Hasta ahora se pensaba que habían sido muchas menos, pero el catedrático de Periodismo Bernardo Díaz Nosty, que publicará el hallazgo en un libro, ha documentado que pasaron 183 reporteras por el país, cuyos relatos se caracterizaron por mostrar los efectos de la guerra en la población
Apenas un puñado, no más de ocho o diez. Son las periodistas extranjeras que hasta ahora se pensaba que se habían trasladado a España para contarle al mundo lo que ocurrió tras la sublevación militar de 1936. Aunque es conocido que la Guerra Civil fue narrada en periódicos y radios de gran tirada en la época, son los nombres masculinos los que más han trascendido. Sin embargo, las reporteras fueron al menos 183. Es la cifra que ha logrado documentar el catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga Bernardo Díaz Nosty, cuya investigación se hará libro en los próximos meses con la editorial Renacimiento.
“Es sorprendente, primero porque existe la idea dominante de que la profesión era prácticamente solo masculina y no era así. Había bastantes mujeres periodistas en aquella época. Y después porque 200 reporteras son muchas, hay que tener en cuenta que se desplazaron a un país en guerra”, cuenta el investigador sobre la importancia de su hallazgo. Díaz Nosty recuerda que la guerra española está considerada como la más mediática de la historia hasta ese momento, pero la indagación sobre las periodistas extranjeras que la cubrieron “ha sido incompleta”.
Las autoras identificadas tienen una veintena de nacionalidades diferentes, destacando las británicas, que llegan a ser 40, las estadounidenses (35) o las procedentes de Francia o Alemania, de donde llegaron 24 y 13 periodistas respectivamente. Las argentinas, australianas, italianas y rusas también constituyeron grupos numerosos, alcanzando las siete reporteras por cada uno de esos países. Muchas escribieron en cabeceras importantes a nivel internacional y de gran tirada, otras en publicaciones editadas por partidos u organizaciones políticas.
Algunas de ellas ya narraron desde los primeros momentos de la contienda porque en julio de 1936 se encontraban en Barcelona al producirse el golpe militar. Estaban cubriendo la llamada Olimpiada Popular, un evento deportivo que pretendía ser una alternativa organizada por la izquierda a los Juegos Olímpicos de la Alemania de Hitler. Fue el caso de Muriel Rukeyser, que escribía para la revista londinense Life and Letters To-Day, y el de la británica Jose Shercliff, del Daily Herald. También estaba en España Anita Brenner, que trabajaba para el semanario neoyorkino The Nation. Otras tantas aterrizaron poco después, entre ellas, la conocida fotoperiodista Gerda Taro.
El por qué solo ha trascendido un pequeño puñado no sorprende demasiado a Díaz Nosty, que ya en 2020 publicó Voces de mujeres: periodistas españolas del siglo XX nacidas antes del final de la Guerra Civil: “En general, hay una parte de la historiografía que se base en crónicas de periodistas, de los grandes reporteros del New York Times o The Times, cuando muchas de las mujeres también estaban en periódicos de primera línea. Por lo que sea, una crónica de Hemingway, siendo mucho peor que una de Marta Gellhorn, que además era su mujer, adquiere un encaje historiográfico diferente”, ejemplifica el también doctor en Ciencias Políticas.
Un relato distinto
Pero más allá de la cifra de periodistas revelada por el catedrático, su investigación, que le ha llevado tres años, concluye también que hubo lo que llama “una lectura femenina de la guerra” y que sus crónicas y reportajes se diferenciaron en contenido de los de sus compañeros hombres. “La narrativa masculina estuvo más dominada por el relato político y bélico, pero no tanto sus efectos, algo a lo que prestaron más atención ellas. No solo se fijaban en lo que pasaba en el campo de batalla, sino que vieron que era una guerra total que impactó en los más vulnerables”, explica Díaz Nosty.
Martha Gellhorn visitó el hotel Palace de Madrid, cuyo lujo había dejado paso a los heridos al convertirse en el primer hospital militar de Madrid. “Las estanterías estilo Imperio, donde antes había libros aburridos para los huéspedes, se usan para los vendajes, las agujas hipodérmicas y los instrumentos quirúrgicos”, relató la periodista. En 1937 Frida Stewart emitió desde Unión Radio los bombardeos sobre la capital intentando suscitar empatía. “Me pregunto cómo se sentirían los londinenses si vieran Piccadilly en el estado de la Puerta del Sol […] y que los cines y teatros del centro oeste de Londres fueran aplastados por metralla”.
Muchas se fijaron también en lo que estaba ocurriendo con los niños y niñas. Así se refería a un centro educativo madrileño la británica Ellen Wilkinson: “Todos son hijos de la clase trabajadora, listos como rayos, pero muy flacos. Cada día, debían llegar a la escuela bajo los proyectiles o las balas perdidas. La escuela estaba a solo 2,5 millas de las actuales trincheras. Cayeron las bombas sobre la escuela, destrozándolo todo, haciendo volar en pedazos a los profesores y a los niños. Así es como los fascistas llevan la civilización a un país”.
El trabajo del investigador, que se titulará Periodistas extranjeras en la Guerra Civil, incorpora múltiples ejemplos de cómo las reporteras se fijaron en los efectos de los bombardeos franquistas sobre la población civil, el tránsito de los desplazados, los problemas de abastecimientos o la atención sanitaria de los heridos. Sus narraciones “mostraron las tensiones de la vida civil en las ciudades” y en general, pusieron de relieve que la crisis humanitaria no solo sucedía en los frentes ni la guerra en los cuarteles o las dependencias políticas. “El horror y la muerte estaban también en las calles de las ciudades”, de las que mostraron también la vida cotidiana en los mercados, el ocio o la diversión.
Casi todas, en zona republicana
La inmensa mayoría de las periodistas desplazadas estaban en zona republicana. En concreto, el 91% de las 183 autoras identificadas viajaron a la zona gubernamental “más permeable a la actividad periodística que la de los sublevados”, asegura el catedrático. “Fueron antifascistas en su mayoría y progresistas. Muchas denunciaban la posición política de no intervención de los Gobiernos de Reino Unido, Francia o Estados Unidos”. No hay que olvidar que “la mayoría trabajaban para periódicos de izquierda o centroizquierda” e incluso llegaron a manifestarse contra costumbres que les disgustaban y que habían visto en el lado republicano, como los toros.
De la veintena restantes, unas 13 estuvieron solo en la zona franquista y llegaron a identificarse con su causa, y otro pequeño grupo se movió entre ambas. Fue el caso de Eleanor Packard, de la United Press, que llegó a entrevistar en Bilbao al general Mola, arquitecto del levantamiento militar de 1936. La francesa Clara Candiani indagó “en aspectos críticos de los republicanos”, pero tras entrar en la zona franquista llegó a escribir sobre ella: “El Estado cristiano que dice ser la España rebelde, falsea con trágico cinismo criminal la realidad de la España republicana, y los que han sido fieles a la legalidad son presentados, sin excepción, como unos monstruos de sádicos instintos”.
Entre las claramente afines al franquismo estuvo también la corresponsal de The Irish Independet Gertrude Gaffney, que llegó a calificar de “necesaria” la dictadura que vendría después. La sueca Anna Elgström fue una de las pocas en entrevistar a Carmen Polo y la estadounidense Virginia Cowles se trasladó en 1937 a Salamanca, donde llegó a entrevistar a Franco y afirmó después: “El insulto al enemigo, incluso por parte de los oficiales responsables, era tan extremo que parecía una enfermedad mental”. Relevante fue también el papel de Dora Lennard, corresponsal de Reuters, que se convirtió en la profesora de inglés del dictador.