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Uso y abuso de la cuestión kurda

Fuentes: Jadaliyya.com

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

En agosto de 2005, el entonces primer ministro de Turquía Recep Tayyip Erdoğan hizo una sorprendente declaración pública. Al hablar en un mitin celebrado en la capital espiritual del sudeste de Turquía, de población mayoritariamente kurda, un lugar que sólo se añadía al simbolismo de la ocasión, Erdoğan afirmó que «se habían cometido errores» con la población kurda de Turquía, señalando además: «El problema kurdo no sólo afecta a determinada parte de esta sociedad [de Turquía], sino que nos afecta a todos. Es también mi problema». En un país en el que se negaba hasta la existencia misma de la comunidad kurda, y mucho menos se hablaba de la «cuestión kurda», se trató de una confesión extraordinaria en boca de un primer ministro turco, lo que le hizo ganarse de inmediato los elogios de un grupo de dirigentes políticos kurdos. Así fue, el alcalde de Diyarbakir, Osman Baydemir, una personalidad destacada del movimiento kurdo en aquel momento, proclamó que la declaración de Erdoğan constituía «los cimientos para la apertura de una nueva página en las relaciones» entre los kurdos y el gobierno. Aunque en el verano de 2005, la guerra entre las fuerzas de seguridad turcas y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) seguía retumbando (a pesar de la captura en 1999 del líder del PKK, Abdullah Öcalan), las perspectivas de paz en los distritos del Este de Anatolia habitados por los kurdos nunca habían parecido más prometedoras.

Sin embargo, la violencia en el Kurdistán turco ha continuado con una venganza. Desde el verano de 2015, entre 400 y 2.000 civiles han muerto asesinados a causa de la violencia entre el PKK y las autoridades turcas, y cientos de miles de seres más se han visto forzados a desplazarse. Actualmente, Diyarbakir, así como muchas otras ciudades en la región, está devastada, pareciéndose mucho más a las ciudades asoladas por la guerra de Alepo o Mosul que a las florecientes metrópolis del oeste de Turquía. ¿Y quién ha sido el arquitecto de este giro dramático? Ningún otro que el propio Erdoğan, cuyo cambio de opinión respecto a la cuestión kurda es de proporciones orwellianas.

Erdoğan y su Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP) alcanzaron en parte el poder tendiendo lazos hacia la marginada y oprimida minoría kurda de Turquía. Desde la fundación de la República de Turquía en 1923 a la elección del AKP en 2002, las políticas de Ankara hacia los kurdos se habían moldeado y basado en la negación. En la imaginación de la elite política turca, la «cuestión kurda» era el invento de poderes extranjeros hostiles que jugaban con la población ignorante del subdesarrollado sureste de Turquía. El resultado fue que las políticas del gobierno hacia los kurdos se centraron en la «seguridad», y hasta la expresión más normal de la singularidad cultural kurda (como el amor a la música folklórica kurda o el deseo de dar a los hijos nombres kurdos) se contemplaba con sospecha desde las instancias oficiales.

En contraste con esta actitud, la marca inicial del AKP como partido islámico dominante de centroderecha incluía mayores derechos civiles y una disposición a negociar con los grupos de la resistencia armada. En efecto, la postura inicial del AKP hacia los kurdos de Turquía insinuaba el reconocimiento de que un cambio en esa dirección no sólo era favorable porque las políticas de anteriores administraciones habían sido un fracaso, sino también porque habían sido injustas. Aunque los progresos en la cuestión kurda en Turquía eran penosamente lentos, no hay duda de que en los primeros años de la administración del AKP se vivió un grado importante de liberalización, a pesar de los repuntes periódicos de violencia y conflicto. Se levantaron las restricciones sobre la cultura kurda, se abrieron departamentos de lengua kurda en las universidades, e incluso la agencia estatal de radiodifusión abrió un canal en lengua kurda. A principios de 2009, el gobierno anunció su «apertura democrática» (demokratik açılım), una serie de reformas destinadas a alcanzar un acuerdo político final. Finalmente, la «apertura democrática» se estancó. Sin embargo, en las postrimerías de 2012, el gobierno del AKP anunció que había iniciado conversaciones con el encarcelado líder del PKK, Abdullah Öcalan, un paso totalmente revolucionario.

