.UU. y ahora como vicepresidente de EE.UU.,» una declaración que debiera provocar algunos cuestionamientos sobre dobles lealtades y que, curiosamente, fue omitida en todas las informaciones sobre su discurso en la prensa estadounidense.
Además, Biden repitió lo que dijo a su llegada a Jerusalén: «No hay espacio – es lo que ellos [el mundo] debe saber, cada vez que se hace un progreso, se hace cuando el resto del mundo sabe que no hay absolutamente ningún espacio entre EE.UU. e Israel cuando se trata de seguridad, ninguno. Ningún espacio. Es la única vez en la que se ha progresado.» Biden no presentó ningún ejemplo de un tal progreso y le hubiera sido difícil encontrarlo.
Hasta el final de su discurso, después de haber regurgitado exhaustivamente la línea usual de Israel sobre las amenazas para su existencia por parte de Irán, Hamás e Hizbulá, no se sintió seguro para expresar palabras de crítica por la forma en que fue tratado por sus anfitriones. Sin embargo, las palabras de condena emitidas el día anterior, brillaron por su ausencia. Casi pidiendo perdón por haberla hecho, Biden dijo a su público:
«Ahora bien, algunos pueden haber sido sorprendidos legítimamente porque un partidario tan fuerte de Israel durante los últimos 37 años y más… como responsable elegido… cómo pueda expresarme tan enérgicamente considerando los vínculos que comparto, y que mi país comparte, con Israel. Pero con toda sinceridad, amigos, a veces sólo un amigo puede expresar las verdades más duras.
«Y aprecio… la reacción que vuestro Primer Ministro anunció hoy por la mañana en el sentido de que está estableciendo un proceso para impedir que vuelva a ocurrir ese tipo de evento [sic] y aclaró que el comienzo de la construcción real de ese proyecto en particular probablemente tarde varios años… Eso es significativo, porque da a las negociaciones el tiempo para resolver esto, así como otros temas pendientes. Porque cuando fue anunciado, yo estaba en Cisjordania. Todos los que estaban allí pensaron que significaba la reanudación inmediata de la construcción de 1.600 unidades nuevas.»
Con lo cual, claro está, Biden no quería decir que Israel no puede hacer lo que quiera en Jerusalén Este, sino que los anuncios de sus planes deberían manejarse de una manera más discreta, cuando, presumiblemente, él u otros responsables estadounidenses estuvieran a miles de kilómetros de distancia.
Biden, por cierto, estaba ignorando manifiestamente declaraciones repetidas de Netanyahu de que las decisiones de Israel de construir en Jerusalén Este no estarán sujetas a presión de Washington o a negociaciones con la Autoridad Palestina.
Además, como señaló Ha’aretz, esas 1.600 unidades proyectadas, son sólo una pequeña parte de las 50.000 unidades planificadas para la parte oriental de la ciudad, que fue anexada en 1967, y que tienen el propósito de imposibilitar no sólo que se convierta en capital de un Estado palestino sino también de impedir que los residentes palestinos de la ciudad viajen a Cisjordania.
Según Yediot Ahronoth, el periódico más leído de Israel, Biden se había quejado en privado ante Netanyahu de que la conducta de Israel «comienza a ser peligrosa para nosotros.» Se informa que dijo: «Lo que estáis haciendo aquí… menoscaba la seguridad de nuestros soldados que combaten en Iraq, Afganistán y Pakistán. Eso nos pone en peligro, y pone en peligro la paz regional.» La Casa Blanca ha negado que Biden haya hecho una declaración semejante, pero corresponde de cerca a un memorando anterior enviado el martes por el general Petraeus al Estado Mayor Conjunto y a su testimonio ante el Comité de Servicios Armados del Senado de EE.UU.
En su declaración preparada, Petraeus describe el conflicto israelí-árabe como el primer «desafío transversal a la seguridad y la estabilidad» en el área de responsabilidad de CENTCOM. «Las continuas hostilidades entre Israel y algunos de sus vecinos plantean claros desafíos a nuestra capacidad de hacer progresar nuestros intereses en el área de responsabilidad.»
