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Entrevista con Sergio Pérez Pariente, Editor de Bósforo Libros

Una editorial que se compromete con el pueblo palestino

Fuentes: Rebelión

Sergio Pérez Pariente es uno de los que han roto el muro sionista con libros como «Gaza. Seguimos siendo Humanos», de Vittorio Arrigoni; «La expulsión de los palestinos», de Nur Masalha; «Los demonios de la Nakba. Las libertades fundamentales en la universidad israelí», de Ilán Pape; y otros tantos que próximamente llegarán a las librerías. […]

Sergio Pérez Pariente es uno de los que han roto el muro sionista con libros como «Gaza. Seguimos siendo Humanos», de Vittorio Arrigoni; «La expulsión de los palestinos», de Nur Masalha; «Los demonios de la Nakba. Las libertades fundamentales en la universidad israelí», de Ilán Pape; y otros tantos que próximamente llegarán a las librerías. Pocas veces tenemos la oportunidad de encontrar sellos editoriales que se ocupen del problema palestino, recuerdo a la editorial Hiru y uno de sus títulos al respecto: «La amenaza interior. Historia de la oposición judía al sionismo», de Yakov M. Rabkin, una necesaria exposición de la historia judía en oposición al sionismo. Una editorial como Bósforo Libros en España es enormemente necesaria para que el lector pueda entrar de lleno en el conocimiento del conflicto causado por el sionismo al pueblo palestino y a los pueblos del mundo, pues en el sionismo, con el sionismo y por el sionismo, sus cuerpos de asesinos organizados reducen los Derechos Humanos a ceniza, haciendo de su ocupación de Palestina, del bloqueo a Gaza, una práctica continuada de crímenes de Lesa Humanidad, de genocidio, de destrucción de un pueblo que reclama justicia.

Sergio, ¿nos puedes explicar por qué dedicas tus esfuerzos editoriales a un problema como el palestino?

Después de vivir allí algunos meses, resultaba impensable volver a Madrid y recuperar mi rutina anterior. De hecho, la vuelta a Madrid ya no fue una vuelta. Uno vuelve de las vacaciones o del cine o de la fábrica, pero no de Palestina. Quienes han estado allí saben de lo que hablo. Se vuelve a Palestina, pero nunca de ella. Imagino que tampoco de Colombia o de Darfur o de Faluya. En mi caso, ya en Madrid, comencé a investigar por mi cuenta sobre la historia y los orígenes de lo que había visto a ambos lados de la Línea Verde, y pude constatar el enorme vacío historiográfico que existe en castellano sobre la materia. Aprovechando el gusto por los libros compartido con un amigo y con la idea de paliar tal agujero y también mi propia frustración como lector, decidí emprender con él esta incursión anómala en un mundo editorial del que, por cierto, aún ignoramos casi todo. En resumen, si me preguntas por qué una editorial, la palabra es ‘conocimiento’; si me preguntas por qué Palestina, la palabra es ‘shock’.

Quisiera añadir algo. En términos cuantitativos y de coste humano, el conflicto en Palestina no es el más importante de los últimos años. Pienso, por ejemplo, en esa ruina todavía humeante que es Iraq con sus millones de vidas escombradas. Pero el hecho de que la tragedia palestina no sea la más atroz no le resta atrocidad a esa tragedia, de igual modo que la muerte de 25 millones de soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial no le quita un ápice de horror al exterminio de 6 millones de judíos. Lo digo por el típico argumento sionista de que hay peores criminales de los que ocuparse. Sin duda hay peores criminales, por ejemplo las sucesivas administraciones estadounidenses desde hace varias décadas y sin excepción. Sin embargo, cuando uno comete crímenes atroces y sistemáticos contra una población civil inerme, también desde hace décadas y de manera consciente -dado que argumenta que hay condiciones criminales peores que la suya-, no puede esperar sino repulsa, indignación y condena ante sus tropelías, cuando menos a nivel popular, ya que no de los gobiernos. Las cosas terribles que suceden en los territorios ocupados -terribles por sí mismas, no en una escala Richter de «terribilidad»- y los mecanismos que las engendraron y perpetúan merecen ser visibles y legibles para la ciudadanía, de modo que ésta pueda extraer sus conclusiones de manera sólida y valorar si estamos ante una conspiración antisemita a escala planetaria o ante unas políticas efectivamente criminales y deshumanizadoras practicadas por un Estado soberano reconocido por la ONU. En esto tiene, o nos gustaría que tuviera, alguna importancia la labor que realizamos desde Bósforo.