Las políticas seguidas por el AKP para lograr un acuerdo político para la cuestión kurda -si bien limitado y, en ocasiones, poco entusiasta- representaban una salida progresista frente a las primeras administraciones turcas. Desde luego, había claramente un fuerte elemento de cálculo político en el enfoque, relativamente liberal, del gobierno. La apuesta kurda del AKP había pagado dividendos significativos. Al nivel más concreto, el partido pudo asegurarse un importante apoyo electoral kurdo. Al mismo tiempo, la reducción relativa del baño de sangre en el sureste de Turquía, comparado con los horrores de las décadas de 1980 y 1990, permitió al AKP, o quizá más exactamente a Erdoğan, centrarse en consolidar el poder y actuar contra los que consideraba sus enemigos dentro del «Estado profundo» y el establishment kemalista. Entonces, ¿qué salió mal?

Es realmente cierto que la violencia del ojo por ojo entre el PKK y las fuerzas del gobierno no ayudó a la situación. Además, a medida que el proceso de paz se estancaba en el país y la seguridad se desmoronaba en Oriente Medio en sentido amplio, el gobierno del AKP se movió hacia la derecha de forma notable no sólo respecto a la cuestión kurda, sino en los problemas de seguridad en general. Sin embargo, la explicación fundamental del retroceso en la política del gobierno de Turquía hacia la cuestión kurda radica en el total cinismo de Erdoğan, que parece haber estado más que dispuesto a sacrificar la paz con los kurdos con tal de reforzar su poder y autoridad personal.

Quizá la tragedia mayor de todo este estado de cosas es que el creciente éxito del activismo pacífico kurdo, que floreció en la relativa calma de la primera década del 2000, parece haber precipitado el viraje dado por Erdoğan. La naturaleza del sistema electoral, que niega representación a los partidos políticos que obtienen menos del 10% del voto nacional, hizo que el AKP pudiera ocupar la mayoría de los escaños del parlamento del sureste de Turquía, a pesar de estar a menudo en segundo lugar respecto a los candidatos de los partidos políticos prokurdos como el HEDEP (1997-2005), DTP (2005-2009), BDP (2008-2014) y HDP (2012), en determinados distritos kurdos. Para enfrentar esa situación, los partidos políticos kurdos presentaban a menudo a sus candidatos como independientes, lo cual, aunque les aseguraba cierta representación parlamentaria, permitía que el AKP controlara una porción de los escaños parlamentarios del sureste kurdo que no se correspondía con el apoyo real con que contaban.

Sin embargo, en las elecciones de junio de 2015, el HDP [Partido Democrático de los Pueblos] hizo una apuesta presentándose con una lista de partido en vez de con una colección de independientes, y para sorpresa de muchos (incluyendo, uno podría asumir, a Erdoğan), consiguió el 13% del voto nacional y ochenta escaños en el parlamento. Con ese logro, el HDP ayudó a que no se repitiera la mayoría parlamentaria del AKP. Además, a corto plazo, el éxito del HDP hundió los planes de Erdoğan para asegurarse una gran mayoría, lo que le habría permitido reformar la constitución, transformar una presidencia en gran medida ceremonial, para la que había sido elegido en 2014, hasta convertirse simple y llanamente en un déspota elegido.

Parece que esta humillación electoral constituyó el punto de inflexión en las relaciones de Erdoğan con los kurdos. Apenas un mes después de las elecciones, el Kurdistán turco estaba de nuevo precipitándose en la guerra. El 20 de julio de 2015, un ataque terrorista del Estado Islámico en la ciudad fronteriza de Suruç se llevó la vida unos 34 jóvenes turcos y activistas kurdos que habían estado planeando cruzar a la Siria bajo control kurdo para ayudar en la reconstrucción de la ciudad de Kobani. Dos días después, dos agentes de la policía turca sospechosos de estar implicados en el atentado de Suruç fueron asesinados en un ataque de «venganza» que se atribuyó al PKK. Debería señalarse aquí que, incluso durante el proceso de paz, la violencia en el sureste turco nunca había desaparecido por completo. En efecto, en el otoño de 2014, ciudades kurdas habían sido el escenario de violentos enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los manifestantes kurdos indignados por la negativa del gobierno a permitir que los kurdos de Turquía cruzaran a Siria para ayudar a sus compatriotas en la defensa de Kobani, que en aquel momento estaba bajo asedio del Estado Islámico. Por tanto, si Erdoğan y el AKP hubieran estado realmente comprometidos con la paz, habría sido fácil retroceder y evitar el precipicio. En cambio, tras los ataques de Suruç, Erdoğan decidió emprender la escalada bélica, poniendo fin a todas esperanzas de una solución negociada a la cuestión kurda.