Moviéndose en un área en la cual pocos miembros de las fuerzas armadas de EE.UU. se han atrevido a penetrar hasta ahora, Petraeus observó que «el conflicto fomenta sentimientos antiestadounidenses, debido a una percepción de favoritismo de EE.UU. hacia Israel. La cólera árabe por la cuestión palestina limita la fuerza y la profundidad de las cooperaciones de EE.UU. con gobiernos y pueblos en el área de responsabilidad y debilita la legitimidad de regímenes moderados en el mundo árabe.» Hay que señalar que ni Elizabeth Bumiller del New York Times, ni Anne Flaherty del Washington Post incluyeron alguna referencia a estos comentarios de Petraeus en su cobertura de su testimonio.
En otras palabras, desde el punto de vista del general Petraeus, la solución del conflicto Israel-Palestina es crítica para el interés nacional de EE.UU. y eso, más su referencia a la «percepción» del prejuicio favorable a Israel de Washington, es lo que puede haber sido lo que, por el momento, llevó al presidente Obama a través de la secretaria de Estado Hillary Clinton a reforzar la crítica y a tratar en público el trato dado por Israel a Biden como «insultante.»
En lugar de dejar de lado el tema, Clinton hizo que su oficina hiciera público el hecho de que había dejado bien clara su opinión a Netanyahu en un llamado telefónico de 43 minutos en el cual, según su portavoz P.J. Crowley, describió las unidades planificadas en Jerusalén Este como el envío de una «señal profundamente negativa sobre la actitud de Israel respecto a la relación bilateral y contraria al espíritu del viaje del vicepresidente» y que «esa acción había socavado la confianza en el proceso de paz y en los intereses de EE.UU.»
Además hizo tres demandas a Netanyahu que se detallaron en la prensa israelí pero a las que los medios estadounidenses sólo aludieron: cancelar la decisión de aprobar las 1.600 unidades, hacer un gesto «significativo» a la Autoridad Palestina para que vuelva a la mesa de negociaciones, y publicar una declaración de que las conversaciones indirectas tratarán todos los temas cruciales, incluyendo Jerusalén y los refugiados palestinos. Un asunto bastante apasionante para los que están acostumbrados a ver a Clinton haciendo lo imposible por demostrar su lealtad a Israel.
Para subrayar la posición de EE.UU., el gobierno anuló la visita programada de George Mitchell, el enviado a Oriente Próximo, que había planificado reuniones con israelíes y palestinos en lo que había sido promocionado por el gobierno como «conversaciones de proximidad.»
El nuevo embajador de Israel, el historiador nacido en EE.UU. Michael Oren, no dejó de comprender la gravedad de la situación. Según informaciones, en un llamado de conferencia con los consulados de Israel en EE.UU. expresó la opinión (que ahora desmiente) de que se trataba de la peor crisis en las relaciones entre EE.UU. e Israel desde 1975, cuando el presidente Gerald Ford y su secretario de Estado Henry Kissinger culparon públicamente a Israel por la ruptura de las negociaciones con Egipto sobre la retirada del Sinaí. Como consecuencia, Ford anunció que iba a pronunciar un discurso importante llamado a reevaluar las relaciones entre Israel y EE.UU.
Aunque AIPAC, el único lobby oficialmente registrado a favor de Israel, no era entonces la potencia política en la que se ha convertido ahora, reaccionó a la amenaza haciendo que 76 senadores firmaran una dura carta a Ford, advirtiéndole de que no se metiera con las relaciones entre Israel y EE.UU. Ford nunca hizo el discurso y no fue la última vez que AIPAC consiguiera que tres cuartos del Senado de EE.UU. firmara una carta con el objetivo de mantener el control sobre un presidente del país.
Otros recuerdan el discurso televisado a todo el país el 12 de septiembre de 1991 del presidente Bush padre, quien, al darse cuenta de que AIPAC había conseguido suficientes votos en ambas cámaras del Congreso para anular su veto de la solicitud de Israel de 10.000 millones de dólares en garantías de préstamos, se dirigió al público estadounidense y se presentó como «un muchachito solitario» en combate contra mil lobistas en el Congreso. Un sondeo nacional realizado inmediatamente después dio al presidente una tasa de aprobación de un 85% que llevó al lobby y a sus lacayos en el Congreso a refugiarse en su esquina pero no antes que el director de AIPAC, Tom Dine, exclamara que esa fecha, el 12 de septiembre de 1991, «viviría en la infamia.» Después de la elección de Yitzhak Rabin el año siguiente y al presentarse para la reelección, Bush cedió y aprobó la solicitud de garantía de préstamos.
