En ocasión de la conmemoración del Día de los Derechos Humanos el 10 de Diciembre resulta conveniente analizar, una vez más, la situación de éstos desde la perspectiva cubana y exponer algunas ideas, no todas, que alrededor de este asunto nos pueden venir a la mente. Es un tema muy controvertido, principalmente a nivel internacional, […]
En ocasión de la conmemoración del Día de los Derechos Humanos el 10 de Diciembre resulta conveniente analizar, una vez más, la situación de éstos desde la perspectiva cubana y exponer algunas ideas, no todas, que alrededor de este asunto nos pueden venir a la mente. Es un tema muy controvertido, principalmente a nivel internacional, debido a las numerosas y bien pagadas campañas mediáticas lanzadas por los gobiernos de Estados Unidos y sus aliados, que han intentado crear reflejos condicionados en torno a este tema y utilizarlo como arma estratégica contra cuanto gobierno y países no sean de su agrado o no respondan como corderos a sus convites imperiales.
La estrategia imperial de Estados Unidos, para justificar su política genocida contra Cuba, ha contemplado la explotación mediática y diplomática del tema de los derechos humanos, y cada año repetía en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra el repiqueteo de campanas para arriar el rebaño de obedientes ovejas hasta su redil. También otros, que afirmaban que lo hacían de buena fe y para ayudar, metían baza en el asunto, y contribuían, conscientes o no, amenazados o no, al juego al enemigo. Con el surgimiento del Consejo para los Derechos Humanos desapareció la tan desacreditada Comisión y por tanto el tinglado para que Estados Unidos prosiguiera su manido ejercicio anticubano.
Con la creación del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, Cuba fue electa como miembro del mismo y Estados Unidos no se atrevió a presentar su candidatura. Quedó así fuera de dicho órgano y merecidamente, ya que nunca un país estuvo tan desacreditado en este terreno como Estados Unidos. Posteriormente, en el período de sesiones del Consejo, se aprobó la descontinuación del mandato del llamado relator para los derechos humanos en Cuba y luego la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó ratificar este acuerdo. Con estos tres instantes de la batalla de Cuba en la ONU y en el Consejo de Derechos Humanos, ha sido desmantelada la maniobra de calumnias norteamericanas en el terreno de los derechos humanos, y la cual constituía la hoja de parra para justificar su política genocida de bloqueo y otras medidas y campañas anticubanas.
Existe un mar de razones por las cuales los cubanos pueden permanecer inconmovibles y afirmados en la certeza de que no serán arrasados por el vendaval imperialista, y una es la fuerza contundente que significan la verdad y la resistencia, que al cabo de la jornada terminan por imponerse.
Tomando como guía la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los cubanos pueden establecer, a partir de principios y realidades, su propia declaración universal en que se reflejen su forma de apreciar y concretar los derechos, a la luz de su historia, sus luchas, sus sueños y sus conquistas. Por tanto, pueden esgrimir verdades como las siguientes:
Tienen una Patria que es digna de ser admirada y enaltecida, poseedora de una sin par historia, cuya significación y destinos dan vida y aliento, y por ello mismo ha devenido en un ejemplo y una esperanza para otros pueblos.
Tienen una Revolución más grande que ellos mismos, sus gestores y artífices; ese colosal instrumento para cambiar el pasado, construir y perfeccionar el presente, proyectar y edificar el futuro. Ella hoy alza toda la historia gloriosa de la Patria y la proyecta victoriosamente hacia el futuro, porque en ella impera el principio de la unidad estrecha de todos los revolucionarios y del pueblo.
Tienen unos símbolos patrios enraizados en el corazón. Una bandera para mostrar al viento el largo desfile de sus luchas durante siglos. Un himno para cantar de un mar a otro el clamor del pueblo y su voluntad histórica de que «morir por la patria es vivir»; la convicción de que «en cadenas vivir es vivir/ en oprobio y afrenta sumido», y un mandato para la lucha: «del clarín escuchad el sonido/ a las armas valientes, corred». Un escudo para identificarse ante el mundo y defender su existencia como pueblo soberano y como nación independiente.
Tienen una sociedad que refleja en sus grandezas e imperfecciones, en sus aciertos y entuertos, sus empeños y sacrificios por convertir en realidad tangible sus más caros amores y sus mejores sueños en aras de la felicidad de cada hombre y mujer integrante del pueblo.
Tienen una sociedad, imagen y semejanza de ellos mismos, que en medio de las limitaciones que les imponen las condiciones propias y las intromisiones o agresiones externas, sustenta cuantas cosas hermosas en derechos y reconocimientos son inherentes al ser humano, y cuya ley primera es el culto a la dignidad plena del hombre.
Tienen la libertad conquistada a precio de coraje y sangre, desde aquel primer gesto rebelde de los indios para enfrentarse a un dominio exterminador, hasta las luchas actuales para resistir las pretensiones del hegemonismo yanqui.
Tienen la justicia, aquella quimera del indio, del esclavo, del campesino, del obrero y de la gran masa del pueblo, que alzan orgullosos tan alto como las palmas. Y luchan por hacer realidad el ideal de José Martí de conquistar toda la justicia.
