A las 11 de la mañana aproximadamente terminaba la marcha popular que conmemoraba el 50 aniversario de la proclamación del carácter socialista de la revolución cubana y la victoria en Playa Girón sobre la invasión estadounidense. El presidente cubano Raúl Castro desde el estrado de la Plaza de la Revolución no emitió ningún discurso, dejó […]
A las 11 de la mañana aproximadamente terminaba la marcha popular que conmemoraba el 50 aniversario de la proclamación del carácter socialista de la revolución cubana y la victoria en Playa Girón sobre la invasión estadounidense. El presidente cubano Raúl Castro desde el estrado de la Plaza de la Revolución no emitió ningún discurso, dejó que fuera la joven cubana Maidel González Lago quien se dirigiera a la población lanzando un mensaje de compromiso con la historia y de continuidad con los principios revolucionarios: soberanía e independencia nacional.
La mayor parte de los medios internacionales apenas se han hecho eco del desfile militar y la marcha del pueblo cubano, más ocupados en descifrar las palabras de Raúl en la inauguración del 6º Congreso del Partido que tuvo lugar a las cuatro de la tarde. Pero para leer el discurso del presidente cubano hay que saber leer al pueblo cubano en sus aspiraciones, sus anhelos y también sus contradicciones, no sólo en lo que dice sino en lo que hace.
A las cinco de la mañana comenzaba a actividad en los aledaños de la calle Paseo que desemboca en la plaza de la Revolución, grupos de jóvenes caminaban bullangueros sin reparar en los vecinos que aún dormían. Poco a poco se iban juntando en los puntos de encuentro previamente concertados con los compañeros del centro de trabajo, de la universidad, de las escuelas… avanzando la madrugada se iban sumando más habaneros formando un costillar compacto hacia la columna vertebral de Paseo. A las siete de la mañana no se podía circular por la calle Línea, el malecón estaba bloqueado, la calle 23, tan repleta como todas las paralelas hasta subir a Zapata, repartía en sístole y diástole grupos de células rezagadas. En nuestro mundo occidental, es difícil imaginar siquiera que cientos de miles de personas puedan movilizarse así, tan organizadamente y tan seguros de compartir un mismo tiempo histórico.
Sobre las motivaciones de los cubanos para asistir a la marcha sin duda caben muchas interpretaciones, depende de con quien hablemos, de su edad, -dato fundamental-, su lugar de trabajo, y por supuesto si es habanero o de provincias, aunque en este caso el llamamiento se había dirigido a los habitantes de La Habana. Pero lo importante es si nos conformamos con las opiniones recogidas o las sometemos a un mínimo contraste con lo que los actos reflejan. Dejémonos llevar por el discurso más prejuiciado, por el más explícito, el de los jóvenes cubanos que tan complacientes regalan los oídos internacionales. Para mi joven acompañante universitaria, la mayoría de los jóvenes, incluso los no tan jóvenes, estaban allí obligados. Si no asistían a la marcha se lo tendrían en cuenta en el lugar de trabajo o en la universidad, «les tomaban nota» me dijo.
Según nos acercábamos a la calle Paseo, alrededor de las 7 de la mañana, nos fuimos cruzando con cientos de jóvenes, bromeaban, reían, algunos esperaban tumbados en el césped comiendo sanwiches, otros cantaban, se hacían fotos entre ellos… no había ningún adulto arengándoles ni nadie dando ninguna orden. Le pregunté a qué se debía tanta alegría si estaban obligados a asistir a un acto que no querían, -¡ya sabes cómo somos los cubanos, siempre hacemos bulla!-, – ¡ah!.
Después de un rato subiendo por Paseo no pudimos conectar con el grupo al que íbamos, nos habíamos retrasado y ya había demasiada gente – «¿y no hay nadie tomando nota de quién asiste?» -pregunté extrañada-; «¡qué tú crees! ¿que se puede tomar nota con tanta gente?-, ¡ah!
El desfile militar comenzó a las ocho en punto pero nosotros no comenzamos a caminar hasta las 9:15, aguardábamos en un río compacto, imaginé que esperábamos a que terminaran de desfilar las fuerzas armadas. A lo largo de toda la espina de Paseo se habían colocado altavoces que retransmitían lo que ocurría en la Plaza de la Revolución. Cuando sonó el himno nacional se hizo un silencio impresionante y jóvenes, niños, adultos, ancianos todos comenzaron a cantar a mi alrededor con una sola voz. Se inició la espera de una hora hasta poder movernos. Durante ese tiempo, a nuestro alrededor, un tipo vestido de militar bromeaba con una joven, una anciana sacaba de la jaba unos bocaditos que daba al nieto, una mujer en un grupo con camisetas rojas preguntaba por una compañera del trabajo y le gritaban a otra que alzara el cartel para que se les viera «Tribunal supremo popular» rezaba el cartel. Mi joven acompañante se quejó del calor que ya empezaba a hacer, sacó unas galletas y la botella de agua: «¡esto está fatal organizado, como no empiece pronto…!». Yo pregunté ¿Cuánta gente crees que seremos? – «no sé, ¿quinientos mil?»-, «¡ah!», dije tomando una de sus galletas.
Comenzamos a caminar hacia la plaza caminábamos rápido, la gente gritaba, saludaba, especialmente cuando divisaban alguno de los carros de combate que habían desfilado; por el costado derecho, al llegar a la altura de la tribuna se ralentizaba el paso porque, según me dijeron, la gente quería ver a Raúl, pero era muy difícil pararse. El presidente cubano, con un sombrero de paja, saludaba. Saliendo de la plaza el río se dividía en meandros y cada cual sabía dónde le esperaba el transporte del trabajo, o de la escuela, otros buscaban alguna calle lateral por donde pasara transporte y otros ponían rumbo a casa caminando. A las 11 de la mañana, poco antes de que apretara el calor, el desfile y la marcha habían terminado y las brigadas de limpieza ya lustraban las calles.
De vuelta a casa, sonó varias veces el teléfono. Amigos y compañeros de la universidad preguntaban por mi participación en la marcha. Se mostraban contentos y satisfechos ¡qué bien estuvo! ¿verdad?
En un mundo convulsionado por nuevas arremetidas del imperio y sus socios en el mundo árabe, la conmemoración cubana tiene especiales connotaciones. Que haya sido una mujer joven la encargada de abrir la marcha, que hayan desfilado, primero la caballería mambisa, inicio de las revoluciones cubanas previas al 59, después las fuerzas armadas, una réplica del yate Granma flanqueado por pioneros, el pueblo cubano en su conjunto… es una muestra de fuerza que va más allá de las declaraciones o los discursos. Hoy en día, reivindicar soberanía e independencia es en sí mismo un acto revolucionario. Cuba ostenta el honor, junto con Vietnam, de haber derrotado a la potencia militar más importante del momento. Una nación pequeña, pobre, constantemente amenazada sabe que no puede bajar la guardia.