Por otra parte, en términos de geopolítica y equilibrio internacional, lo que ocurre en Israel/Palestina alcanza cotas de inestabilidad y riesgos para el futuro difícilmente igualables por ningún otro conflicto en marcha. Hablamos de un polvorín impredecible e insostenible en su versión actual, que afecta a la seguridad de una vastísima geografía y a los cientos de millones de personas que habitan en ella. La volatilidad del planeta no pasa ahora mismo por las fosas comunes en Colombia ni por las matanzas de Darfur ni por la represión en el Tíbet, sino por una región controlada por un Estado nuclear ultramilitarista, expansionista y etnocrático, una entidad colonial cada vez más teologizada que somete a millones de personas a políticas racistas de exclusión y limpieza étnica y que, desde los tiempos de la célebre confesión de Golda Meir al periodista Alan Hart, amenaza con desatar la furia atómica si las cosas vinieran mal dadas. Como sabemos, este desquiciado proyecto del movimiento político sionista -que encontró la afinidad y el apoyo nazi en su intención de vaciar Alemania de judíos y que hacía las delicias de las turbas antisemitas que en Alemania, en Rumanía o en Polonia gritaban «¡Judíos a Palestina!»-, este proyecto, digo, se incrusta en el corazón del mundo árabe y de Oriente Medio, una región rica en recursos energéticos, objeto de deseo de las potencias imperialistas, y sobrecargada de significación religiosa y anhelos apocalípticos de millones de sionistas cristianos en Norteamérica. Todas estas cosas, por sí mismas, ya justifican un trabajo analítico exhaustivo sobre la ideología sionista y los dogmas, mitos y realidades sobre los que se asienta el moderno Estado de Israel. Lo que resulta inexplicable es que no se haya hecho antes.

¿Mediste las dificultades que puedes encontrar en el mercado editorial que hoy se dedica a la colonización de las mentes si no a vaciarlas por medio de libros de consumo sin más finalidad que la distracción de lo que nos rodea?

Este es un asunto complejo, pero afortunadamente la peculiar naturaleza de nuestro proyecto nos lo ha simplificado bastante. Bósforo está en el mercado, aunque sea en pocas librerías, porque es la mejor manera de dar a conocer los textos que publicamos. El libro debe estar en la librería, físicamente al alcance del lector, como ha estado toda la vida. La cuestión de los beneficios es por completo subalterna. Nosotros intentamos hacer, y en gran medida estamos logrando, una edición profesional para los textos, pero no somos editores profesionales, no vivimos de la edición, sino de nuestros respectivos trabajos como asalariados. La editorial se sufraga en gran medida con nuestros propios salarios, y en mucha menor parte con los beneficios de las ventas. Esto hace de Bósforo un proyecto singularmente precario, permanentemente en el alambre, sujeto a imprevistos económicos personales que pudieran dar al traste con todo. Desde el principio sabíamos que tendría que mantenerse así, por una mera y tozuda realidad numérica: Bósforo edita fundamentalmente traducciones, que casi siempre hay que pagar (el libro de Arrigoni es una excepción); las traducciones son muy caras, y sólo se pueden amortizar vendiendo muchos ejemplares, pero vender muchos ejemplares es imposible para Bósforo, ya que hacemos tiradas pequeñas en digital, en torno a 300 volúmenes, que es la única forma de dar continuidad a un proyecto que cuenta con un capital muy modesto para su realización. Por tanto, los números mostraban desde un principio que el beneficio económico nunca sería el motor de nuestra idea. Junto a esa precariedad constante y la ausencia de beneficios económicos, contamos con una amplia gama de beneficios de otra índole: libertad total para elegir los textos, sin planteamientos del tipo «¿Funcionará?»; carencia de urgencias catalográficas, lo que nos permite cuidar al máximo las ediciones y respetar a los profesionales que colaboran con nosotros (traductores, maquetadores, etc.), sin imponerles plazos draconianos, a veces ni siquiera plazos; conocimiento de y cooperación con personas afines que también ignoran el esquema de pérdidas y beneficios; transmutación de la ganga del dinero salarial, empresarial a fin de cuentas, en conocimiento compartible; y un largo etcétera de aspectos enriquecedores que seguramente perderíamos si viviéramos de nuestra actividad editora.

El problema palestino es un problema de raíz nazi e imperialista ¿qué aporta una editorial como Bósforo Libros a la lucha por el derecho a la existencia del pueblo palestino, un pueblo pequeñito pero que llama al mundo con su defensa valerosa ante la tiranía de la potencia atómica criminal que es Israel?

