Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
Hace poco, un lunes, más de 200 judíos israelíes se juntaron en Bat Yam, un suburbio de Tel Aviv bajo la pancarta ‘¡Que Bat Yam siga siendo judío!’ Los manifestantes, en su mayoría religiosos y jóvenes, habían ido para protestar contra las relaciones románticas entre árabes y judíos, particularmente entre hombres árabes y mujeres judías.
No fui como periodista. Fui para para dar testimonio. También me había ofrecido a traducir para un colega palestino que no habla hebreo.
Nos quedamos a un lado. Los manifestantes, que nos confundieron con partidarios, nos pasaron octavillas que contenían propaganda descarada. Se las leí en alta voz a mi colega, aunque me daba vergüenza repetir las palabras que tenía en mis manos. «¡Los árabes están tomando el control de Bat Yam, compran y alquilan apartamentos de judíos, toman y arruinan a muchachas de Bat Yam! ¡Se han llevado a quince mil muchachas judías a las aldeas árabes! ¡Proteged nuestra ciudad, queremos un Bat Yam judío!» decían los panfletos.
El mitin tuvo lugar después de un edicto religioso que prohíbe que los judíos alquilen o vendan casas o tierras a los árabes. La proclamación fue firmada por 50 rabinos, muchos de ellos empleados del Estado, antes anunciarla públicamente hace varias semanas. Otros 250 se les han sumado desde entonces.
Más de mil rabinos han firmado una carta contra el edicto, calificándolo de «dolorosa distorsión de nuestra tradición» y una «profanación del nombre de Dios». Pero son rabinos de la diáspora. Y aunque Benjamín Netanyahu, primer ministro israelí, ha condenado la proclamación inicial, los rabinos que la firmaron siguen siendo empleados del Estado.
El mitin del lunes en Bat Yam fue sólo el primer momento de una semana que sugirió que el racismo manifiesto se propaga por Israel como un fuego incontrolable.
Además de los panfletos hubo cantos, gritos y discursos, que traduje para mi colega. Varias veces me detuve a la mitad de una frase. No podía creer lo que escuchaba. ¿Dijo verdaderamente ese sujeto que las mujeres judías que tienen citas con árabes deberían ser condenadas a muerte? ¿Dijo realmente ese rabino que el pueblo judío tiene «sangre sagrada»?
«Tenemos hechos»
Un grupo de muchachas adolescentes se nos acercó y pidieron que diésemos nuestros nombres para apoyar su «causa». Nos negamos. Cuando comprendieron que mi colega no habla hebreo, se dirigieron a mí.
– ¿Estás de acuerdo con lo que estamos haciendo aquí? -preguntó una. Como las otras, llevaba una camisa color burdeos que decía «¡Que Bat Yam siga siendo judío!»
-No, dije.
– ¿Por qué?
-Porque es racista.
La muchacha trató de explicar que no se trata de raza, sino de defensa, «Han herido a gente de mi familia en ataques terroristas, dijo, realmente tengo miedo. A veces hasta tengo miedo de caminar por la calle».
– ¿Sabes lo que me da miedo a mí?, dije, mostrando a la multitud, «Esto. Me recuerda lo que pasó en Europa antes del Holocausto. Esto es Alemania en los años treinta.
-No puedes compararlo, dijo, los árabes nos quieren matar.
– ¿Todos ellos? ¿De verdad? ¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado alguna vez con un árabe o un palestino?, pregunté.
-No, dijo.
– ¿Y tú?, pregunté a otra de las muchachas.
-No. Pero no necesitamos hacerlo. Tenemos hechos. -Levantó un panfleto- Se han llevado a quince mil muchachas judías a aldeas árabes. Las han secuestrado…
Mi colega nos interrumpió. -Di a esas muchachas que les han lavado el cerebro, me dijo.
«Supervivencia, no racismo»
Eso fue el lunes.
El martes la policía anunció que había arrestado a siete adolescentes y dos adultos, todos judíos, sospechosos de haber atacado a jóvenes árabes en Jerusalén. El grupo utilizó supuestamente a una muchacha de 14 años para atraer a las víctimas a sitios aislados. Luego atacaron a los árabes usando aerosoles de pimienta, botellas de vidrio y piedras. Varios recibieron tantos golpes que tuvieron que ser hospitalizados. Según los informes de la policía, los ataques fueron motivados por nacionalismo.
El martes por la noche, cientos de residentes del sur de Tel Aviv realizaron una manifestación contra el aumento de la presencia de extranjeros, llamando al gobierno a deportar a los trabajadores extranjeros y a refugiados africanos. Los participantes llevaban letreros que decían: «Esto no es racismo. Es supervivencia. Eli Yishai, no estás solo», refiriéndose al ministro del interior. Yishai ha impulsado un plan para deportar a los hijos de trabajadores inmigrantes ilegales y ha declarado en público que los extranjeros traen enfermedades al país.
