Para quienes lo habían planificado, el plan era perfecto. Primero se trataba de provocar fuerte a «los» musulmanes a fin de suscitar reacciones espectaculares de algunos de ellos. En segundo lugar, situar la provocación en el campo de los judíos, mezclando estereotipos, asociando términos como judío, política israelí y especulación inmobiliaria. Por último, con apoyo […]
Para quienes lo habían planificado, el plan era perfecto. Primero se trataba de provocar fuerte a «los» musulmanes a fin de suscitar reacciones espectaculares de algunos de ellos. En segundo lugar, situar la provocación en el campo de los judíos, mezclando estereotipos, asociando términos como judío, política israelí y especulación inmobiliaria. Por último, con apoyo de «pruebas», presentar el resultado de todo ello a los buenos cristianos: tanto la peligrosidad de los musulmanes como el carácter hipócrita de los judíos… y la necesidad de estar preparados para defenderse de un «mundo peligroso». Conclusión: en un contexto de enfrentamiento general, o que al menos lo parece, se practica la política del más fuerte para sacar provecho del juego.
Más o menos, este es el escenario al que estamos asistiendo desde hace semana y media, al menos en su primera fase. A principios de septiembre se publicó en Internet la traducción al árabe dialectal egipcio de un extracto de la película. El film tendría por título «La inocencia de los musulmanes» y habría sido producido en los Estados Unidos. Existe una versión de catorce minutos que se puede visualizar a través de Youtube. Por lo demás, nadie ha visto el resto de la película. Muchos observadores y observadoras piensan incluso que el film como tal no existe. Sólo existiría el extracto publicado en Internet y su objetivo único seria generar tensiones y provocar la reacción de las y los creyentes musulmanes.
Lo que se conoce de esta película se caracteriza, desde todo punto de vista, por ser una babosada con una calidad inferior a cero. En numerosas escenas, se presenta a Mahoma, profeta del Islam, como un personaje al límite de la demencia, homosexual y obseso sexual. Lejos de plantear ninguna crítica a la religión musulmana, la película (si se le puede calificar como tal) no es mas que una pura manifestación de odio. El rumor extendido a principios de setiembre en torno al autor de la misma afirmaba que «había sido producido por un realizador judío americano, promotor inmobiliario, llamado Sam Bacile» y «financiado (alrededor de cinco millones de dólares) por cien judíos». Esta información es totalmente falsa. Vista la «calidad» del material, puede que la producción de la denominada película en lugar de cinco millones haya costado cinco dólares.
En realidad, tras el seudónimo de Sam Bacile se esconde un americano de origen egipcio, cristiano-copto, de nombre Makoula Bassiley Makoula, condenado en varias ocasiones por delitos de fraude en California. Este personaje es próximo a Zakaria Botro, cura exiliado que pregona el separatismo copto (la creación de un territorio puramente cristiano en Egipto) y critica la religión rival, el islam, en base a criterios totalmente reaccionarios: su profeta fue homosexual (y «necrófilo»). Si bien es cierto que existe una discriminación y a veces se dan actos de violencia contra la minoría copta en Egipto, este discurso del odio es tan reaccionario como el proyecto separatista basado en la confesión religiosa.
Para la elaboración y distribución de esa dudosa «obra», el productor del seudo-film contó con el apoyo de la derecha evangélica norteamericana y, sobre todo, de un personaje llamado Steve Klein: un veterano de la guerra de Vietnam muy vinculado a los sectores de la derecha y, sobre todo, de la extrema derecha.
Una vez conocido el film en su versión árabe-egipcia, se desencadenaron reacciones, a veces bastante «radicales», tanto en Egipto como en el resto de la región árabe. Hubo manifestaciones y en determinado países, se organizaron ataques en toda regla contra las embajadas de determinados países occidentales (sobre todo Estados Unidos). Aunque pudieran parecer espontáneas, estas muestras de cólera eran, la mayoría de las veces, acciones de grupos políticos organizados. Aunque han sido centenares de millones de musulmanes en el mundo entero los que se han sentido agredidos por la odiosa estupidez de la pseudo-película «La inocencia de los musulmanes», estas manifestaciones no agrupaban mas que algunos miles de personas. En Túnez se manifestaron más o menos unos cientos; en el Cairo (una ciudad de 17 millones de habitantes) fueron 3.000. Así pues, no se puede hablar de un movimiento de masas espontáneo sino de la movilización del núcleo duro de un movimiento político. Cuantitativamente, la movilización más importante se dio en Sudán con 6.000 manifestantes y con ataques a las embajadas de Alemania y Gran Bretaña, y en el Sur de Asia, en Pakistán y en Bangladesh.
