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La nueva lectura de Marx de Michael Heinrich (XXIV)

Valor del trabajo: una «expresión imaginaria»

Fuentes: Rebelión

Seguimos en el capítulo IV -«Capital, plusvalor y explotación»- del libro de MH. Cinco apartados en total. El quinto y último, el más breve: «Valor del trabajo: una ‘expresión imaginaria’», pp. 135-137.   La valorización del valor [1], nos recuerda MH, se basa en la apropiación del tiempo de trabajo no pagado: el capitalista, recordemos, no […]

Seguimos en el capítulo IV -«Capital, plusvalor y explotación»- del libro de MH. Cinco apartados en total. El quinto y último, el más breve: «Valor del trabajo: una ‘expresión imaginaria'», pp. 135-137.  

La valorización del valor [1], nos recuerda MH, se basa en la apropiación del tiempo de trabajo no pagado: el capitalista, recordemos, no paga el producto de valor creado por los trabajadores sino que paga el valor de la fuerza de trabajo.

Sin embargo, la conciencia espontánea considera el salario como el pago del trabajo realizado. Desde aquí, señala MH con razón, la explotación como estado habitual de la producción capitalista no resulta perceptible. La explotación (el empleo usual del término) parece tener lugar solamente si el salario es demasiado bajo o muy bajo. Parece -la palabra conviene destacarla: apariencia– como si el salario no expresase el valor de la fuerza de trabajo sino el valor del trabajo.

El término «valor del trabajo» es designado por Marx en EC como una expresión imaginaria o irracional. El trabajo, el trabajo abstracto, es la sustancia y la medida inmanente del valor. El trabajo humano, recordemos, crea valor pero él mismo no lo tiene.

Si se habla del valor del trabajo, y se pregunta cuál es el valor de una jornada laboral de ocho horas, comenta MH, habría que contestar: la jornada laboral de ocho horas tiene un valor de ocho horas de trabajo, una frase que Marx, con razón, caracterizó de «trivial».

Empero, prosigue MH, la expresión en cuestión no es simplemente una expresión absurda. Con respecto a expresiones imaginarias como valor del trabajo o valor del suelo, Marx constata que «surgen de las relaciones de producción mismas. Son categorías para las formas de manifestación de las relaciones sociales».

La relación esencial es el valor de la mercancía fuerza de trabajo pero, comenta MH, aparece en el salario como valor del trabajo. Tales formas de manifestación (nueva cita de Marx relacionada con sus posiciones gnoseológicas) «se reproducen espontáneamente de manera inmediata, como formas corrientes de pensamiento, en cambio, la relación esencial tiene que ser descubierta por la ciencia». Como en otros ámbitos, sociales o naturales.

MH nos señala que valor del trabajo es una representación invertida que no viene provocada por una manipulación consciente sino que surge de las relaciones mismas. No hay planificación diseñada para el engaño. Se trata de una de «las formas de pensamiento objetivas» [2] que estructura el pensamiento de las personas encerradas en estas relaciones.

Desde el punto de vista del trabajador, apunta MH, se trata de una jornada laboral de ocho horas que tiene que cumplir para percibir un determinado salario. El salario aparece como el pago de este trabajo. La apariencia se intensifica aún más a través de algunas formas usuales del salario como «el salario por tiempo» (pago por horas de trabajo) o el salario a destajo (pago por unidades producidas). En el primer caso parece que se paga el trabajo ejecutado en una hora; en el segundo, el trabajo efectuado para la producción de una determinada unidad.

No sólo el trabajador, conviene recordarlo, está sujeto a esa apariencia. Lo está también el capitalista.

Es una inversión, insiste MH, que surge espontáneamente y a la que sucumben todos los partícipes (así también, añade nuestro autor con punta crítica, la mayoría de los economistas). En tanto que se concibe el salario como pago del «valor del trabajo», todo el trabajo aparece como trabajo pagado. El plustrabajo, el trabajo no pagado, parece no existir. Todo lo sólido se desvanece en el aire; también el trabajo no pagado.

