Traducido para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
El mundo se ha dado cuenta de repente de la renovada violencia entre israelíes y palestinos, pero no porque en las últimas semanas Israel haya redoblado las ejecuciones extrajudiciales y otros ataques contra los palestinos. Sólo cuando varios grupos de resistencia palestina respondieron disparando rudimentarios morteros y misiles contra objetivos israelíes dentro de los territorios ocupados e Israel, y uno de los grupos armados reivindicó la autoría de un atentado suicida en Netanya que mató a cinco personas el asunto llegó a ocupar un lugar destacado en la agenda internacional. Israel volvió a intensificar la violencia, atacó campos de refugiados y otras zonas civiles, y llevó a cabo más ejecuciones [extrajudiciales] utilizando tanto escuadrones de la muerte terrestres como misiles lanzados desde helicópteros. Al menos ocho palestinos murieron, incluyendo por lo menos un niño, y mucha gente resultó herida.
Todo esto está ocurriendo bajo lo que se supone es una tregua. Extrañamente se habla poco, si no nada, de que la tregua deba terminar con la erupción de la lucha a esta escala. Nos encontramos más bien en una situación bastante extraña en la que se dice que existen exactamente al mismo tiempo una tregua y su contrario, la lucha abierta. La explicación de este extraño caso es bien simple: desde el principio la intención de la tregua era que fuera una tapadera para lograr unos resultados que no tenían absolutamente nada que ver con ella. Acabar con la violencia no era uno de estos objetivos.
La muerte del anterior dirigente palestino, Yaser Arafat, fue celebrada por los operarios de la industria del proceso de paz como el amanecer de una nueva era de reconciliación entre palestinos e israelíes. Manipuladores políticos de muchas capitales se apresuraron a acudir a la región para reclamar su parte desde la ventana de oportunismo que se acababa de abrir. Rápidamente se edificó el consenso de que el «largamente esperado socio» que los israelíes estaban esperando desesperadamente era nada más ni nada menos que Mahmud Abbas. Una intensiva propaganda oficial ayudada por la pereza periodística había descrito a Abbas como un moderado amante de la paz, astuto hombre de Estado, pacifista, pragmático y un interlocutor válido para los muy viajeros enviados de la Unión Europea, Escandinavia, Canadá y EEUU.
Aunque su legitimidad como dirigente de los palestinos, más que solamente la cada vez más desacreditada, desunida e impopular facción de Fatah, necesitaba ser respaldada por unas elecciones controladas que ratificaran su predestinada victoria, igualmente sus credenciales como esperado Mesías de la paz necesitaban ser ratificadas con una tregua. Todo poder de persuasión e incluso de «suave» coacción fue movilizado para hacer que las distintas facciones palestinas aceptaran acabar con sus «agresiones» contra el pobre Israel y anunciaran una tregua. Para gran júbilo fue proclamada una tregua. Con una hoja de parra firmemente colocada en su sitio muchos se sintieron protegidos de la indecente exhibición de su vergonzoso fracaso en hacer frente con determinación a las continuas agresiones de Israel.
La tregua era el precio que Abbas debía a quienes le habían apoyado en Washington, en Europa, el mundo árabe y probablemente en Israel. El único y exclusivo mandato de quienes le apoyan es de detener la Intifada. Si Abbas cree sinceramente que los palestinos vayan a conseguir algo de la rendición incondicional que él ha estado defendiendo es una cuestión discutible. Pero lo que está claro es que la tregua era la única cuerda de salvamento que le quedaba a la Autoridad Palestina y Fatah. Pagando este alto precio, es posible que Abbas no consiga nada para su pueblo o su causa, pero puede prolongar su estancia en el cargo actuando de la manera como fue elegido para que actuara. No hay duda de que esto ayuda a explicar por qué únicamente se enfurece y muestra los dientes cuando los palestinos, totalmente desprotegidos por parte de los miles de hombres armados bajo el mando de la Autoridad Palestina, responden a los ataques israelíes y apenas dice una palabra cuando los israelíes humillan y matan a su pueblo, y reducen aún más sus derechos. Se apresura a ir a Gaza para persuadir a los palestinos de que no se defiendan ni a sí mismos ni defiendan sus casas contra Israel, pero nunca se le ve en los checkpoints ni en los pueblos devastados por el Muro para manifestar y mostrar su solidaridad con aquéllos que diariamente son perseguidos por Israel.
