Hace unos días, en un puesto de libros de segunda mano en la Rue Monsieur le Prince de París, encontré el segundo tomo de los diarios de Victor Klemperer. Compré el primer tomo -en el que hace un recuento de su implacable y aterradora degradación como judío alemán durante los primeros ocho años del gobierno […]
Hace unos días, en un puesto de libros de segunda mano en la Rue Monsieur le Prince de París, encontré el segundo tomo de los diarios de Victor Klemperer. Compré el primer tomo -en el que hace un recuento de su implacable y aterradora degradación como judío alemán durante los primeros ocho años del gobierno de Hitler entre 1933 y 1942- en Pakistán, justo antes de que Estados Unidos bombardeara Afganistán en 2001.
Fue una extraña experiencia; yo bebía té entre las reliquias del rajá, y entre rosas que luchaban por crecer en el jardín de un viejo cementerio militar británico, y leía los esfuerzos de Klemperer por sobrevivir en Dresden junto con su esposa Eva, cuando los nazis acorralaron a sus vecinos judíos. Pero lo más asombroso fue descubrir que el infinitamente heróico Klemperer, primo de un gran director de orquesta, mostró gran compasión hacia los árabes palestinos de los años 30, que temían perder su patria para que se creara un Estado judío.
«No puedo evitarlo», escribe Klemperer el 2 de noviembre de 1933, nueve meses después de que Hitler se convirtió en canciller de Alemania. «Simpatizo con los árabes que se rebelan (en Palestina), cuya tierra está siendo ‘comprada’. Eva dice que lo que sufren es un ‘destino de Indio Rojo'».
Aún más devastadora es la crítica que Klemperer hace del sionismo, y que no aminora ni siquiera cuando empieza el Holocausto de Hitler contra los judíos de Europa. En junio de 1934 escribe: «Para mí, los sionistas que quieren volver al Estado judío del año 70 D. C. son igual de ofensivos que los nazis. Con su olfato para la sangre y para sus antiguas ‘raíces culturales’; con sus intentos de darle marcha atrás al mundo, lo que es, por una parte, una postura poco sincera en cuanto a religión y moral, y por otra, es obtusa. De esta forma, los sionistas rivalizan en todo con los Nacional Socialistas…»
El recuento día a día de Klemperer del Holocausto, la crueldad de la Gestapo local de Dresden, el suicidio de los judíos a los que se les ordena sumarse a los transportes hacia el este, sus primeros conocimientos sobre Auschwitz -Klemperer se enteró de este, el más tristemente célebre de los campos de exterminio, desde marzo de 1942, si bien no tuvo conciencia de la magnitud de los asesinatos en masa que ahí ocurrían sino hasta los últimos meses de la guerra, son suficientes para llenarlo a uno de rabia contra cualquiera que niegue la realidad del genocidio judío.
Leo estos diarios de Klemperer mientras el tren RER me saca del aeropuerto Charles De Gaulle, a través de la arquitectura Art Deco de la estación de Drancy, donde los judíos franceses fueron arrestados por su propia fuerza policial antes de ser trasladados a Auschwitz. En ese momento, desearía que el presidente Ahmadinejad de Irán viajara conmigo.
Ahmadindejad tildó de «mito»el Holocausto judío, y de manera arrogante convocó a una conferencia -en Teherán, por supuesto- para encontrar la verdad sobre el genocidio de seis millones de judíos, lo cual es algo que cualquier historiador en su sano jucio considera una de las terribles realidades del siglo XX, al igual que el Holocausto de millón y medio de armenios en 1915.
La mejor respuesta a las tonterías infantiles de Ahmadinejad provino del ex presidente Jatami, de Irán, el único líder honorable de Medio Oriente en estos tiempos, y cuya negativa a respaldar la violencia de sus propios simpatizantes llevó, inevitable y tristemente, a la derrota de su «sociedad civil» a manos de sus opositores clericales, mucho menos escurpulosos. «La muerte de tan sólo un judío es un crimen», dijo Jatami. Así, con una sola frase Jatami logró destruir la mentira que su sucesor trataba de propagar.
Ciertamente, sus palabras simbolizan algo más importante: que la importancia y la crueldad del Holocausto no depende de la identidad judía de sus víctimas. La asombrosa perversidad del Holocausto radica en el hecho de que sus víctimas eran seres humanos, como usted y como yo.
¿Cómo, entonces, convencemos a los musulmanes de Medio Oriente de esta simple verdad? Pienso que la carta que envió el presidente del Comité Judío Iraní, Haroun Yashayie escribió a Ahmadinejad tiene parte de la respuesta: «El Holocausto no es más un mito que el genocidio que impuso Saddam Hussein en Halabja o la masacre que ejecutó Ariel Sharon contra los palestinos de campos de refugiados de Sabra y Chatila en Líbano», afirmó Yashayie, quien representa a los 25 mil judíos de Irán.
Nótese que aquí no hay el menor intento de hacer comparaciones numéricas. Seis millones de judíos asesinados es un crimen mucho mayor que el de miles de kurdos muertos por gas venenoso en Halabja, los mil 700 palestinos asesinados por los falangistas libaneses aliados de Israel en Sabra y Chatila en 1982. La carta de Yashayie busca un paralelismo diferente: el del dolor que la negación de la historia causa a los sobrevivientes.
He escuchado a israelíes que niegan el papel de su ejército en las masacres de Sabra y Chatila, pese a que una investigación oficial de Israel demostró que Ariel Sharon envió a los asesinos a los campamentos, y recuerdo que la CIA, inicialmente, dio instrucciones a sus embajadas a culpar a Irán de los ataques con gas en Halabja.
De hecho, es fácil encontrar ejemplos de una de las más despreciables mentiras jamás lanzadas contra los 750 mil palestinos que huyeron de su tierra en 1948: ésta consiste en afirmar que las estaciones de radio árabes difundieron la orden de que los palestinos salieran de sus casas hasta que los judíos se vieran obligados a «huir por mar», y que se les prometió que entonces podrían regresar a sus casas.
Investigadores académicos israelíes han probado que nunca se difundieron por radio órdenes semejantes y que los palestinos huyeron -víctimas de lo que hoy se considera una limpieza étnica- después de una serie de matanzas ejecutadas por las fuerzas israelíes, especialmente en el poblado de Deir Yassin, en las afueras de Jerusalén.
¿Qué cabe aprender del segundo tomo de los diarios de Klemperer? Justo después de que la Gestapo le informó que él y Eva serían trasladados al este para encontrar la muerte, la Real Fuerza Aérea británica arrasó Dresden, y en los ataques en los que decenas de miles de civiles murieron en febrero de 1945, se quemaron los archivos de la Gestapo. Todos los archivos sobre la existencia de los Klemperer se convirtieron en ceniza, al igual que los judíos que los precedieron en Auschwitz. La pareja se quitó los distintivos en forma de estrella que los identificaban como judíos y deambularon por Alemania como refugiados sin papeles hasta que encontraron la salvación tras la rendición de los nazis.
Antes de ser rescatados se apiadaron de tres desesperados soldados alemanes que se habían perdido en el bosque. Aún durante las peores dificultades, cuando esperaba que sonara el timbre de su hogar en Dresden anunciando que la Gestapo había llegado a confirmarle su destino fatal, Klemeperer logró escribir en su diario una frase que todo periodista e historiador debería aprenderse de memoria: «No existe un remedio contra la verdad».
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca