Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
Fue un momento de un peculiar movimiento, cuando al clarear el día 12 de septiembre, día siguiente de la retirada del último soldado de la ocupación de Gaza, miles de hombres, mujeres y niños de Rafah y Kan Younis acudieron en masa a las playas del Mediterráneo de las cuales habían sido excluidos durante años. Casi podría parecer para las gentes de los pueblos de Al-Mawasi y de Al-Sweidiya la primera vez que emergían de detrás de los muros de un asentamiento israelí.
En el mismo momento, en una muestra espontánea de jubilo, otros millares de personas se apresuraron a la frontera de Egipto para abrazar a sus seres queridos del lado egipcio de Rafah y de Arish. «Fui a reunirme con a mi hermana a quien no había visto durante 12 años,» decía un hombre joven. Las madres, viejas y enfermas, escalaron el Muro para abrazar a sus hijos de quienes les habían separado en lo que parecía una eternidad. Una mujer que veía a su hijo por primera vez en 10 años sonrió con alegría mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
Pescadores cuyos barcos se habían oxidado, salieron a la mar y regresaron con su primera captura en muchos años.
Tales escenas no fueron–lamentablemente–retransmitidas en los medios de comunicación internacionales ni siquiera en los árabes. Ni tampoco, estos medios, afinaron con la intensidad requerida en la amplia destrucción que el ejército de ocupación dejó tras de si en una tierra literalmente quemada: los escombros de los edificios de los asentamientos demolidos, palmerales carbonizados y arrancados así como árboles frutales, acres de cultivos y docenas de kilómetros de carreteras e infraestructuras arrasados, conducciones de agua destruidas y de tendido de red eléctrica derribado. Entonces aparecieron las sinagogas, las cuales los israelíes las tenían ya tan completamente demolido antes de abandonarlas que no dejaron entera ni una sola ventana, puerta o lámpara, tras lo cual se empezaron a preocupar por que los palestinos las atacaran y las destruyeran. Ni siquiera la única clínica que había quedado en pie tenía una sola pared sin desvencijar o una ventana sin romper.
Todos eran destrucción total, vengativa.
Los medios de comunicación tampoco transmitieron las imágenes de la destrucción masiva causada en miles de casas palestinas de Rafah, Kan Younis y las áreas centrales que fueron el blanco del fuego israelí durante innumerables años. Estas escenas espantosas de desolación, recordaban las imágenes de ruinas forjadas por la Segunda Guerra Mundial, vociferaban los crímenes que las fuerzas de ocupación perpetraron contra centenares de personas inocentes, incluidas Rachel Corrie y Tom Hurndall cuyas nacionalidades norteamericana y británica respectivamente, no pudieron protegerlos de caer víctimas de las balas israelíes cuando intentaron proteger con su cuerpo una casa y un niño de Rafah.
Los medios de comunicación no mostraron el nuevo Muro de Separación racista que está empezando a surgir en el norte de Gaza, o los aviones de la ocupación que hacen barridos sobre los pueblos y las ciudades de Gaza 24 horas al día, o los tanques de las fuerzas de ocupación que todavía están retumbando a través de los tramos de tierra dentro de las fronteras de Gaza al norte y al este.
El pueblo de Gaza estaba victorioso por la constancia y el valor de su resistencia. Los medios de comunicación sin embargo, han fracasado en transmitir a los hogares la realidad de un pueblo cautivo que simplemente habiendo emergido de sus celdas ahora se enfrenta al fantasma de una enorme prisión de alta seguridad.
Los medios de comunicación, ciertamente, han fallado en retratar la concienciación de los hombres y las mujeres de Gaza que comprenden en su totalidad que la ocupación no ha terminado todavía, y que sus vigilantes se han atrincherado y se han rearmado alrededor de los muros que rodean Gaza.
Durante nuestro viaje del norte al sur de Gaza nos encontramos a miles de personas, incluso a policías y personal de seguridad que estaban visiblemente exhaustos pero que nunca refunfuñaron. Cuando los felicitamos por la salida de los colonos, la contestación invariablemente era, «lo celebraremos cuando sean liberadas Jerusalén y Cisjordania». Al contrario de algunas facciones que parecen incapaces de compartir los sentimientos de las personas fuera del contexto de la rivalidad partidista y de la guerra de lemas, la gente estaba contenta, pero su celebración fue contenida.
Eso es por lo que no desesperamos de los intentos de Sharon por separar Gaza de Cisjordania y por su ilusión de que puede hacer añicos la unidad del pueblo palestino y aplastar su sueño de independencia en un único, libre y unificado estado. Lo que nos preocupa, sin embargo, es la falta de una estrategia nacional común para afrontar el ataque político de Sharon. Me estoy refiriendo a la campaña de propaganda masiva de Israel, destinada a tapar las pruebas del crimen que ha cometido durante los últimos 38 años, tras los magnificados gemidos y lamentos de colonos ladrones que fueron obligados a ceder su botín, aún cuando Israel continúa controlando todas las puertas de entrada de Gaza, sus aguas territoriales y su espacio aéreo.
También nos molesta como Sharon pavonea pagado de sí mismo por las cámaras de la ONU en el vigésimo tercer aniversario de las matanzas de Sabra y Shatila, sus manos ensangrentadas recibiendo premios y signos de normalización de ministros árabes y musulmanes, mientras ni una sola voz clama en nombre de los desposeídos y oprimidos palestinos, rodeados por un muro de tanques alrededor de la Franja de Gaza y cercados por 700 puntos de control militar y un Muro de separación ilegal en las aisladas prisiones de Cisjordania y Gaza.
Lo que los palestinos quieren es una clara visión de cómo oponerse a las realidades de facto que Israel ha creado con las realidades de facto que creemos, y cómo compensar la ofensiva política de Sharon con una ofensiva política propia. Quieren la convocatoria inmediata de una conferencia internacional que aborde por completo el asunto del estatus final dentro del marco de la ley y la legitimidad internacional. Quieren un persistente seguimiento de la decisión de la Corte Internacional de Justicia sobre el Muro de Separación para obligar a Israel a desmantelarlo o que se enfrente a sanciones.
La población palestina también quieren una decisión palestino-egipcia para mantener abierto el puesto fronterizo del cruce de Rafah, una campaña para presionar a Israel a establecer un corredor seguro entre Gaza y Cisjordania, y un movimiento de masas valeroso para resistir contra el Muro de Separación.
Se dice que ningún derecho puede perderse con tal de que la demanda por él persista. Esto se aplica a los palestinos que han permanecido infatigables en su lucha por la restitución de sus derechos. La prueba viviente de esto puede hallarse en Haj Abu Houli, quien permaneció resuelto hasta que finalmente, después de haber cumplido los 80 años, vio el punto de control militar de la ocupación desmoronarse y recobró el derecho de estar orgulloso de su nombre.
* El escritor es el Secretario General de la Iniciativa Nacional Palestina.
1 de octubre de 2005