Las movilizaciones en los países «occidentales», de Paris hasta Sídney pasando por Amberes, fueron anecdóticas y el «miedo» suscitado según determinados medios de comunicación, por 250 manifestantes en Paris fue, sin duda, una exageración mediática.
¿Quién está tras estas movilizaciones?
En los países de habla árabe, el núcleo duro, militante, de estas movilizaciones pertenece en su mayoría al movimiento salafista, si dejamos aparte al movimiento talibán que predomina en Afganistán y Pakistán.
Esta sub-corriente neo fundamentalista del islam político, ahora que las principales formaciones islamistas (desde Enhada en Túnez a los Hermanos Musulmanes en Egipto) practican la «realpolitik» participando en los gobiernos, se considera «guardián del dogma» y es muy minoritaria en los países musulmanes.
En determinados casos, sobre todo en Túnez desde hace varios meses, los salafistas se caracterizan por agredir a los sectores sociales que no comparten sus puntos de vista en lo que respecta a las costumbres o en relación a quiénes son los adversarios políticos (del islam). Han atacado exposiciones de arte y, también, a quienes consumen cerveza u otras bebidas alcohólicas, a mujeres, a los enseñantes, a los «incrédulos»… La última agresión se dio el 3 de setiembre contra un hotel en la localidad de Sidi-Bouzik, «cuna» de la revolución tunecina. En esta ciudad, en la que «osaron» vender alcohol, varias decenas de salafistas atacaron los establecimientos, rompieron las botellas, y secuestraron y vejaron durante varias horas a una persona que desaprobó su actuación. Se han organizados grupos de autodefensa ciudadana contra estas agresiones. Otro atentado se registro el 16 de agosto, cuando los salafistas atacaron una concentraciones nacionalista árabe en Bizerte, en la que reprocharon a uno de los oradores (el libanés-palestino Samir Quntar) su posicionamiento a favor del régimen sirio.
Tras haber movilizado combatientes a Irak a partir de 2003, los salafistas actúan hoy en día contra el régimen sirio y apoyan a los yihadistas, presentes pero muy minoritarias en la revolución siria. En Egipto, por el momento, actúan de forma mucho más institucional ya que disponen de varios partidos legales y cuentan con decenas de diputados en el parlamento. Sin embargo, tratan de polarizar la sociedad y, en ocasiones, participan en acciones contra los coptos (entre los que se encuentran matones del viejo régimen). Los Hermanos Musulmanes condenan estas acciones contra los coptos. El 31 de agosto pasado, después de un concierto de heavy metal organizado en el barrio de Zamalek en El Cairo, los salafistas desencadenaron una campaña contra el pretendido peligro del «satanismo». En cuanto a los recientes ataques contra los consulados, a los salafistas se les han juntado jóvenes en paro frustrados por los efectos sociales de las políticas gubernamentales en Túnez y los «ultras» del club de futbol Zamal (que tienen muchas cuentas que saldar con la policía) en El Cairo. Pero el impulso político de estas movilizaciones provenía de los salafistas.
A pesar de ello, el partido de los Hermanos Musulmanes egipcios ha logrado «canalizar» las movilizaciones. Su llamamiento a movilizarse para denunciar el film y al mismo tiempo a mantenerse en el marco de la «legalidad» ha terminado por difuminar (en una movilización más amplia y legalista) a los militantes que buscaban desbordar políticamente a los Hermanos Musulmanes.
En lo que respecta al ataque contra el consulado estadounidense en Bengasi (Libia), parece que se trata de un ataque planificado militarmente con bastante tiempo de antelación. Aquí estamos ante un ataque de una milicia estructurada.
