Hay treguas que matan. Treguas de salón de negociaciones tan falsas que son casi como la misma guerra. La bala en la cabeza que, a sus siete años, ha sumido a Ahmed Hassanin en un coma profundo -disparada a las 9.30 de la mañana del jueves, cuarto día de la tregua- es la prueba de […]
Hay treguas que matan. Treguas de salón de negociaciones tan falsas que son casi como la misma guerra. La bala en la cabeza que, a sus siete años, ha sumido a Ahmed Hassanin en un coma profundo -disparada a las 9.30 de la mañana del jueves, cuarto día de la tregua- es la prueba de que en Gaza, el alto el fuego es tan letal como lo fueron las tres semanas de contienda.
En su inocencia infantil, Ahmed creyó que la tregua significaba que ya podía salir a la calle polvorienta de su barrio de Abú Reish a jugar con los otros niños, aunque la bala de un francotirador que le perforó la frente, se encargó de sacarle del error. O no. Porque, quizás, Ahmed no sobrevivirá para aprender que las treguas son una mentira. Y más en un barrio como el suyo al noreste de la Franja, pegado a la valla de separación con Israel, donde el intercambio de fuego sigue, aunque nadie lo quiera ver.
El neurocirujano que le operó, Usama Said Aklouk, dice que Ahmed «puede salvarse», pero que no hay forma de extraerle el proyectil maldito que le ha dañado el cerebro, y que podría quedar parapléjico, sin habla o sin capacidad mental siquiera para reconocer a los suyos. Ahmed es el decimotercero de quince hermanos, hijos de Magid Hassanin, que ya habla de su pequeño en pasado. Acostado en una cama de la UCI del hospital de Shifa, Ahmed tiene los ojos cerrados, pero inundados de lágrimas. Parece que llora en silencio, como si hubiera escuchado al internista que le cuida, Oman Ahmed, decir que está «más cerca de la muerte que de la vida».
Y más cerca de la muerte que de la vida, y «solos y desesperados» clama el doctor Nafis Abú Shalam están todos los palestinos, cuando habla de sus pacientes de la Unidad de Quemados del mismo hospital de Shifa. Un hospital donde, la misma guerra inacabada que ha segado la niñez de Ahmed, sigue matando a los heridos más graves, los que no han podido ser movidos a sus casas para dejar la cama a los siguientes. Los que -explica el médico- han llegado con inexplicables lesiones, como «amputaciones limpias sin sangre», cauterizadas, que no saben ni como tratar. Como tampoco supieron qué hacer con otros que fallecieron poco después de ingresar sin daños aparentes, sin nada que pudieran detectar siquiera los Rayos X, aunque al abrirlos se encontraron con «terribles hemorragias internas», que son incapaces de explicarse.
«Estamos solos»
Por eso, el doctor Abú Shalam clama que la comunidad internacional «mande a Gaza con urgencia médicos con experiencia en otras guerras» donde se hizo uso de armas «tóxicas, o radioactivas» que -teme, aunque sin certeza- Israel ha podido usar en la Franja. «Sentimos que estamos solos en esta masacre», se duele. Hacen falta médicos «belgas, egipcios, jordanos o argelinos, que trabajaron en Irak y Líbano, y que -relata- son los que nos han enseñado lo que es el fósforo blanco». Y ahí no duda, saca una bolsa de arena con restos negros, como chapapote salpicado de blanco, y confirma: «Hemos tenido centenares de casos». «Les curábamos como a un quemado normal, pero a las horas venían echando humo blanco por la piel hasta que nuestros colegas nos dijeron que hacía falta una operación, cortar el área afectada y sacar todo residuo, pero tuvimos esa información demasiado tarde, muchos murieron abrasados sin que pudiéramos hacer nada por ellos», se lamenta.
Y abrasados, y sin que pudieran hacer nada por ellos, murieron el 3 de enero en Beit Lahia el marido y cuatro de los nueve hijos de Fatma Abú Halima. Ella tiene llagas espantosas desde los pies hasta el cuello. Recuerda que su cuerpo se incendió bajo una tormenta de tres bombas de fósforo blanco, que arrancaron de sus brazos a la pequeña Shajed, mientras le estaba dando el pecho. «Vi como se quemaban todos, a mis niños se les separó la cabeza del cuerpo», narra vacía de emociones. A su lado corretea Alí, superviviente de 4 años. «Él se unirá a Hamás -jura- porque quiero que vengue a su padre y a sus hermanos, como mártir, si Alá lo quiere».
Si Alá lo quiere, como mártir acabará también Ramadán Yer Yawi, de 15 años, y atado a una cama desde que el primer día de la ofensiva, un proyectil le destrozara las piernas minutos después de haber llevado agua -cuenta- a tres milicianos que se lo pidieron. Lleva siete operaciones, y rabia por levantarse y unirse a la resistencia. «Lucharé con ellos contra Israel por hacernos esto», se promete. Confirmando que no valen treguas, y que sólo los muertos han visto el final de esta guerra eterna.
http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20090124/mundo/tregua-mortifera-20090124.html