Esta inversión tiene consecuencias de gran alcance que MH ilustra con una nueva cita de Marx:

En esta forma de manifestación, que hace invisible la relación efectiva y muestra precisamente su contrario, se basan todas las representaciones jurídicas tanto del trabajador como del capitalista, todas las mistificaciones del modo de producción capitalista, todas sus ilusiones de libertad, todas las patrañas apologéticas de la economía vulgar.  

La forma de salario constituye el fundamento de todas las demás «mistificaciones» de la relación capitalista, que desembocan finalmente en la fórmula trinitaria» (MH nos remite en este punto al capítulo X de su libro: «El fetichismo de las relaciones burguesas»).

Pero ya aquí, sostiene, hay que constatar que al igual que la conciencia espontánea de todos los miembros de la sociedad burguesa sucumbe al fetichismo de la mercancía y del dinero (MH nos remite ahora al capítulo VIII del libro: «Interés, crédito y ‘capital ficticio»), los trabajadores, del mismo modo que los capitalistas, están sometidos a la mistificación de la forma del salario. No tienen una posición privilegiada que les impida caer en el error, en la apariencia.

[En nota señala el autor: Marx habla de fetichismo -MH ha hablado de él en el capítulo V.III del libro- solo en relación a la mercancía, al dinero y al capital: una determinada relación social aparece como una propiedad material. Marx habla de mistificación cuando un determinado estado de codas aparece necesariamente invertido: en el salario aparece el pago del valor de la fuerza de trabajo como pago del valor del trabajo.

Recordemos para este tema el libro de Clara Ramas San Martín,Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx, Madrid, Siglo XXI, 2018, con prólogo de nuestro autor y epílogo de Carlos Fernández Liria].  

Las inversiones provocadas por el modo de producción capitalista, concluye MH, ni se detienen ante la clase dominante («su comprensión de las relaciones es, pues, una comprensión limitada»), ni la clase dominada y explotada tiene una posición privilegiada -tesis discutida como sabemos- para entender estas relaciones, por lo que el «punto de vista de la clase obrera», tan frecuentemente ensalzado por el marxismo tradicional en opinión de nuestro autor, no resulta aquí «de ninguna ayuda».

Solo el estudio científico, parece deducirse de sus observaciones, el que va más allá de las apariencias, permite arrojar luz. El ser trabajador explotado no incrementa de ningún modo nuestras capacidades cognoscitivas para captar bien la «tramoya» del capitalismo. No nos otorga facilidades o ventajas ser obrero explotado para descubrir la explotación capitalista. Hay también aquí una arista crítica del autor respecto a afirmaciones o hipótesis tradicionales de la tradición.  

El siguiente capítulo, el quinto, lleva por título: «El proceso de producción capitalista». El primer apartado: «Capital constante y variable, tasa de plusvalor y jornada laboral».  

Notas:

(1) En la nota 56 (OME 40, p. 166) de su traducción del primer libro de El Capital, Manuel Sacristán escribía sobre Wenceslao Roces:

En esta cargada expresión -«valorización del valor»- queda muy de manifiesto que el término de Marx «valorización » (Verwertung) es propiamente un término técnico de su crítica de la economía política. Tanto «Verwertung» cuanto su traducción «valorización» son, ciertamente, términos del alemán o del castellano comunes. En castellano, valorizar es «aumentar la utilidad o el precio de una cosa». En alemán, verwerten es, en la acepción más usual, «utilizar» y, en otras también muy frecuentes, «aprovechar, hacer valer». El sentido del término marxiano es próximo al de esos usos comunes en alemán o en castellano, pero con un matiz importante: con `valorizar´ Marx dice hacer valer o aumentar en el sentido de conseguir expansión de un valor. Pero si ese sentido está relativamente cerca de usos comunes del lenguaje, en cambio, no se suele encontrar en el vocabulario económico no-marxista. El propio Roy no se atrevió a reproducir sistemáticamente en su traducción francesa la dureza del acusativo interno de «valorizar el valor».  

El traductor de los dos primeros libros de El Capital, finalizada su comentario con este reconocimiento:

Entre los muchos méritos de Wenceslao Roces hay que contar su uso sistemático y fundado, desde su edición de 1934, de esa traducción que recoge un modo de pensar típico de la crítica marxista de la economía política.  

(2) MH ha hablado de esta «forma de pensamiento objetiva» en el apartado f del capítulo III.VIII.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.