El intento de copamiento del principal nido de resistencia de la guerrilla chiíta en la frontera libanesa terminó con un tendal de soldados muertos y con tanques y blindados incendiados. El ataque al puesto de la ONU no parece casual. Siguen los bombardeos.
¿Es posible -es concebible- que Israel esté perdiendo su guerra en el Líbano? Desde este pueblo en el sur del país, veo las nubes marrones y negras de humo del último ataque en la ciudad de Bint Jbeil: hasta 14 soldados israelíes muertos y otros rodeados, después de una devastadora emboscada de la guerrilla de Hezbolá en lo que se suponía que era un exitoso avance israelí contra un «centro terrorista».
El humo se ve también a mi izquierda, sobre la ciudad de Khiam, donde un puesto de observación aplastado queda como el único recordatorio de los cuatro soldados de la ONU -la mayoría de ellos decapitados el martes por un misil fabricado en Estados Unidos- muertos por la fuerza aérea israelí. Soldados indios del ejército de la ONU en el sur del Líbano, visiblemente conmovidos por el horror de traer a sus camaradas canadienses, fijianos, chinos y austríacos de vuelta en por lo menos 20 pedazos, desde el puesto de la ONU, al lado de la prisión de Khian, dejaron sus restos en el hospital de Marjayoun ayer a la mañana.
En años anteriores pasé horas con sus camaradas en este puesto de la ONU que está claramente marcado con pintura blanca y azul, con la bandera celeste de la ONU frente a la frontera israelí. Su deber era reportar todo lo que vieran: el cruel fuego de misiles de Hezbolá desde Khian y la brutal respuesta israelí contra los civiles del Líbano. ¿Era por esto que debían morir, después de haber sido blanco de los israelíes durante ocho horas, mientras sus oficiales le rogaban a la Fuerza de Defensa israelí que cesara el fuego? Un helicóptero israelí hecho en Estados Unidos se ocupó de eso.
Mientras tanto, en Bint Jbeil, otro baño de sangre tenía lugar. Declarando que «controlaban» esta ciudad libanesa del sur, los israelíes eligieron meterse en una trampa de Hezbolá. Cuando llegaron al mercado desierto, fueron emboscados por tres lados, y sus soldados cayeron al suelo bajo el fuego sostenido. El resto de las tropas israelíes -rodeadas por los «terroristas» a los que supuestamente debían liquidar- pidieron ayuda desesperadamente, pero cuando un tanque israelí Merkava y otros vehículos se acercaron para ayudarlos, también fueron atacados e incendiados.
Diecisiete soldados israelíes murieron hasta ahora en esta operación desastrosa. Durante su ocupación del Líbano en 1983 más de 50 soldados israelíes murieron en un solo ataque suicida. A esta altura de la guerra, aniquilar a Hezbolá parece una meta ya olvidada. Los soldados israelíes intentan matar a Hasán Nasralá, líder de Hezbolá. Sin acabar con su vida, difícilmente podrán cantar victoria. En Kiryat Shmona y en Metula, en el extremo norte del Estado hebreo, a pocos kilómetros del campo de batalla, la artillería se empleaba a fondo. Dispararon cientos de proyectiles sobre el sur de Líbano, prácticamente desierto de civiles. Y la aviación también atacó la sede central en Beirut de Amal, el partido chiíta cuyo líder, Nabih Berri, a su vez presidente del Parlamento libanés, se entrevistó con la secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, el lunes. Todo apunta, a tenor del fracaso de los diplomáticos, a que la situación va a empantanarse. Así lo afirmó un general israelí: «La ofensiva durará varias semanas».
Pero Israel es el que se está quedando sin tiempo en el sur del Líbano. Por quinta vez en treinta años sus ataques lo han colocado en el banquillo de los acusados por crímenes de guerra en el Líbano. El número de muertes civiles ya llegó a 400. Y todavía Estados Unidos no quiere intervenir para evitar la masacre, ni aun para pedir un cese de fuego de 24 horas para permitir que los 3000 civiles todavía atrapados entre Qlaya y Bint Jbeil, que incluyen a un número de habitantes con doble nacionalidad (dos canadienses entre ellos) puedan huir.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.