Para los salafistas esta ha sido la ocasión para situarse en el primer plano de la escena política y tratar de ocupar el lugar que hasta ahora ha sido ocupado por las grandes formaciones islamistas. Formaciones que están confrontadas a las contradicciones inherentes a su participación gubernamental. Los salafistas tratan de situarse en la «vanguardia» militante. Su discurso combina una radicalidad verbal en lo que respecta a la denuncia del Occidente imperialista (a falta de una idea clara sobre el imperialismo ya que, desde su punto de vista, el problema se reduce al «choque de culturas» y no tiene nada que ver con la realidad socio-económica) y la ausencia total de un proyecto social o económico más allá de un discurso moralizante y de denuncia de la «corrupción» (que se explica por el no respeto de la piedad por parte de los dictadores) y el sueño de la vuelta a la «edad de oro» del pasado.
Se trata de un punto de vista característico de los movimientos políticos islamistas que combinan rasgos reaccionarios con denuncias de la corrupción de Occidente o del régimen de turno. Esto tiene su explicación histórica en la deformación de las líneas del conflicto provocadas por la colonización. A veces el discurso de los marxistas o de los liberales es presentado por sus adversarios como «la ideología importada de los países dominantes», lo que explica la influencia de las ideas socialmente reaccionarias presentadas como «proyectos de resistencia» con una base culturalista.
El proyecto económico de los principales partidos islamistas es, fundamentalmente, liberal (en sus orígenes el islam era impulsado por los comerciantes): defiende la propiedad privada de la economía, si bien prometiendo mejorar el futuro de los «desheredados» a través de la caridad (un impuesto llamado «zakat», la organización de comidas populares o la actividad de las organizaciones religiosas), o mediante el «castigo de los corruptos». Los límites de este proyecto no tardarán en aparecer, dado que estos partidos (Enhada, Hermanos Musulmanes…) se verán integrados en el aparato del Estado. Es por ello que los salafistas tratan de hacerse con el movimiento «de protesta», mostrándose «rebeldes» ante el orden internacional.
Esto puede resultar beneficioso para países como Arabia Saudí o Qatar. Mientras que los miembros de sus respectivas familias reales viven «a lo occidental» e inmersas en el lujo, estas monarquías imponen una ideología de Estado a sus pueblos próxima a la visión ultra rigurosa del islam de los salafistas. Actualmente, los salafistas de distintos países, desde el norte de Malí a Egipto, reciben sumas importantes de dinero provenientes de Arabia Saudí y de Qatar, que también financian a los grupos minoritarios en el seno de la oposición armada de Siria, aunque en la resistencia al régimen sangriento también participen otras corrientes políticas, entre ellas la izquierda revolucionaria. Para las monarquías del golfo, se trata de vaciar las revoluciones árabes actuales de todo contenido social, democrático y emancipador y quebrar su fundamento anti-dictatorial. Para estos regímenes monárquicos sería muy cómodo que las fuerzas que hegemonizan las revueltas en lugar de combatir la opresión, optaran por la confrontación con los «infieles» (cristianos, judíos o, incluso, la minoría alauita a la que pertenece el régimen Sirio). Lo que también convendría a quienes en Occidente quieren defenderse de la pretendida «amenaza musulmana»…
Para nosotros está fuera de cuestión entrar en ese peligroso «juego». Hay que parar los pies a quienes lo impulsan; condenar tanto las provocaciones odiosas como su instrumentalización política con fines reaccionarios.
Nuestros retos en Francia
En lo que respecta a nuestras respuestas, es preciso desconfiar de criterios muy generales basados en principios abstractos. No compartimos una defensa abstracta, como la que existe en los Estados Unidos, de la «libertad de expresión» al margen de las circunstancias concretas. En Francia existen límites legales en torno a la libertad de expresión; algunos de ellos, razonables: prohibición de difundir contenidos pedófilos/pedopornográficos, castigo a la incitación al odio racial o al negacionismo (no se puede decir todo lo que se quiera en público). También están penalizadas la injuria y la difamación.
