El antropólogo social Santiago Muíño desentraña cómo hacer llegar la conciencia ambiental a las clases más populares. Defiende una simbiosis entre el Green New Deal y el decrecimiento, priorizando, por el momento, el primero; y considera como una «pequeña buena noticia» que en la crisis del coronavirus se haya priorizado la vida por encima de la producción.
Santiago Muíño | EcoPolítica
La cuestión de cómo hacer llegar la conciencia sobre el cambio climático a las clases populares que sufren otro tipo de opresiones más directas e inmediatas sobrevuela en el movimiento ecologista. La única respuesta eficaz, de forma inevitable, debe pasar por el consenso de todos los actores interpelados, desde la ciudadanía hasta la política institucional. Emilio Santiago Muíño, antropólogo social e investigador y divulgador científico en materia ambiental, encuentra una explicación:
«Tiene que haber movimientos sociales, vanguardia del pensamiento crítico, para que comiencen con una sensibilización cultural distinta en la sociedad, lo que se ve reflejado en los discursos políticos. Una vez que hayan transformado lo suficiente el sentido común de la ciudadanía, con sus contradicciones y límites, la política pública deberá implementar sus propuestas, lo que redundará en que, de nuevo, los movimientos sociales trabajen sobre ellas y se consiga cierto avance. Al fin y al cabo, es cambiar el círculo vicioso para transformarlo en un círculo virtuoso».
La explosión de la conciencia climática a nivel mundial de los últimos años se puede entender bajo el paraguas de la convergencia de distintos factores. «El cambio climático ha dejado de ser un relato abstracto para empezar a ser una experiencia cotidiana concreta, además de que el poso científico que existe desde hace 40 años se ha ido consolidando de forma más radical. A todo ello se le suman hitos políticos como el Acuerdo de París o posicionamientos como el del Papa Francisco con su encíclica. Es la primera vez que podemos pensar en conseguir mayorías sociales alrededor de una agenda sobre transición ecológica y de lucha contra la emergencia climática», explica el investigador.
El sesgo juvenil de las últimas movilizaciones globales responde a la fractura generacional que también genera el neoliberalismo, recalca Muíño. Su principal argumento es infranqueable: «Somos la primera sociedad en la historia capaz de quitarle a sus hijos e hijas la comida de la boca». Según su punto de vista, «todas las sociedades han sido capaces de hacer enormes sacrificios por las generaciones venideras, y la nuestra, en una especie de perversidad antropológica que el neoliberalismo introduce, estamos haciendo todo lo contrario».
Políticas públicas antes que acciones individuales
El hecho de que la emergencia climática interpela a grandes sectores de la sociedad no es óbice para pensar que «la conciencia política nunca es la traducción de una realidad material que está dada, por lo que una tarea del ecologismo es superar ese atajo que hace pensar que ciertas condiciones materiales objetivas van a tener un reflejo directo en el posicionamiento político de una persona», en los términos del antropólogo. Al mismo tiempo, las soluciones al colapso ambiental también son dispares: «Hay modulaciones de corte liberal y otras vinculadas a la tradición socialista, pero nada está dado de antemano y se librará una lucha entre ellas. La derecha en España va con retraso respecto a otras derechas europeas, pero si son mínimamente inteligentes en cinco años podremos ver discursos fuertes y liberales sobre la transición ecológica que compitan en esa toma de conciencia hacia otro modelo de sociedad», aduce el propio Muíño.
Como en todo, la clase social a la que se pertenece también cuenta. Parafraseando al entrevistado, el querer llegar a la gente más humilde no se debería centrar en la responsabilidad de las mismas para tomar ciertas decisiones individuales, cayendo en un planteamiento neoliberal, sino en orientar políticas públicas para dotar a esas personas de herramientas a su alcance más útiles. Así lo explica él: «Si alguien depende de su coche para tener algo de vida, es decir, llegar a su trabajo en media hora en vez de las dos que tardaría en transporte público, apenas existe decisión personal posible; pero si creas una red de transporte público de calidad, podremos hacer que la transición ecológica sea más fácil para aquellos que más la necesitan y, también, los que más pueden resistirse a esos cambios si dejamos que la agenda esté marcada por los criterios del mercado«.
La transición ecológica y reforma fiscal
El Green New Deal, ese saco de medidas verdes que cada vez encuentra mayor consenso entre diferentes países, no puede darse sin una profunda reforma fiscal o una distribución de la riqueza que permita mutualizar los costes, tal y como defiende un Muíño que lo ejemplifica con el caso de Francia: «Macron bajó el impuesto a las grandes fortunas y subió el del diésel, un elemento seguramente vital para hacer que vidas, ya de por sí precarias, lo fueran un poco menos. El sentir de la población fue evidente y se materializó en los chalecos amarillos». Así pues, «parte de la respuesta política a la crisis va a venir dada por quien paga las facturas y las espaldas de qué parte de la ciudadanía se va a cargar con los esfuerzos, algo que tiene grandes sesgos y no afectará igual a unos que a otros», desarrolla el gallego.
Este antropólogo también participa en el Grupo de Investigación sobre Transiciones Socioecológicas, lo que añade valor a la opinión que tiene sobre cómo hacer llegar a la ciudadanía la envergadura de la crisis climática «Hay una especie de baile donde los movimientos sociales libran una batalla cultural, que van permutando poco a poco el sentido común; algo que aprovecha la política institucional para hacer cambios sustanciales pero que nunca serán tan ambiciosos que los propuestos desde los colectivos, pero que sí pueden ir variando las estructuras antropológicas profundas sobre las cuáles los movimientos siguen trabajando», arguye referenciando la importancia de los colectivos verdes para que la transición ecológica sea lo más justa posible. En otras palabras, que aunque las políticas públicas no recojan todas las demandas populares, las pocas que se implementan ni siquiera serían tales sin las presión de los movimientos sociales.