Existen personas que, aunque saben lo que sucedió a Ford y las subsiguientes humillaciones impuestas por Israel a presidentes y secretarios de Estado de EE.UU., ven el affaire Biden como una charada hecha para apaciguar a los jefes de gobierno árabes así como a sus respectivos pueblos y dar la impresión de que hay un espacio entre Israel y EE.UU. cuando se trata de resolver el conflicto Israel-Palestina en circunstancias, afirman, de que ese espacio no existe.
Ante la implacable expansión de asentamientos judíos y de colonos en Cisjordania durante un gobierno de EE.UU. tras el otro en las últimas cuatro décadas, parecería que tienen un argumento sólido. Es debilitado, sin embargo, por un hecho evidente: mientras el resto del mundo considera que el conflicto Israel-Palestina es un problema de política exterior, para Washington y demócratas y republicanos ha sido y sigue siendo primordialmente un tema interior. En ese terreno existe sólo un protagonista, el «lobby» pro Israel que está representado por una multitud de organizaciones, la más destacada de las cuales es AIPAC.
Como si necesitara más ayuda, se han sumado crecientemente al lado de Israel durante las últimas décadas la mayoría de los evangélicos cristianos de EE.UU. cuya teología del Día del Juicio Final concuerda bastante bien con la del movimiento de colonos de ultraderecha de Israel. El resultado es que en cada ciclo electoral cualquiera con alguna esperanza de ser elegido a un puesto político nacional, sea en la Casa Blanca o en el Congreso, sea que desempeñe un cargo o aspire a él, se siente obligado a expresar su lealtad incondicional a Israel arrastrándose desvergonzadamente para recibir dádivas de donantes judíos y la aprobación de votantes judíos que forman bloques decisivos de votantes por lo menos en seis Estados.
En esta situación, no es extraño que una serie de destacados funcionarios estadounidenses elegidos se sometan voluntariamente a la humillación pública por un país tan dependiente en lo político y militar de EE.UU. y cuya población es menos que la de la Ciudad de Nueva York o del distrito de Los Ángeles, incluso si al hacerlo tienen que hacer que EE.UU. parezca débil a los ojos de un mundo en el que Washington tiene otros intereses, más urgentes, que complacer a Israel. No hay mejor ejemplo de este fenómeno que Barak Obama, cuya estatura como dirigente de la «única superpotencia del mundo» ha sido severamente afectada por repetidas bofetadas verbales a manos de Netanyahu y los ministros de su gabinete.
Evidentemente corresponde al interés de EE.UU. que el conflicto Israel-Palestina se resuelva pacíficamente. No hay nada en la «solución de dos Estados» propuesta que pueda interferir con los objetivos regionales de Washington. Al contrario, la creación de un pequeño Estado palestino truncado, aliado y dependiente política y financieramente de EE.UU., como es muy probable que sería, representaría beneficios para los intereses regionales de EE.UU. y en última instancia se vería como un revés para las luchas antiimperialistas en todo el mundo. El gobierno de G.W. Bush no construyó un edificio de seguridad de cuatro pisos para la AP en Ramala (destruido posteriormente por Sharon), llevó personal de seguridad de AP a Langley, Virginia para ser entrenado por la CIA, e hizo que el general Dayton construyera un ejército colonial para mantener el orden, sólo para gastar un poco de dinero del contribuyente de EE.UU.
Los funcionarios israelíes ven todo esto desde una perspectiva muy diferente, como debe ser obvio, y harán todo lo posible para impedir que algún tipo de entidad palestina llegue a existir ya que esto interferiría no sólo con sus planes de expansión, sino que también crearía un competidor por los favores de EE.UU. en la región. Por eso Sharon atacó las instituciones edificadas por EE.UU. en Cisjordania y el personal entrenado por la CIA durante la Intifada Al-Aqsa a pesar de que no eran participantes, lo que causó enojo en la central de la CIA, como informó entonces el Washington Post.