Por «raíz nazi» no sé si te refieres a la convergencia ideológica del sionismo con el nazismo y a su común acuerdo para vaciar Alemania de judíos, que tan brillantemente analiza Lenni Brenner en el libro que acabamos de publicar, «Sionismo y fascismo. El sionismo en la época de los dictadores», o bien aludes a los efectos que tuvo el Holocausto en la constitución de un Estado sionista en Palestina. No hay que olvidar que el Holocausto no es la raíz, sino un catalizador de un proceso que había comenzado en Palestina décadas atrás, con el despojamiento paulatino del campesinado autóctono en beneficio de un grupo de colonos europeos recién llegados y con una agenda política muy clara. Por otra parte, tu insistencia en la entradilla de esta entrevista en el término ‘sionismo’ resulta fundamental. El principal foco de nuestro proyecto editorial es analizar en profundidad el significado de ese concepto y todas sus implicaciones, pasadas y actuales, para el pueblo palestino y para los propios israelíes. Cuando uno está en Israel, la palabra ‘sionismo’ no deja de escucharse, está presente en cualquier análisis político e histórico que tenga que ver con el país. Los lectores pueden abrir las ediciones online en inglés de Haaretz, Yedioth Ahronoth o el Jerusalem Post, y lo comprobarán por sí mismos. Al mismo tiempo, los invito a que intenten recordar cuándo fue la última vez que escucharon o leyeron el término ‘sionismo’ en los medios masivos españoles; seguramente el esfuerzo será estéril. En ciertos medios, de hecho, y al igual que ocurre en Estados Unidos, la insumisión palestina se trata como un fenómeno ahistórico, básicamente religioso y yihadista, una erupción fundamentalista de la peor especie que, si no se frena, acabará por implantar un califato universal y un muecín en la Almudena. Bien, esta visión confesionalizada delirante, afectada de cuarenta grados -y subiendo- de ignorancia, apenas tiene cabida en Israel. Y es lógico. Allí es donde mejor saben que la consumación histórica de su proyecto político cuenta con un destacado y casi único actor principal: el sionismo. Ellos lo defienden y nosotros, desde Bósforo, intentamos combatirlo, pero ni ellos ni nosotros cuestionamos su centralidad en el curso de los acontecimientos regionales, como tampoco ningún historiador del conflicto que se precie, ya sea sionista, antisionista o asionista. El fundamentalismo religioso judío prosionista está cobrando últimamente una fuerza que, de mantenerse esa tendencia, podría convertirlo en un temible agente de futuro, pero a día de hoy el sionismo clásico de corte laicista sigue siendo, como antaño, el primer factor explicativo para entender la calamidad que se abate sobre el pueblo palestino desde hace ya más de un siglo.

La ubicuidad en Israel del concepto ‘sionismo’ es consecuente con la propia naturaleza del Estado israelí y sus orígenes y desarrollo. El sionismo, es decir, la idea de que es conveniente y necesario crear un Estado con una mayoría judía y leyes y prácticas políticas que consoliden esa mayoría y neutralicen todo lo que consideren amenazas a la misma, ese artefacto ideológico llamado sionismo, digo, opera como ideología de Estado en Israel, y es esta ideología la que explica por sí sola la aparición y consolidación del asentamiento colonial de judíos europeos que dio inicio, como te apuntaba antes, al expolio y desplazamiento de la población árabe nativa de la región a finales del siglo XIX. El sionismo es un movimiento político concreto fundado por hombres concretos, que celebra congresos mundiales concretos en fechas y lugares concretos y que cuenta con organizaciones y figuras carismáticas concretas que se llaman a sí mismas sionistas. Lo digo porque aquí no hablamos de difusas generalidades como «los judíos» o de constructos inverosímiles como «la ideología judía», como hacen de manera temeraria Gilad Atzmon y otros. Para Atzmon, el conflicto en Palestina no se explica por la «ideología sionista», sino por una «ideología judía» que enlazaría los tiempos de Moisés con el asalto al Navi Marmara. Para la Hasbará, las posiciones de este autor son un regalo caído del cielo: una de las voces más atendidas del antisionismo actual deslizándose por semejante pendiente legamosa. Uno de los últimos textos de Atzmon en Rebelión, «La crucifixión de la bondad», participa de un modelo antisemita de corte clásico. No salgo de mi asombro cuando lo releo. En este y en otros textos, su discurso sobre la presunta «ideología judía» no sólo es puro pensamiento mágico y en gran medida indecente, sino que está tan desenfocado que sirve de cereal para los molinos de la propaganda sionista, ya que apunta en su misma dirección, que consiste en equiparar a toda costa a los judíos con los sionistas para poder alegar de inmediato que cualquier discurso antisionista es sinónimo de antijudío. En contraste, el sionismo no es una vaguedad exegética posmoderna, sino una realidad concreta y un esfuerzo político de implantación colonial de raíz nacionalista europea. Si no tenemos claro esto, se incurrirá fácilmente en el culturalismo barato, en un antisemitismo residual o en la confesionalización forzada de un conflicto que no es confesional, sino político-colonial, insisto, un conflicto sobre el desposeimiento progresivo y la expulsión o arrumbamiento de población autóctona en beneficio de un grupo de pioneros europeos que, a día de hoy, continúa siendo el grupo dominante en el Estado de Israel. Cuando en los años cincuenta los sionistas israelíes de origen europeo metían a los judíos árabes llegados de Iraq en campos de tránsito y los fumigaban con DDT (a las personas, no a los campos), era otra forma de declarar las irrenunciables bases ideológicas del proyecto político sionista.