Pero también sería falso someter la libertad de expresión a una exigencia absoluta de «respeto» al pensamiento religioso en nombre del respeto debido a todas las culturas. Aceptar eso nos llevaría a reintroducir de hecho el delito de «blasfemia», basado en la «injuria a Dios», un delito suprimido en Francia durante la primera fase de la revolución francesa, 1791, por buenas razones. Aceptarlo permitirá criminalizar una película como «La vida de Brian» de Monty Python e incluso a quienes se burlen de las concepciones del cardenal Barbarin, que asimiló el matrimonio homosexual a la poligamia y al incesto (lo que resulta grotesco pero conforma una doctrina católica que buscaría situar estos tres elementos como «atentatorios contra el sacramento del matrimonio»). En estos dos casos, nuestro lugar debería situarse claramente a favor de la libertad de expresión.
Ocurriría lo mismo si, por ejemplo, gente que haya recibido una educación musulmana deseara criticar (incluso con dureza) el contenido de su pensamiento religioso. El límite entre lo que debe ser defendido (el derecho a «blasfemar») y denunciado (la incitación al odio directo o indirecto, así como cualquier intento de añadir leña al fuego de un conflicto confesional) tiene que determinarse en cada caso concreto.
En el caso que estamos tratando, está claro que el único objetivo perseguido por el «film» era echar gasolina al fuego y alimentar un odio destinado a retroalimentar otros odios.
Por ello, la decisión del periódico Charlie Hebdo de publicar el miércoles 19 de septiembre, por tercera vez (anteriormente en 2006 y 2011) caricaturas del profeta Mahoma resulta criticable, sin que ello justifique ninguna tipo de censura, porque resulta políticamente desastroso en el contexto en el que se da. La decisión de publicarlo se produce cuando los medios de la derecha y la extrema derecha de América del Norte se han dedicado a echar leña al fuego para intentar provocar reacciones violentas de algunos sectores musulmanes, herir a una parte importante de esa comunidad y alimentar una espiral peligrosa. Hubiera sido mejor no entrar en ese juego. Incluso desde una lógica anticlerical primaria, que parece ser la de Charlie Hebdo, el hecho de intervenir en este contexto, justo tras la provocación de los extremistas cristianos, no tiene mucho sentido y puede resultar políticamente peligrosa. Y no favorece en absoluto la crítica de las religiones porque la instrumentalización política de una visión religiosa fanática (sobre todo la de los salafistas) se alimenta con esas provocaciones. Además de no hacerla retroceder, se corre el riesgo de reforzarlas. Si bien es cierto que Charlie Hebdo critica también las provocaciones que llegan de los extremistas cristianos (califican la película de «gilipollas» y su redactor jefe la considera «facha» en las entrevistas concedidas a la prensa) su decisión de publicar esas caricaturas de Mahoma en este momento corre el riesgo de alimentar la bola de nieve.
Charlie Hebdo ya hizo algo similar en 2006 y en noviembre de 2011, publicando un número especial titulado Charia Hebdo. El objetivo era prevenir la «llegada de los islamistas al poder en Túnez y Libia» y la consiguiente «implantación de la Charia» en esos países. Esto alimentó ideas totalmente falsas: si en Libia la Charia islámica ya estaba bastante integrada en la legislación del antiguo régimen de Gadafi (lo que hasta el presente el nuevo poder no ha modificado), en Túnez la situación es diferente. Los islamistas de Enhada no se atrevieron (ni se atreven aún) a pronunciarse en torno a la introducción de la Charia en la legislación civil, al mismo tiempo que prometen conservar el estatus relativamente progresista (comparado a otros países de la región) de la mujer. Es cierto que lo hacen bajo la presión de la sociedad tunecina que, precisamente, no permite someter a las mujeres a una situación como que tienen en Sudán o Irán.
Así que, sin clamar contra la «blasfemia» (que no nos incumbe) ni exigir prohibiciones, tampoco nos situaremos del lado de quienes atizan, voluntaria o involuntariamente, las brasas de los conflictos sectarios o confesionales; o que no comparten nuestra visión de los retos políticos que existen en los países de la orilla sur del Mediterráneo. Lo que nos interesa es la solidaridad con las fuerzas democráticas, progresistas de esas sociedad. Nuestra visión de ellas no debe estar tamizada por la lógica del «choque de civilizaciones», ni por una «defensa abstracta de la libertad de expresión» que no tenga en cuenta los cálculos de los enemigos de esta solidaridad.
Fuente original: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article26393
Traducción VIENTO SUR