Es obvio que lo que se proponían con el insulto a Biden, así como con las humillaciones previas, fue recordar a los presentes y futuros ocupantes de la Casa Blanca que cuando se trata de tomar decisiones sobre Oriente Próximo, es Israel el que lleva la voz cantante. Como lo describió hace un cuarto de siglo Stephen Green en Taking Sides: America’s Secret Relations with Militant Israel (Morrow, 1984): «Desde 1953, Israel y amigos de Israel en EE.UU., han determinado las líneas generales de la política de EE.UU. en la región. Se ha dejado que los presidentes de EE.UU. implementen esa política, con diferentes grados de entusiasmo, y que encaren los problemas tácticos.»
Es poco probable que Netanyahu haya sido tomado por sorpresa como lo afirmó por el anuncio respecto a las unidades de vivienda, particularmente ya que se disculpó sólo por su oportunidad, no su contenido, y el ministro responsable sigue sin castigo. Es seguro que Netanyahu sabía que la próxima semana irá a Washington para hablar ante la conferencia política anual de AIPAC, donde encontrará más apoyo que en ninguna parte en su propio país. La conferencia del año pasado atrajo un récord de 7.000 participantes más la mitad del Senado de EE.UU. y un tercio de la Cámara de Representantes y es probable que este año sea aún mayor como reacción a la idea que se tiene de que el gobierno muestra hostilidad hacia Israel.
Sin duda Netanyahu recordará con alegría que el año pasado, antes de su primera reunión con el presidente Obama, 76 senadores estadounidenses, encabezados por Christopher Dodd y Evan Bayh, y 330 miembros de la Cámara de Representantes, enviaron cartas redactadas por AIPAC al presidente llamando a que no presionara al primer ministro israelí cuando se reunieran. El único informe al respecto en los medios dominantes fue publicado por un bloguero del Washington Post quien vio el rótulo de AIPAC en el pdf que circuló entre los miembros de la Cámara. Netanyahu también será auxiliado por recuerdos del apoyo casi unánime de la Cámara de Representantes al ataque de Israel contra Gaza y por su votación de 334 contra 36 condenando el Informe Goldstone.
Además, durante el receso de verano del Congreso del año pasado, 55 miembros de la Cámara, 30 demócratas encabezados por el líder de la mayoría Steny Hoyer y 25 republicanos, dirigidos por Eric Cantor, el único representante republicano judío de la Cámara, visitaron Jerusalén. Ambos grupos se reunieron con Netanyahu y posteriormente realizaron conferencias de prensa en las que expresaron su solidaridad con Israel, particularmente con sus pretensiones en Jerusalén Este, en circunstancias que el gobierno de Obama estaba llamando a congelar los asentamientos. Los medios dominantes tampoco informaron sobre esas visitas.
En las circunstancias actuales, podemos esperar que AIPAC realice todos los esfuerzos posibles por hacer que el evento de este año sea el mayor y el más exitoso hasta la fecha y sin duda los participantes darán una bienvenida mucho más apasionada a Netanyahu y al ex primer ministro británico Tony Blair, quien también está en el programa de AIPAC, que a la secretaria de Estado Clinton.
AIPAC ya está publicando en su sitio en Internet declaraciones de miembros del Congreso quienes regañan al gobierno de Obama por hacer públicas sus diferencias con Israel y por mantener vivo el tema ya que no debería concentrarse en los asentamientos judíos sino en la creciente amenaza de un Irán nuclear que ha estado arriba en la agenda de AIPAC desde el comienzo de la Guerra de Iraq.
Sin embargo, ya que el Partido Demócrata sigue dependiendo de acaudalados donantes judíos para la mayor parte de su principal financiamiento, estimada en por lo menos un 60%, y estamos en un año electoral, podemos esperar que Clinton extienda la mano y vuelva a estrechar a Israel como lo hizo en la conferencia de AIPAC de 2008 cuando, al estilo de Biden, dijo: «Tengo un compromiso fundamental con la seguridad de Israel, porque la seguridad de Israel es crítica para nuestra seguridad… Todas las partes deben saber que siempre estaremos junto a Israel en su lucha por la paz y la seguridad. Israel debe saber que EE.UU. nunca lo presionará para que haga concesiones unilaterales o para imponer una solución hecha en EE.UU.»