Tienen la paz interior en su tierra, asentada en el trabajo creador, la satisfacción de las necesidades y aspiraciones fundamentales, los valores e ideales compartidos, la amistad y la colaboración con otros pueblos. La defensa de esta paz es la única razón para prepararse para resistir y vencer en una guerra de todo el pueblo por la supervivencia como nación. Pues con su Héroe Nacional, José Martí, concuerdan en que «la paz es el deseo secreto de los corazones y el estado natural del hombre», así como en que es «¡Bienaventurada la tierra donde se libran las batallas de la paz!».
Tienen una sociedad organizada bajo principios nobles. Son libres e iguales en dignidad y derechos. Son fraternos entre sí mismos, pero también con los otros hombres del mundo. Proclaman y afirman su lucha por perfeccionar la obra de arte social, manteniéndola libre de cualquier tipo de discriminación, por ínfima que sea. Si no han alcanzado aún lo que aspiran, es porque como dijera Martí: «Toda sociedad tiene, como el cuerpo humano, sus propias llagas». Pero se trabaja y lucha, con vocación de médicos sociales, por prevenirlas, curarlas y evitar las recidivas.
Tienen el derecho, el respeto y el culto a la vida del hombre y a la vida de todo un pueblo. Prefieren morir antes que ser esclavos. Odian y no practican la tortura, las vejaciones y los tratos crueles, porque fueron sus víctimas durante siglos.
Tienen sus leyes, ante las cuales todos son iguales, y velan por que se cumplan como garantía y protección de cada uno y de todos los cubanos.
Son dueños de su país y como tales viven, aquí y allá, concibiendo la sociedad socialista que construyen como obra asumida consciente y voluntariamente.
Tienen un pueblo que es como una familia mayor, suma y síntesis de las familias fundadas por ellos, sobre bases y relaciones nuevas, más fraternas.
Tienen la propiedad individual ganada con el trabajo y sudor, y esa inmensa riqueza colectiva de todos los bienes estatales, de la que son copropietarios y usufructuarios. Por eso nadie podrá arrebatarles su legítimo patrimonio material y espiritual. No cuentan con inmensas riquezas materiales, porque pertenecen a un país subdesarrollado y de pobres recursos naturales y, además, durante demasiado tiempo fueron explotados como el resto de los países colonizados. Pero a pesar de eso, han alcanzado un desarrollo social que cuenta con muchos indicadores característicos de países altamente desarrollados. La distribución equitativa de los recursos producidos es un rasgo distintivo de su sociedad y su milagro notorio.
Tienen la libertad de pensar, de creer, de opinar y expresarse, porque esos derechos los conquistaron a costa de cruentas luchas contra los mismos bandos y fuerzas que hoy quisieran destruirlos, para amordazarlos y sumirlos en el silencio.
Tienen el poder efectivo en el país, porque la voluntad del pueblo es la base de la autoridad del Poder revolucionario, fundado sobre los principios de una democracia verdadera y superior, pero perfectible.
Tienen trabajo para todos, con cuantos derechos y privilegios se pueden garantizar en una sociedad de trabajadores, promovidos armónicamente por las organizaciones estatales, sindicales, sociales y políticas. Tienen la seguridad social como complemento de un nivel de vida adecuado.
Tiene la educación gratuita y universal; tienen los servicios de salud gratuitos y altamente desarrollados en función de la vida y bienestar de todos; tienen los deportes y la recreación; tienen la cultura y la ciencia accesibles a todos. Tienen una obra de tal magnitud en estos terrenos, que asombra a los más incrédulos de los vivientes de este mundo, y que sólo se permiten negar los enemigos más recalcitrantes.
Tienen también deberes respecto a su pueblo, porque sólo en su seno pueden desarrollarse libres y plenos.
Son magnánimos y generosos, pero no ingenuos, ni débiles, ni traidores, como para dejarse arrebatar los sueños y las realidades que se han incorporado para siempre como sangre de sus venas, como carnes de su cuerpo, como latidos del corazón, como ideas y convicciones de sus mentes.
Tienen dificultades, carencias y limitaciones. Tienen también sus errores y meteduras de pata, y males indeseables como en todas partes, que sabrán encarar sin lamentos, lloriqueos o claudicaciones. Para engrandecer y perfeccionar su obra, trabajan y luchan cada día con la firme convicción de que más allá de cualquier tormenta en noche oscura, les esperarán siempre amaneceres más apacibles.
Lo ocurrido en el lapso que media desde el año 90 hasta el presente, es la mejor confirmación del poder y del milagro recuperador de la lucha, el trabajo y el amor que son consustanciales a la Revolución y al pueblo cubanos. Atrás fueron quedando, a golpes de coraje y audacia, momentos de crisis extremas, y fueron emergiendo, en un parto difícil pero feliz, reconfortante y prometedor, las imágenes y signos de los nuevos momentos de la victoria propia del país y, además, de la victoria compartida con otros pueblos de nuestra América y de otras partes del mundo.
Lo ocurrido en las Naciones Unidas en relación con los derechos humanos en Cuba expresa el reconocimiento de la comunidad internacional a una realidad que sólo Estados Unidos y unos pocos aliados, huérfanos de argumentos y pruebas legítimas, se empeñan en desconocer. A ellos les está llegando la hora de la hecatombe moral ante una luz que les descubre desnudos en las madrigueras en que elucubran sus torvas intenciones.
Que el Día de los Derechos Humanos sea ocasión para que en el mundo estos derechos sean meros enunciados y entelequias y se conviertan en realidades incorporadas a las existencias de los seres humanos. Sólo así este día podrá ser de fiesta y de celebración verdadera.
* Doctor en Ciencias Médicas. Profesor de Mérito