Vuelvo a tu pregunta y termino: lo que a Bósforo le gustaría aportar son herramientas de análisis contra la confusión interpretativa que pesa sobre el conflicto (uso el término ‘conflicto’ por cuestión de operatividad, pero asumo que no es el más apropiado). La exposición del sionismo en tanto actor dominante, el conocimiento de sus principios ideológicos, de su raíz histórica y de sus prácticas contra la población árabe de la región -no sólo palestina- resultan determinantes para entender con propiedad de qué estamos hablando cuando hablamos del «conflicto árabe-israelí», «palestino-israelí», «árabe-sionista» o «sionista-palestino». Cuanto más sepamos sobre sionismo, esa arma de destrucción masiva que parece no existir para los medios hegemónicos, más legitimados estaremos en la lucha contra sus prácticas vergonzantes. Hay otros dos conceptos claves sobre los que pretendemos abundar en Bósforo, pero no me extenderé porque están mucho más claros, al menos para los activistas por Palestina, y sobre todo para los propios palestinos que sufren sus consecuencias y no precisan de elaborados marcos teóricos para sentirlas: me refiero a la limpieza étnica y al apartheid, el pan de cada día para los palestinos de Hebrón, de Sheikh Jarrah, del valle del Jordán y del resto de territorios ocupados. Son dos piezas definitorias de las dimensiones de la lucha que tenemos por delante, y les daremos con nuestros textos toda la visibilidad de la que seamos capaces. De momento, para principios del año próximo está previsto que publiquemos «El apartheid israelí: Una guía introductoria», el breve y magnífico libro de Ben White sobre el infierno en la tierra que enfrentan cada día los palestinos de Cisjordania. Nuestra aportación sólo puede ser pequeña, conforme a la dinámica interna del proyecto que te comentaba antes, pero vamos a intentar que sea constante y de calidad, por si alguien quisiera seguirnos y también adelantarnos en la ruta que proponemos.

Por último, como resumen y también como vacuna contra los discursos al estilo Atzmon, permíteme citar a mi autor predilecto en Bósforo, José Durán Velasco, responsable de uno de los libros más lúcidos que he leído sobre el tema: «Des-sionización o barbarie», ésa es la disyuntiva, según él, y lo suscribo plenamente.

Vittorio Arrigoni, autor de «Gaza. Seguimos siendo humanos» vive en Gaza, ¿quién es Vittorio Arrigoni?, ¿son así vuestros autores?

La mayoría son profesores universitarios en extremo críticos con el sionismo y en extremo rigurosos en sus reflexiones. No creo que tengan muchos más puntos en común. Algunos son judíos y otros no, pero esa es una cuestión irrelevante. Lo importante es la calidad de sus reflexiones y de su trabajo historiográfico en el ámbito que nos ocupa. Personalmente, aprecio mucho el caso de Ilan Pappé, que tuvo que exiliarse de Israel ante las continuas amenazas de muerte que recibía y la creciente fricción con el establishment académico israelí y la atmósfera de encono dirigida contra él y su familia. El caso de Vittorio es diferente. No tiene cátedra ni despacho, ni falta que le hace. De Vittorio lo ignoro casi todo. Sé que ha pasado mucho tiempo en Gaza y que ahora sigue por allí. Sé que se jugó la vida quedándose a recibir Plomo Fundido a bordo de ambulancias palestinas y sé que encarna un modelo humano en regresión, casi olvidado, de cronistas que escriben desde el fondo de la fosa y que encienden la palabra contra aquellos que reclaman el papel de víctimas desde su estrado de verdugos. Los que han visto el documental de Alberto Arce, «To Shoot an Elephant», han visto a Vittorio: el hombre de pipa y gorra que deambula por la zona cero cegado de dolor, o quizá en parte iluminado, no lo sé. Yo no pude comunicarme directamente con Vittorio para la edición del libro, sólo a través de un amigo suyo que ejerció de intermediario. Para el otoño, nuestra idea y la de Paz con Dignidad, coeditora del libro, es traer a Vittorio a España para que nos ofrezca, como diría él, otro «banquete indigesto» sobre la realidad y las pesadillas de Gaza. Si conseguimos financiación y él puede salir a tiempo y tomar un avión en El Cairo, lo tendremos por aquí en octubre. Y habrá que escucharle.

Esperamos los libros de Bósforo. Muchas gracias por tus palabras para rebelion.org

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas de la Memoria Histórica. Posfacios», editado por Fundación Domingo Malagón y Asociación Foro por la Memoria. (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es) (foroporlamemoria.org)