Hace unas semanas hablé con un viejo amigo, un antiguo defensor de la causa palestina que me ha enseñado mucho sobre el tema. Estaba tan taciturno por lo que está ocurriendo allí, la matanza, el hambre, la enfermedad y nuestra aparente impotencia para detenerlo todo, que tuve que responder con algunos pensamientos compensatorios. Porque yo siento lo mismo, y he tenido que aplicar cierto equilibrio simplemente para hacer frente a la situación.
Todo se reduce a esto. De la más lóbrega de las situaciones surge la luz. Antes del 7 de octubre la causa palestina estaba prácticamente muerta en todo el mundo. La normalización de las relaciones con Arabia Saudí y otros Estados del mundo islámico que se vislumbraba entonces habría puesto los últimos clavos en el ataúd. Podemos pensar lo que queramos sobre lo que hizo Hamás –y está documentado que muchas de las muertes de civiles se produjeron a manos del ejército israelí y que la mayoría, si no todas, de las atrocidades de las que oímos hablar son invenciones–, pero lo cierto es que la causa palestina está ahora en el primer plano de la conciencia mundial como nunca antes lo había estado. Las calles del mundo se han llenado de manifestantes en su apoyo. Los campamentos se han extendido por los campus universitarios. Poderosas figuras políticas están siendo interpeladas en sus apariciones públicas. Los líderes de los países islámicos, temerosos de sus enfurecidas poblaciones, se han visto obligados a dar marcha atrás en la normalización.
Lo ocurrido en Gaza desde el 7 de octubre ha expuesto la brutal realidad de la ocupación que lleva tiempo sufriendo el pueblo palestino. Incluso antes de ese 7 de octubre, en Cisjordania ya se había producido una cifra récord de palestinos asesinados en 2023, mientras los colonos, con el respaldo del gobierno de ultraderecha israelí, se dedicaban a la destrucción y el robo de tierras. La mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar más sagrado del Islam, era invadida periódicamente por colonos que pretendían demolerla para construir un nuevo templo. El mundo ignoraba todo esto. Ahora no puede. Es evidente que Hamás hizo este cálculo, sabiendo por las pasadas acciones israelíes exactamente lo que ocurriría y el terrible precio que pagaría su pueblo. Al no vivir en las condiciones que ellos viven, no estoy en posición de juzgarlos. Sólo sé que ahora hablamos de Palestina y que la mayoría de nosotros no lo hacíamos antes. Cuando expresé todo esto a mi amigo, me dijo que le había ayudado.
¿Pero es suficiente con poner el foco sobre Gaza? ¿Ha servido para detener las matanzas? ¿Ha reabierto las fronteras a los alimentos y otros suministros necesarios? ¿Ha cambiado la política israelí? No. Todavía no. Hay fuerzas poderosas en juego, tanto en Israel como en Estados Unidos. Me entristece lo que veo en la cultura israelí, cómo la deshumanización del otro y el racismo contra otro pueblo semita han penetrado tan profundamente y han provocado un apoyo tan generalizado a la destrucción de Gaza. Está tan en desacuerdo con las tradiciones del judaísmo que han colocado a los judíos en la vanguardia de tantas luchas por la justicia, incluida la oposición al genocidio de Gaza. La tergiversación de la cultura israelí tiene sus raíces en la formación del Estado y en la naturaleza del desplazamiento en un proyecto colonial de colonos. Aun así, parece que se podría haber encontrado algún camino más moderado, algún tipo de modus vivendi que hubiera permitido a los pueblos convivir en relativa paz.
Pero en última instancia, y esto lo afirman disidentes judíos israelíes como Gideon Levy, sólo la presión del exterior va a obligar a Israel a cambiar. Y eso significa la presión de la nación cuyo apoyo es vital para la continuidad de Israel, Estados Unidos. Los territorios ocupados han sido tan fragmentados por los asentamientos, que la única solución aparente es la de un solo Estado en el que todos tengan los mismos derechos «desde el río hasta el mar». Si esto parece poco realista en las circunstancias actuales, hay que preguntarse si la continuación de la trayectoria actual es más realista. El mantenimiento del statu quo tendrá con toda seguridad como resultado el continuo deterioro del propio Israel, que ya sufre el éxodo de la población y el declive económico. Negar a los palestinos sus derechos convierte también a los judíos de Israel en prisioneros de la situación.
Como EE.UU. desempeña un papel tan vital en el mantenimiento de la situación, es absolutamente crucial realizar todos los esfuerzos en ese país para que se haga la luz, para poner el foco en Palestina. Cambiar la posición de Estados Unidos es la única manera de forzar una solución. Pero, como en tantas otras situaciones, nos topamos con el poder del lobby israelí y el apoyo profundamente arraigado al sionismo en las altas esferas. Sin la oposición organizada al genocidio de Gaza que hemos visto, nuestros políticos ni siquiera le habrían dedicado las escasas (e hipócritas) palabras que han dedicado a la cuestión. Pero está claro que hasta ahora no es suficiente. Al igual que mi amigo y muchas otras personas, lucho con los sentimientos de impotencia que me provocan un genocidio en curso y que pueden ser casi paralizantes. Y eso me lleva a la reflexión básica de qué podemos hacer cuando las fuerzas poderosas parecen tener el control de la situación. Nuestro poder en esta situación es dar testimonio, hacer brillar la luz, decir la verdad en la medida en que podamos discernirla.
No podemos saber si al final será suficiente. Pero a veces eso es todo lo que puedes hacer, y lo que debemos hacer para mantener nuestra integridad como seres humanos. Si hay alguna forma de salir de esta oscuridad, es hacer brillar la luz.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2024/06/20/shining-the-light-on-gaza/
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