Hay personas «mayores» que se declaran fuera de época y tienen razón, pero en un sentido inesperado para ellas mismas, incluso inverso a lo que suponen. Han envejecido, en efecto, quienes ven sus ideales de juventud como horizontes de otra época, precisamente porque se han convencido de que son de otra época, porque fueron vencidos, […]
Hay personas «mayores» que se declaran fuera de época y tienen razón, pero en un sentido inesperado para ellas mismas, incluso inverso a lo que suponen. Han envejecido, en efecto, quienes ven sus ideales de juventud como horizontes de otra época, precisamente porque se han convencido de que son de otra época, porque fueron vencidos, y han llegado a la creencia paralizante de que son irrealizables. Nos volvemos viejos en la medida en que dejamos de soñar. Son viejos aquellos que hoy leen con extrañeza el letrero que alguna vez escribieron en las paredes: «seamos realistas, hagamos lo imposible», y musitan para sí: ¡qué locos estábamos!, mientras enumeran las «cosas buenas» del capitalismo. Sospechen de todo aquel que dice, «ya el mundo cambió, es otro». Lo digo porque hay seres envejecidos que defienden sus «nuevas» concepciones bajo el falso supuesto de que expresan el sentir de las nuevas generaciones. Y porque también hay jóvenes viejos que se refugian en un cinismo «salvador», y desoyen el más elemental de los versos de Benedetti: «no te salves».
Quiero hablar hoy del recién concluido Congreso de la Asociación Hermanos Saíz de Jóvenes Artistas y Escritores, a la que pertenecí en mis primeros años laborales (en realidad fui miembro de la Brigada Hermanos Saíz, su antecesora), allá por los años ochenta del siglo pasado, en Camagüey. Lo diré de forma clara: la sesión plenaria desbordó todas mis expectativas. Quiero escribir una palabra: eufórico. Salí de la sala eufórico. No hay comentarios en la prensa y en la blogosfera contrarrevolucionarias sobre esta vanguardia juvenil, que desbancó con cada intervención las esperanzas que quizás depositaron en su supuesto desapego a los ideales de la Revolución. ¿Sentido crítico? De sobra. Contra lo mal hecho, contra la indiferencia, contra el imperio del mercado y del dinero, contra el consumismo, dentro y fuera de Cuba. ¿Compromiso? De sobra. Con el modelo cultural revolucionario que se sustenta en la solidaridad, en el crecimiento espiritual, en la masividad.
Creo que ha surgido una nueva hornada de auténticos jóvenes. Lo que parecía ser la vanguardia juvenil hasta la semana pasada, empieza a ser rebasada. Y de cierta forma, sus maestros. Los nuevos actores tocan a la puerta, ¿seremos capaces de abrirla sin reservas? Durante el Congreso volaron muy alto: no se encerraron en el cuarto para criticar los descorchados de la pared, hablaron del edificio donde se encuentra el cuarto, del mundo donde está el edificio, y de los descorchados, por supuesto. Porque el hilo negro del mercantilismo, de la chabacanería, del pragmatismo, de la cultura del tener sobrepuesta a la del ser, pende de los dedos del gigante de las siete leguas, que nos quiere de vuelta como meros títeres de su teatro de vanidades. En el complejo entramado social cubano, la batalla decisiva se produce en el terreno de las subjetividades y del imaginario social. Hace algunos años escuché decir a Julio García Espinosa que se había quebrado la identidad, típica de los años sesenta, entre la vanguardia artística y la revolucionaria. En el Congreso de los jóvenes artistas y escritores aprecié la voluntad de juntarlas.
Los temas, felizmente, se concatenaron en las intervenciones del plenario: la necesidad de una estrategia totalizadora (arte, ideología, política, economía) -como la del neoliberalismo, había dicho Graziella Pogolotti el día anterior, pero en sentido contrario -, para que nuestro cimarronaje socialista pueda vencer los retos que el mercado impone; la defensa de la cultura comunitaria, la reconstrucción y la defensa del saber histórico y de la cultura marxista, la construcción de paradigmas del éxito que no se sustenten en lo meramente mercantil, la observancia activa del modelo televisivo cubano, la interacción permanente en los espacios universitarios, la transformación de los liderazgos juveniles cubanos -los deportivos, los artísticos, los políticos-, en imágenes y símbolos que puedan ser contrapuestos a las imágenes y a los símbolos que desvirtúan nuestro ideal socialista. «Ser joven -dijo uno-, no nos hace necesariamente creadores, talentosos, alternativos, nosotros somos parte del problema y también de la solución». Una muchacha, bella por lo que decía, y por sus ojos, claro, parafraseaba un verso de Juan Gelman, recreado por Galeano: no estamos obligados a ser contemporáneos de nuestros coetáneos, a veces nos acompañan hombres y mujeres de otros tiempos porque los del nuestro parecen ajenos. Y reclamaba: «trabajemos la sensibilidad, la capacidad de discernir, para no tener que buscar en otros siglos a nuestros contemporáneos».
Pocos días después del Congreso, asistí a un foro de debates organizado por la Asociación en sus predios del Pabellón Cuba. El tema esta vez fue «la vigencia del pensamiento de Ernesto Che Guevara en la Cuba de hoy». El joven Fernando Martínez Heredia lo advirtió de inmediato, para que las búsquedas no se extraviaran: no existe un pensamiento económico en el Che, sino un pensamiento revolucionario, integrador, en el que confluyen lo económico y lo político. Y mientras los asistentes discutían y coincidían en la necesidad de hacer más visibles sus ideas revolucionarias, pensé en el Congreso finalizado. ¿Está vigente el Che?, ¿lo está Fidel? La pregunta no puede reducirse a Cuba, a este pequeño espacio geográfico, aunque lo incluya; sus ideas, contradictorias y lúcidas, emergen en el mundo de hoy. ¿Son el Che y Fidel nuestros contemporáneos? Sin duda. Los invito a escuchar, a leer, a los artistas y escritores que asistieron al Congreso de la Asociación. ¡Pongámonos de pie y en fila los jóvenes de todas las edades y saludemos a esta nueva hornada de soñadores!
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/6091/una-nueva-vanguardia-artistica-toca-a-la-puerta