«Es un grave error que la izquierda piense que el viento de la historia está a su favor, sobre todo en una época en la que esto no está nada asegurado. Donald Trump, Presidente del estado imperial más poderoso del mundo, defiende el negacionismo climático, por lo que despreciar desde los movimientos sociales los pequeños logros que se consiguen sin tener en cuenta todo el tablero, quién está jugando y lo que podemos perder, creo que es una miopía que convendría corregir colectivamente», continúa diciendo Muíño.
Simbiosis entre Green New Deal y decrecimiento
Dadas las condiciones actuales, tilda como «menor» el debate entre Green New Deal y decrecionismo. En este sentido, su posición se podría condensar en un «Green New Deal ahora para que el decrecimiento algún día sea posible». Desde su óptica, esta implementación de medidas verdes a nivel gubernamental se encuentran en el punto óptimo en donde las reivindicaciones de los movimientos ecologistas se pueden llegar a plasmar en políticas públicas. Por el contrario, define el decrecimiento como «una idea moral, regulativa, muy inspiradora y que ocupa páginas preciosas en libros de teoría políticas pero que nadie sabe muy bien cómo aplicar en políticas concretas».
De esta forma, este fundador del colectivo de investigación y transformación social «Rompe el Círculo» de Móstoles defiende una simbiosis entre los dos postulados: «Puedo imaginar décadas y décadas de complementariedad entre ellos, sobre todo teniendo en cuenta que el negacionismo climático está a unos niveles que ninguna de estas dos fuerzas verdes que pugnan en una especie de lucha local se puede imaginar».
Esta aureola pesimista en los sectores más progresistas también encuentra explicación en las palabras de Muíño: «Parece que la izquierda está enamorada de la derrota, aunque es cierto que venimos de ver cómo el proyecto de civilización socialista fracasaba en el siglo XX. La izquierda se ha hecho fuerte en pequeños guetos, con los suyos, en una burbuja, y parece que cualquier cosa que nos permita romper con ella aunque sea para ganar un poco, nos genera una alergia automática. Es una suerte de psicoanálisis colectivo que la izquierda tendrían que hacer para tragar, superar y saber avanzar más allá de la derrota del siglo pasado».
«Habrá una lucha por los recursos»
La premisa imperante en el medio plazo se sitúa en el «matar o compartir». Tras ocupar un mundo ecológicamente saturado desde hace más de 40 años, «las alternativas son o matar para acaparar recursos para unos pocos u optar por compartirlos», narra Muíño. También añade que no se debería olvidar que «el neoliberalismo ha supuesto una especie de declaración de independencia para los sectores privilegiados, que se han desprendido de cualquier compromiso del pacto social».
Retomando la transversalidad del cambio climático y la escala de colectivos oprimidos por él, «hay unos grupos muy concretos que configuran el orden geopolítico que también beneficia indirectamente a las clases populares de los países ricos», comenta el experto Público. «Si no introducimos la noción paulatina del decrecimiento, con las limitaciones que la misma conlleva, es fácil que la situación desemboque en una lucha depredadora y terrible por los recursos naturales que aún quedan, lo que conllevará consecuencias sociales tremendas», continúa explicando Muíño.
El debate no deja de ser sobre la idea «profundamente revolucionaria» de igualdad humana, que lleva configurando gran parte de las disputas políticas desde hace siglos y, desde la óptica del investigador, en el siglo XXI librará su batalla final. Cuestionado sobre qué le gustaría que pasara y qué considera que pasará cuando se supere este siglo, Muíño defiende que se alcanzarán los retos ineludibles del cambio climático, con todo lo que ello conlleva, pero será con un coste enorme: «Creo que lo conseguiremos pero con un inmenso sufrimiento social que no sería necesario si hubiéramos sido capaces de organizar la sociedad de un modo más racional y más justo», desarrolla el propio entrevistado.
La vida por encima del mercado
La crisis sanitaria que azota el planeta Tierra también deja entrever algunos parámetros que aportan algo de esperanza al futuro. El hecho de que se haya priorizado, en gran medida, la vida sobre la economía en la pandemia del coronavirus debería ser leído como una «pequeña buena noticia». Si uno conoce las tendencias históricas sobre lo que el capitalismo es capaz de generar, que se cerraran los sectores productivos ha sido un indicador positivo ya que no estaba dado de antemano.
Trump y Johnson plantearon un experimento biopolítico social darwinista salvaje y no pudieron llevarlo a cabo», incide el divulgador gallego. Por otra parte, también apunta que «cuando el capitalismo, en su afán expansivo, pone contra las cuerdas ya no la emancipación social, sino las condiciones básicas para que la vida humana sea posible, qué menos que esperar de un ser humano, que no deja de ser un animal, un mínimo de instinto de superviviencia».
Así pues, el investigador concluye que «existe un pequeño foco de resistencia», pero que no irá más allá de eso si se corta la retroalimentación entre los movimientos sociales y las políticas públicas implementadas por parte de los diferentes gobiernos.
Fuente: https://www.publico.es/sociedad/santiago-muino-perversidad-antropologica-seamos.html