Hubo peleas callejeras entre manifestantes y activistas de izquierda que realizaban una contramanifestación.
Al día siguiente, Netanyahu respondió con un vídeo, que fue colocado en Facebook y YouTube. Subrayó que «los israelíes no pueden tomar la ley en sus propias manos» y pidió a la gente que evitara la violencia.
Pero la semana todavía no había terminado.
El jueves, el periódico israelí Yediot Ahronot informó de que cinco árabes -todos ellos ciudadanos del Estado, uno de los cuales había servido en el ejército israelí- fueron expulsados de la casa que compartían en el sur de Tel Aviv.
Y esa noche, miles de judíos israelíes se reunieron en Jerusalén para apoyar el crecimiento de los asentamientos así como la carta de los rabinos prohibiendo los alquileres a los árabes.
«Infiltrados»
El viernes por la mañana una manifestación de otro tipo.
Más de 1.000 israelíes y refugiados africanos, en su mayoría de Eritrea y Sudán, marcharon por Tel Aviv en protesta contra los planes estatales de construir un nuevo centro de detención en el desierto. El gobierno afirma que garantizará «condiciones humanas» para inmigrantes ilegales de África, un grupo que denominan «infiltrados». Las organizaciones de derechos humanos dicen que la instalación será una prisión para refugiados.
El sonido de tambores acompañaba a la multitud mientras marchaba por la ciudad. Los manifestantes coreaban: «¿Qué queremos? ¡Derechos! ¿Cuándo los queremos? ¡Ahora!» Un israelí gritó: «El campo es peligroso, no menos que el sur de Sudán». Los manifestantes lo repitieron marcando con sus manos el ritmo de la frase, que rima en hebreo.
A pesar de la gravedad del problema, el ambiente era optimista. El gentío parecía inmenso. Era emocionante. Sentíamos que en realidad estábamos haciendo algo, como si estuviéramos tomando la ciudad -no, el país- en nuestras manos.
¿Cuántos somos? Me pregunté. Salté sobre un banco para contar. Mi excitación se evaporó cuando vi lo que éramos, una pequeña fila estrecha, que pasaba junto a un atasco del tráfico, coches repletos de israelíes que comenzaban el fin de semana.
Los «extranjeros» entre nosotros
La mayoría de los israelíes son apáticos. Eso permite que la derecha tenga libertad para hacerse cargo, aunque el gobierno trata de distanciarse de sus esfuerzos.
Los medios israelíes parecen condenar el «ascenso del racismo» aunque de vez en cuando atizan el fuego. Haaretz, el periódico de centroizquierda que ha publicado numerosos editoriales condenando los últimos eventos, publicó recientemente un artículo con el titular provocador: «el 17% de los portadores de SIDA en la última década eran inmigrantes extranjeros». Me pareció algo irresponsable e innecesario a la luz de los recientes eventos.
El gobierno también envía mensajes contradictorios. El vídeo de Netanyahu en el que insta a los israelíes a mantener la calma no aparecio hasta varios meses después de que el gobierno lanzó una campaña contra los extranjeros. Incluía vídeos de otro tipo, como anuncios en los cuales «verdaderos israelíes» (léase: actores) afirmaban que los trabajadores inmigrantes les quitaban sus puestos de trabajo. Y mientras Netanyahu condena la carta de los rabinos, en una proclama contra los «extranjeros» que viven entre nosotros, se refiere a otro grupo de extranjeros, los africanos, como «una amenaza concreta».
Y algunos de los que se pronuncian en serio contra los sucesos recientes todavía no comprenden de qué se trata. Se quejan del repentino «ascenso» del racismo en Israel. Un escritor fue en contra de esta tendencia, y argumentó que las «raíces» del problema están en el maltrato por los askenazíes de los judíos mizrajíes [orientales]. Pero el racismo viene de antes, de 1948, cuando cientos de miles de palestinos fueron expulsados de sus casas.
Desde entonces el racismo ha seguido existiendo a gran y pequeña escala. Actualmente las escuelas árabes reciben menos financiamiento que las judías y las áreas árabes de Jerusalén Este reciben menos servicios municipales.
También hay maneras más insidiosas. Cuando algunos israelíes quieren calificar algo de destartalado -un par de zapatos, un traje- lo llaman «árabe». Y se refieren a un trabajo mal hecho como «trabajo árabe».
La discusión que tuve con esas muchachas no es nada nuevo. Lo que es nuevo es que tenga lugar en público. Provoca la pregunta: ¿En qué dirección se orientará el público israelí?
Me da miedo cuando pienso en la respuesta.
Fuente: http://english.aljazeera.net/