Este abandono del proceso de paz se reflejó en un cambio en la estrategia de Erdoğan para consolidarse en el poder. Parece que el éxito del HDP convenció a Erdoğan de los límites de su apoyo entre los kurdos. Así pues, el presidente de Turquía buscó una estrategia alternativa, complaciendo el sentimiento antikurdo con tal de consolidar el apoyo de la derecha nacionalista. No sólo esto implicó la renovación de la lucha contra el PKK, sino también la criminalización del HDP, puesta de manifiesto en una oleada de arrestos de sus representantes. En efecto, un mes después del fallido golpe de Estado de 2016, el AKP aprobó una legislación, con el apoyo de los miembros del Partido Popular Republicano (CHP) de la oposición, así como del Partido de Acción Nacional (MHP) de extrema derecha, que eliminó la inmunidad parlamentaria, una medida que sentó las bases legales para el arresto, tras el golpe, de los dirigentes del HDP Figen Yüksekdag y Salahattin Demirtas.

Hay un cierto grado de ironía en este cambio. Aunque el enfoque de Erdoğan hacia la cuestión kurda es hoy diametralmente opuesto a las políticas que estaba defendiendo hace una década, es significativo que el uso (y abuso) de los kurdos siga siendo un elemento central en sus estrategias políticas, si bien de la manera más cínica. Como Erdoğan ha ido alcanzando cada vez mayor poder en los referéndums, ha podido hacer uso de una posición de línea dura respecto a la cuestión kurda para reforzar su base y llegar a una sección cada vez más amplia de votantes nacionalistas.

Ahora, a medida que la sociedad civil turca se prepara para otra ronda de resistencia ante Erdoğan, los políticos de la oposición y los turcos de todo el espectro político tienen que considerar el papel de los derechos kurdos en la lucha general por la democracia turca. Esto es especialmente importante para el CHP, que no sólo no ha conseguido oponerse a la «securitización» de la política kurda de Turquía, sino que apoyó el proyecto de ley que permitió que se arrestara y encarcelara a los parlamentarios del HDP. De hecho, el instinto antikurdo del CHP, con el que el AKP ha jugado con tanto éxito, y su fracaso a la hora de apoyar a sus compañeros parlamentarios del HDP, se ha vuelto en su contra. En junio de 2017, el diputado del CHP Enis Berberoğlu, que carece ahora de inmunidad parlamentaria gracias a un proyecto de ley que su partido apoyó, fue sentenciado a 25 años de cárcel tras acusarle de haber filtrado a la prensa imágenes de los servicios de inteligencia turcos suministrando armas a los rebeldes sirios.

En resumen, el fallo del CHP al no haber apoyado al HDP en 2016, ha resultado desastroso, Ahora están solos frente a un Erdoğan tremendamente empoderado. Para el CHP, así como para la oposición de Turquía en general, es imperativo superar la animosidad entre turcos y kurdos. Como se ha señalado aquí, Erdoğan pudo consolidar en parte su base de poder electoral haciendo concesiones estratégicas a la opinión kurda. Si el liderazgo del CHP desea verdaderamente desafiar al grupo de poder del AKP en el cuerpo político turco, deben convencer a los kurdos de Turquía. Y para hacerlo, es necesario buscar en las profundidades del alma. El liderazgo del CHP, así como los nacionalistas laicos turcos que lo apoyan, tienen que preguntarse qué es lo más desagradable: la autocracia de Erdoğan o los kurdos. Lamentablemente, la conspicua ausencia del HDP y de los temas kurdos en general de la «Marcha por la Justicia» organizada por el CHP a primeros de mes [julio 2017] en respuesta a la condena de Berberoğlu, indican que está lección está aún por aprender.

Djene Bajalan es profesor adjunto en el Departamento de Historia de la Universidad de Missouri. Sus investigaciones se centran en cuestiones relativas a Oriente Medio. Con anterioridad, ha estudiado y dado clase en el Reino Unido, Turquía y el Kurdistán iraquí.

Michael Brooks es el presentador del Michael Brooks Show y copresentador del Majority Report. Es también analista político. Vive en la ciudad de Nueva York.

Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/26964/the-use-and-abuse-of-the-kurdish-question

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