Para los cortos de memoria, detallamos una muestra de humillaciones pasadas de presidentes y secretarios de Estado de EE.UU. a manos de su leal aliado:
Marzo de 1980: El presidente Carter fue obligado a pedir disculpas después que el representante de EE.UU. en la ONU Donald McHenry votó por una resolución que condenaba las políticas de asentamientos de Israel en los territorios ocupados incluyendo a Jerusalén Este y que llamaba a Israel a desmantelarlos. McHenry había reemplazado a Andrew Young quien fue presionado para que renunciara en 1979 después que un periódico israelí revelara que había tenido una reunión secreta con un representante de la OLP, lo que violaba el compromiso de EE.UU. con Israel y con la comunidad judía estadounidense.
Junio de 1980: Después que Carter solicitara que se hiciera un alto en los asentamientos judíos y su secretario de Estado Edmund Muskie, calificara los asentamientos judíos de obstáculo a la paz, el primer ministro Menachem Begin anunció planes de construir otros 10.
En diciembre de 1981, 14 días después de firmar lo que se describió como un memorando de entendimiento estratégico con el gobierno de Reagan, Israel anexó las Alturas del Golán «lo que hizo parecer como si EE.UU. aprobara la acción o como si no tuviera ningún control sobre las acciones de su propio aliado. En ambos casos EE.UU. quedó mal… una vez más ha fustigado a su aliado, la fuente de todas sus armas más sofisticadas y de un tercio de su presupuesto.» (Lars Erik-Nelson)
En agosto de 1982, el día después de que Reagan solicitara que Ariel Sharon terminara el bombardeo de Beirut, Sharon respondió ordenando ataques con bombas contra la ciudad, precisamente a las 2:42 y a las 3:38 de la tarde, horas que coincidían con las dos resoluciones de la ONU que exigían que Israel se retirara de los territorios ocupados.
En marzo de 1991, el secretario de Estado James Baker se quejó al Congreso de que: «Cada vez que he ido a Israel en conexión con el proceso de paz… he sido recibido con un anuncio de nueva actividad en los asentamientos… Debilita sustancialmente nuestra posición en el intento de lograr un proceso de paz, y crea una situación bastante difícil.» En 1990 había llegado a estar tan disgustado con la intransigencia de Israel respecto a los asentamientos que dio a conocer públicamente el número de la central telefónica de la Casa Blanca y dijo a los israelíes: «Cuando hablen en serio de la paz, llámennos.»
En abril de 2002, después que el presidente George W. Bush exigiera que Ariel Sharon retirara todas las fuerzas israelíes de Yenin, declarando «¡Ya basta! – fue asediado por unos 100.000 correos electrónicos de partidarios de Israel, judíos y cristianos, y acusado por Bill Safire de elegir a Yasir Arafat como amigo en lugar de Sharon y por George Will de perder su «claridad moral.» A los pocos días, un Bush humillado declaró que Sharon era un «hombre de paz» a pesar de que no había retirado sus soldados de Yenin.
En enero de 2009, el ex primer ministro israelí Ehud Olmert alardeó en público de que había «avergonzado» a la secretaria de Estado Condoleezza Rice al lograr que el presidente Bush impidiera en el último momento que votara por una resolución de alto el fuego en Gaza que ella misma había elaborado durante varios días con diplomáticos árabes y europeos en las Naciones Unidas.
Olmert se jactó ante una audiencia israelí de que había sacado a Bush de una tribuna durante un discurso para que atendiera su llamado cuando supo del voto inminente y exigió que el presidente interviniera.
«No me causa ningún problema lo que hizo Olmert,» dijo a Forward Abraham Foxman, director nacional de la Liga contra la Difamación (ADL). «Considero que el error fue hablar sobre el asunto en público.»
Ese episodio y el comentario de Foxman podrían resumir la historia de las relaciones entre EE.UU. e Israel.
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Jeffrey Blankfort es un activista pro palestino de toda la vida y contribuidor a The Politics of Anti-Semitism. Para contactos: [email protected]