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Una navegación complicada

Fuentes: La Estrella Digital

Ante el resonante tropezón de El País, el viernes pasado, informando de una inexistente llamada telefónica del Rey al presidente del Partido Popular, los que seguimos con atención la evolución de la situación política, tras el alto el fuego anunciado por ETA, debemos saber que los medios de comunicación se encuentran estos días (¿y cuándo […]

Ante el resonante tropezón de El País, el viernes pasado, informando de una inexistente llamada telefónica del Rey al presidente del Partido Popular, los que seguimos con atención la evolución de la situación política, tras el alto el fuego anunciado por ETA, debemos saber que los medios de comunicación se encuentran estos días (¿y cuándo no?) en estado de permanente excitación y propensos, por tanto, a dar pábulo a cualquier bulo que llegue a sus redacciones con visos de verosimilitud. Que un diario acreditado cometiera tan burdo error debe alertarnos a todos los que expresamos públicamente opiniones sobre tan delicada cuestión.

Sin más que revisar por encima la actividad de casi todos los medios, se comprueba estos días que son muchos los españoles que desean opinar sobre lo que está ocurriendo. Deseo muy comprensible, que debería ser alentado para que los dirigentes políticos sientan de cerca el respirar de los gobernados. No es lo mismo juzgar los entresijos de una OPA, asunto que salvo a unos pocos expertos a los demás parece abstruso y lejano (aunque el resultado acabe repercutiendo en sus bolsillos), que opinar sobre el fin de algo -el terrorismo etarra- que ha venido siendo consustancial con la vida de muchos españoles; la mayor parte de los jóvenes de hoy no ha conocido otra situación. Es deber de los formadores de opinión iluminar los recovecos del nuevo espacio que ahora podría abrirse.

Si se llega a materializar la desaparición definitiva de ese terrorismo, habrá que asumir muchas variables nuevas para las que la sociedad española no parece estar del todo preparada. Del mismo modo que en Cataluña actúa libre y democráticamente una formación política que propugna la abolición de la monarquía y la independencia de su comunidad autónoma, habrá que aceptar, dentro del más puro estilo democrático, que surja en el País Vasco algún partido político que asuma fines igualmente contrarios a la actual Constitución española. Habrá que hacer honor a lo tantas veces proclamado: «sin violencia, cualquier opción política tiene derecho a expresarse». También en Euskal Herria.

Además, la sociedad, vasca y española, habrá de ir asumiendo otros conceptos hasta ahora poco imaginables y sobre los que será inevitable la polémica. En la dialéctica democrática es concebible que los que para unos son crueles terroristas, sean para otros luchadores por la libertad. Si esto es cierto en otros países, como repetidamente hemos comentado en pasadas ocasiones, carece de lógica negarlo en España. En todo caso, sería cuestión abierta a la discusión libre y razonada, sin pistolas, bombas ni amenazas por medio. La Historia confirma que antiguos terroristas llegaron a ser destacados dirigentes políticos, como ocurrió en Israel, sin ir más lejos.

También las víctimas de las acciones terroristas tienen derecho a ser escuchadas y atendidas. Como bien acaba de manifestar el alcalde donostiarra, la sociedad vasca no ha sabido estar a la altura de las circunstancias con quienes sufrieron los efectos de la barbarie etarra. En la vía hacia la paz, será indispensable corregir con creces esta dolorosa negligencia sin que esto implique que ningún sector de la sociedad española pueda tener derecho exclusivo de veto en el previsible proceso de pacificación.

Aparece, pues, complicada y borrosa la carta náutica donde figuran los escollos que ese proceso tendrá que sortear. Los ya citados son algunos de los primeros que vienen a la mente de cualquier observador. Pero hay muchos más. Algunos son tan peliagudos que pueden poner en peligro tan arriesgada navegación. Hay que desear que el piloto de la nave sepa gobernarla esquivándolos, como ha lo venido haciendo con serenidad hasta ahora, pese a la adversa campaña política que ha tenido que soportar con estoicismo, tanto desde la oposición como desde el interior de su propio partido.

Volviendo al ámbito opinativo en el que estas líneas toman forma, sabemos que unas opiniones crean otras y hay que distinguir entre el trigo y la paja. Es grave recurrir al miedo y asustar a los españoles con visiones catastróficas del futuro que nos espera. En estas páginas se ha podido leer que, ante la evolución de la situación, es probable que la sangre deje de correr pero, en contrapartida, «España irá perdiendo inexorablemente su perfil histórico».

Ante tal afirmación hay que preguntarse, lo primero, si es verdad que España tiene perfil histórico; y luego, qué cosa es el perfil histórico de un país. ¿Es algo rígido e inamovible al paso de los siglos? ¿Tendría que ser el actual perfil histórico de España el mismo que cuando no existía la Unión Europea?

Afirmaciones de ese estilo parecen mostrar voluntad de asustar al lector, mostrándole que «algo se pierde» (el perfil histórico, la unidad de la patria…). Pero la realidad es que siempre que se pierde algo se suele ganar otra cosa, porque se trata de un proceso habitual de evolución y transformación. El perfil histórico de España -si tal cosa existe en esta antigua nación, hecha de naciones- ha evolucionado tanto a lo largo de los siglos que hoy sería, de hecho, irreconocible para un español no ya de la Hispania romana, sino ni siquiera del Siglo de Oro. Un somero repaso de la Historia y de los documentos en que ésta se sustenta es más que suficiente para comprobar que no existe tal perfil y que la humanidad, en España y en cualquier otro lugar del mundo, está en permanente proceso de transformación y cambio.

Habrá que esforzarse por que el cambio que ahora afronta España se haga en términos de paz y racionalidad, y que todos los españoles sepamos que la conducta menos recomendable a seguir en estos momentos sería atenerse al racial y atrabiliario lema de «sostenella y no enmendalla».


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)