Para la Autoridad Palestina la tregua es simplemente a una medida para comprar tiempo, pero la única estrategia que hay tras ella es mendigar la clemencia y generosidad de potencias extranjeras y patrocinadores que una y otra vez han abandonado al pueblo palestino al brutal poderío Israelí y que ni una sola vez se han enfrentado de manera efectiva al continuo desprecio por parte de Israel del derecho Internacional.
Por lo que se refiere a Israel, la tregua no le preocupa nada pero tampoco le importa. Israel nunca ha querido participar en ninguna discusión que llevara a una tregua que le atara las manos. Consideraba la cuestión como un mero asunto interno palestino, porque los media ya habían saturado a la opinión pública con la idea de que toda violencia es única y exclusiva responsabilidad de los palestinos. Por consiguiente, solo a ellos se les exigía la tregua. Los israelíes también querían la tregua para deslegitimizar toda oposición palestina, oposición no solo a la cada vez más profunda ocupación sino también a los planes israelíes de una mayor expansión y colonización. La tregua, que Israel nunca reconoció y que nunca prometió respetar -una promesa que ha mantenido estrictamente- se necesitaba para darle tiempo para completar sus planes de anexión, la creación de nuevos hechos consumados y la consolidación de sus logros de guerra. Por decirlo sencillamente, para Israel la tregua supuso libertad de acción sin coste y, desde luego, sin riesgo.
Sobre esta base y con total impunidad, Israel continuó cazando y arrestando palestinos bajo la tregua, y matándolos si trataban de evitar ser arrestados; continuó construyendo asentamientos sobre tierras robadas, demoliendo casas palestinas en Jerusalén para pavimentar el terreno para parques temáticos judíos y para construir el Muro del Apartheid. Por parte de los que apoyaban la tregua ninguna de estas acciones israelíes fue considerada nunca violaciones de ésta. La semana pasada el ministro de Asuntos Exteriores alemán Joschka Fischer reprendió duramente a los palestinos y les advirtió de que nunca lograrían su Estado independiente hasta que «no acabaran con la violencia y el terrorismo». En cambio afirmó que «expresamos a los israelíes nuestra preocupación acerca del Muro, acerca de la carretera del Muro y las consecuencias humanitarias, así como por las actividades referentes a los asentamientos». Los israelíes saben que estas débiles y miserables declaraciones de funcionarios de la Unión Europea carecen por completo de fuerza y que su único objetivo es ocultar la inacción y connivencia de la Unión Europea ante los árabes y otros que todavía creen que la Unión Europea tiene una política respecto a Oriente Medio independiente de EEUU y, por lo tanto, como es comprensible Israel simplemente las ignora.
A pesar de cuantos esfuerzos que ahora se hagan para salvarla, la tregua estaba abocada a venirse abajo tarde o temprano, en primer lugar porque estaba hecha más para ocultar el problema que para resolverlo y, en segundo lugar, porque se superpuso en lo más alto de un polvorín de atrocidades, agresiones e injusticias. Ninguno de aquellos poderes que lucharon por la tregua hizo una sola cosa positiva para que llegara a ser lo que debería ser, el prerrequisito de una discusión política para acabar con toda la ocupación israelí, y no solo con los pedacitos de los que Israel se ha cansado. El resultado inevitable es ahora tan claro como lo era antes de se estableciera la tregua. Con Israel dictando la agenda y todos los demás siguiéndola no habrá esperanza de paz. En estas circunstancias, la tregua unilateral solamente reprimió una presión que inevitablemente estalló en una violencia mayor.
La alternativa a la tregua es la no sumisión a una sangrienta violencia sin fin. Debería ser una tregua real que sustituyera a la falsa. Debería ser una prohibición total de la violencia junto con una prohibición total de las acciones unilaterales israelíes. Si todos los enviados del Cuarteto fueran serios en relación a la paz serían ellos quienes insistirían en esto sin que tuvieran que pedírselo los palestinos. Todo esto debería ser el primer paso hacia unas negociaciones serias, que empezarían acabando con todas las conversaciones vacías acerca de la hoja de ruta o de la «valiente» iniciativa de Ariel Sharon. Se debe abandonar este camino hacia ninguna parte.
Hasan Abu Nimah es el ex- Representante Permanente de Jordania ante Naciones Unidas y fue miembro de la Delegación conjunta Palestino-Jordana en las conversaciones de paz con Israel celebradas en Washington a principios de los noventa.
20 de Julio de 2005